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El poeta.

Mariane Heller era conocida por nefelibata, taciturna y algo cascarrabias. Era una mujer exquisita. Gozaba de lo mejor que la clase burguesa podía ofrecerle, era una amante de la música clásica, de las fiestas poco convencionales y de la inteligencia. Heller amaba estudiar, llenarse de conocimiento y regodearse con eruditos. Le caracterizaba una excentricidad inigualable, era posible notarla a varios metros de distancia. Mariane Heller era sencillamente una mujer sin igual.

Hacía el año 1930 viajó a la ciudad Darmstadt en Alemania. Motivada por la visita de su hermano, deseaba conocer la famosa escuela de la sabiduría fundada por el filósofo y escritor Hermann Graf Keyserling. Era una ciudad acogedora y alentadora para el movimiento artístico jugendstil. Sin embargo abandonó aquella ciudad en 1933, debido a que obligaba a los comercios judíos a cerrar sus puertas bajo el pretexto de poner en riesgo el orden y tranquilidad de la comunidad.
Mas tarde, Mariane viajó a Francia, la ciudad del desenfreno, llena de arte y belleza.
Siendo una mujer de sociedad no le fue difícil encajar con la crema y nata de aquella enigmática ciudad. Estaba claro que ya no era una jovencita, y el no haberse desposado aún era motivo de habladurías y demás conclusiones por parte de sus amigas burguesas, pensaban que era lesbiana. Pero nada más alejado de la realidad. Heller era una mujer cohibida sexualmente, y demasiado excitante en el exterior.  Pese a todo lo anterior amaba la vida nocturna en Francia, pasando de conciertos a fiestas y después a eventos privados. Vivía bastante bien, o al menos cuando se encontraba en compañía.
Por las noches Mariane estaba sumida en la soledad, ni los libros eran buena compañía. Los criados eran sólo eso, ninguno entablaba una conversación y ella era demasiado orgullosa como para comenzarla. Monótona y pretenciosa, así era su vida.

El destino encaprichado por dar giros inesperados llevó a Mariane hasta las fauces del arte, lleno de artistas prostituyéndose entre lienzos para alcanzar tan efímera gloria. Buscando entre cada lienzo  una obra inolvidable que enaltezca su técnica y preserve su esencia. Ella terminó en aquel mar de sueños y pintura buscando al amor de su vida, esa persona de la que había oído hablar en infinidad de ocasiones por la boca de sus amigas burguesas. Era un poeta sublime, descarado a decir verdad. Pero el mejor de Francia.

Ella fue a buscarle con la patética excusa de buscar a un poeta que escribiese una carta de amor a un ser amado, y lo encontró. Su nombre era Manu Cassel, o así se le llamaba.  Era un hombre de ojos cafés, alta estatura y delgada figura. De inmediato cayó rendida ante él, era una figura de ensueño, de la clase que le robaba el aliento.

¡Oh, pobre Mariane!

Durante dos meses ella le frecuentaba, la tensión sexual aumentaba y los silencios ya no eran tan incómodos. Por las noches lo idealizaba como algo que jamás podría ser. Él jamás sería padre, esposo o confidente. En más de una ocasión lo sorprendió teniendo sexo con sus musas, las mujeres a las que les podría escribir libros enteros sin conocer más alla de su cuerpo. Era una tortura total, sin embargo ella seguía allí, sin saber que buscaba. Le bastaba con tenerlo al lado para sentirse mejor.

Cassel supo desde el primer momento que vio a la joven burguesa que no estaba ahí únicamente por un poema, había algo en su forma de hablarle y mirarle que le apuntaban algo más. Se propuso intimar con ella para aprovechar esa fuerza sensual que los unía por el aire, intangible, pero pronto se dio cuenta que lo que esa mujer representaba para él. Se dio el lujo de verla durante dos meses sin que su carácter se interpusiera, deseaba un nuevo reto, y este había entrado caminando en terciopelo por su puerta hacía dos meses.

La analizó y exploró hasta donde la vista se lo permitía, en repetidas noches masturbó su cuerpo imaginando como luciría desnuda. Ella lo estaba consumiendo, y eso es algo que él no permitiría.

Manu estaba consciente del amor de Mariane y para destruir el ideal de la pareja perfecta, acoplaba las horas en las que ella llegaría a verle con citas que tendría con prostitutas. Sin embargo eso no funcionaba, si bien logró romper su corazón no la alejó.

Había algo enigmático en ella, en lo que tenían, trascendía más allá de lo mundano. Y entonces escribió sobre ella, no sobre lo que fue antes de él, no de su dinero, de sus viajes y de su inmaculada belleza. Escribió sobre ella, toda ella. Su esencia y  vivaz alma. Eso era ella, eso era para él. Sin posturas, sin altos rangos. Era amor, y él le tenía miedo por eso.

Pasaron los años y ese libro sobre Mariane seguía acumulando polvo entre cajones, ella se había ido de regreso a Alemania, desposó a un hombre increíble y le engendró un par de hijos, él se volvió alcohólico al perderla y loco al no haber hecho nada para confesarle su amor.

Ella se jamás lo olvidó. Y murió.

Él conmemoró su muerte publicando el libro, mismo que preservó su nombre para la eternidad.

Una libro que tiene un profundo sentimiento escondido. Un corazón roto, y alma atormentada.  Un poeta más del montón.



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