Tan caída la noche con el corazón en mano caminaba desolada con los ojos inundados en lágrimas.

El destello de un amor centelleaba distante, casi inexistente. Se volvía real al cerrar los ojos, se podía iluminar su rostro. Qué agonía, qué fracaso.

Caminaba con ganas de mirar aquellos luceros verdes, miraba al cielo en busca de su luz. Se habían ido.  Pero cómo, cómo perder aquello que nunca fue tuyo. Estaba vacía, rota, sola.  Siempre había alguien tan cerca que quemaba el roce, tan cerca que dolía. La llama se extinguía en su interior y a nadie le importaba, ni siquiera a ella. Y no, no daba pena, era muy buena actriz.

Esa noche, esa inolvidable noche. Una canción sonaba en dentro suyo, la herida le sangraba y la vista estaba borrosa. Su cuerpo tembloroso y las lágrimas rozaban las mejillas.

El filo estaba tan cerca, pasó desapercibido hasta que la punta de su zapato se despidió gentilmente. Y entonces voló hasta él, muy cerquita de su corazón, rozando aquellos luceros verdes. Y sintió el calor en su interior, el amor. Él tomaba su mano, la miraba con ternura, le decía cuanto la amaba.

Esa sonrisa, fue su ultimo gesto. Era feliz.