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ECO


Miro entre todos los puestos siguiendo a mi madre, ella me ha traído al mercado como en cualquier lunes porque, según sus palabras, toda mujer debe saber hacer las compras. Los vendedores hacen lo imposible con tal de llamar la atención de los pueblerinos pero yo no encuentro nada interesante en sus productos.

Cargo la bolsa con los víveres para ayudar a mi madre, después de comprar varias cosas finalmente me mira y me da un par de doblones de oro. Esta es la mejor parte de acompañarla.

—Pero, Leila, no te vayas a gastar todo el dinero —me indica, yo sólo asiento dándole los víveres. Comienzo a recorrer y el mercado se vuelve más interesante cuando tienes dinero.

Observo entre las tiendas para ver si hay algo que me interese, después de perder el tiempo diciéndole a un señor que no estoy interesado en comprar una jaiba, encuentro una tienda peculiar en la que una anciana se sienta. A diferencia del resto, ella no puso ornamentos para llamar la atención ni grita o canturrea para que todos le compren, sólo tiene una manta con una escritura de pintura que no logro comprender. Ese puesto siempre me había llamado la atención pero nunca lo había visitado.

Me acerco y veo a la mujer cepillar a una muñeca, al verme la lleva a un estante y la posa junto a la figura de otra muñeca con cabeza de gato. Se dirige a mí y, sin mucho interés, me atiende.

—¿Qué busca? —pregunta de forma seca y antipática.

—Quería saber si tiene algo que me sea de utilidad—respondo mostrando los doblones de oro. Su rostro cambia a uno más amigable y me deja pasar al interior de la carpa.

—No sabré decirle si algo es de su utilidad pero siéntase libre de elegir lo que más le agrade. Todo lo de la mesa está en venta.

Después de rebuscar, veo algo brillante en oro que se asoma por debajo del mueble así que me decido a recogerlo. Al tomarlo entre mis manos descubro que es un espejo de mano, mi imagen en él se ve diferente a lo que acostumbraba ver en el viejo y polvoriento que está en mi habitación.

—Disculpe... Madam —le llamo, y ella se acerca a mí—. ¿Qué es esto?

La señora me arrebata el objeto y, sin siquiera verlo, esconde su cara reflectora contra su mandil.

—Puedes comprar lo que sea, menos esto.

—¿Por qué? Ese espejo estaba justo ahí, en la mesa —replico—. Además es hermoso, jamás me había visto en un espejo tan hermoso. Le daré todo mi dinero si es necesario, pero lo quiero.

—¿Te viste en él? —cuestiona con preocupación.

Tras asentir, ella comienza a balbucear a sus adentros y finalmente llega a un veredicto.

—Llévatelo, es gratis. No quisiera venderte esa cosa —contesta arrastrándome lejos de la tienda.

No entiendo su actitud, pero acepto el regalo. Busco a mi madre y la encuentro, ella me cuestiona dónde estaba y qué había comprado así que le mostré el espejo. Temía contarle que había sido un regalo así que mejor escondí algunas monedas en mi vestido.

Al llegar a casa voy directo a mi habitación y retiro el antiguo espejo de mi peinador y pongo el nuevo en su lugar. Su elegante madera de sauce negro e incrustaciones de oro lo vuelven más peculiar, así como el grabado en su base que lo nombra "Eco".

Veo mi reflejo en él y es como si el oro alumbrara mi rostro, me veo perfecta. Después de un rato, mi madre me llama.

—¡Leila! ¿Dónde estás? ¡Ya es hora de cenar!

Dejo el espejo en el peinador, salgo apresurada de mi habitación y miro por la ventana del comedor, ¿ya es de noche?

—¿No te has cambiado el vestido? —pregunta mi madre al verme con el vestido para comprar el mandado— ¡ni siquiera te has bañado!

—Mamá, ¿porqué oscureció tan rápido? —le pregunta.

—No estoy para tus juegos, Leila, ¿dónde estabas? —me cuestiona molesta, pero no sé qué responder. Tras mi silencio bufa— No tengo tiempo para esto, tengo que poner la mesa. Ayúdame con los platos.

De la alacena tomo los platos y los llevo a la mesa. Cuando todo está listo, mi padre llega como todos los días y, después de hablar con mi madre, nos sentamos a comer.

Ella me sirve un poco de sopa en el plato y estoy dispuesta a beberla mientras mis padres hablan pero mi reflejo en el líquido me intriga. Mi rostro me observa con profundidad y me sonríe aún cuando yo no lo hice.

—Leila... Leila... —me está hablando mientras me quedo en silencio.

