Los gritos sonaban cada vez más fuertes, los gritos entre ellos sonaban cada vez más.

Estaba segura de que nada era mi culpa, pero no podía hacer nada. Sus gritos, los problemas que arrastrábamos desde hace tiempo ya no podían esconderse más.

Los bandos eran claros, mis hermanas por un lado y mi padre por el otro, yo no quería eso, pero el cansancio en mí ya no me dejaba hacer más nada. Quería salir de ahí lo antes posible, pero no encontraba una manera de hacerlo.

Hasta que él llegó...

Su sonrisa boba, sus ojos de ensueño negros cual noche de verano me mantenían en una inmensa calma. Todos los días, independientemente de la hora, nos veníamos en mi habitación mientras los gritos y los vidrios se oían fuera de ahí.

Simplemente un día lo dijo, me pidió que lo siguiera y que dejara todo atrás. Lo pensé durante un tiempo, hasta que la gota que derramó el vaso llegó.

Acepte su oferta y tome su mano, sabiendo que nunca volvería a ese infierno.

Ahora veo a mamá llorar con fuerza mientras abraza el frío cascarón sin vida que deje atrás.

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Cr. | Historia original

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