Destinos
Había una mujer sentada en un banco. Su única ocupación era tejer el destino de las personas que veía. Estaba sentada en el banco día y noche, con su larga falda gris y el pelo blanco recogido en un tieso moño. Nadie reparaba nunca en ella ni en sus agujas de tejer que hacían clac clac clac. Pero ella estaba allí. No tenía nombre, ni procedencia. Su única posesión eran las agujas y la ropa que vestía. Ni siquiera la tela para tejer, porque no tenía tela alguna. Los destinos, al fin y al cabo, no son telas.
Si cualquiera la hubiera visto habría pensado que estaba tejiendo el aire. Pero eso no era cierto. Los destinos, al fin y al cabo, no son aire.
Entonces, ¿qué son los destinos? Pues eso, destinos. La anciana no habría sido capaz de responder a esa pregunta, porque no sabía hablar.
¿Y cómo tejía la anciana los destinos de las personas? ¿Cómo funcionaba eso exactamente? Pues aparte de la anciana, nadie lo sabía. Y ella no lo podía contar, porque no sabía hablar.
Y es que en realidad la mujer sentada en el banco no existía, o eso habría afirmado cualquier persona cuerda. Porque, al fin y al cabo, si nadie la veía ni oía y olía (porque tampoco tenía olor alguno), ¿existía realmente?
La respuesta es sí y no. ¿Quién teje los destinos de las personas si no es ella?
¿Y qué pasa si alguien decide sentarse en el banco? Pues nada, porque nadie nunca se ha sentado en ese banco a excepción de la anciana (que, de todos modos, no existe). El banco está ahí desde el principio de los tiempos. Justo como la mujer y los destinos.
Un niño pasa. Persigue una pelota azul que se le ha escapado. La anciana lo mira, con sus ojos ciegos (porque tampoco puede ver) y mueve las agujas. Clac clac clac.
El niño no nota su presencia en absoluto. Sólo siente un escalofrío a lo largo de su espina dorsal que no sabe identificar porque no es más que un niño. Entonces eso prueba que la anciana existe, ¿no? Pero a lo mejor el escalofrió sufrido por el niño no es más que eso. Tal vez provocado por el frío aire o por lo fina que es la camiseta que lleva.
El destino del niño ha sido sellado, y él no tiene ni idea.
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