—¡Leila! —grita mi madre molesta. Volteo a verla asustada, y tanto ella como mi padre me observan— ¿Por qué trajiste el espejo a la mesa? ¡Llévatelo de aquí!

—¿De qué hablas? —pregunto confundida—Lo dejé en mi habitación.

—Entonces, ¿qué tienes en las manos? —responde.

Bajo mi mirada hacia mis brazos y el espejo está en mis manos. Espantada grito y derramo mi plato sobre la mesa accidentalmente. Mi padre furioso se pone de pie.

—No puedo creer tu inmadurez, Leila, eres una señorita —levanta su brazo y señala el pasillo hacia mi habitación—. Esta noche te retirarás de la mesa antes y, cuando tu madre y yo terminemos de cenar, vendrás a limpiar tu desastre.

Sin responder, me retiro con la cabeza baja. No sé cómo demonios llegó el espejo allí. Yo no lo llevaba, ¿cierto?

Cierro la puerta de mi cuarto y me dejo caer en la cama. Miro el espejo y lo examino, ¿qué es lo que acaba de pasar?

Mi estómago gruñe porque no pude siquiera probar la comida e instantáneamente caí dormida.

En mis sueños no veo nada, sólo veo el espejo. Susurra mi nombre como si quisiera que lo tomara de nuevo pero por más que me acerco no logro alcanzarlo.

Despierto en medio de la noche y busco el espejo, pero no lo encuentro en ningún lugar. Necesito saber dónde está, ¿mis padres lo habrán tomado? ¿lo dejé en el comedor? Rebusco en mi peinador, vacío los cajones y no lo encuentro. Muevo la cama en caso de que haya caído ahí dentro y no lo encuentro.

Mi padre entra a mi habitación y me llama la atención.

—¿Acaso no sabes qué hora es? —me pregunta molesto, iluminándose con una vela.

—Papá, ¿has visto mi espejo? —pregunto examinándolo con la mirada, seguro él lo tomó.

—¿Hablas del que tienes en las manos? —no quiero ver mis manos— Es broma, tu madre lo necesitaba así que lo tomó prestado.

—¿Por qué? —cuestiono— Ni siquiera me lo pidió.

—Claro que lo hizo, y se lo prestaste antes de ir a limpiar el desastre —me explica, pero yo jamás hice eso.

—Papá... me quedé dormida y yo no le di nada a mi madre, ¿dónde está mi espejo?

Mi padre sale y entra con mi viejo espejo en las manos.

—¡No hablo de ese! ¿Dónde está mi espejo? —pregunto irritada.

—¿Pero ahora qué te pasa? —me pregunta mi padre con mucha molestia— ¿no es eso lo que estás buscando? —señala la mesa de noche y es como si el espejo justo hubiese aparecido porque no lo encontraba. Atónita me quedo sin habla y él se retira sumamente enojado.

Abrumada lo tomo y me miro en él. No sé por qué lo hago, pero me calma verme en ese espejo. Comienzo a parpadear con pesadez como si me fuese a quedar dormida, pero la voz de mi madre me despierta.

—Leila, ¿me pasas los tomates por favor? —me pregunta sonriente.

Miro a mi alrededor y estoy en la cocina, es de día. Llevo puesto un vestido que casi nunca uso y estoy perfectamente peinada.

—¿Qué hago aquí? Hace unos instantes estaba en mi cama.

—Te ofreciste a ayudarme a preparar la cena, jamás lo habías hecho, y si con unos instantes te refieres a hace 12 horas... deberías reformularte el concepto del tiempo, querida. Ahora pásame los tomates —responde. Pero yo no entiendo.

—Mamá... ¿qué día es hoy? —pregunto algo preocupada mientras le doy la verdura que me pidió.

—Viernes. Corta esta cebolla —responde ella, ¿qué? Ayer era lunes, estoy segura de eso.

—Sé que esto sonará un poco extraño pero, ¿podrías decirme qué ha pasado en los últimos tres días? —la cebolla oculta mis lágrimas con sus efectos cuando la corto, volviéndose la mejor excusa para llorar.

—Pues... el martes fuimos al río y lavaste toda la ropa, antier limpiaste el jardín antes de que tu papá llegara y ayer le ayudaste a reparar su bicicleta. A no ser que te refieras a otras noticias del pueblo —relata ella.

—¿Qué noticias? —le pregunto.

—Pues se llevaron a la señora Adeline, la anciana vendedora del mercado. Aparentemente padece de esquizofrenia. La encontraron rascándose la piel porque no encontraba a un tal "Eco" —dice confundida—. En serio estaba loca.

