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El Lago


Caminaba de noche, el viento helado le erizaba la piel y le calaba cada fibra de su carne. Iba descalza, el pasto bañado de rocío estaba aún más helado. Pero parecía no importarle mucho el clima. Sentía que ya había estado ahí. Pero a la vez todo le parecía nuevo, extraño. El sendero la llevó a la orilla de un lago. Junto al lago, los restos de un enorme sauce, seco hace años, se elevaba como una garra monstruosa hacia el cielo. De una rama pendía un columpio, y sobre éste, una niña se balanceaba suavemente, casi movida sólo por el flujo del aire.

Se acercó poco a poco a la figura de la niña, la luz de la luna le permitía ver su delicado vestido azul, su rubia cabellera recogida en dos largas trenzas. Era una imagen muy familiar, ahora estaba segura de haber visto ese lugar antes.

Estando a sólo unos pasos, la niña voltea hacia ella. Pero no hay ningún rostro. Sólo un óvalo liso color carne. De la inexistente boca sale una voz infantil, tal vez demasiado para la aparente edad de ella que le dice:

«Hermanita, te he extrañado. Ahora estaremos juntas para siempre.»

Jenna despertó con un sobresalto en su cama. Bañada en sudor, su respiración acelerada al igual que sus latidos. Estaba aterrada como nunca.

—¿Otra vez la pesadilla del lago? —masculló Lenny, su esposo, mientras se frotaba los ojos con pesadez.

—Sí, de nuevo, pero esta vez fui más allá. Esta vez pude ver su rostro, y me habló.

—¿En serio? ¿Y qué te dijo?

—¡Maldición! No lo recuerdo, pero estoy segura que fue aterrador. Creo que iré por algo de agua, ¿quieres algo de la cocina, Len? —ofreció, pero notó que ya estaba dormido de nuevo. —Gracias, ni te imaginas lo mucho que me tranquiliza tenerte a mi lado —murmuró con ironía.

Una vez en la cocina, habiéndose servido un vaso con agua, Jenna escuchó un ruido provenir del exterior, volteó a la ventana y miró la silueta de una niña pequeña. Dejó caer el vaso al suelo y estalló en filosos pedazos. Aún no se reponía de la impresión cuando escuchó un estruendo dentro de la propia cocina. Giró la cabeza y un cajón de cubiertos estaba tirado en el suelo. Miró de nuevo hacia la ventana y no había nada, luego de vuelta hacia el otro lado y percibió una sombra subir veloz las escaleras. Corrió en pos de ella olvidando los fragmentos de vidrio. Se hizo una profunda herida en la planta de un pie. Maldijo su descuido, pero no podía detenerse. Cojeando siguió su camino hasta la habitación.

Al cruzar la puerta, vio junto a su cama a una pequeña niña, pero no pudo percibir sus facciones, era como si no tuviera rostro. En la mano llevaba un cuchillo para carne.

—Él te está lastimando, hermanita. Evitaré que te haga más daño —avisó. Y sin darle ninguna oportunidad de hacer nada, clavó con fuerza el cuchillo en el pecho de Lenny. Luego otra vez, y otra. No se detuvo hasta dejar toda la cama impregnada de sangre. Jenna gritó cayendo al suelo de rodillas. Luego despertó de nuevo en su cama jadeando. Volteó al instante a su lado, pero la otra mitad de la cama estaba vacía, no había ningún rastro del siniestro.

«Otra pesadilla, cada vez son peores» pensó, supuso que Lenny había tenido que atender de nuevo otra emergencia en el hospital, llegaría tarde otra vez.

Sintió un dolor punzante en la planta del pie izquierdo. Retiró la manta para descubrirlo y tenía una herida recién hecha. No tenía ninguna memoria de cómo se la había causado. Bajó a la cocina, pero no había ningún rastro de vidrios ni utensilios de cocina en el piso.

Como pudo trató de dormir de nuevo. Le costó mucho conciliar el sueño.

Al día siguiente llegó algo tarde al trabajo. El editor de la revista la mandó llamar a su oficina. Se notaba molesto.

—¿¡Pero qué porquería es ésta!? —gritó su jefe apenas entró. En su mano sacudía una carpeta con algunas hojas dentro.

—Es el artículo que me pidió, señor. Sobre el efecto de...

—¡Es basura! —interrumpió arrojándolos a la papelera—. Creí que eras una profesional, me equivoqué. Esta revista es seria, hemos ganado muchos premios —dijo señalando unos trofeos sobre un librero—. No puedo publicar esta mierda. Te daré una última oportunidad para que...

—¡YA BASTA! —gritó, ahora ella lo interrumpía. Como odiaba a ese tipo. Estaba harta de él y ya no lo aguantaría más—. Métase su oportunidad por donde no le da el sol.

Giró ciento ochenta grados y se alejó azotando la puerta. Al hacerlo le pareció escuchar una risa infantil. Pero estaba tan molesta que no le prestó atención.

Regresó a su casa, descorchó una botella de vino y se dispuso a celebrar sus nuevas y merecidas «vacaciones». Ya iba por la segunda copa cuando sonó su teléfono. Era su madre.

