PERDIÉNDOTE ENTRE LAS REDES
Te encontré en un viaje de metro cualquiera. Al instante, me perdí en tu mirada y enloquecí en aquella media sonrisa que dibujaba tu cara. Dos ojos verdes coronaban la obra maestra de todo tu ser, creado por algún dios desconocido y antiguo, con un gusto inmejorable. Tal era tu belleza, que casi de forma instantánea, acabé enamorado.
Ese sentimiento que le dio sentido a todos los poemas, canciones e historias con las que me nutría desde que tengo uso de razón ¿Y cómo podía ser posible que el destino nos tendiera un puente a través de la literatura? Pues escudriñando cada centímetro de tu cuerpo, encontré en tu mano el mismo libro de aventuras que tenía yo en la mía. Probablemente por ello, durante ese viaje, cruzamos incontables veces la mirada con la esperanza de que uno de nosotros diera el primer paso.
Maldita sea mi suerte.
Que no tuve el valor de hacerlo ese día.
Pues semanas más tarde, lo que sujetaba tu mano, era una pantalla. Una pantalla cuyos destellos languidecían el hermoso y natural color de tus retinas. Un lugar en el que parecías absorta de todo lo que te rodeaba. Dejaste de mirarme y para poder de nuevo encontrarte, decidí sumergirme en las redes.
Cree varios perfiles, en distintas plataformas, consulte a mis amigos para poder manejarlas con facilidad y cuán caprichoso es el destino, que un estúpido algoritmo me recomendó tu perfil. Te envié una solicitud de amistad y unos instantes después, me aceptaste.
Que estúpido era.
Convertí ese momento en el día más feliz de mi vida y decidí explorar todo lo que compartías en cada publicación. Estudie tu vida. Los lugares que te gustaban. Aquello que te atormentaba y mientras me adentraba mas y mas en aquella pantalla, al levantar de nuevo la mirada, me di cuenta que ya no estabas. Y entonces comprendí, que aquella herramienta podía convertirse en un canto de sirena como aquellos que Ulises escuchaba en su epopeya. Esos que hacían a los marineros perderse para siempre.
Un conjunto de ceros y unos que se transformaron en un muro infranqueable.
Pues el tiempo había pasado y sin darme cuenta, de nuevo, estaba perdido, ya que no te encontraba en aquel vagón que diariamente compartía contigo.
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