Amigos (parte 2)
-¡Puto francés de mierda! –exclamó Karl.
-Seré un puto francés de mierda, pero ustedes son unos críos estúpidos que quisieron arriesgarse solo para sentirse hombrecillos. Estoy seguro que no tienen ni pelos allá abajo.
-No sabes nada de nosotros, infeliz.
-Son solo unos pequeños nazis retrasados y ahora me van a ayudar a desactivar esta mina o juro por dios que nos iremos al infierno juntos.
-Jódete. No nos acercaremos más. –Dije yo, al mismo tiempo que les hacía señas a los demás.
-Den un paso atrás ¡Quiero que den un maldito paso atrás! –Gritaba como loco el francés.
Estábamos en la misma posición a 3 metros. Incluso habíamos dejado los brazos en la misma posición por el miedo. Parecíamos estatuas que sudaban y que se tensaban más con las amenazas del soldado.
-Aunque quisiéramos ayudarte, no sabemos desarmar una mina, imbécil. Preferimos morir que ayudar a un francés.
-Pues sus deseos serán cumplidos entonces, pequeños bastardos de Hitler.
Empezó a doblar la rodilla con lentitud y todos estábamos asustados sin saber qué hacer. Solo podíamos estar a la expectativa.
-¡Espera, no lo hagas! –Dijo Anna.
Aunque ninguno de nosotros quería reconocerlo, en nuestras mentes dábamos gracias a la intervención de Anna. Teníamos miedo por primera vez. No sabíamos cómo afrontarlo.
-Sabía que eran unos malditos maricas.
-Deja irnos, somos niños...
-¿Ahora sí son niños, malnacidos? Pues ahora deberán enfrentar esto como verdaderos hombres. Y tú debiste quedarte en casa como todas las mujeres, cariño.
-No te pases, infeliz. –Dijo Anna con recelo. No le gustaba ser comparada con una mujer común que debía ser ama de casa y sin el derecho a lo que hacía el hombre. A veces pensaba que le gustaban las mujeres pero en realidad solo quería ser tan libre como un hombre.
-¡Oh! ¿Acaso hiero tus sentimientos, nena? –Decía con sarcasmo nuevamente- No quieras tratar de ser algo que no eres. Debiste quedarte en casa a limpiar la mierda del inodoro como todas. Ustedes no sirven más que para follarlas.
Nunca había visto tanta furia en sus ojos. Era evidente que sus palabras buscaban provocarla. Anna apenas y podía contenerse, pero todos manteníamos ese pavor por la explosión inminente.
-Que te follen. –intervino Karl.
-Que te follen a ti, maldito esperpento. Eres tan feo como la mierda ¿Ya te has visto en el espejo? Eres una vergüenza para tus padres.
Su padre había ido a la guerra como la mayoría de los nuestros, pero sabíamos que su madre no le quería. No sabíamos el por qué, pero si sabíamos que lo maltrataba mucho, diciendo cosas como: "maldito el día en que te parí".
-¡Cállate, desgraciado! –Ahora en Karl, dominaba el enojo sobre su sangre y respiración.
-Sí, eres una desgracia para todos tus conocidos. Un accidente que hubiera sido mejor matar antes de tener que ver tu puta cara. Me das asco.
-¡Ya no le hagan caso! –Les ordené a los demás con voz demandante.
-En vez de lloriquear por sus patéticas vidas miserables, dile al engendro de tu amigo que está detrás de mí, que use su cuchillo para desarmar la mina. –Me sorprendió que se diera cuenta del cuchillo escondido.
-¡No te lo daré! –Dijo Rudolf.
-¿Entonces prefieren esperar a que me canse y suelte el pie de la mina? ¿De verdad ese es su maldito plan?
-No haremos nada ahora. –Dije yo y de nuevo les hacía señas a los demás.
-¿Te sientes el jefe o qué? ¿Muy maduro y listo para decirles qué hacer a estos mocosos que orinan la cama?
