Mientras limpiaba impertérrito la sangre que bañaba la hoja del afilado cuchillo, el hombre recordaba los estruendosos chillidos del chino que acababa de matar.

Pobre infeliz, degollado y profiriendo fútiles alaridos hasta que las últimas gotas de sangre se escurrieron por su garganta. Una vez sesgada la vida del chino, el hombre procedió a chamuscar cada vello de su cuerpo.

No mucho tiempo después, una escena que los más escrupulosos no tendrían reparo en calificar como macabra tenía lugar en aquella sala: el cuerpo del chino, abierto en canal, colgando del techo y, en una mesa cercana, sus vísceras y la cabeza que le había sido cercenada.

El hombre se lavaba las manos, eliminando de su piel los rastros de sangre, reminiscencia carmesí del acto que acababa de cometer, el cual le proporcionaría suficientes productos cárnicos para que su familia los consumiera durante los meses de invierno: salchichas, lomos, longanizas, chorizos, jamones que sería preciso curar...

Todo ello resultado de la tradicional matanza en la huerta murciana. Y es que ya lo dice el refrán, que del cerdo –o, como allí lo llaman, del chino– se aprovechan hasta los andares.

***

Que no cunda el pánico, que este microrrelato no es una apología al asesinato sangriento de varones orientales, sino una descripción de lo que vendría siendo la matanza de un cerdo, gorrino, marrano, cochino o cómo se llame en cada zona. En el sudeste español, de donde yo soy, se les llama chinos (supongo que será por cochinos).

Y eso, que me apetecía comprobar la confusión que podía crear gracias a este aspecto; porfa, que alguien se haya imaginado a un oriental siendo degollado.

PD: Me disculpo por si alguien lee esto y es vegetariano, animalista, etc.

PD2: Nueva portada :)