Han sido segundos transformados en días y luego meses. Es como un parpadeo, un segundo entre el caos donde disociar puede ser vital.
Han sido meses llenos de ansiedad y oscuridad, la luz del sol parecía opaca y esa maldita luz artificial me provocaba arrancarme los ojos. Llevo la necesidad de llorar en el pecho casi palpable y no logro identificar de donde proviene tanto dolor. Sigo inútil,  sin motivación.

La oscuridad es tan profunda, pesada, espesa como la sangre, me ha hecho darme cuenta que a veces no puedo con todo, que a veces hasta una caricia te puede quemar y un beso te puede ahogar. He encontrado una parte de mi que creí muerta ya, pero a un alto costo. Aprendí que la oscuridad sólo quita, pero a veces pareciera que se va y entonces tienes buenos días,  o al menos eso parecen. A la oscuridad le gusta burlarse y es muy coqueta, te permite sentirte como tu otra vez por unos dulces momentos donde te manipula sin que lo notes, porque en realidad nunca se fue, solo se disfrazó esos días para ver que tan bajo podías llegar para sentirte vivo otra vez. Es como una mala madre, que disfruta de ver a su hijo al borde para sentirse necesitada y amada.
Aprendí que la oscuridad es más que tormento, también es comodidad. Me construyó una cama tan  suave pero dolorosa. He pasado días enteros queriendo dejar esa cómoda cama hecha a mi medida pero ella sigue encima mio y me susurra que necesito dormir y que ella se encargara de todo, me hace sentir amada y cuidada, así que regreso a sus brazos y lloro la mayoría de veces hasta quedar profundamente dormida.

Tal como una madre haría me ha enseñado cosas que no se identificar como buenas o malas. Solo se que puedo despertar cada mañana y ser grata con lo que me rodea y aún así tomar su mano, puedo verme al espejo y ser amable con el reflejo y verla de fondo mirándome con cara amarga, puedo hablar de manera dulce desde mi corazón y tenerla al lado mío susurrando que nada tiene sentido que nadie hará lo mismo por mí, que nadie estará ahí, y si tengo la insolencia de hablar por encima suyo juega a sacar el sucio pasado que llevo arrastrando, el tortuoso presente que tengo enfrente y luego concluye con el más dulce de sus juegos, sin futuro.

Ya son tres intentos ya, de esa jugada maestra que aplica en momentos justos, cuando la vergüenza me come y el cansancio me tumba, ella nunca falta.