Por unos instantes me pongo a pensar en el espejo, en la escritura de su base.

—Hija, pásame la cebolla que picaste para añadirla al caldo.

Se la doy y me encamino a mi cuarto y busco el objeto. En mi cama lo encuentro, así que lo tomo en mis manos y observo su grabado.

—Eco —susurro. Alzo el objeto, dispuesta a estrellarlo contra el piso.

Con desesperación, mi madre entra a la habitación y me lo arrebata.

—¡No! —grita en el acto— ¿Qué ibas a hacer?

—No puedo seguir teniendo esa cosa, es lo que enfermó a la señora Adeline, debo deshacerme de esto.

—No, no debes —su voz tiembla. Intento acercarme pero revela el cuchillo contra mí.

—Mamá... ¿te viste en el espejo? —le pregunto mientras trato de acercarme— Necesito que me lo des, por favor.

—No, ¡Aléjate! —me grita ella con ira.

Sigo acercándome pero el ruido de la puerta nos distrae, papá llegó. Mi madre me empuja y caigo al piso, golpeándome en la cabeza.

Desorientada, trato de incorporarme y sólo veo a mi madre apuñalar a mi padre.

—¡No! Grito tratando de llegar a ella —la tomo del cabello y forcejeamos hasta que logro quitarle el cuchillo.

Ella sólo gruñe, acercando el espejo a su pecho así que decido arrebatárselo y lanzarlo. Este cae contra el suelo y se quiebra.

—¡Niña estúpida! ¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho? —grita sin cesar.

Empieza a rascar su piel, tratando de llegar más profundo hasta que, con la mirada encuentra el cuchillo. Se arrastra hasta llegar a él y lo usa para acabar con su vida.

El silencio se hace en mi casa y, sin creerlo, me acerco a ambos cuerpos. No sé qué sucedió pero fue culpa del espejo. Si esa cosa me afectó a mí, pudo hacer lo con mi madre tal y como sucedió con Adeline.

Trato de hacer que alguno de los dos despierte pero lo único que hago es mancharme las manos con su sangre. Decido que si esa cosa fue capaz de hacerme daño a mí, y a mi familia, debería deshacerme de ella y llevarla a un lugar donde nadie la pueda ver.

Recojo los trozos de vidrio con mis manos sin importar cortarme, las heridas arden pero debo llevarme esto de aquí. Apresurada salgo de casa, topándome con mi vecina.

—Hola, Leila, está tu ma... —se detiene al ver mis brazos sangrientos y lo único que hago es correr hacia el bosque.

El espejo empieza a susurrar mi nombre mientras corro entre árboles y arbustos. Finalmente encuentro una cueva, se le prohíbe a los niños entrar allí por lo peligrosa que es, podrían haber lobos u osos. Sin embargo entro para esconderlo allí a pesar de ser un lugar húmedo y oscuro.

—Leila... Leila... —repite el espejo conforme me adentro más y más a esta cueva—Sé que quieres ver —me dice.

Lloro pensando que, si lo dejo y huyo tarde o temprano pensarán que maté a mi familia y que la única manera de saber que nadie tomará el espejo es teniéndolo conmigo. Respiro profundo y acepto mi destino.

Me pongo de cuclillas y admiro el espejo que yace en mis manos, es tan brillante y claro que parece que refleja la realidad mejor que la verdad misma. Mi rostro se ilumina en este espejo como si fuese la primera vez que me vi en él. Todo es tan hermoso en él que desearía no parpadear jamás, y será mejor que jamás lo haga.

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Breve justificación: El subtítulo de la obra es Lepus & Narciso. Lepus es una constelación estelar con forma similar a un conejo, el mito detrás de esta historia es la historia de una isla que se infestó de conejos, razón por la que Zeus condenó a los conejos a vivir en el cielo. En este caso he tomado la idea de acabar con una peste o infestación. Leila se encarga de acabar con la peste de personas poseídas por el espejo Eco.

Por otro lado, Narciso es una pintura de Caravaggio que representa la bien conocida leyenda de Narciso. Su aplicación en esta historia está relacionada con la Ninfa Eco que se enamora perdidamente de Narciso pero este la rechaza, destrozando su corazón por lo que ella cobra venganza haciendo que se enamore de sí mismo y pase sus días viendo su reflejo.

Si pudiese escribir más, pero no lo hice para no extender demasiado este relato, incluiría nuevos detalles. Sin embargo, prefiero dejar este relato como un retrato a la confusión y al egoísmo.

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