-Yo no soy el líder, idiota.
-¡Qué raro! Hasta el momento has sido tú el que dice la última palabra. –Expresaba de manera exagerada su sarcasmo y después hablaba directo.- Que en realidad no es difícil controlar a unos fenómenos con retraso mental. Ella busca un hombre que la guie porque aunque quiera aparentar ser más valiente, obedece lo que dices porque está en su naturaleza ser sumisa. Esa aberración con vestimenta jodida y con pinta de malote, es para intimidar a los que son más listos que él. La violencia es la única arma del imbécil. El retraído de atrás, habla como idiota porque es un marica miedoso de perder a sus putos amigos psicópatas. Pero todos tienen una vida de mierda y aunque piensen que yo soy el enemigo, en realidad ustedes serán los miserables que se condenarán porque no tienen ni los cojones ni la inteligencia para ser alguien en la vida ¡Todas sus vidas, serán unos perdedores y cobardes!
Karl me lanzó una mirada y después Anna. Aprovechó esas miradas que me lanzaron para continuar empeorando las cosas. Había dado en el clavo. Por un milagro de la adivinación o porque era buen observador, había abierto la caja de Pandora.
-¡Oh, sí! ¿Acaso no se habían dado cuenta? Quiere manejarlos en el fondo. Se cree superior a ustedes.
-Cállate, nosotros no tenemos líder. Somos amigos. –Dije apresuradamente para que ya no continuara.
-¿Son tan estúpidos para creer que entre los amigos no hay un líder? Siempre hay un líder. O es el más fuerte o el más listo, y como ese se ve con cara de idiota, es obvio que él lo es. Además no lo puede ser la princesa porque la mujer no nació para dirigir y el fenómeno de atrás es demasiado marica para tomar la batuta.
-Ya cierra la puta boca o juro que correremos para que explotes. –Dijo Karl. Pensé que estaba ya demasiado desosiego para pensar con claridad. Temía que su impulso nos jodiera a todos.
-¡Espera! –Dije de inmediato.
-No hables. No eres nuestro líder. –Me reprochó Anna.
-Les dije que quiere controlarlos.- Dijo el francés con tono de burla.
-Ya no hables, puto francés. –Dije encolerizado con mis ojos clavados en los suyos. De repente notaba sus ligeras sonrisas como si disfrutara de ponernos en contra.
-Sí. Tú no eres el jefe. –Dijo Karl. –Si yo quiero, correré.
-Nos vas a joder a todos.
-Pues prefiero salvarme yo. Ya estoy harto de ustedes.
-No hagas idioteces, Karl –dije tratando de disimular serenidad en mi voz.
-Tu nos estas jodiendo –Dijo Anna- siempre quieres decirnos qué hacer y habíamos quedado que nadie iba a dominar.
Todos estaban demasiado alterados para pensar con claridad y en especial yo.
-¡Y nadie lo está haciendo! –Les grité y lanzaba miradas a todos.- ¿Qué no ven que este maldito quiere cagarla entre nosotros?
-Pues entonces no estés diciéndonos lo que debemos hacer. –Dijo Karl.
-Solo trato de que no hagas algo por...
Me detuve porque no quería decir algo que solo confirmaría lo que decía el francés. Buscaba una palabra menos ofensiva pero estaba muy nervioso para pensar. No quería darle el gusto.
-¿Por qué? ¿Por tonto? Yo sé bien que me consideras así y ya no lo permitiré. –Me hablaba con determinación como si tratara de intimidarme.- Tal vez lo sea, pero al menos yo tengo los cojones que a ti te faltaron para defenderte de Hans.
