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El lector de tumbas (parte 2)

Cuatro días después, Cristian fue a la oficina de Ramón para conversar un poco porque se ignoraron desde el funeral, al igual que lo hizo con sus padres. Ramón trabajaba en la oficina de correos y ahora era el subjefe de ahí.

-Perdón por no avisar, pero ni siquiera sabía si quería venir. –Estaba vacilante y en pie.

-Siéntate. –Le dijo con tranquilidad y cerró la puerta detrás de él.

-Hablé con mamá ayer. Sigue confundida. –Decía mientras se sentaba.

-Lamento mucho su posición. –Ramón se sentó rápido para revisar unos papeles.

Cristian se le quedó mirando con duda.

-¿A ti no te importa?

-¿Qué cosa?

-Lo de Mario.

-¿Por qué me debería importar? No tiene nada de malo.

-No puedo creer que digas eso. No te reconozco. De hecho, tú siempre fuiste el que más repudiaba a esos raros.

-Deberían dejar de seguir pensando así. Están hablando de mi hermano.

-Lion tenía razón. No te importa la vida de tu familia.

-¡Ya basta con ese hombre! –Su grito sonó como eco sobre la oficina y después, solo silencio. -¿Qué tanto les dijo?

-Varias cosas. Pero no muy buenas sobre ti.

-¿Qué cosas?

Cristian dudó un poco antes de tomar determinación.

-Lion dijo que le ofreciste a Mario pagar la renta de su propio departamento, como regalo de graduación hasta que encontrara su propio empleo. Querías alejar a un hijo de sus padres.

Ramón volvió a quedarse perplejo y sin saber que decir. Respiró con rapidez y después frunció el ceño.

-¿Cómo lo supo?

-Es un don.

Ramón ya no podía soportarlo.

-Vete. Luego te llamo –Dijo con la mayor calma humanamente posible.

Cristian se levantó algo apenado y se fue en silencio. Ramón se quedó solo en su oficina nervioso y enojado por la conversación. Todavía estaba en duda como había conseguido la información ese sujeto y por qué sabía tanto. De una y otra forma, sentía que ahora le arrebataban a la familia que le quedaba. Amenazado por un albino que presume de una profesión que jamás se había escuchado.

Un mes después, Ramón se enteró que sus padres iban a preparar un viaje a la sierra, para convivir con la gente de los pueblos. Les llamó por teléfono de inmediato. Era una noticia que estaba completamente fuera de contexto.

-¿Por qué no me avisaron? ¿Por qué se van? No lo entiendo.

-Vamos como voluntarios para ayudar a la gente.

-Pero sigo sin entender. Ya están grandes para ese tipo de expediciones.

-Lion dice que es lo mejor para que se perdonen los pecados de mis hijos y puedan llegar al cielo.

Hubo silencio. No daba crédito a lo que oía.

-Escúchame, mamá. Ya deben parar con ese hombre. No son verdad las cosas que dice...

-Ya casi llega el camión. Te marcamos cuando lleguemos al pueblo, si es que hay señal. Adiós.

Colgó.

A Ramón le llegó una extraña sensación de vacío que le dejó taciturno un buen rato de tiempo. Había intentado averiguar en donde tomaron el camión y más importante, saber cuál era el destino. Tuvo el impulso de tomar su coche para buscarlos a la brevedad posible, pero después se dio cuenta que ya no importaba. Contra la voluntad de ellos, no había mucho que hacer.

Estaba furioso esa semana y las cosas le continuaban sorprendiendo. Procuraba saturar de trabajo su cabeza para no tener que pensar en el bizarro comportamiento de su familia en el último periodo de tiempo y mucho menos, en aquel hombre extraño. Al caminar a su oficina, vio a su compañera llorando con mucha pena. Ella era la novia de su hermano Cristian. Había cierta confianza de familiaridad entre él y la atractiva mujer, a pesar de que Ramón era un jefe mal humorado. Se acercó y le tomó el hombro con delicadeza, mientras que ella continuaba con la cabeza agachada y con una servilleta en la nariz. Al darse cuenta que una extraña mano se posaba en su hombro, volteó con algo de vergüenza al exponerse en esas condiciones. Más aún, encontrar a su jefe y cuñado a la vez.

-¿Estás bien? –Ramón le hablaba con una gentileza de la cual no estaba acostumbrado.

