Amigos (parte 1)
¡Madre mía! De verdad que jamás había tenido que pasar por algo similar y es que desde lo sucedido, nada volvió a ser como antes y menos para ellos. Realmente una aventura de exploración en plena guerra era una estupidez, pero en ese momento era como algún tipo de escape de nuestras difíciles vidas, y es que eso tenía en común con mis viejos amigos. Mis ex amigos. Una vida de mierda. Una larga y tortuosa cadena de desafortunadas eventualidades que desfiguraron nuestra nobleza hasta convertirnos en un despreciable bicho de tierra mohosa. Todos éramos adolecentes de familias disfuncionales, con la diferencia de que a mí me mandaron a una orden religiosa cuando cumplí 25 y eso me enderezó de algún modo, o al menos para contar esta historia con el mayor respeto posible. Algo gracioso de advertir, porque la naturaleza del suceso es grotesco aunque las palabras más poéticas sustituyan su estructura. De cualquier forma, mis tres amigos y yo, éramos de la peor y mayor despreciable basura social que te puedas imaginar. Vivíamos en un pequeño pueblo al norte de Mannheim y a 20 minutos teníamos el campo de batalla. Todos prohibían que fuéramos a esa zona pero realmente desde que Alemania se había expandido, ya casi nadie pasaba por ahí. Era el lugar perfecto para tener privacidad y todo gracias al führer. Se decía que llegaron a conquistar París, pero en realidad nosotros nos manteníamos indiferentes ante todo aquello. La situación del país era poco más que deplorable para sus habitantes. Una desigualdad social que no permitía la aproximación de la felicidad. Mis amigos eran unos idiotas, pero eran mi familia en aquel entonces. Karl, quien tenía 17 años, era un verdadero imbécil que se creía gracioso por demostrar su hombría y sangre fría a todos los demás; Anna, tenía 15 y estaba completamente loca. Decía y hacía cosas sin sentido pero en general esas cosas le causaban gracia; Rudolf, de 15, era un flemático bastardo que se mantenía en silencio la mayoría de las veces, pero siempre fue un amigo leal; en cuanto a mí, tenía 16 pero estaba claro que era el más listo de todos. No me veían como el macho alfa, pero todo lo que les decía lo tomaban en serio. A pesar de mi corta edad, ya estaba muy decepcionado por la gente que me rodeaba, que empecé a tratarlos como mis peldaños para mi gusto.
Estábamos a fuera de nuestras casas –como la mayoría del tiempo-, robando en tiendas o golpeando a otro niño. Sé que suena mal, pero debes creerme que era muy reconfortante y divertido desde nuestra perspectiva. La sensación de grandeza que ignoraba al menos por unos segundos nuestra condición real. Una vez obligamos a un chico de 14 que se tirara al suelo para que lo orináramos entre los 3 y Anna solo nos veía con satisfacción. Una satisfacción que provenía del sadismo de su enferma personalidad. Fue algo horrible, pero fue gracioso ver su cara de asco y lloriqueo. Pero bueno, me estoy desviando. Esa tarde, llegó Karl corriendo mientras estábamos aburridos y sentados en la calle.
-¡Oigan! Debemos ir al campo. –Decía con esfuerzo tratando de recuperar la respiración por la carrera.
-No hay nada interesante. –Dijo Anna- Está vacío.
-Encontré a un soldado.
Todos levantamos las caras con asombro y entusiasmo por lo que dijo.
-¿Es alemán? –Preguntó Anna.
-No lo sé. Creo que no. –Trataba de recordar y tomarse su tiempo- No lleva el color del uniforme.
- ¿Qué hace aquí un soldado? –Ahora preguntó Rudolf
-No tengo idea pero está parado en el mismo sitio desde hace varios minutos...
-¡Cállate un minuto! y explica bien lo que viste. –Le ordené porque estaba demasiado excitado y falto de aire por correr.
Obedeció y trató de ordenar sus ideas.
-Caminaba por los alrededores y decidí ir al centro del bosque. Al llegar casi al campo, vi una silueta inmóvil. Me acerqué un poco cubriéndome con los árboles y descubrí que era un soldado. Estaba lejos pero podía verlo claramente. No se movía. Solo volteaba a mirar a sus alrededores en busca de alguien. Creo que a sus compañeros. Lo raro es que de verdad no se movía del mismo sitio en medio del campo y así estuve observándolo casi por media hora. Debemos ir.
-¿Está armado? –Preguntaba Anna con una sonrisa y los ojos bien abiertos.
-No. Tal vez tenga una pistola escondida, pero yo no le vi nada.
-Vamos a ver. –Dije yo- Tal vez ya se haya ido pero aquí no hay nada que hacer.
