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El grifo de Pandora

Aquella niña de carita adorable era un dolor de cabeza constante para quien se hiciera cargo de ella: no podía estar tranquila más de cinco minutos, se aburría enseguida; además, tenía una preocupante propensión a las caídas y a meterse en problemas por no hacer caso a las normas establecidas. 

La pequeña Pandora tenía la inquietud y la rebeldía impresas en cada célula y cada peca de su cuerpo. Lo que sucedió aquella noche es una clara muestra de ello.

Amparada por la luz de la luna y los destellos luminiscentes de un incontable número de estrellas, la niña de perlados cabellos abandonó el claro del bosque al que se había empeñado en ir a dormir; su niñero no había tenido más remedio que concederle ese capricho con tal de evitar que el pequeño diablillo escondido tras esa mirada de fuego y noche hiciese de las suyas. Aun así, Pandora aprovechó el momento en que su cuidador sucumbió al sueño para alejarse de esa zona desprovista de follaje e internarse en aquella floresta de tonos dorados y ocres.

La niña quería una aventura esa noche, un encuentro clandestino con la emoción de saber que estaba haciendo algo prohibido. Y lo tendría. Nada mejor para ello que lanzarse a explorar un bosque lleno de secretos y fascinantes criaturas con la única compañía de los astros sobre ella.

No tardó mucho en encontrar las primeras maravillas de aquel lugar: creando filigranas sobre la oscura corteza de un gran árbol, se encontraban varias decenas de mariposas de luz. Esos insectos se caracterizaban por su inquieto vuelo y por emitir una tenue luz al mover sus blancas alas; era como ver volar estrellas a ras del suelo.

Pandora sabía lo que debía hacer para disfrutar de tan bello espectáculo: formó una pequeña "o" con sus labios y sopló hasta imitar el sonido del viento. El fino oído de las mariposas captó aquel murmullo de aire consiguiendo que los insectos luminiscentes reaccionaran por instinto a él. Abandonaron el tronco sobre el que habían estado posados y comenzaron a revolotear frenéticamente alrededor de la niña que contemplaba su vuelo con regocijo. Las alas de las mariposas brillaban tanto o incluso más que los astros en el firmamento.

Toda aquella luz parpadeante rodeando a Pandora hizo que los cabellos grisáceos, casi blanquecinos, de la niña adquirieran un intenso tono rojizo; asimismo, su piel salpicada de constelaciones emitía un brillo similar al de aquellos insectos que volaban en torno a ella. Pandora se sentía feliz, muy feliz, así lo manifestaba su cuerpo y su inmensa sonrisa.

De pronto, varias carcajadas escaparon de la boca de la niña sin que esta pudiera evitarlo; las alas de las mariposas de luz, al rozar rápidamente su piel, le producían unas cosquillas insoportables.

Reía y reía, disfrutando su fuga y su travesura, cuando el silencio nocturno trajo a sus oídos una distante llamada:

—¡Pandora! —Había una nota de desesperación en aquella voz que gritaba su nombre.

—Uy... —murmuró la pequeña. Su niñero se había despertado y, al no encontrarla junto a él, había salido en su busca. Estaría muy enfadado cuando la encontrara, pensó Pandora. Por tanto, lo mejor sería que no la hallara aún; tal vez así su enfado disminuiría.

Con aquella brillante idea en mente, hizo que las mariposas regresaran al tronco del árbol imitando el susurro de una leve brisa, se despidió de ellas con una sonrisa y se internó aún más en la espesura.

Encontró unos frondosos arbustos de flores azabaches y pensó que serían un buen escondite. Se mezcló entre las hojas oscuras y se percató justo a tiempo de que su cabello todavía era de color rojo debido a su reciente diversión. Para solucionar esto, la pequeña Pandora pensó en cosas que la entristecían, como los días nublados y las noches sin luna, y su melena pasó a ser negra, camuflándose perfectamente con su escondrijo.

Unos minutos después, vio a su niñero pasar frente a ella; se mantuvo en silencio y aguardó hasta que se hubo alejado lo suficiente. Después, Pandora salió de entre los arbustos luciendo una media sonrisa complacida, traviesa.

Echó a andar de nuevo, sintiendo las briznas de hierba bajo sus pies descalzos, el húmedo aliento del bosque entre sus dedos y la libertad nocturna en todo su ser. Tan ensimismada estaba la niña con la naturaleza que apenas se dio cuenta de que se tropezaba con algo; trastabilló y cayó de rodillas sobre la tupida y verde alfombra.

—¡Auch! —exclamó Pandora. Luego, giró su rostro para ver qué había propiciado su caída.

