— ¡No, no, no! —grita Jake desde el comedor.

— ¡Qué sí! Además, ¿quién está haciendo la comida? ¿Tú o yo? —grito desde la cocina —Le voy a echar pimienta y san se acabó —termino diciendo.

Quito el envoltorio de la pimienta y abro el bote. Abro la puerta del horno y sale el perfecto aroma de la pizza, es el turno de las especias pero antes de que pueda echarle una mano me lo roba.

— ¡Jake!

—No le vas echar pimienta, échale orégano —me tiende el frasco y yo cruzo mis brazos bajo mis pechos.

—No me da la gana, estoy cocinando yo, dámelo —exijo.

—No —sonríe y se gira para irse al comedor.

Llena de rabia cojo un puñado de harina y se la echo por la espalda —ahora te fastidias —digo sonriendo triunfadora. Sin embargo, eso solo había empezado una terrible guerra. Jake se gira lentamente, rodando sobre sus talones, enfrentándose a mí, con esa mirada profunda y sus manos convertidas en puños. Se acerca lentamente, sin pestañear. Realmente, da mucho miedo, pero no pienso demostrarlo. Deja el bote encima de la banco de mármol y sin esperarlo me lanza toda la bolsa de harina y me ensucia todo.

Sus carcajadas inundad la habitación y yo lo miro con el ceño fruncido y con ganas de matarle. —¿Qué te ha pasado copito de nieve? —vuelve a reír y yo me tiro encima de él, a lo pressing catch, ensuciándolo todo.

— ¿Ahora qué te pasa a ti? —digo juguetona.

—Te arrepentirás —y antes de que me dé cuenta me ha sentado en el banco de mármol, encima de los huevos. Sonríe y me coge las mejillas, tirando de ellas como si fuera mi abuelita. Ese vicio de las personas mayores.

—El que te arrepentirás serás tú... —digo mientras le estampo otro huevo en la cabeza y le echo un vaso de agua.

Esto solo está siendo el principio de un divertido día, como adoro a mi Jake, siempre tan juguetón.