Mi propio sol
Hola, este es un relato que escribí para un concurso mientras estaba liada con Elementales y Cambiantes XD... Total, que está un poco influenciado.
Este relato, por alguna razón que no llego a entender, se ha convertido en uno de mis preferidos y le tengo cierto cariño... es más, muchas veces he pensado en convertirlo en historia larga pero cambiando a los Cambiantes por Robots/Humanos jajjaa... estoy como una cabra.
Por eso, porque es especial para mí y porque sé que te gustó Elementales y Cambiantes, quiero dedicartelo a tí, Kristhina. Me has enseñado con palabras concisas, que la vida hay que vivirla, valorarla y disfrutarla hasta el final de los tiempos.
Se te quiere, lo sabes, siempre quedarás en mí y por lo tanto en mis escritos.
Espero que os guste... besazos y mil gracias por tomaros el tiempo en leer mis locuras ; )
Queda terminantemente prohibido copiar total o parcialmente esta historia, así como mis personajes, pues está registrada en Safe Creative con el código: 1502173272936.
PD: Hasta ahora, en su anterior ubicación, este relato tenía 268 lecturas, 33 votos y 35 comentarios.
.................................................................................................
Levanté la mirada al cielo, cerré los ojos y me dispuse una vez más a recrear esa sensación que había leído tantas veces en el diario de mi abuela. Intenté imaginar cómo sería sentir el calor del sol. Cómo calentaría mis párpados, mis mejillas, mi nariz, mi boca... y que por fin, al cabo de unos minutos, mi piel ardería calentada por aquel impresionante sol.
—¿Qué haces? —me preguntó aquella voz tan conocida.
Abrí los ojos, me di la vuelta y lo miré. Allí estaba él, con su piel morena, su cabello oscuro como la noche y esos ojos negros que por sí solos ya te decían lo peligroso que podía llegar a ser. Pero yo estaba tranquila, lo conocía y sabía que no me haría daño, que solo sentía curiosidad como cualquier animal.
—¿Porqué te acercas así? —le pregunté nerviosa. Siempre me ponía nerviosa que se acercara de esa forma.
—¿Así cómo? —preguntó con esa sonrisa pícara que lo caracterizaba.
—Así de sigiloso, no te he escuchado —le dije recogiéndome el pelo en una coleta alta para evitar centrarme en él. Si me mantenía en movimiento no me distraería mirándolo y no seguiría con su particular juego.
—No puedo evitarlo —dijo acercándose aun más.
—Quieto gato —le dije en un susurro—, soy humana y te he dicho mil veces que como nos vean juntos...
—Que sí, que sí —suspiró—, que ya sé que es peligroso y que los "tuyos" me mataran como te toque —sonrió mirando a su alrededor.
—Te lo tomas a broma y no lo es Rob.
Soltó una risita y empezó a dar vueltas a mí alrededor lentamente. Le dirigí una mirada furiosa.
—Deja de hacer eso —le advertí.
—¿Pero de quién tienes miedo? —Me preguntó deteniéndose frente a mí—. No te estoy tocando Mara, nunca lo hago.
Nos conocíamos desde hacía ya un año. Aquel día mis tíos me habían permitido salir sola a dar un paseo y me alejé demasiado del poblado. Llegué a un extenso prado y me tumbé en la hierba. Me quedé dormida y al despertar lo vi a él observándome a un metro de distancia. Al principio había creído que era un humano, pero Rob me confesó que estaba equivocada, que con quien estaba hablando era un cambiante, mitad león, mitad humano. Desde entonces nos encontrábamos en este prado y charlábamos. Descubrí que no me podía tocar porque sino su manada detectaría por el olor que había estado con una humana, así que nos limitábamos a hablar, a contarnos millones de cosas y a jugar a antiguos juegos de mesa que yo traía en mi mochila. Nos habíamos convertido en una especie de amigos.
Yo sabía que no debía entablar relación con un cambiante. Según mi poblado, eran monstruos que en algún momento habían sido humanos, pero que con la explosión de radiación de la potente bomba que había estallado hacía ya dos cientos años, se habían convertidos en animales sin corazón. Aquella misma bomba era la que nos había limitado a un cielo siempre gris y a un sol que casi no se podía discernir.
La población humana se había reducido a casi la inexistencia. Solo quedábamos poblados aislados en diferentes puntos del planeta, o eso pensábamos, porque el asentamiento de nuestro poblado era muy antiguo y solo nos habíamos encontrado con humanos nómadas de año en año y ellos contaban que habían visto asentamientos como el nuestro en otros lugares muy alejados de donde nos encontrábamos. Por esos mismos nómadas y por las escrituras de los antiguos, como el diario de mi abuela, sabíamos de la existencia de los cambiantes. Poco se conocía de ellos, excepto que eran mitad humanos y mitad animales. Pero un miedo atroz a lo desconocido de aquellos cambiantes azotaba a los seres humanos. Se había conocido de cambiantes que habían matado a humanos, pero en mi opinión todo era más fruto de las leyendas y del miedo a lo diferente, que a que los cambiantes mataran sin piedad. Al menos eso quería pensar yo, porque no me podía imaginar a Rob matando a un humano solo por el hecho de serlo. Sabía que él no era como los describía mi gente. Sabía que no era un monstruo y que no era un animal, al menos no en su forma humana, porque cuando se convertía en un león impresionaba bastante.