Había una pequeña caja de madera en el suelo, de no más de un palmo de ancho por otro tanto de alto y largo; su superficie mostraba intrincados relieves y escenas que la niña interpretó como criaturas de fantasía en pleno vuelo. Tenía bisagras plateadas y un cierre rematado por un cristal que guardaba en su interior todos los colores de una aurora boreal.

—¿Qué tendrá dentro? —se preguntó a sí misma en voz baja, haciendo gala de su innata curiosidad y su nula preocupación ante lo desconocido.

Abrió la cajita y, en su interior, la niña encontró un pequeño ser, poco mayor que su puño cerrado, que ella definiría como un diminuto gatito que lucía alas y cabeza de ave. Esa mezcla de pájaro y felino batió sus alas y salió de la caja de madera para posarse junto a los pies descalzos de Pandora, quien estaba sentada sobre la hierba, con las piernas cruzadas, contemplando maravillada a esa fantástica criatura.

—Hola..., ¿pajarito, gatito? —vaciló un momento, pues no tenía ni la más remota idea de qué nombre recibía aquel ser recién descubierto por ella. Este comenzó a piar y su canto se convirtió en una voz, profunda y grave, que sonó no en sus oídos sino en la mente de la niña:

Soy un grifo —La niña repitió mentalmente esa palabra para aprenderla—, y necesito que me ayudes, pequeña.

—¿Qué necesitas? —preguntó, inclinándose hasta que sus ojos quedaron a la altura de la mirada del pequeño grifo.

Volver a mi tamaño real. Yo soy tan grande como alguno de estos árboles que nos rodean, pero hice... una trastada y fui castigado por ello —explicó.

—¿Y cómo te puedo ayudar? —Su voz sonaba tremendamente decidida.

Pandora estaba más que dispuesta a hacer todo cuanto estuviera en su mano para ayudar al grifo. La niña había sufrido en carne propia varios injustos castigos por sus momentos de diversión que los adultos a su cargo calificaban de trastadas o desastres causantes de caos y destrucción.

Yo sé que hay magia en ti, pequeña, en tu mirada, en todo tu ser... Es tu esencia, tú sabes qué hacer.

Pandora se mordió el labio inferior y dio golpecitos en su barbilla con los dedos índice y corazón alternativamente como hacía cada vez que necesitaba concentrarse para encontrar la solución a un problema.

La niña tenía magia "en su mirada". Tal vez esa fuera la clave, se dijo.

Dirigió sus oscuros ojos hacia la pequeña criatura alada y enfocó en ella toda su atención.

No pasó nada. Resopló con fastidio.

Probó a guiñar el ojo derecho y comprobó, con gran alegría, que el grifo iba aumentando paulatinamente de tamaño. Siguió mirándolo hasta que se vio obligada a romper el contacto visual debido a su nueva e imponente envergadura. Ahora el diminuto grifo era una bestia enorme cuya altura, probablemente cercana a los tres o cuatro metros, superaba con creces la de los árboles más jóvenes.

—¡Vaya...! —exclamó, asombrada, Pandora; la niña seguía sentada en la hierba y a punto estuvo de caerse de espaldas de la impresión.

El gigantesco grifo bajó su cabeza para poder mirar a Pandora con un inconmensurable agradecimiento.

No puedes hacerte una idea de cuán agradecido me siento contigo, pequeña. ¿Qué podría hacer para retribuirte semejante regalo?

Pandora no podía dejar de mirar con fascinación las grandes alas del grifo, por lo que inquirió:

—¿Vuelas?

La cabeza del grifo se inclinó con solemnidad, dando una respuesta afirmativa a su pregunta que hizo sonreír a la niña. Su melena comenzaba a teñirse de un brillante y expectante color azul cuando formuló su petición:

—Quiero volar contigo.

La bestia alada se postró en el suelo y extendió sus alas, invitando a Pandora a trepar por ellas. La niña así lo hizo y se instaló sobre su poderosa espalda, aferrándose con sus manos a su pelaje salpicado de plumas.

¿Preparada, pequeña? —preguntó. Pandora respondió con un gritito ilusionado.

Entonces, comenzó el caos.

El grifo batió con tal fuerza sus alas que consiguió hacer estremecer a los árboles más próximos e incluso habría originado un maremoto de encontrarse cerca de la costa; luego, alzó el vuelo profiriendo un estruendoso rugido en el proceso que a punto estuvo de hacer temblar la tierra.

La formidable figura de la bestia alada, con una pequeña niña de cabellos dorados, anaranjados, turquesas, malvas, púrpuras... a sus espaldas, rompió la monotonía del manto estrellado que cubría la noche.

