Un paseo por Letrilandia
Los jardines del Palacio Vocal conformaban un pequeño oasis en el ya de por sí paradisíaco país de Letrilandia.
Las murallas del castillo custodiaban toda la flora conocida así como parte de la fauna; prueba de ello eran las numerosas aves que poblaban aquel frondoso follaje —golondrinas, pavos reales, etc.—, los diminutos y coloridos insectos que pululaban por doquier y el imponente elefante blanco que hacía las veces de mascota y guardián.
En lo que respecta al reino vegetal, podían encontrarse árboles y arbustos de las más diversas especies, sin olvidarse de la profusión floral que inundaba de olor y color cada palmo de aquellos exuberantes jardines que J, el jardinero real, cuidaba a diario con gran mimo y esmero.
En sus rutinarios quehaceres estaba cuando a sus oídos llegó un quedo llanto: alguien lloraba en los jardines; una pequeña niña, para más señas.
J se internó en la verde espesura, permitiendo que sus pasos lo guiaran hasta un claro. Ahí halló a la princesa I, llorando como nunca antes la había visto —la princesa era propensa al llanto, mas en ninguna otra ocasión la había encontrado tan abatida—. Se acercó a la pequeña, cauteloso, temiendo asustarla con su presencia.
—¿Qué tiene, princesa? —preguntó J, al verla tan triste, tan pálida.
La princesa I alzó la vista hacia él. Sus ojos, sin aquella luz que los hacía brillar, brillaban a causa de las lágrimas. Un suspiro escapó de su boca de fresa.
—No puedo seguir en esta cárcel de oro y tul —dijo con la mirada perdida más allá de la muralla del Palacio—. Quiero salir de aquí, ver lo que hay fuera, volar como lo hacen las libélulas... —Una sonrisa casi imperceptible se dibujo en sus labios al decir esto último—. Pero mamá y papá no me lo permiten; dicen que es muy peligroso para mí, que enfermaría...
El hipo ahogó su voz y estranguló el corazón del jardinero. Tras un ínfimo instante de duda, J se arrodilló junto a ella y murmuró:
—Yo os llevaré al exterior, daremos un paseo y os regresaré a palacio sana y salva. Será un secreto, ¿qué decís? —Le tendió la mano, con una sonrisa afable que la princesa I imitó con timidez. Sin embargo, se mostró reticente.
—Los guardias no me permitirán salir cuando me reconozcan —adujo en un murmullo.
—Tengo la solución para ese contratiempo —afirmó para después llevar sus manos al punto de I, desprendiéndolo de ella. Hizo lo propio con el suyo y luego los escondió entre unos arbustos—. Listo, así no sabrán quiénes somos.
La princesa I sonrió, una sonrisa verdadera iluminó todo su rostro. Aceptó la mano que J le ofrecía, aquella que la conduciría a unos instantes de ansiada libertad.
Atravesaron los jardines del Palacio Vocal acompañados por mariposas y libélulas, franquearon la puerta sin problema alguno y, durante toda la jornada, pasearon por los bosques, campos y calles de Letrilandia. La pequeña princesa no paró de sonreír en ningún momento; disfrutó muchísimo al conocer a los simpáticos habitantes de su nación, mientras le contaba a J sus sueños de convertirse en entomóloga.
Aquel día, I y J, cogidos de la mano, formaron un nexo que por siempre los unió.
***
Lo que pretendo con este relato es que sea bonito y ya, tampoco hay un "gran mensaje de vida" detrás ni nada por el estilo: solo es un pedacito de mi infancia; aprendí a leer con Letrilandia y el cuento del origen de la "Y" es el que más recuerdo. [¿Alguien más conoce Letrilandia por estos lares? XD]
De hecho, tiene cierto aire de greguería, ¿no os parece? «La "y" son la "i" y la "j", con los puntos quitados, paseando cogidos de la mano»
Por cierto, ¿alguien se ha acordado de la Sonatina de Rubén Darío con las referencias a suspiros escapando de su boca de fresa, libélulas, cárcel de oro y tules de una princesa pálida y triste, etc? Decidme que sí...
PD: He hecho un comic de este relato :3
Y estos serían todos los habitantes de Letrilandia.
Eso es todo. Hasta la próxima :D
(Bueno, no, otra posdata: lo mismo me da por cambiar título y portada un día de estos, por avisar, digo... XD)
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