Lo miré a los ojos y negué con la cabeza. Sabía que llevaba semanas queriendo tocarme y no se lo permitiría. No sabía cómo podían reaccionar los de su manada. Él insistía en tocarme, solo por curiosidad, me aseguraba, como cuando se acercaba demasiado y olfateaba a centímetros de mí mientras sonreía e intentaba describir como era mi olor, afrutado según él. En aquella ocasión lo llamé mentiroso y le tiré un puñado de hierba a la cara. Al principio se quedó tan serio que me quedé petrificada al no saber cómo podía reaccionar, pero contra todo pronóstico, se puso a tirarme hierba y estuvimos jugando a eso hasta que le rogué que parara porque él me tiraba mucha más cantidad de la que yo podía reunir con las dos manos, y cuando me quise dar cuenta estaba enterrada en hierba.
—Solo te tocaré el brazo —intentó negociar.
Negué con la cabeza y bufó. No dejaría que por su capricho de querer tocarme, tuviera problemas con su manada.
—Es peligroso.
—Me da igual —respondió y gruñó.
—Sabes que gruñendo no vas a convencerme —le dije encogiéndome de hombros.
Soltó una carcajada y dio un paso en mi dirección.
—He hablado con mi alfa sobre ti y le he asegurado que no eres peligrosa.
—Estas mintiendo, ¿verdad?
Negó con la cabeza y comenzó a olfatear en mi dirección.
—Déjame, por favor —rogó como si fuera un cachorro cuando en realidad era el hombre más grande que había conocido.
Suspiré y di un paso atrás dejándole claro que no le dejaría continuar.
—Te lo digo en serio Mara, he hablado con Bianco y me permite tocarte. Él lo único que quiere es no entrar en confrontación con tu poblado y mientras te asegures de explicarles a los tuyos que estás conmigo por voluntad propia, no veo porqué van a enfrentarse a nosotros.
—¿Pero qué dices? —le pregunté sorprendida. Rob nunca me había sugerido nada de decirle a nuestra respectiva gente que nos estábamos viendo y que no era peligroso para los demás. Además, ¿cómo pensaba que iba a poder convencer a todo un poblado de que los cambiantes, contra toda sus creencias, no eran peligrosos?
—Iré a tu poblado y se lo explicaremos juntos.
—¿Te has vuelto loco? ¿Y si se dan cuenta que eres un cambiante y no te dejan ni siquiera hablar?
—¿Cómo van a saberlo si estoy en mi forma humana? Tú no te diste cuenta cuando nos conocimos.
Resoplé. Tenía razón, pero me daba tanto miedo pensar que le podrían hacer daño...
—Le veo muchas lagunas a tu plan —dije negándome a seguirlo—. No quiero que te hagan daño.
—No lo harán pequeña, estás tú para defenderme con ese genio que tienes.
Se volvió a acercar y yo volví a alejarme.
—¿Prefieres correr y que yo te alcance? —dijo entre risas.
—No sé qué te hace tanta gracia —le dije mosqueada. No entendía que se empeñara en ponerse en peligro.
—Si te preocupa mi manada, te puedo decir que están convencidos de que no eres peligrosa y solo están deseando que les presente a esa belleza de la que tanto hablo —suspiró tan fuerte que me pareció que gruñía—. ¡Si llevo un mes hablándoles de ti!
—¿Y por qué haces eso? —le pregunté mientras mi mente solo podía repetir: "¿te ha llamado belleza?"
—Porque ya no me vale con solo estar cerca de ti —susurró las palabras como si fueran un secreto—. Me gustas demasiado y sé que yo también te gusto. Lo siento en tu nerviosismo cuando me miras, así que no lo niegues Mara.
Me dejó sin palabras y ni siquiera me di cuenta cuando me agarró de las muñecas en un rápido movimiento tirando de mí. Yo, medio tonta, puse una mano en su pecho para no perder el equilibrio y de repente el corazón se me aceleró y no pude retener una leve sonrisa mientras negaba con la cabeza.
—¡Oh mierda! —exclame mirando su agarre y mi mano.
Ya no había marcha atrás, aquello que tanto había temido había llegado. Tendría que enfrentarme a mi gente y él a la suya para poder seguir viéndolo. Y lo quería seguir viendo.
—Que cosas tan bonitas me dices cuando te toco: ¡mierda! —exclamó imitándome con una sonrisa dibujada en sus labios.
Reí y él se unió a mi risa. Entonces comenzó a deslizar su dedo pulgar por mi muñeca y poco a poco su caricia subió por mi brazo.
—Eres tan suave Mara—dijo muy serio pero aquello me hizo soltar una risita.
Siguió acariciándome hasta llegar a mi cuello y finalmente a mi cara. Con una de sus manos comenzó a tocar mi pelo, deshizo mi coleta y el pelo calló sobre mi espalda. Se detuvo un buen rato jugando con los mechones de mi pelo, mientras que con la otra mano acariciaba mi cuello. Su piel oscura contrastaba con mi piel blanca y su pelo negro parecía ser el contra punto de mi pelo rubio.
—Eres preciosa —susurró cerca de mi oído, me estremecí y me abrazó.
Yo totalmente hipnotizada por su cercanía y su calor, me atreví a recorrer con mis manos su espalda hasta llegar a sus hombros. Él se separó un poco y me dejó explorarlo como él había hecho conmigo. Le acaricié sus fuertes brazos y subí mis manos hasta su cara demorándome en su incipiente barba. Alcé una mano y toqué su pelo con lentitud, entonces él se inclinó y yo deslicé mis manos hacia su cuello, lo rodeé con mis manos y me entretuve una vez más en entrelazar mis dedos en su pelo.
—Sonríes —dijo mientras rodeaba con sus manos mi cintura en un fuerte abrazo.
Se acercó lentamente y yo lo atraje hacia mí. Nuestros labios se rozaron y yo sentí que ardía. Lo besé y él me besó como si aquello fuera lo más natural entre nosotros. Entonces supe exactamente como era el calor del sol. Rob era mi propio sol.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro