Sus ojos. La vida. Las caladas.

Así de verde se volvió mi vida, con esos matices me envolví entre el humo blanco buscando entre tinieblas la felicidad guiada por esos luceros. Esas luces verdes que me prometían el paraíso.

Me caí a medio camino. Terminé destrozada, amarrada al suelo, cortándome con los pedazos de mi corazón sangrante. Los luceros se apagaron.

Parecía que no le necesitaba, pero aquí estoy implorando su ayuda. Fingiendo que la felicidad no es más que mi emoción más valiosa y que los días tristes ya no existen.

Vuelve. No me canso de susurrar. No espero que lo hagas, no quiero que lo hagas. Únicamente quiero sepas que estoy sufriendo, que me mires y asimiles mi tristeza.

Hasta nunca, podría ser una buena despedida. Sin embargo nunca te lo dije.

Así es mejor.

El verde marchito le sienta mejor a las rosas marchitas.