Besos de color Navidad
Noelia tenía siete años y adoraba argumentar cualquier cosa. Por ejemplo, su padre tendría que llevar camisas de colores, en vez de esas blancas y aburridas con rayas, porque así se veía más feliz. Ese mismo motivo, la felicidad, también lo aplicaba a los alegres vestidos de flores que a veces llevaba su madre.
En lo referente a la Navidad, su época favorita del año —solo por detrás de las vacaciones de verano y su cumpleaños—, Noelia podía dar hasta siete razones para explicar su predilección por ella: las calles adornadas con luces, los dulces navideños, los villancicos, decorar el árbol, los regalos que le traían los Reyes Magos por ser una niña buena, no tener que ir al colegio y que sus padres pasaran más tiempo en casa con ella.
Sin embargo, ese año la niña había encontrado un «contra» que opacaba todos esos «pros». Sus padres no parecían felices, no se sonreían ni se miraban como antes. Noelia no entendía por qué actuaban así y no disfrutaban de poder estar todos juntos. Ellos se querían mucho, la pequeña lo sabía; entonces, ¿por qué estaban así de enfadados, distantes... tristes?
Para ella —para los tres, en realidad—, la Navidad siempre había sido sinónimo de alegría, risas y color, no de caras serias y miradas sin luz. Por esa razón, aquel veinticuatro de diciembre por la mañana, Noelia se propuso desterrar la tristeza de su casa y sustituirla por felicidad; y cuando ella se marcaba un objetivo, lo conseguía... menos aprender a guiñar un ojo, ¡eso era completamente imposible!
* * *
—¡Venga, corred o los Reyes ya se habrán ido cuando lleguemos!
Como cada año, los padres de Noelia habían llevado a su hija a la Plaza Mayor de la ciudad para que entregara su carta al Cartero Real y, como cada año, la niña tenía la esperanza de llegar antes de que Sus Majestades se hubieran marchado —el Cartero siempre le decía que acababan de irse a preparar todos los regalos que entregarían en unos días—.
Por desgracia para la pequeña, no estaban allí. Se sintió desolada, pues necesitaba hablar con ellos para pedirles un regalo muy especial que no figuraba en su lista. Eran tres y ¡eran mágicos! Estaba segura de que podrían conseguirlo; por ese mismo motivo, Noelia les escribía cartas a ellos: tres pares de manos podían con más regalos que un solo par.
—No pasa nada, cariño, el Día de Reyes los verás en el desfile —dijo su madre al ver el rostro decepcionado de su hija.
—Pero yo necesitaba verlos ya —contestó con pesar.
Cuando estaban a punto de abandonar la abarrotada plaza, aparecieron tres hombres frente a ellos. Lo primero que vio la niña fueron tres sonrisas afables. Luego, se fijó en el resto de sus rasgos: el situado más a la izquierda se veía joven a pesar de su barba y su pelo canoso, el que estaba en el centro lucía una melena castaña que le llegaba a los hombros y el rostro del último era casi tan oscuro como sus chispeantes ojos negros. Llevaban ropa formal y bufandas de lana que los protegían del frío.
—Buenos días —dijo el de pelo blanquecino—, somos parte de una empresa que se encarga de organizar eventos de ocio durante estas fechas.
—Hemos montado una pista de patinaje sobre hielo en la explanada que hay junto al centro comercial —añadió el de tez morena.
—Y estamos regalando entradas para que los niños disfruten de esta experiencia con sus padres y todos comiencen las fiestas con una sonrisa. Tomen. —El hombre de la melena castaña entregó tres entradas al padre de Noelia.
Luego, se marcharon del mismo modo en que habían aparecido, dejando un «¡Feliz Navidad!» flotando en el gélido aire.
—¿Qué dices, Noelia? —preguntó su padre.
La niña seguía mirando el lugar por el que se habían ido los tres hombres. ¿Acaso serían...?
Pero las ganas de patinar sobre hielo se impusieron a sus locas ideas.
—¡Sí! —exclamó dando saltitos y logrando transmitir parte de su entusiasmo a sus padres.
* * *
Ni la música navideña ni el sonido de las cuchillas al deslizarse por el hielo lograban aplacar la indignación que sentía Noelia por culpa de la actitud de sus padres. Durante el viaje en coche, habían discutido... por una tontería, como todas las discusiones que habían tenido las últimas semanas y ella escuchaba desde su habitación. Ahora apenas se miraban y, si lo hacían, rehuían los ojos del otro en menos de un segundo.
Noelia estaba ya harta de verlos así. No aguantó más y explotó:
—¡Por las barbas de los Reyes Magos, dejad de portaros como críos! ¡Con lo fácil que es el amor y los mayores solo sabéis hacerlo difícil!
Se alejó de sus padres, refunfuñando y pensando lo sencillo que había sido para ella tener novio: durante un recreo, se lo preguntó a Santi, él le dijo que sí y compartieron las galletas que llevaba como almuerzo.
