Un marido.

Diez años de matrimonio.

Tres hijos.

Ocho nietos.

Una pequeña bisnieta.

Ochenta y tres años y un álbum con viejas fotografías.

Un marido
cariñoso, detallista, trabajador, maravilloso. Siempre con una sonrisa en sus labios y en los de ella. Bueno, demasiado bueno.

Diez años de matrimonio
con un cruel final inesperado: un atropello a un par de calles de su hogar; había ido a buscar los regalos que su modesto salario podía conseguir para sus dos hijos. Era la víspera de Navidad.

Tres hijos
que tuvo que criar sola; el pequeño no llegó a conocer a su padre.
Casa, niños, trabajo, salir adelante, seguir, seguir por ellos, por su felicidad. Casa, niños, trabajo, tristeza, soledad.

Ocho nietos,
cuatro prácticamente criados por ella. Fuente de alegrías, fruto de la vida que ella había dado a sus hijos. Alegría, cansancio, pequeñas criaturas con la vitalidad y la salud que le faltaban a ella.

Una pequeña bisnieta
que, por casualidad, llevaba su nombre pero a la que no había conocido aún.

Ochenta y tres años y un álbum con viejas fotografías
como única compañía en el día de Navidad.

La ventana de su habitación en aquel asilo salpicada por incontables gotas de lluvia; su mirada salpicada por tristeza y soledad.
Una lágrima solitaria estancada en el laberinto de su rostro añejo; no se atreve a caer sobre la desgastada fotografía: su familia y ella, todos juntos, antes de convertirse en un estorbo para ellos... 

—¡Toc, toc! —dicen a coro los gemelos, irrumpiendo en el cuarto como un huracán sin haber llamado antes a la puerta.

Ante el asombro de la anciana, aparecen por el umbral sus tres hijos, con sus maridos y su esposa, y el resto de sus nietos: una pequeña con trenzas saltarinas, hermana de los dos idénticos alborotadores, varios adolescentes alejados por un rato de la pantalla de sus teléfonos, mujeres y hombres hechos y derechos, algunos ya con pareja, hasta llegar al mayor de todos, con una balbuceante sorpresa entre sus brazos.

—Esperanza —susurra a su hija—, te presento a la mejor abuela del mundo. —Con cuidado, deja tan preciada carga entre los temblorosos brazos de la mujer.

Las palabras no brotan de su garganta. La emoción la embarga, sostiene esperanza, recibe amor, compañía, un perdón en silencio que es concedido por un corazón que no sabe hacer otra cosa que no sea amar; su familia, alivio para su tristeza, bálsamo para su soledad.

La tierna criatura mueve sus bracitos en busca de atención. La mira. La mira y se pierde en sus ojos. Esos ojos azules tan hermosos que no ha visto desde la muerte de su amor. Acaricia la suave mejilla con su mano arrugada, la pequeña ríe, ella no puede reprimir un sollozo.

Su marido. Sus hijos. Sus nietos. Su bisnieta. Su familia.

—¡Feliz Navidad, abuelita!

—Feliz Navidad, mamá...

—Fe... Feliz... Navidad...

Ya no hay rastro de aquella lágrima solitaria,
ya no hay rastro de soledad;
hay tanta gente en su habitación,
tanto amor en su corazón,
que no se puede contar.

***

Mi idea original llegaba hasta justo antes del "toc toc", es decir, recuento y ampliación del mismo, todo así muy conceptual y tal... pero hasta a mí me pareció demasiado crudo y deprimente, habiendo metido además la Navidad: felicidad, familia y demás. Total, que saqué la agenda y me puse a llamar a todos los familiares de esta pobre mujer para que la sorprendieran cuando más lo necesitaba... Sí, hasta yo me sigo debatiendo entre si son o no una panda de desagradecidos :S ... Bah, es Navidad*, como he dicho antes: ¡FELICIDAD! Quedaos con ese mensaje de peli navideña de la sobremesa del domingo en Antena 3 y pasad un feliz día con los vuestros :)

( *En realidad, esto lo estoy terminando de escribir el 9 de noviembre, así que Navidad no demasiada XD )