Luna.
Enigmática.
Preciosa.
Oyente.
Conciliadora.
Todo eso se escuchaba acerca de la luna en el pequeño puerto, se decía que un hombre había hablado con ella una vez; afirmaban que le había dado órdenes, quizás para ser feliz o para no volver a tener problemas.
Desde luego que por aquellos tiempos creía que todo aquello no eran más que cuentos, inventos de algún desquihacerado. Pero hoy, hoy soy un firme creyente de la luna, soy testigo de su soledad y participe de sus planes.
Yo soy el hijo de la luna.
Y no, no un hijo en el sentido biológico. Soy su hijo espiritual.
Todo comenzó hace veinte años atrás, cuando yo solo tenia nueve años de edad. Mi madre había desaparecido hacía dos días, y mi padre. Bueno mi padre nunca me quiso, me lo recordaba a cada instante. Tal vez era por el poco parecido que tenía con él . La única forma de convivir con él era como sirviente. Él, apesar de la desaparición de mi madre se mantenía calmado, como si no le importara en absoluto. Yo me negué a aceptar tal hecho.
Un día salí en busca de mi madre, tomé rumbo hacia el risco en donde ella solía ir a conjurar a su amiga la luna (cuando ella lo hacía , yo estallaba en carcajadas).
Era difícil crecer en una comunidad gitana sin apreciar sus ritos. Pero no lo hacía, era un niño bastante incrédulo.
Llegué finalmente a cima de aquel pequeño risco, en el cual mi madre convocaba a su amiga la luna. Se podian ver las olas romper, y el mar bravo. Me quedé observando el lugar por diez minutos, pero no había rastro de mi madre, sólo la luz de la luna.
¿Qué hace un niño huérfano?
¿Cómo puede ser fuerte?
Aunque no me gustara aceptarlo en aquel tiempo, yo era un gitano. Y como tal debía salir adelante con la firmeza de una roca.
Y entonces sucedió.
La luna me habló. Me creí loco, desquiciado. Pero era real.
Me dijo donde estaba mi madre, y cuando lo hizo me destroce. Mi madre muerta estaba, había cumplido con su deber. Debía suicidarse, y se lanzó al bravo mar.
Le pregunté el porqué y ella me respondió.
<<Porque tú eres mi hijo>>.
Me estremecí, era sólo un niño. Creí que todo era un sueño y estaba a la espera de despertar agitado y gritando.
Luego sucedió.
La luz de luna tomó forma, una silueta femenina, de piel de porcelana y grises ojos. Rayos tenues de luz le tejían una abundante trenza, era hermosa. Inmortal, joven, sacada de un sueño.
"Oh, hijo mío" fueron sus primeras palabras . "Cuanto he esperado por ti".
Yo estaba mudo al borde del desmayo, pero tenía que ser fuerte y afrontarla. Le reclamé por mi madre, y ella dijo que no había otra que fuera mi madre más que ella.
Con apariencia espectral flotó muy cerca mío y me lo dijo.
"He de contarte una historia, angustiosa y misteriosa. He de hacerlo antes de perder mi armonía tan gustosa... el tiempo ya ha pasado y triste me ha dejado. Dos amantes condenados por mundos separados. La injusticia fue apremiada y por mortales aceptada. Hoy sin mi y al amanecer sin él, muertos todos estarían sin nuestra grata compañía. ¿Quién hace gala de mi soledad y me acusa de melancólica? No otro sino ustedes, mortales impacientes. Un favor necesitaba o con su vida yo acababa. Muy pequeño por supuesto pero mío y sin repuesto. Quiero un hijo susurré a tu madre con placer. Quiero a la criatura de tu vientre, o ordenaré al sol que no caliente. Y así pues se cerró el pacto con mi hijo entre sus harapos, muerta debía estar como entrega final, madre sólo una puedes tener y es a mi a quien debes obedecer. Ahora mira con atención tu tez blanca, sin color. Los ojos grises como yo. Eres mi hijo, así lo he dicho, ven conmigo a nuestro nicho".
El temor ya no me azotaba, tenían sentido sus palabras. Era igual a esta mujer y su hijo debía ser. Sin embargo no estaba listo quería quedarme por más tiempo, necesitaba ser humano aun mas que un espectro.
Esa noche la llamé madre y vi una sonrisa socarrona. Le gustaba la palabra.
Pregunté por aquel hombre que afirmaban conocía, me dijo que no era mas que un amante.
Y asi me di cuenta mi madre era mujer, seductora y sonriente como prostituta de altura.
Me dejó quedarme en tierra, para disfrutar de sus placeres, a mi muerte, y no hasta entonces la veré otra vez, justo a su lado me situaré para ver el mundo perecer.
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