—Hola hija, ¿cómo estás? —preguntó ella.

—¡Uf!, hecha un desastre, acabo de renunciar. De todas maneras, odiaba ese trabajo.

—No te preocupes Jenny, encontrarás algo mejor, siempre te has quejado de tu jefe. Hiciste bien.

—Eso espero, lo que sí me molesta mucho son mis pesadillas, están empeorando. Ahora sueño con una pequeña niña que me llama «hermana». Lo cual es muy raro, ya que nunca tuve una. ¿O acaso si la tuve y me lo ocultaste, mamá? —preguntó a manera de broma.

—¡NO! Claro que no... hay hija, que cosas dices —respondió, pero su voz sonó de pronto muy alterada.

—¿Qué pasa mamá? —inquirió Jenna asustada.

—Nada hija. No te preocupes, es que... dejé el horno encendido, se quemará la cena. Disculpa, después te llamo. —Acto seguido colgó sin esperar a que Jenna se despidiera.

Le pareció muy rara la reacción de su madre, pero, a decir verdad, ella siempre había sido muy rara. Así que siguió bebiendo hasta terminar la botella

Se quedó dormida en el sofá de la sala de estar. Entrada la noche, la despertó el timbre de su teléfono. Algo mareada lo tomó para ver quién llamaba tan tarde. Era Missy, su amiga y excompañera de trabajo.

—Más vale que sea importante —bufó al contestar.

—Jenna, rápido, enciende la televisión, pon el canal cinco.

—Ya voy, si es otra vez una noticia de las Kardashian te juro que te mato.

Hizo lo que su amiga le pidió. Dejó caer el teléfono al suelo al ver la imagen. En el noticiero local, estaban dando el reportaje de la muerte del editor de la revista donde trabajaba. Lo habían asesinado en su oficina. Al parecer alguien le había destrozado el cráneo con uno de sus trofeos.

Horrorizada, recogió su teléfono, Missy ya había colgado. Pero tenía que hablar con alguien sobre eso, la impresión era demasiado para contener dentro de su pecho. Llamó al hospital para hablar con Lenny. Por desgracia, él no estaba, había salido temprano ese día. Igual que el día anterior según le informaron.

«Maldito hijo de puta» —pensó. Otra vez le había fallado. Hace un par de años le había perdonado una infidelidad. Le juró que estaba arrepentido y que nunca lo volvería a hacer. Ya lo había notado raro, estaba repitiendo el mismo comportamiento de aquella vez. Imaginaba lo que estaba haciendo, pero no quería aceptarlo. Esta vez no lo perdonaría, dejaría la casa en ese mismo instante y se iría a casa de su madre.

Salió disparada en su auto. Lloraba profusamente, no de tristeza, sino de rabia. Estaba furiosa por ser tan estúpida y confiada. Tanta prisa llevaba que olvidó su bolso en casa. Era indispensable que volviera por él. Al llegar, vio estacionado el auto de Lenny. El imbécil ya había regresado.

Entró a la casa, esperaba recoger sus cosas y salir sin ser notada, no quería encontrarse con él. Pero al entrar, escuchó una risa de niña venir de arriba. Subió las escaleras, escuchó el agua corriendo en la ducha y más risas provenir del cuarto de baño. Sintió que el corazón se le detenía de la angustia. Sabía que algo estaba terriblemente mal. Abrió poco a poco la puerta del baño y ahí estaba la niña sin rostro. Su vestido azul era ahora casi rojo por completo de la cantidad de sangre que lo cubría. Dentro de la ducha, el cuerpo sin vida de Lenny. Incontables puñaladas lo perforaban en todo su cuerpo. Cara, cuello, brazos, piernas. Todo él era una masa sanguinolenta.

—Hermanita, te dije que te cuidaría, ya no te volverá a hacer daño.

Jenna gritó a todo pulmón, esperaba poder despertar como la vez anterior, pero estaba segura que era real esta vez. Corrió lo más rápido que pudo, tomó sus cosas sin pensarlo y escapó hacia la carretera en su auto.

La casa de su madre estaba en otra ciudad, le tomaría varias horas llegar. A medio camino se sintió muy cansada y se detuvo en un motel para dormir. Estaba aterrada, pero también exhausta. Después de unos minutos pudo dormir de nuevo. Volvió a soñar con el camino de pasto hacia el lago. Pero esta vez, sintió la necesidad de mirar hacia el otro lado, en una parte que nunca había visto estaba un anuncio que decía: «Lago Salton»

Despertó tranquila para variar. Tomó su teléfono y buscó en internet el nombre del lago. Estaba muy cerca de la casa de su madre. Era muy raro que no lo recordara. Había vivido toda su niñez en esa casa. Debería conocer ese lugar.

Continúo su camino, pero ahora haría una pequeña desviación antes de llegar a su destino.