-No te preocupes. Ya estoy bien. No es tu culpa. –guardó compostura para fingir fuerza.

-¿A qué te refieres?

-Tu hermano. Ayer terminamos.

-Lo lamento. No tenía idea.

-Solo espero que tenga éxito en su nueva vida sacerdotal.

Ramón pensó que había oído mal. Pensó que definitivamente había oído mal.

-Perdón ¿Qué dijiste?

-Cristian se va formar para sacerdote. Pensé que ya lo sabías.

Sin decir nada más, se fue corriendo a su oficina y marcó el teléfono, conteniéndose de no tener que aventarlo a la pared.

-¿Bueno?

-¿Qué es eso de que vas a ser sacerdote?

-Quiero estudiar teología y llegar a ser cura.

-¡No me vengas con estupideces! ¿Por qué?

-Lion dice que puede ayudar a mi hermano a perdonar sus pecados, a través de una purificación del espíritu y una entrega total al servicio de Dios. Obvio primero arrepentirse.

-¡Maldita sea! ¿No se dan cuenta que les está lavando el cerebro? –No podía controlarse y sus gritos resonaban por todo el pasillo. - ¿Dónde está ese desgraciado? Quiero verlo.

-Prefiero no decirte. Estás muy alterado.

-Voy a llegar al fondo de esto y más vale que te quites esa idea de la iglesia.

Colgó con fuerza y de inmediato golpeó su escritorio con toda la ira que tenía. La adrenalina no le permitió sentir nada en ese momento, pero al finalizar su horario la mano le dolía mucho. Quería pasar a una farmacia a comprar un analgésico, pero prefirió quedarse con el dolor con la intención de conservarlo como si fuese alguna especie de consuelo o distractor del verdadero motivo de su desdicha.

Después de semanas, nadie le hizo caso. Sus padres ahora estaban viviendo en la sierra y su hermano seguía en el seminario. Cada semana le marcaban a la esposa de Ramón para saber cómo estaba su nieta y contarle sobre sus progresos en la sierra. No podían tener mucha comunicación, ya que debían bajar forzosamente hasta el pueblo para marcar a la ciudad, y eso implicaba un viaje de tres kilómetros a pie. Debido a su edad, advertían que posiblemente las llamadas ahora serían cada dos meses si es que todo salía bien. El que no se comunicaba para nada era Cristian en el seminario. Se presumía que continuaba en todo eso, porque ningún conocido o vecino lo había visto ahora. La ex cuñada de Ramón dijo que había ido a buscarlo hasta donde estudiaba. Ni siquiera la recibió.

Llegó Ramón a su casa cansado por el tiempo extra que trabajó, debido a un problema administrativo. De algún modo ya se había hecho a la idea de todos esos acontecimientos. Ya solo le quedaba rogarle al cielo que no les pasara nada malo y que le fuera lo mejor posible.

-¿Cómo te fue? –Ella estaba en la cocina y Ramón caminó con fatiga aparente hasta ella.

-Igual –Besó con cansancio la cabeza de su esposa y dejó su maleta en el sillón.- ¿Se han comunicado mis padres o Cristian?

-No. No ha marcado nadie.

Expiró desanimado por la noticia porque sus padres aparentaban cumplir su promesa de no comunicarse en meses.

-Quería contarte algo. –Dijo su esposa desde la cocina, mientras Ramón se sentaba junto a su hija.- Estuve hablando con un amigo de la preparatoria y me recomendó estar en el coro de la iglesia. Ya sabes que yo cantaba y me gustaría mucho que la niña fuera preparándose para su primera comunión.

A Ramón le extrañó y se volvió a levantar. Caminó en dirección a su esposa que continuaba lavando los platos.

-¿Por qué quieres estar en el coro?

-Ya sabes, para cantarle a Dios durante las misas y cumplir su palabra. Además tenemos mucho tiempo libre y la niña solo tiene el bautizo.

-Pero es que sigo sin... -Ramón ya no podía articular las palabras y mucho menos pensar con claridad- Lo de la niña lo entiendo y ya hablamos que el próximo año le íbamos a organizar su comunión, pero no entiendo lo tuyo. De hecho eres agnóstica.

-Bueno, mi amigo me hizo reconsiderar mi posición y creo que si le abrimos nuestro corazón a Jes...

