Ataviado con una copa, ahogaba mis pensamientos en tu recuerdo. Rodeado de personas con almas vacías y sueños rotos, el camarero aburrido por su desempeño, solo buscaba regocijar sus oídos con historias de parroquianos aderezadas con hielo y cigarros.

Con el oído puesto en cada una de las hazañas, desengaños o desgracias de aquella curiosa y variopinta compañía, consumía las horas que mi vida me regalaba de forma desinteresada.

No obstante, pensar en ti, solo era un placebo.

Pues era larga la espera por encontrarte y, a su vez, el tiempo pasaba volando sin ti. No tengo ni una sola pista, solo recuerdos de aquello que pudo ser pero no fue. Malas decisiones de un hombre caprichoso, que no entendió lo que su corazón le decía.

Ahora de nuevo, doy otro sorbo. Apuró un vaso que debería calmar mis dolores. Dolores que realmente, no tienen cura. Ya que solo el tiempo, de forma improbable puede ser el único elemento que cierre una herida ya infectada por tu recuerdo.

Te añoro.

Y de nuevo, acabaré este vaso con la esperanza de que en el siguiente, por esa puerta, aparezcas y me robes un TE QUIERO.

O eso, o perder el conocimiento, para borrar de mi memoria tu afecto.