Prófugo suspiro
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Según una antigua leyenda, cuando una persona exhala su último aliento, el alma abandona su cárcel corpórea y se aleja volando en forma de mariposa.
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El reloj marcaba las seis y cinco. Aún faltaba una hora para que se adivinaran en el cielo las primeras luces de aquel día en el que Mar dejó de aferrarse a la vida. Padecía cáncer de páncreas, pero la soledad que sufría era una enfermedad incluso peor.
Su corazón, cansado y viejo, dejó de latir; sus ojos añejos ya no podrían ver de nuevo el reflejo del sol sobre su homónimo líquido. La muerte se instaló en aquella fría y solitaria habitación de hospital mientras la vida se iba escurriendo de su marchito cuerpo al ritmo marcado por aquel estremecedor e ininterrumpido pitido.
Poco después, una pequeña mariposa salió por la ventana entreabierta. Acompañada por un soplo de brisa, batió sus níveas alas y alzó el vuelo hacia el moribundo cielo nocturno, confundiéndose con las estrellas. Voló y voló, durante minutos o eternidades, siguiendo el trazado de arterias de asfalto y tierra, hasta llegar al mar: sublime espejo cristalino de un hermoso amanecer.
Mas no se detuvo allí; siguió volando y volando, perdiéndose entre sus cabriolas el sentido del espacio y el tiempo.
Aquella pequeña mariposa franqueó de nuevo el umbral de otra ventana y se posó, con gran delicadeza, sobre la mano de una mujer. Llevaba ya varias semanas sumida en un profundo letargo del que los médicos no sabían si despertaría.
Un aleteo, un pestañeo y la joven salió del coma. Miró a su alrededor, aturdida, hasta reparar en el hombre que había junto a ella y la miraba maravillado. Sus ojos amenazaron con salir de sus órbitas al reconocerlo.
-Mar, ¿cómo te sientes? ¿Me... me conoces? ¿Sabes quién soy? -preguntó con voz entrecortada.
¡Oh, su voz! Llevaba tantos, tantos años sin escucharla; se estremeció al oír de nuevo su nombre pronunciado con ese cariño, con ese amor tan grande. Lo miró, con los ojos anegados por las lágrimas, sin entender qué estaba sucediendo.
Él... él había muerto hacía más de cincuenta años en un accidente de tráfico.
Volvían a casa después de cenar fuera; era su primer aniversario de casados. Una noche especial para una fecha especial. Pero la velada acabó en tragedia: una intersección apenas iluminada, un camión que no frenó, un choque, vueltas, más vueltas, gritos, cristales, árbol, humo, oscuridad.
Solo hubo oscuridad hasta que despertó, sola, en el hospital; oscuridad en su alma cuando le comunicaron la terrible noticia y oscuridad, una profunda y horrible oscuridad, durante el resto de su solitaria vida. En un luto perpetuo, transcurrieron años, décadas. Sin luz, sin alegría, sin amor; solo melancolía y culpa: ella insistió en hacer algo fuera de lo usual por su aniversario, salir y disfrutar un rato lejos del duro trabajo de cada día.
Mar pasó su vida contemplando el suave oleaje golpear las rocas de aquella playa cercana a su hogar. Allí se conocieron su marido y ella, allí habían sido inmensamente felices. Fueron grandes amigos, confidentes, amantes; lo fueron todo y Mar solo podía esperar, entre lágrimas y suspiros, que la vida y la muerte se apiadaran de ella y la llevasen de nuevo junto a él. El arrullo de las olas la acompañó durante su espera; así fue hasta el día en que su salud dijo «basta» y se vio encerrada en una cárcel con olor a desinfectante y sufrimiento.
Y, luego..., Mar había muerto. Recordaba aquel reloj marcando las seis y cinco, la sensación de ahogo, sus últimos latidos, su último suspiro.
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo era posible que ella... que él...?
Un quejido escapó de su adolorida garganta mientras Mar comenzaba a ser consciente de lo que la rodeaba y de ella misma: su cuerpo entumecido, una pierna escayolada, una habitación de hospital -distinta a aquella que la acogió hasta su... fallecimiento-, la televisión en la pared frente a ella y el espejo del baño reflejando su rostro. Un rostro magullado y... joven. No había rastro alguno de sus arrugas ni de su pelo canoso.
-Mar, Mar -la llamaba su marido-, dime algo, por favor. -La angustia presente en su voz solo era equiparable a la de su confusa esposa.
Con un gemido de dolor, Mar consiguió alzar una mano hasta alcanzar el rostro de su amado. Lo tocó, lo sintió, convenciéndose de que toda aquella locura era real... o un sueño del que no quería despertar nunca. Jamás.
-Mi amor, mi luz. -La oxidada voz de Mar se veía ahogada por las lágrimas, la emoción y la confusión, pero eso no impidió que él la escuchara.
La abrazó, con todo el cuidado que fue capaz de reunir en medio de la euforia que sentía, y dejó que toda su frustración y sus temores se transformaran en llanto.
-¡Cómo me alegra que hayas vuelto, mi vida! -susurró en su oído.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Mar.
-Y yo -respondió, con voz rota.
«Me alegra que tú hayas vuelto».
* * *
Llevaba bastante tiempo con ganas de escribir algo basado en esta historia del alma, la mariposa y demás (de alguna forma habrá que amortizar las "anécdotas psicológicas" XD buscad en la Wikipedia la letra psi y leedla, que mola mucho :D) y por fin he encontrado una buena excusa para hacerlo: un concurso, "Cuéntame un cuento", organizado por ThePlusGirl. Se trata de basarse en una portada para escribir un microcuento, un microrrelato, un cuento o un relato.
Esta es la portada que yo elegí, en la que se recogen gran parte de los elementos de este escrito: la mariposa, la vida, la muerte, el reloj, el tiempo, la idea del título. He intentado condensar la esencia de la imagen y transformarla en una historia de unos pocos cientos de palabras preñadas de dolor, anhelos imposibles y, por último, esperanza :)
En fin, no quiero enrollarme más: yo encuentro dos posibles explicaciones para este relato y me gustaría saber cómo lo interpretais vosotros/as ^^
Y, bueno, también saber qué os ha parecido :)
Eso sería todo. ¡Hasta la próxima!
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