La Tata
31-10-2013
Así la conocen en el pueblo. Nadie sabe su edad, pero el pelo blanco le llega al suelo. Sus ojos hundidos en un pozo seco, las lágrimas hicieron surcos en su rostro. Su boca cosida por ella misma con hilos negros. Su cuerpo solo huesos y pellejo.
Cada mañana, antes de que canten los gallos ya está sentada en el portal de su casa, esperando que llegue el último día, ese que tanto ha estado aguardando.
Su marido murió en la guerra, unos dicen que fue un héroe valiente, otros un traidor cobarde. Son cosas de la política, ella de eso no sabe, solo entiende que su amor ya no regresó mas.
Dicen que no come, que se alimenta del odio y sacia su sed con la venganza, que su corazón no late, que se detuvo aquella noche sin luna, en la que llegaron "los otros", y se llevaron a sus tres hijos, el mayor apenas un hombre, el pequeño solo un niño. Los sacaron en volandas, y en la calle les dieron de palos y patadas, arrastrándolos hasta un muro del cementerio, allí les dieron tres tiros, allí los enterraron, en el miso lugar donde hay una bala incrustada.
Dicen que esa noche, la Tata selló un acuerdo con el diablo, a cambio de su alma, él no se la llevaría hasta que viera pasar por delante de su puerta todos los cuerpos sin vida de los diez asesinos, en su rencor clavados el rostro de todos ellos.
Ya pasaron nueve, esperando queda al último.
Sonríe la Tata en esta mañana fría, ya le contaron los cuervos que, le dieron caza en la sierra hace solo unas horas, en camino lo traen para que todos lo vean y ella por fin abandone el pueblo y les deje tranquilos.
Él, el último, el peor de todos, asesino despiadado, asaltador de caminos, violador de niñas. En sus pistolas no caben más muescas, ni en su entrepierna tampoco. Era solo un niño cuando llegó aquella noche, pero traía los ojos encendidos y en su rostro dibujada una sonrisa. Así lo recuerda la Tata.
Él fue quien apretó el gatillo que arrancaba la vida de su retoño. Días antes, se sentaban juntos en el colegio, eran los mejores amigos.
Son cosas de la política.
Al anochecer llega el cuerpo cosido a balazos en un carro. En el pueblo todos se encierran en sus casas, los más valientes se asoman a las ventanas. La guerra aún no ha terminado.
Se levanta la Tata y busca el rostro desfigurado del asesino, ve el reflejo de un niño, sonríe.
El carro continúa camino del cementerio, la Tata lo sigue con paso cansado. Se detiene junto al muro, una tumba excavada, los huesos desenterrados en el lugar donde hay una bala incrustada.
Ya viene el diablo a saldar cuentas, en busca de los diez asesinos, la Tata les acompaña.
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