Recuerdos.
Esta noche sucedió otra vez, su recuerdo me vino como cuando una ola te toma por sorpresa. Como de costumbre termine en una marea de lágrimas gritándole a la luna por una solución que jamás llegaría. Recuerdo cada tormentoso detalle y me desgasto en el dolor que siento cada vez que revivo aquel día.
Aún me duele mirarle, aún le extraño. Siento el corazón sangrar a la par que pierdo la respiración entre mis agitados llantos, siento que la vida se me va en sollozos. Me gustaría gritarle todo lo que sentí aquel día, arrancarme el dolor del pecho y entregárselo en la mano. Sería tan oscuro que probablemente le pudría la carne al tacto. Es día me perdí y hasta hoy no me he podido recuperar, sé que él tampoco. Eso lo hace más doloroso: imaginarnos juntos, poder estarlo de no ser por la profunda herida en mi corazón. Aquel día lloré, sentí morirme. Creí que jamás sentiría ese dolor, le creí seguro. Pero no fue así, dolió. Mi mundo se había partido en dos y la tierra me tragaba lentamente mientras un escalofrío recorría mi cuerpo, el coraje se adueñaba de mi mente mientras el dolor lo hacía en mi corazón. Aquello fue más que tristeza, era una vida destruyéndose. Pasé dos días en penumbras recordando esa perversa imagen, esa que me rompió el corazón y no me dejaba olvidarlo.
Le veía sin emoción, como un alma en pena. Era un ser vacío, deambulando por la vida, intentado buscar un motivo para ocupar un espacio en este amplio globo terráqueo. No lo lograba, me había encaminado a una depresión que reclamaba cada célula de mi cuerpo. Me había resignado a perderlo, a huir de mis pensamientos observando paisajes que pasaban por banales en mi cabeza. Hasta ese día, ese cruel día. No me he permitido llorar como desearía. Incluso la marea que ahora soy no me es suficiente. Él era mi prioridad, me cegué. En el mundo sólo estaba él, sin amigas ni alguna otra compañía. Me sentí vulnerable, rota, totalmente sola. Le veía llorar mientras se deshacía en disculpas absurdas, pero estaba aturdida, tenia unas ganas inmensas de dejar salir todo ese dolor en un abrazo que me reconfortará. En un abrazo, como los que él me ofrecía, pero no quería volver a sus brazos. No debía. El dolor me doblego y la necesidad de amor me hizo abrazarle con efusividad mientras mis sollozos pasaron a ser gemidos dignos de una novela terror, dignos de alguien que siente como le desgarran la piel. A mi me desgarraron el alma. Siempre es igual, mi recuerdo termina ahí. En mi mundo, en sus brazos. Termina en mi cabeza recargada en su corazón y sus lágrimas bajando hasta la mata de mi cabellera. Me consume, me derrite, me construye y me maldice. Su amor, mi primer amor.
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