—Mírate bien. Eres horrible, despreciable. Das asco. Nadie te quiere. Nadie te querrá nunca. No vales nada. Es imposible que alguien llegue a sentir aprecio por ti, ¿acaso no ves todos los malditos defectos que hay en ti? Nadie te quiere... Nadie... Nadie...-la persona al otro lado del espejo me repite tantas veces esas palabras cargadas de desprecio que yo no puedo hacer nada más que creerlas y asumir que son verdad.

Nadie me quiere... ni siquiera yo.

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Aunque pueda parecer contradictorio, el mensaje que intenta transmitir este pequeño microrrelato es lo opuesto a lo que se dice en él. Ya sabéis, algo similar al Arcipreste de Hita en el Libro de Buen Amor, mostrando las consecuencias del mal comportamiento para que los lectores vayan por el buen camino. Dejemos a un lado esta clase de literatura improvisada, que me voy por las ramas.

No dejéis nunca que nadie, ni siquiera vosotros mismos, os haga sentir como si no tuviéseis valor, porque no es así. Cada persona es tremendamente valiosa. Siempre habrá alguien que nos quiera, a pesar de nuestros defectos; porque todos tenemos un millón de defectos que pueden crearnos complejos (yo también, por supuesto), pero no podemos permitir que eso pase. No podemos dejar que la persona al otro lado del espejo, o sea, nosotros mismos, nuestros demonios internos en definitiva, nos haga sentir que no valemos nada ni que nadie nos quiere, porque, repito de nuevo, no es así.

Eso es todo. Con esta reflexión me despido hasta el próximo microrrelato que escriba.

PD: Tú, que estás leyendo esto, quiérete mucho, porque vales mucho.