Era de las personas que nunca olvidaba un error y mucho menos una traición. Cuando se molestaba conmigo, me reprochaba ese asunto y yo tratando de tolerarlo, me disculpaba la mayoría de las veces, pero ya estaba harto que me fastidiara con lo mismo. Hans era nuestro enemigo del pueblo y habíamos quedado en ir los dos para darle una golpiza, pero yo enfermé y él tuvo que ir solo. Hans se defendió tan bien, que terminó por tirarle el diente de enfrente. Aunque ganó y Hans ya no volvió a molestar, Karl se recordaba mi traición cuando se veía los dientes en el espejo. Y como le hacíamos bromas por eso a veces, más resentimiento tenía conmigo. Pensar que tal vez evitaría las burlas sobre sus dientes, de haber ido en su compañía.
-¿Otra vez con eso? –Sin importarme nada, volteé mi cuerpo en su dirección para mirarlo de frente- Ya te dije que estaba enfermo y que mi mamá me estaba cuidando.
Ahora él se volteaba completamente hacia mí.
-Claro, lo olvidaba. Tu mami te cuida de todo porque el niño no puede hacer las cosas por sí solo. –Hablaba como tono chillón e infantil para burlarse de mí. Me molestaban siempre que mi madre me trataba como su niño y es que así era antes. Mi madre pensaba que seguía teniendo 7 años para prohibirme salir por los riesgos que hay en el mundo. Quería mantenerme en la casa como si se tratara de un bebé. Un día le grité y le impuse que me dejara en paz, pero la fama de ser un niño de mamá nunca la logré quitar del todo. Aunque ya tenía reputación de ser un delincuente en el pueblo, siempre había quedado la imagen del cómo me cuidaba mi madre y por eso no me querían tomar tan en serio.
-¡No me jodas, Karl! Tengo más cojones que tú y yo no tengo la culpa que tu madre no te quiera por arruinarle la vida.
Había explotado yo en aquel momento. Siempre me consideró débil y cobarde para hacer las cosas, pero estaba dispuesto a que se enterara quien era el más hombre. Me arrepentí a los pocos segundos de decirle eso, porque era un tema sensible para él y había caído al juego que provocó el francés.
-Vete a la mierda. –Me terminó diciendo Karl mientras tensaba todos sus músculos con ojos llenos de odio.
-¡No, tu vete a la mierda!
No podía mostrarle arrepentimiento y debilidad. Ahora sabía que lo odiaba también porque él era el principal culpable de que entre nosotros me tomaran por ser débil.
- Cállense los dos –Dijo Anna gritándonos.
-Tú no hables, perra –Dijo Karl por impulso. Esa palabra le enfureció tanto que caminó hacia él, ignorando al francés.
-¿Cómo me dijiste, hijo de la gran puta?
Apretó los puños esperando un pretexto para lanzarse contra él.
-¡Vuelve a tu lugar! –Dije yo.
-¡No! No te haré caso. Quiero ver si tiene los cojones para repetírmelo –Gritó con movimientos frenéticos y girando a mi dirección.- ¿Piensan que porque tengan un pito entre las piernas, son más que yo? Pues están más jodidos de lo que pensé. Bien podría hacer las cosas yo sola.
-Tú no estás sola porque no quieres. –Dijo Karl- No queríamos a una chica con nosotros, pero Rudolf quería follarte y solo por eso estás aquí.
Anna volteó a la cara de Rudolf, quien tenía la boca y los ojos abiertos de sorpresa. No podía creer que Karl revelara un secreto que supuestamente era sagrado entre ellos. Toda la confianza que construimos por años, se derrumbaba en segundos. Su sorpresa le sobrepasaba y no sabía cómo mirar a los ojos de Anna.
-Así que por eso me acompañabas hasta mi casa, pedazo de mierda. –Decía Anna con decepción.- Pues óyetelo bien tú y ustedes dos, para que se lo sepan de una vez. Yo no le abriré las piernas a ninguno de ustedes jamás, porque no los necesito y son unos gilipollas. Además tú no eres mi tipo. Quiero un hombre y no un marica como tú –mirando con desprecio a Rudolf.