-¿Amigo? ¿Qué amigo?

-No lo conoces. Estuvo en mi preparatoria y eso fue hace años.

-¿Pero a qué se dedica o de dónde es?

-No tiene caso, es simplemente un amigo que no había visto hace muchos años. Un día lo topé en la calle y supe que era él. No ha cambiado en nada. Y sobre todo por su tono de piel, es muy...

-Solo dime su nombre.

-De hecho es alemán. Se llama Lion.

Estaba confuso y parecía que se estaba mareando. Tuvo que esperar unos minutos para recuperarse del fuerte shock. Su esposa dejó los platos con rapidez y corrió hacía él. Incluso la niña dejó de ver la televisión por el susto de los platos aterrizando bruscamente. Ramón no hizo más que tomarse la cabeza con las manos.

-¿Estás bien?

-Sí. Solo un mareo. –Trataba de disimular lo más que podía- Ese amigo tuyo ¿Crees que lo pueda conocer?

-¿Para qué? ¿Lo conoces?

-Se nota que es un devoto comprometido y quería preguntarle sobre algunas cosas de Dios. Es por mi hermano.

-Pues si te interesa tanto, te puedo dar la ubicación de su taller.

-¿Taller?

-Es carpintero.

Llegó a la ubicación y ahí estaba trabajando, cortando tablas de madera en una sierra eléctrica de mesa. Había más hombres que se distribuían el trabajo en diferentes tareas para terminar por organizar pedidos de muebles o solo tablas. Se mantuvo vigilante durante una hora en la misma esquina y bajo los rayos del sol, ignorando completamente su entorno. La curiosidad le hizo recordar algo y empezó a contar a todos los trabajadores que estaban ahí. Contó a doce y le parecía algo gracioso. Miró primero desde una distancia lejana al hombre, quien no advertía su presencia al otro lado de la calle y momentos antes de que se decidiera acercar, se percató que ya estaba preparando su salida. Parecía un cazador expectante de su presa, escondido en la lejanía y preparado para atacar en cualquier momento. Ese día simplemente no fue a trabajar. Debía terminar con todo de una vez por todas. Recordó a sus padres, a sus hermanos y a su esposa e hija, quienes también parecían ser amenazadas de ser seducidas por las palabras de ese carpintero albino. Ese hombre le estaba arrebatando todo lo que tenía, al grado de cuestionarse si también su fe estaba bajo riesgo. Dejó su uniforme y lentes protectores, para volver a lucir exactamente igual que cuando fue al funeral. Ni siquiera el sombrero de bombín o los lentes habían cambiado. Ramón fue detrás de él sin acercarse demasiado, esperando un desconocido momento oportuno para proceder. Ni siquiera tenía un plan seguro que le fuera fiel a sus intenciones, pero no le quitaría el ojo de encima. Ese día iba a terminar todo. Sin importar las consecuencias, la culminación era inminente. Le siguió hasta llegar a una iglesia y entró con sigilo. Vio que se metía a un confesionario en donde debería ir el cura y cerró la puerta. Ramón desde la entrada miraba la iglesia solitaria y al hombre que se escondía en el confesionario. Le parecía extraño que una iglesia tan popular como esa estuviera sin un alma alrededor. Solo se permitía la iluminación que entraba por los ventanales coloridos que daban a los interiores una sensación de amplitud. Por primera vez se hacía consciente de lo terrible que las escenas transmitían con la pasión de Cristo. Tanta sangre, dolor y lágrimas, por unos seres humanos que pecaban a voluntad. Un reproche para la obediencia y fidelidad, pero que se transmutaba en la más noble de las expresiones de amor. Ramón pensaba que ni siquiera él, tenía derecho de lazar la primera piedra. Simplemente no era un inocente y sus acciones fueron las que encaminaron a su destino. Caminó con lentitud hacia el confesionario y sentía como el vértigo aumentaba conforme se acercaba. Se sentó a un lado y se deslizó una cortina de aquella ventanilla con enrejado de mimbre para separar a la figura oscura de él. Sacó con lentitud y sigilo su pistola 9 milímetros del bolsillo.

-Ave María purísima. –Comenzaba una voz grave.

-Sin pecado concebido

-¿Cuáles son tus pecados, hijo?

-Maté a mi hermano porque era homosexual.     

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