Por su parte, Belén y Nicolás, los padres de Noelia, se habían quedado atónitos con lo que su hija les acababa de decir. Se miraron... y supieron que era verdad, que se estaban comportando como dos niños pequeños. O como dos adultos tontos, mejor dicho. Sin querer ceder, sin pedir perdón, enlazando una pelea con otra. ¿Cuándo había empezado todo eso? ¿Por qué?
El estrés de sus trabajos, no cabía duda; la incomprensión y los reproches sin sentido habían enturbiado su relación, aquella que siempre estuvo llena de cariño y complicidad.
Belén y Nicolás se miraron, como hacía tiempo que no se miraban, y se vieron a sí mismos quince años atrás, también en una pista de patinaje, el día que se conocieron.
Podría decirse que su amor comenzó con el choque de dos despistadas estrellas fugaces, siguió con una caída que culminó en los ojos del otro y que provocó dos reacciones en ambos: aquello que muchos llaman «mariposas en el estómago» y un desagradable dolor de trasero al impactar sendas posaderas sobre el hielo. ¡Todo muy romántico y poético!
Después, sin tener muy claro cómo, decidieron ir juntos a una cafetería. Ambos pidieron un chocolate caliente y, a través de esa dulce bebida, fue naciendo entre Belén y Nicolás lo que, cinco años después, el día de su boda, llamarían «el amor de su vida». Cita tras cita, beso tras beso, sin prisa y con la cantidad adecuada de intimidad, pasión y compromiso; con esos simples ingredientes —tan complicados de conseguir a veces—, fueron creando un sentimiento duradero y sólido.
Ahora, mirándose como lo hicieron aquella primera vez, se daban cuenta de que aquella situación no era justa para su amor, para ellos ni para su hija.
—¡Te amo!
Eso fue lo único que acertaron a decir, al unísono, antes de dirigirse al encuentro del otro.
En ocasiones, el destino da muestras de su peculiar sentido del humor; esta fue una de ellas: Belén y Nicolás resbalaron por culpa del hielo y la euforia y cayeron el uno sobre el otro, tal y como había pasado años atrás.
Se miraron, se rieron y, no queriendo perder más tiempo, se besaron.
* * *
Noelia patinaba entre la gente cuando reparó en tres figuras fuera de la pista: los tres hombres que les dieron las entradas en la plaza. Ella era bastante impulsiva, por lo que decidió que iría hasta ellos y les echaría en cara que eran unos mentirosos; ir allí no había servido para «comenzar las fiestas con una sonrisa» sino para que sus padres discutieran otra vez. Pero sucedió algo que la hizo frenar en seco.
Ya no lucían como lo hacían un instante atrás. Ahora en sus rostros se apreciaban arrugas surcadas por una sabiduría inmensa y llevaban ropajes exóticos, ostentosos, bordados en seda y oro; y, para que Noelia terminara de creer lo que sus ojos veían, había tres majestuosos camellos detrás de ellos. No cabía duda: ¡eran los Reyes Magos! Y lo más sorprendente era que nadie, salvo ella, parecía reparar en su presencia.
Entonces, Baltasar —él siempre fue su Rey favorito— le hizo una seña con la mano para que mirara a su izquierda. Ella así lo hizo y contempló, boquiabierta, a sus padres fundidos en un beso digno del final de una película romántica. ¡Ese era el regalo que tanto deseaba! Dirigió su mirada de nuevo hacia los Reyes y estos le guiñaron un ojo; ella intentó devolverles el gesto, pero fracasó estrepitosamente y, en uno de esos pestañeos, Sus Majestades se habían esfumado.
Noelia, feliz, regresó junto a sus padres, quienes estaban volviendo a aprender lo que ya sabían de memoria, redescubriendo todo aquello que seguían sintiendo el uno por el otro y comprendiendo que, en el amor, no todo era de color rosa: también había momentos grises, como aquellos que habían superado y ahora pintaban con besos de color Navidad.
Esa Nochebuena, Nicolás se puso una camisa roja y Belén, su vestido de margaritas, y así, los tres juntos y rodeados de amor y alegría, tuvieron una feliz Navidad.
***
Y así es como terminé escribiendo un relato navideño en septiembre, cuando aún hacía "un calor de la hostia", como dijo un erasmus italiano que estaba feliz de la vida por haber descubierto que los botellines de cerveza eran más baratos que el café :D
Pero lo publico hoy porque tiene algo más de sentido, ¿no? :P
Pues eso...
¡FELIZ NAVIDAD!
(Esto lo escribo en octubre, sí, flipad con mis saltos temporales XD)
Y hoy, día de Nochebuena, he tenido que poner de nuevo los dichosos guiones largos porque Wattpad me los había cambiado 😑😑😑
En fin...
Nos vemos mañana, con otro regalito navideño 😄 🎅🎅🎅
PD: Un agradecimiento especial a mi querido Robert Sternberg (nada, cosas psicológicas mías XD); y también al perfil de RomanceES, por incluir este relato en su antología navideña :3
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