-Pues no continuarás con tu supuesta vida de mujer independiente, si este puto francés nos hace explotar. –Respondió Rudolf- Así que re... re... regresa a tu...tu lugar.
-Y tú muy feliz de chuparle la polla a tu líder ¿no? Estúpido tartamudo –Dijo Anna con una sonrisa cínica. Las inseguridades de Rudolf se manifestaban en ocasiones con su forma de hablar- Ni siquiera puedes hablarle a una mujer.
Tenía razón. Podía atacar a un vecino, robar tiendas, romper vidrios y puertas, pero no podía acercarse a una chica y quitarse el tartamudeo cuando estaba nervioso. Tenía mucho miedo al rechazo. Lo molestaban en la escuela cuando tenía 8 años y en especial las niñas. Siempre se consideró inferior a ellas. Cuando Anna llegó, pensó que tendría una oportunidad porque él era el único que nunca tuvo sexo como nosotros. Además, compartíamos un lazo que Rudolf aprovecharía para conquistar a Anna.
-Él no... no... no s... es mi líder y nin...guno de us...tedes. –Rudolf parecía tener el diablo por dentro.- Yo...yo soy auto...sufí...ciente y estoy har...to de que...que quieran contro...larme. No me conocen.
-Cierra la boca –le ordené con la esperanza de que no explotara como los demás y dijera algo peor.
-¡Tú no... no... me ha...hables así! Ya te dije que no me dirás que... hacer.
-Me das pena- intervino Anna.
- Tú solo sirves para fo...llar, así que tus palabras no va...len aquí. –Respondía con determinación Rudolf, a quien nunca lo habíamos visto expresarse de esa manera.- ¿Quién querría tener a una mujer en un gru...po de hombres?
Cada palabra era más tensión entre todos.
-Ustedes no son hombres. Son unas maricas que lloriquean.
Las cosas ya habían llegado a un punto casi irreal. La ira nos consumía.
-Nosotr...os no fuimos abusados por nuestro pa...pa...dre, pu... puta. –Dijo furioso Rudolf finalmente.
Anna nunca lo admitió enfrente de nosotros, pero se contaban entre los susurros de los vecinos que oían a Anna llorar en las noches. Se oía recurrentemente "por favor, papá", pero jamás se comprobó nada y ella lo negaba todo. Desde que la madre había fallecido de cólera y la adolescencia había cambiado radicalmente la figura de Anna, el mezquino y bruto del padre, llegaba ebrio en las noches a la habitación de su hija. Todo terminó cuando su padre fue a la guerra y ella se quedó con su tía.
-¡puto tartamudo!
-¡Cállense todos, carajo! –grité finalmente.
El silencio fue oxigenante para todos nosotros. Estábamos agitados y tomamos un minuto para normalizar nuestra respiración y tranquilidad. Rudolf estaba rojo, tratando de contener el llanto de coraje. Todos habíamos jurado no hablar de nuestros problemas porque nos hacía daño recordar nuestras debilidades. Por eso nos juntamos en un principio, para no tener que ser juzgados por los demás. Anna tenía lágrimas sueltas pero lloraba en silencio. Karl nos miraba con ojos amenazantes y rabia. De alguna manera, teníamos asuntos pendientes entre nosotros. Yo estaba tratando de contenerme para no atacar al francés que solo se burlaba en silencio.
-Ya que tiramos las cartas, veamos quien los tiene más grandes. -Decía mientras miraba al francés- Me importa una mierda sus vidas ahora, pero ya que lo han jodido todo, deseo que se mueran.
-Pues si yo vivo después, juro que te mataré. –Me dijo Karl- Y a ustedes también.
-Yo... te...te mataré a ti. –dijo Rudolf.
-Vete a la mierda. No te tengo miedo. –Dijo Anna desafiante.
-Deberías, maldita perra. –Gritó Karl ensañando la mirada en Anna.
-Inténtalo, marica. Yo te mataré y le haré un favor a tu madre.
