| 𝐒𝐨𝐥𝐮𝐜𝐢𝐨́𝐧
Corrí rápidamente hasta llegar a la puerta, tome el picaporte de esta, intente girarlo y nada. Mire hacia atrás, ellos venían. Comencé a empujar con todas mis fuerzas, pero nada.
El terror, la ansiedad, el miedo y miles de sentimientos más me inundaron. No iba a dejar que me atraparan, no lo podía permitir. Empuje con todo mi cuerpo y logre oír, sobre mi agitado corazón, como su vieja madrea comenzaba a crujir. Repetí el mismo movimiento una y otra y otra vez. Hasta que está cedió.
Entre rápidamente, conocía muy bien el lugar y sabía que ellos no.
Pero también sabía ellos podían oírme. Por lo que rápidamente corrí hasta la cocina, busque y rebusque, hasta que encontré un viejo cuchillo con un poco de oxido en la parte del filo. Lo coloque, sin darle mucha importancia a ello, sobre mi palma izquierda y jale rápidamente haciendo que varias gotas comenzaran a caer, mientras esto sucedía, deje el cuchillo encima de la mesada y comencé a pasar mi mano ensangrentada por todos los muebles que había en aquella sucia y polvorienta habitación.
Rasgué parte de mi camiseta y comencé a envolver la herida. Tanteé la puerta que llevaba al patio trasero y repetí la misma acción que había hecho con la puerta delantera. Solo que esta vez al segundo golpe, está cedió. Agradecí a ello mentalmente, ya que podía oírlos entrar a la casa.
Corrí, corrí como si el diablo estuviera tras de mí.
Oí los latidos de mi corazón, estos no paraban de retumbar en mis oídos, no podía parar de pensar en que sería de ellos.
Cuando salí de mis pensamientos me di cuenta de que había llegado al acantilado y que ellos estaban cerca.
~Ellos están detrás de ti, cariño. Salta y los monstruos se irán~
—Ángela hay que volver a casa y curar esa herida —dijo uno de ellos, su tono de voz y forma de hablar me recordaban a alguien, pero no podía saber a quién era.
—Los monstruos siempre mienten —y lo próximo que hice fue saltar por el acantilado, sabiendo que era mi única salida.
©xxHOLAMORTExx
—¡Doctor! ¡Doctor! —grito una de las enfermeras mientras corría por el pasillo.
—¿Qué sucede?
—La chica del 218 no respira —soltó con rapidez mientras tomaba la mano y lo jalaba hasta la habitación de la joven mujer.
A pesar de todo lo que hicieron las enfermeras y el doctor nadie pudo salvar a la joven Ángela de la muerte, de su escapatoria. Pero nadie tenía idea de cómo se había suicidado, por lo menos no, hasta que descubrieron bajo la cama un montón de arañazos en la parrilla de esta y varias palabras de "voy a comerte" en rojo vivo.
Ahí entendieron que la joven tenía razón y que los monstruos si pueden comernos.
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Cr. | Historia original
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