Extraído de Crónicas I.

Ninguno de ellos deja de mirarme, no lo entiendo. No intentan siquiera hablarme. Me ven extrañamente y luego me ignoran, yo también.

La fría luna apenas brilla, la densa niebla apenas me deja ver, la oscura noche recalca mi soledad haciéndome notar que sólo no estoy, ellos me ven, los veo.

Mis pies descalzos siguen el sendero de tierra y césped muerto, busco si hay alguien que me salve, pero sólo están ellos. Me abro paso entre árboles y piedras recordando cuando les tenía miedo:

Una visita a mis antepasados por la noche, una aventura o tal vez pesadilla. He venido a ver lápidas heladas de gente que no conocí, me burlé de un par de nombres y luego los vi. Sin necesidad de luz los observé, diciendo mi nombre, llamándome. Aceleré el paso en busca de la salida, entrada a la salvación, la había perdido y daba vueltas en el mismo lugar. Los grandes ojos de aquellos que aún tenían, podían verme, ver mi interior. Tenían una voz gastada, como si reposara milenios y un aspecto que no quisiera recordar, si no los tuviera aún frente a mí. Los creí tranquilos hasta que en la penumbra sonrieron y me comenzaron a seguir a mayor velocidad, burlándose de mí, de mi vida y de mi humanidad.

Corrí a través del lugar, pero me tropezaba, choqué con un par de estatuas y lápidas, caí derrumbado al suelo. La sangre escurría de mi frente, rodillas y antebrazo, me veía apetitoso para ellos; no por la sangre, sino por mi esperanza, que se había quebrantado.

Me arrastré implorando ayuda pero nadie parecía oírme, sus risas eran evidentes, exageradas, se reían de mí. Cuando me sentí capaz, volví a correr, lejos de allí. No encontraba la salida pero yo sólo quería alejarme de ellos. Caí en picada por un pequeño barranco golpeándome con varios árboles en el proceso. Mi cuerpo se sentía magullado pero, al parecer, no era suficiente.

Todos me rodearon y me tomaron con sus frías y ásperas manos, sólo los que las conservaban aún, me observaron algunos, los que sí tenían cráneo u ojos. Entre todos ellos me levantaron como a un viejo papel y me metieron dentro de un sarcófago, me enterraron casi vivo.

Grité con fuerza suplicando ayuda, incluso de ellos. Nadie me escuchaba. Nadie puede oírte cuando estás bajo tierra o cuando no existes para el resto.

Sólo recordaba que alguna vez estuve con mi familia y que hoy estaba con unos monstruos de figura humana. Eran cómo rompecabezas incompletos y que cada pieza faltante hacía escurrir sangre. Como a mí me pasaba con el aire en el sarcófago, ahora mi cama.

Sentí ligereza y renací con la noche. Ninguno de ellos deja de mirarme, no lo entiendo. No intentan siquiera hablarme. Me ven extrañamente y luego me ignoran, yo también.

La fría luna apenas brilla, la densa niebla apenas me deja ver, la oscura noche recalca mi soledad haciéndome notar que sólo no estoy, ellos me ven, los veo.

Mis pies descalzos siguen el sendero de tierra y césped muerto, busco si hay alguien que me salve, pero sólo están ellos. Me abro paso entre árboles y piedras, lápidas, siguiendo una minúscula luz, ¡vinieron a rescatarme! Camino cada vez más rápido esperando encontrar a una persona que me ayude.

Era una familia, con niños, no debían estar aquí con estas bestias, traté de advertirles pero me ignoraron en su totalidad, me puse frente a ellos pero me atravesaron cual holograma, se dirigieron a una lápida y una de las bestias que me perturbó estaba ahí, viéndolos con ternura y lágrimas, su desfigurado rostro cambió al de una anciano, y su oscuridad se transformó en luz, ahora entiendo lo que son ellos, lo que somos, lo que soy yo.

Me dirijo al sarcófago donde ellos me echaron, pulí el grabado en la lápida y me acosté a un lado, esperando a que alguien me venga a visitar en mi primer dos de noviembre aquí.