El grifo volaba cada vez más alto, haciendo quiebros y cambiando constantemente de dirección. El viento silbaba en los oídos de Pandora e impactaba en su rostro obligándola a cerrar los ojos. La velocidad del vuelo iba en aumento; el peligro, también. Y eso era algo que entusiasmaba a la niña; la hacía sentir eufórica, plena, llena de un sinfín de chispeantes emociones sazonadas con una pizca de miedo que no hacía sino aumentar la diversión hasta límites insospechados.

—¡¡PANDORA!! —La voz de su cuidador se impuso sobre el viento y los latidos que resonaban en sus oídos. Aquel grito, mezcla de enfado y pánico, la sobresaltó de tal forma que sus dedos aflojaron el agarre en torno al pelaje del grifo.

El pequeño cuerpo de Pandora, envuelto en una maraña de cabellos de un profundo tono violeta, se precipitó al vacío con vertiginosa rapidez.

Por fortuna, ese no era el destino reservado para la niña y así se demostró cuando fue capturada en plena caída, a escasos metros de impactar contra las copas de los árboles, por la bestia alada.

Pandora jadeó al impactar contra el cuerpo del grifo. Sentía su alocado corazón martilleando ferozmente en cada punto de su anatomía; eso había estado muy cerca.

Su lado temerario la exhortaba a repetir la experiencia; sin embargo, la Pandora sensata y responsable, la cual prácticamente nunca hacía acto de presencia, sabía que su vida había estado en peligro. Y eso era culpa suya. Su niñero estaría hecho una furia con ella; sabiendo que le costaría eludir la inevitable reprimenda por su parte —sus incesantes gritos eran un fiable indicador de ello—, la pequeña niña pidió al grifo que la regresara al suelo. La bestia, aunque mostrándose reticente a ello, así lo hizo.

El asfixiante abrazo de su niñero no se hizo de rogar una vez que los pequeños pies descalzos de Pandora entraron en contacto con la hierba húmeda.

—¡Por todos los dioses, no vuelvas a hacer esto! ¡Ni se te ocurra! ¡Nunca, a no ser que quieras estar castigada los próximos diez siglos! ¡¿Has entendido, Pandora?!

Toda esta retahíla de exclamaciones fue pronunciada entre susurros llenos de alivio y enfado en el oído de la niña.

—Lo siento, Morfeo... —atinó a murmurar.

—No, señorita, no lo sientes; te conozco lo suficiente como para saber que eres una diablilla traviesa sin remedio —dijo, separándose lo justo para poder mirar a la niña a los ojos.

Morfeo sentía un enorme cariño por la pequeña Pandora. La había cuidado desde que no era más que una recién nacida de grandes ojos y cortos mechones blanquecinos cuyo color variaba según su ánimo; la conocía como nadie y sufría lo indecible con sus constantes travesuras... ¡Por todas las estrellas del firmamento, esa niña no entendía lo que era tener cuidado!

Pero a pesar de todo, Morfeo no era capaz de enfadarse realmente con Pandora. Se disgustaba con ella, por supuesto, pues los quebraderos de cabeza que llevaban su nombre eran demasiado frecuentes para su tranquilidad mental; pero, cuando se dejaba atrapar por sus ojos cuajados de estrellas y un genuino —aunque fugaz— arrepentimiento, Morfeo no podía hacer otra cosa más que rozar la punta de su pecosa naricita con la suya propia y susurrar:

—Ay, mi pequeño caos, algún día acabarás conmigo...

Ella sonreía, con una calidez arrebatadora y contagiosa, y le respondía —tal y como hizo en ese momento—:

—Eso no pasará nunca, Morfeo; los sueños nunca acaban.

—Pero las pesadillas sí —señaló él, refiriéndose al angustioso momento en que la había visto caer desde las alturas. Fue entonces cuando recordó y reparó en el grifo—. ¡Tú! —Liberó a Pandora de la cárcel de su abrazo y se dirigió hacia la gran bestia, la cual aguardaba por él, impertérrita.

Una vez se encontraron frente a frente, se midieron con la mirada.

—Se suponía que no debías cruzarte de nuevo en su camino; ya causaste un terrible caos en su momento y ahora has estado a punto de costarle la vida...

Pandora no supo qué contestó el grifo, pues imaginó que únicamente hablaba para la mente de Morfeo, quien prosiguió su discurso recriminatorio durante unos minutos antes de girarse hacia donde había permanecido la niña.

—Pandora, haz que vuelva a ser pequeño —ordenó. Ella quiso protestar: el grifo no tenía la culpa de lo ocurrido; mas, ante la mirada que le dirigió y por el enorme aprecio que sentía por su niñero, decidió hacer lo que pedía.

Se acercó al grifo y le dedicó una mirada compungida.

—Lo siento —dijo por segunda vez aquella madrugada.

No lo sientas, pequeña; así ha de ser. Te agradezco por regalarme un momento así, tras tanto tiempo. —Pandora podría jurar que en los ojos del grifo se adivinaba una sonrisa sincera.