Para el mediodía, Jenna había llegado al Lago Salton. Sentía una extraña familiaridad con el lugar, y no era sólo por los sueños. Parecía haber memorias reales sobre ese sitio enterradas en lo profundo de su mente. Caminó hasta dar con un gran sauce seco, de una de sus ramas aún colgaba una cuerda podrida. Miró de cerca el tronco, habían tallado un mensaje sobre él:

«Jenna y Janet, hermanas y mejores amigas 1997»

Una avalancha de recuerdos llenó su existencia. De ella cuando niña, siempre acompañada de otra pequeña. Sin duda su hermana, Janet. Pero por más que trataba no podía recordar su rostro. Ahora tenía una razón más para hablar con su madre.

Subió de nuevo a su auto y condujo sin detenerse hasta llegar a la que fuera su casa. Golpeó la puerta hasta casi derribarla. Su madre abrió sobrecogida preguntando que le sucedía, la veía demasiado alterada.

Jenna casi había olvidado la razón original de su viaje, la infidelidad y posterior muerte de Lenny, pero por extremo que pareciera, ahora tenía algo más importante que decirle.

—¿Por qué nunca me hablas de mi hermana Janet, mamá?

—Pero hija, de dónde sacaste eso, tú no tienes ninguna hermana.

—No lo niegues, acabo de estar en Lago Salton, miré la inscripción en el árbol, la hicimos mi hermana y yo hace veinte años. Por alguna razón no recuerdo su rostro, pero estoy segura de que existió, o de que existe aún. La he visto, estuvo en mi casa ayer en la noche.

—Eso no es posible, hija. Janet, ella jamás ha existido.

—Ya basta de rodeos, dime la verdad.

—No miento cuando te digo que nunca existió, pero está bien, te lo contaré todo. Desde que eras pequeña, casi desde que comenzaste a hablar, hablabas siempre de una hermana con la que jugabas. Pero no existía, era producto de tu imaginación. Creíamos que con el tiempo la olvidarías, pero no fue así. Al contrario, cada vez hablabas más de ella, pasabas horas hablando sola. Decías que era más que tu hermana, era tu mejor amiga. De hecho, casi no tenías amigos reales, preferías pasar el tiempo con ella, por así decirlo. Con el tiempo las cosas comenzaron a volverse más perturbadoras. Cada que cometías una travesura, asegurabas que era Janet quien la había hecho. Al principio eran cosas sin importancia, cosas de niños. Pero se volvía cada vez más siniestras. Yo como tu madre, me negaba a creer las cosas que decían que hacías. Que asustabas a otros niños, que los hacías llorar. Incluso que fuiste tú quien mató al gato del vecino. Pero siempre que se te acusaba de algo, asegurabas que la culpable era Janet.

»Así fue hasta que un día, te vi con mis propios ojos. Vi como... —no pudo contener el llanto al relatar lo siguiente—. Mataste a tu propio padre. Mataste a mi pobre Jack. Mientras dormía frente al televisor. Tomaste su navaja de afeitar y le cortaste el cuello. Me volví loca de la pena. Tenía que hacer algo. Así que te llevé al lago, era uno de tus lugares favoritos. Te senté en el columpio y comencé a mecerte. Al principio reías como siempre, pero te empujé más y más fuerte. Tu risa se convirtió en gritos de auxilio, pero no dejaba de empujarte hasta que saliste despedida como una muñeca de trapo. Volaste varios metros, caíste cerca de la orilla y te golpeaste muy fuerte la cabeza. ¡Que dios me perdone! Pero recé porque hubieras muerto. No te odiaba, te amaba, pero te temía. Estaba aterrada por ti y tu obsesión por tu hermana imaginaria. Pero no lo hiciste. Viviste. Arrepentida te llevé al hospital. Pasaste semanas inconsciente, casi te pierdo. Pero ocurrió un milagro, despertaste. Y no sólo eso, te habías olvidado por completo de Janet, no recordabas nada de las cosas terribles que habías hecho. Yo escondí el cuerpo de mi esposo. Inventé que nos había abandonado a las dos, no podía permitir que te apartaran de mi lado, eras lo único que me quedaba y no podía perderte. Esa es la verdad. Olvida a Janet, nunca existió, no debes dejarla volver a tu vida.

Jenna estaba en shock. Tardó varios segundos en poder hablar de nuevo.

—No es verdad mamá, ella está aquí, a mi lado —dijo señalando a un espacio vacío a su derecha. En su mente su pequeña hermana estaba de nuevo a su lado para cuidarla de cualquier mal. Pero ahora podía ver su rostro, era idéntica a ella cuando era niña—. Y no sólo es mi hermana, es mi gemela, ¿por qué trataste de separarnos mamá?

—No, Jenna, reacciona, déjame llevarte al hospital.

—Esta vez no, mami —dijo Jenna con una voz infantil—. Jenna y yo estamos juntas de nuevo, no dejaré que nos vuelvan a separar, nunca.

Jenna se acercó muy despacio hacia su angustiada madre, la tomó del cuello y comenzó a apretar y apretar, cada vez más fuerte mientras reía con singular alegría.

FIN

Relato para un concurso. La verdad no recuerdo cuales eran los requisitos. Igual el concurso se canceló. :(

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