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— Estoy demasiado emparamada, no te imaginas cuanto me costó tomar el teléfono y contestarte, espera...- A Melissa le tomó un momento reponerse. — ¿Abuela? 

— Sí, soy yo. Está tronando, hija. Me preocupa que te pase algo, sabes que estás tormentas han derribado muchas casas y no quisiera contar las personas que también han sido destrozadas.-Dice con un toque de nostalgia.— Y no has llegado a casa. 

— Estoy en camino,- Melissa suspira— no te preocupes que voy a llegar sana y sonriente, ¿Ya está listo el café? 

— Sí, sí, ya casi, con sólo una cucharada de azúcar como le gusta a mi princesa.- Se imaginó Melissa a Doña Matilde sonriendo mientras sus arrugadas manos prendían el fogón de gas. 

— Bueno, no tardaré en llegar, ¿Te llevo panecillos? 

— Te lo agradecería, te amo mucho, no lo olvides. Ah, y cuidado te resbalas en el pantanero que hay, también presta atención a las rocas grandes con las que te puedes chocar, te recomiendo que prendas la linterna, esa neblina está opacando todo y realmente no quiero que te pase nada, también presta atención con los hombre que te siguen, sabes que eres muy bonita, ¿Me oyes, princesa? ¿Meli? Mi amor, no me ignores. 

— Está bien, ya voy a verte, también te amo, abuela. 

Apenas colgó, estrujó el celular en su mano, se recostó en la pared, la vista se le nubló mientras su cuerpo se deslizaba lentamente como las gotas de lluvia en los ventanales y por segunda vez en un año, se sintió deplorable y veía como la construcción de su corazón iba derrumbándose como las torres gemelas. 

— ¿Meli?- Por fortuna, Felipe caminaba por allí y se acercó a ella para tomarla de los brazos.— ¿Qué te pasa? 

— Mi abuela está muerta. Se supone que la enterramos hace un año.-Felipe asintió.— Pero acabé de hablar con ella. No hace nada escuché su voz nostálgica preocupada por mí y sentí su sonrisa al saber que le llevaría panecillos. ¿Puedes creerme? O sea, ¿Crees eso posible? 

— ¡Estás loca!- Dijo entre risas.— ¡Claro que no! Quien sabe quien te jugó una broma. 

— Sí, pudo haber sido una broma. ¡Qué bobadas las mías! - se dijo a sí misma.— creo que debo ir a un psicólogo. 

— ¿Qué? Ahora si estás es demente, sabes que ellos no podrán hacer nada. Lo más probable es que estés tan aferrada al recuerdo de tu abuela que alucinas con fantasías irreales. 

— Fantasías.-susurró Melissa. — Fantasías. 

— ¿Qué? 

— No puede esto ser una fantasía. Debo ir a la casa, ella debe estar allá, me está preparando el café. Ella me lo dijo, lo oí claramente. 

— No, cariño, ella está muerta. Ya no puede volver.- Felipe trató de acariciarle el rostro. 

— ¿Cómo mi papá y mi mamá que me dejaron en la calle tirada? ¡Dime!- Gritó dando un brinco hacia adelante.— ¡Dime, Felipe! No tengo a nadie, ¿cierto? No hay nadie, no hay nadie...-Melissa apoyó las manos en sus piernas y sollozó tímidamente.— ¿Eres fantasía también? ¿Eres un simple sueño?  

— ¿Cómo puedes decir eso, cariño? Tócame, tócame, ¡Tócame, Melissa! -él le agarra las manos y la hace sentirlo.— ¿Lo notas? No soy una ilusión, estuve contigo, estoy contigo y lo estaré en vida hasta que mis fuerzas me lo permitan.-Felipe la enrolló con sus brazos y ella escondió su rostro entre su pecho. 

— Voy a ir a la casa, quiero comprobar que ella no esté, o tal vez sí. 

Tomaron sus manos y las unieron, así sucesivamente fueron dando pasos hasta llegar a la residencia. Melissa tuvo un intento de controlar sus emociones, pero los nervios relucieron y a Felipe no le quedó de otra que darle un beso en las manos temblorosas a su novia, quitarle las llaves y abrir la puerta. 

— No huele a mi abuela, no siento el aroma del café caliente, ella no está.- Melissa corrió hasta el cuarto que era de Doña Matilde.— No hay nadie. Es la mima soledad desde que se fue.- El cuerpo fórnido de Melissa cayó en la cama con recuerdos. 

— ¿Ya te conté, Felipe?- Él se recostó en la entrada del cuarto.— Aquí ella me acostaba cuando tenía miedo en la noche o cuando algún chico me rompía el corazón, y ah, también me hablaba de Jesús, del Jesús que con su gracia se acercaba a los más adoloridos, a los que necesitaban compañía o un toque para ser sanados.- los ojos de Melissa se aguaron.— Ella siempre le decía a las demás personas que la verdadera felicidad se encuentra en Jesús desde el momento en que empiezas a caminar con él, porque hasta el sacrificarse perdonando a alguien que te ha hecho mucho daño, se convertía en una alegría más. Ella a Él lo nombraba desde el amanecer cuando escuchaba el canto de los pájaros, hasta el anochecer cuando veía las estrellas fulgurosas y ojalá la hubieras visto, sus ojos le brillaban cuando cantaba "Sublime gracia" en los atardeceres.
Melissa se paró de la cama y en el toca discos de su abuela, reprodujo la canción que anteriormente mencionó. 

"Fui ciego más hoy veo yo, feliz y él me salvó..." 

Ella se limpió unas cuantas lágrimas y abrazó a Felipe.  

— Quiero tener una experiencia personal con Jesús.- Y así dio inicio a la conversación llena de dudas y a la vez de fe, permitió que su corazón se abriera un poco más y fue cediendo a recibir al Jesús que amaba a su abuela, que la amaba a ella y que ama a todos. 

— Creo en que este es el mejor regalo que le has dado a Doña Matilde, dejar que Cristo more en tu vida.

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