Lo miró atentamente durante unos segundos; ella también atesoraría el recuerdo de aquel vuelo en un riconcito especial del palacio de su memoria. Luego, guiñó el ojo izquierdo haciendo que disminuyera su tamaño; Morfeo se encargó de encerrarlo nuevamente en la caja de madera, de donde no debería haber salido; no todavía, al menos.

Asimismo, Morfeo guardó aquella caja en uno de los amplios bolsillos de su casaca; se aseguraría de ponerla a buen recaudo para que no volviera a suceder algo como lo que había pasado aquella noche.

Sin embargo, Pandora, irremediablemente traviesa como era y sería siempre, estaba dispuesta a hacerse con ella en algún momento y pasar con su nuevo amigo alado otros buenos ratos surcando el cielo; tendría cuidado y ni Morfeo ni nadie tendrían por qué enterarse de ello.

La pequeña sonreía con inocencia y una pizca de picardía cuando su niñero, ignorante de las ideas que burbujeaban en su inquieta cabecita, la invitó a aferrarse a sus hombros para llevarla a caballito de vuelta al claro del que se había fugado; pronto amanecería y debían regresar a su hogar.

—Morfeo... —Su voz sonaba amortiguada al chocar con su espalda.

—Dime, mi niña.

—No puedo tener al grifo como mascota aunque sea pequeñito, ¿no?

—No. —Fue su tajante respuesta.

Morfeo tuvo que hacer un gran esfuerzo por no reír ante la airada maldición de la niña. Avanzó por varios minutos sumergido en el silencio hasta escuchar de nuevo la dulce voz de Pandora:

—Morfeo... ¿Yo ya lo conocía de antes? —Las palabras que le había dirigido al grifo la habían llevado a esa conclusión.

No trató de eludir su pregunta, así que respondió:

—Sí. —Para evitar un interrogatorio prolongado de parte de Pandora, añadió—: Es una larga historia que te contaré cuando seas mayor.

—¡Ya soy mayor!

—No, no lo eres; ni siquiera has cumplido cinco siglos —rebatió Morfeo con seriedad, pero sonriendo; evitando ser visto por ella, claro.

—Que tengas más de dos milenios y medio no te da razón en todo, ¿eh? —se quejó Pandora.

—Duerme —dijo Morfeo.

—¡No quiero! ¡No pienso dormirme porque tú lo digas! —La innata rebeldía de la niña habló por ella, pues en el momento en que Morfeo comenzó a entonar una dulce melodía, sin letra alguna, la pequeña no tardó en sumirse en un apacible sueño; su respiración calmada, su palpitar tranquilo, sus cabellos del más puro blanco, reflejo de una calma y una quietud inusitadas en ella.

Morfeo sonrió, complacido y resignado por igual, preguntándose a cuántos sobresaltos más tendría que hacer frente hasta que su pequeña niña dejara de ser la personificación del caos. Dejó escapar un largo suspiro mientras pensaba que la esperanza era lo último que se perdía.

***

Este es, con gran diferencia, el relato más largo que he escrito aquí (unas 2700 palabras, por si a alguien le interesa); digamos que se me fue un poquito de las manos. Pero si os ha gustado, habrá merecido la pena estar hasta la una de la mañana escribiendo sobre este bicho de niña XD

Y, aunque sea con unas horas de retraso, quiero que este relato fantástico-mitológico-yo-qué-sé cuente como regalo de cumpleaños tanto para mí como para DanteVerne y Genista77, mis tocayos de cumple :3

PD: Aparte de a ellos dos, dedico este relato a Toriiak, porque solo nosotras dos entendemos plenamente su título XDD

PD2: Creo que lo he dejado de tal forma que podría haber una continuación; así que no descarto "El grifo de Pandora: el regreso" XD

PD3: Este no es el relato que os comenté en la parte anterior; ese sigue en proceso, pero tuve que aprovechar la chorrada que me sirvió de inspiración para este :P

¡Hasta la próxima! ^.^

PD4 (sí, soy adicta a las posdatas y a las notas infinitas): Cambiando de tema: me llena de satisfacción y orgullo (sip, al revés pa' que no pidan copyrightaish, cuántos recuerdos me trae esta chorrada XD—) informaros de que he quedado en el primer puesto del concurso de microrrelatos de SenyPremis en el que participé con "Cuando abrí los ojos...", "Al otro lado de la puerta" y "De chistes malos y mala suerte". ¡Gracias por organizar algo así, fue genial probar mis habilidades en la escritura en vuestro concurso! Y, a vosotros/as, lectores/as, gracias por acompañarme mientras tanto :D

Por cierto, mirad que cosa más preciosa de banner me han hecho :3

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