Mi abuelo
15-04-2012
El 13 de abril de 1996 fue el día que el Atlético de Madrid ganó la liga consiguiendo su último doblete y fue también la última noche que hablé con mi abuelo. Él era un gran aficionado al fútbol y un forofo del Atlieti. Y yo, desde chico gustaba de subir a su casa a ver todos los partidos, para disfrutar juntos de nuestra mutua compañía.
Aquella noche el Atlético se jugaba la liga frente al Barza y ambos vivíamos con emoción y tensión el desarrollo del partido, gritando, animando, empujando a nuestro equipo, como miles de colchoneros por todo el mundo. Y saltamos de alegría al ganar nuestro equipo por 1-0. Terminó el partido y aún con la emoción de la victoria, mi abuelo dijo...
-Cierra la puerta, tengo algo que decirte:
Ahora cuando salga hay una ambulancia esperando fuera, me llevarán al hospital y sé que ya no volveré jamás. He disfrutado esta vida, ha merecido la pena vivirla. He viajado por el mundo, he conocido sitios maravillosos y a gente encantadora. He vivido una guerra, en el gobierno de Franco y en la democracia. He comido y bebido hasta hartarme pero también pasé hambre. Momentos duros y difíciles, momentos felices y maravillosos. He tenido 12 hijos, treinta y tantos nietos, incluso he conocido algunos biznietos, una gran familia unida, que se quiere, se ayuda y respeta.
Pero lo más increíble, lo más maravilloso que me ha pasado en todo mi vida ha sido conocer a mi mujer, mi esposa, tu abuela. Nada hubiera sido lo mismo sin ella, porque siempre ha estado a mi lado, en todos esos momentos de mi vida. El amor, el cariño, el respeto, la complicidad que hemos compartido siempre no se puede explicar con palabras, no hay nada en este mundo que se pueda asemejar a ese sentimiento. Lo más hermoso e increíble que he sentido en esta vida que ahora se acaba ha sido ella, solo ella, siempre ella.
Te podría dar muchas cosas antes de irme, pero lo último que te daré será un deseo, que encuentres algún día una mujer a la que querer como yo he querido a la mía. Ese es mi último y mejor deseo para ti antes de irme.
Tal vez fue el shock de su despedida en sí que me pillo por sorpresa, al escuchar de sus labios que se marchaba para no volver, que ya no le vería más. O tal vez, porque yo era por aquella época un joven inconsciente y loco, acostumbrado a la fiesta nocturna y al desfase en todos los sentidos, que pensaba más en buscar una chica con quien pasar cada noche que en una mujer para compartir la vida. Y por eso no entendía lo que quería decirme.
-Abre la puerta, llama a tus tías. Fueron las últimas palabras que me dirigió.
Abrí la puerta. Se lo llevaron. Yo seguí allí sentado solo, sin decir nada, absorto, bloqueado durante horas en mi sillón de siempre, donde me sentaba a ver nuestros partidos de fútbol.
Cuatro días después, fui al hospital con mi hermana pequeña. Dos de sus hijas lo velaban.
-Id a tomad un café, ya nos quedamos nosotros
Marcharon.
-Despídete, y espérame fuera. Dije a mi hermana.
Aquel hombre grande y hermoso, guapo y esbelto que fue en otra época, de pelo blanco y fuerte, y ojos claros como el agua, se consumía en los huesos, lleno de tubos y máquinas. Abrió la boca y musito unas palabras sin sentido.
-Ya, tranquilo, todo está bien.- Le dije mientras le ayudaba a escapar a otro lugar
Me apretó con fuerza la mano, clavo sus ojos en los míos y esbozó una sonrisa cálida, de agradecimiento, de complicidad, de despedida.
Salí de la habitación y mi hermana me siguió sin decir nada.
Ahora, después de tantos años, de acordarme tantas veces de aquello con tanta claridad como si fuera hoy, comprendí lo que quería transmitirme con tanto cariño y lo importante de sus últimas palabras para mí. Y es que ahora, cuando he pasado más de mi media vida sin encontrar a esa persona, quizás no pueda sentir lo que él sintió, pero puedo sentir lo que es vivir sin ese amor, el vacío que se siente, la soledad del alma. Tal vez, de alguna forma supo en aquel momento que no la encontraría como la encontró él y apenado por mí, me animó a buscarla.
Quizás no tenga un nieto a quien decirle lo mismo cuando llegue mi momento de marchar, pero siempre recordaré a mi abuelo por aquello que me dijo. Y aún así cuando por seguro me llegue ese último momento, pensaré, espero pensar, que ha merecido la pena vivir mi vida. Aunque hoy, todavía no pierdo la esperanza de encontrar a esa mujer y poder sentir lo que él sitió, y con todo su amor me deseó antes de marchar. Espero con fe y esperanza volver a verle allá donde esté, esperándonos con otros que también ya marcharon. Y si no encuentro a esa persona en esta vida, que sea en la próxima, porque ya comprendí en esta, lo que quiso decir mi abuelo aquel día.
Dedicado a mis padres, hermanos, tíos, primos e hijos de ellos, hermanos todos de sangre, desperdigados por el mundo. A mis abuelos y a los que ya están con ellos.
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