Nos encaminamos por las orillas del bosque para evitar a los policías y después nos adentramos en donde nos dijo Karl. Me preguntaba por qué caminaba solo por el bosque sin razón aparente, si la mayoría del tiempo estaba con nosotros ¿Estaba tan aburrido de sus amigos que empezó a vagar? Aun así, estábamos muy intrigados por el soldado misterioso. En realidad, emocionados. El bosque era chico pero abundante de árboles. Se atravesaba a 15 minutos caminando en línea recta pero muchas veces tenía la sensación de estar perdido. Vi que Karl y Anna buscaban troncos del tamaño de un bate.
-¿Qué hacen idiotas?
-Por si hay que defendernos.
-No nos hará nada. Además Rudolf tiene un cuchillo. Debemos atacarlo por sorpresa si no va a huir.
Llegamos hasta el final del bosque y veíamos como el enorme campo aparecía ante nosotros, con el esplendor de la luz del sol sobre el pasto y la tierra. Efectivamente, a lo lejos se distinguía una silueta humana. Su uniforme era de color café y en ese momento no sabíamos si también era alemán o algún intruso. Pensábamos que si era alemán, no nos haría daño, pero si era intruso, debíamos matarlo por meterse en nuestro país. Me resulta gracioso que ninguno dijo cosas como: "no creo que sea buena idea", "deberíamos regresar", "mejor vámonos", "puede ser peligroso" o cualquier frase de cobardes. Pensándolo ahora, no denotaba valentía sino estupidez. Rudolf tenía listo el cuchillo, escondido en el pantalón por si debíamos actuar y caminamos tranquilamente hacia él. En el fondo, queríamos matarlo para demostrar que ya no éramos niños y que podíamos ser dignos soldados de Hitler. Cada vez se veía con mayor claridad y cuando estábamos como a 50 metros de él, nos vio con tranquilidad. Casi parecía aliviado. Nos detuvimos un minuto a cierta distancia para saber qué tipo de amenaza era.
-¿Quién eres? –Pregunté alzando la voz para que me oyera desde la distancia de donde nos detuvimos.
-Un soldado, niños. –Dijo en alemán pero con un acento inconfundible. Era francés.
Era francés y aparte nos dijo niños, cosa que provocó un instinto asesino en todos nosotros. Caminamos hacia él con lentitud y con cautela. Como un depredador, pero nosotros nos mostrábamos amigables para atacar por sorpresa.
-¿Tiene armas señor? –Dijo Anna mientras nos aproximábamos, pero también nos separábamos para abarcar más territorio.
-No, jovencita. De hecho necesito que me ayuden. –Nos decía amablemente, pero parecía desesperado.
-¿A encontrar a sus amigos franceses? –Dijo Karl.
Cada vez nos acercábamos más y lo empezamos a rodear. Rudolf buscaba ponerse atrás y el francés ahora percibía la amenaza. Hubo un silencio.
-Niños, de verdad no vengo a hacer daño a su pueblo ni a ustedes. Solo quiero su ayuda. Acabo de pis...
-¡No somos niños! –Dijo Anna sobresaltada, más consumida por la emoción que la indignación. Parecía una loca- Somos adultos como tú.
Aquel francés parecía tener 40 años. Se quedó inmóvil moviendo solo los ojos a la espera de un movimiento brusco que le motivara realizar algo para defenderse.
-De acuerdo, señores. –Lo dijo con cierto sarcasmo. – De verdad estoy en peligro. Es...
-Pero nosotros también venimos en paz. –Dije yo interrumpiéndolo con gentileza y una sonrisa.
Ahora estábamos a tres metros de él y preparados para atacarlo. Cada uno cubría un lado como puntos cardinales. Las cosas ya estaban demasiado claras y el soldado cambió su cara de preocupación, por la ira. El francés de repente explotó.
-¡Ni una mierda, cabrones! Traté de advertirles que he pisado una puta mina, –Todos nos quedamos quietos y con la duda de saber si solo quería engañarnos- pero son tan idiotas que ahora están en la distancia correcta para que todos nos vayamos al carajo.
- Estás mintiendo, maldito.
-¿Entonces creen que me gusta tomar el sol en el mismo lugar por dos horas, idiotas? Miren mi pie. En cuanto lo suelte, moriremos todos.
Estábamos nerviosos y voltee a ver a mis amigos para insinuarles con la mirada que nos fuéramos corriendo de ahí, al cabo que no era la primera vez que escapábamos de la gente, pero el francés se dio cuenta.
-¡Ni se les ocurra, hijos de puta! Les juro que soltaré mi pie a ver si tienen los mismos cojones para sobrevivir a una explosión.
Aunque nunca expresamos vulnerabilidad, era evidente que ya nos tenía a su voluntad. Estábamos a punto de morir. Sujetos al capricho impredecible de un enemigo de guerra.
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