En ese momento, Karl volvió a recordar el odio de su madre y se lanzó contra Anna, quien ya lo estaba esperando. Yo observaba al francés para ver si intentaba quitar el pie y salir corriendo. Él se mostraba un poco preocupado porque la pelea estaba muy cerca de él y podrían hacer que explotara por empujarlo. Anna golpeaba muy fuerte y logró conectar varios golpes clave en la cara de Karl, pero después él logró dominar la pelea. Anna no era como cualquiera, porque de verdad golpeaba como una profesional y era bien sabido que ningún hombre se atrevía a tocarle un pelo. Todos los demás les gritábamos que pararan o nos matarían a todos, pero ya no les importaba morir, sino expulsar el odio. Anna volvía a dominar gracias a su velocidad y complexión flexible, pero Karl le conectó un golpe a Anna en la quijada, que cayó a los pies del francés y él se encimó sobre su cuerpo boca arriba para golpear su cara con fuerza. Yo continuaba gritando para que se detuviera porque Anna ya estaba rendida y agotada para defenderse de los golpes, y solo veía como emanaba sangre de su rostro. Ahora estaba asustado por la brutalidad. El francés también les gritaba con temblor de miedo, al ver semejante escena a sus pies, que intentó separarlos con cuidado de no mover el pie. Intentó golpear a Karl para que ya la dejara en paz, pero el demonio ahora habitaba en su ser. Al francés ya no le importó tanto morir, como intentar evitar el salvaje suplicio de Anna. En cualquier momento esa mina iba a explorar y mis nervios estaban al límite. No podía soportar viendo esa crueldad de Karl sin hacer nada. Tomé una piedra grande y me acerqué con determinación para romperle la cabeza a Karl. Ya que el francés no lograba evitar que continuara descargando la furia en el rostro de su amiga con quien había convivido cinco años. Incluso el semblante del francés ahora se mostraba suplicante y asustado, al grado de externar miedo en sus ojos. Nuestras vidas en conjunto habían sido de maldad, pero también representábamos la única esperanza de comunión fiel y fuerte que el mundo nos pudo dar. Era como una retorcida y grotesca esperanza de acobijarse en la bondad, donde muy a nuestro modo nos decíamos que éramos inseparables. Tantas bromas, risas, compañías y aventuras, al final se quedaron como una pequeña hormiga enfrente del gigante monstruo de la maldad y la desolación. Nos odiábamos por dentro y esa era la razón de que en un segundo nos traicionáramos, porque más que la necesidad de un amigo, era la necesidad de sacar al demonio que nos consumía. Tenía que matarlos. Tenía que matar a Karl, ya que me había ahorrado el trabajo con Anna y era el más grande. Matarlo antes de que lo intentara conmigo. Posiblemente Anna ya era un cadáver y aun así no paraba porque tal vez veía a su madre en ella. Debía tomarlo por sorpresa. Le mostraría que tan hombre soy. Yo también podía arrebatar una vida. Entonces, en medio de la cólera y los gritos, vi que Rudolf se acercaba con determinación y con el cuchillo en la mano. Recordé de nuevo la mina e inmediatamente tuve el impuso de correr. Era mi oportunidad de que todos ellos se jodieran. Mis lágrimas obstaculizaban mi visión, pero no fue impedimento para saber la dirección correcta. Mis piernas me salvaron la vida.
No volteé a ver si en realidad iba a matar a Karl o al francés, pero solo duró cuatro segundos mi incertidumbre al correr, para que la explosión detonara detrás de mí y el zumbido me dejara sordo. Parecía más tiempo pero sentía una pesadez como nunca y creí que no lo lograría. Quedé de rodillas por varios minutos gritando como loco y con sangre saliendo de mis oídos.
No me atreví a ver los cuerpos porque tenía miedo, pero enfrente de mí, estaba un lindo y esperanzador atardecer.
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