Sus ojos estaban rojos, ya la profesora lo había notado. Apenas tenía quince años y se le sentía el olor a marihuana queriendo ser ocultado por esa fragancia llamada 300 Km. El buso ancho de Fox y sus pantalones rasgados le daban un estilo de callejero, y su peinado pacheli que tenía por influencia de los "amigos" le hacían ver diferente a como una vez fue.

—No otra vez, profesora. Estoy cansado de ese verbo suyo.

—Adolfo, -dijo ella trotando detrás de él. — ¿Qué ha pasado hoy?

—Por favor, no moleste más, mejor vaya a dar clase, parcera.

—Sabes que estoy contigo y quiero ayudarte.

—¡¿Cómo?! -Su cuerpo débil se llenó de ira. —¡¿Acaso no lo entiende?! Soy sólo un adolescente y usted es una verruga que no puede hacer nada por este desastre.

—Eres un propósito, un bello propósito. ¿No te gustaría tomar una decisión para aceptarlo?

—Véase, usted dice más bobadas que la vecina de mi casa. ¿Sabe qué? Déjeme vivir la vida, si es que se le puede llamar así.

—Si usted me escucha, con mucho gusto lo dejo ir.-—Adolfo asintió para después vociferar palabras desagradables. Se acomodaron en las gradas.

La profesora le contó brevemente la historia de cómo su esposo, teniendo diez años fue dejado en donde vivía su tío, ese aragán el cual le quitaba tanto los sueños, la esperanza, como la virginidad.

Instintivamente él le cedió el hábito de fumar siempre que se quería "escapar de la realidad", le enseñó todas las clases de drogas, pero no el daño que te podían causar, le mostró el lado más temeroso de los hombres, que es cuando se convierten en animales y dejan su humanidad de lado, una infinidad de maldad estaba en su vida.

"Pero no es eso lo hermoso" dijo sin dejar apagar el brillo en sus ojos. Le relató el momento en que su esposo conoció a Dios, cuando tuvo una comunicación con él y lo bello que fue. También le habló de ese milagro que ocurrió en la vida de él, esa transformación tan radiante que parecía imposible, esa fuerza inmensa y grandiosa que siempre le dejaba sin palabras.

La Profesora contó con una espontaneidad especial, lo sublime de su Dios, no exageró ni mucho menos minimizó, sólo dijo lo adecuado para poner la semilla en el corazón y para que Dios empezara a iniciar su obra.

—No le digo pues, profe, que usted se demoró para hacer esto.

—Todo a su tiempo.

Adolfo ansiaba un abrazo, aunque lo negara, aunque se la creyera de muy macho hay veces, aunque siempre lo quisiera ocultar. Necesitaba un abrazo que traspasara hasta el corazón y le hiciera ver más allá, y ahora, el que la profesora le estaba dando, sin querer, le hacía sentir que tenía alguien al cual le importaba, y no está aquí físicamente, está en todo lugar, pero por ahora, Adolfo se encargaría de que estuviera en su corazón, de poderle corresponder a su amor inagotable.

Necesidad inesperada.

Zully MBM.