LÁGRIMAS DE SALITRE
Abrazado a un poste en el espigón. Perdía su mirada en el fondo del mar.
Fijado en el horizonte, el iris imaginaba que la silueta de aquel barco que había zarpado, tiempo atrás, volvía. Con aquella persona que le llenaba el corazón y daba calor a una casa que ahora estaba vacía.
Solo era uno de tantos, cientos de miles de corazones, apostados en la orilla del mar, llenos de dolor y angustia, que esperaban que aquel titán líquido les devolviera lo que habían perdido.
Inexorablemente, llegaba la noche y a su vez, la penumbra. Solo aquellas almas que todavía poseían una chispa de ilusión, acompañaban a la luna con la esperanza de que su luz les mostrara contra todo pronóstico el camino hasta sus seres queridos.
Hijos, cónyuges y padres.
Muchos eran las personas que se embarcaron con la esperanza de traer un porvenir a sus familias y muchos fueron engullidos por el caprichoso reino de un Poseidón incapaz de pensar en cómo se sentirán las personas que aguardaban su regreso.
Ni el espíritu más estoico podía soportar el dolor de permanecer tantas horas seguidas anhelando un imposible. Así pues, aquel atormentado niño de ojos azules, que esperaba todas las tardes el regreso de su padre, emprendió el camino de vuelta a su casa, donde cientos de recovecos le esperaban para recordarle lo que aquel horizonte infinito y mágico le había arrebatado.
No sin antes, volver a observar aquel océano.
Derramó una lágrima.
Una lágrima que acabaría vertiéndose en el mar. Una lágrima que intentó abrirse paso a través de las crueles marejadas, para encontrar al causante de su nacimiento.
Aquella persona cuyo dolor había provocado un llanto desesperado e inconsolable, que solo el tiempo y la sal podrían curar.
A todos aquellos que se perdieron en el mar, saber que siempre habrá alguien que os esperará en la orilla
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