- SIN TÍTULO - .

Cuando la cerradura cede ante mi insistencia en abrir la puerta con la vieja llave de mi prometida, un olor dulzón me recibe, y me permito observar la casa detenidamente, posando mis ojos en cada objeto, como siempre solía hacer cuando todavía éramos unos críos, esperando un cambio repentino en la decoración, algún tipo de movimiento en los cuadros, un mínimo envejecimiento en las fotos. Pero todo sigue igual que antes. Entonces, mi vista se dirige a la cocina, al son de mis pasos, y contemplo el espectáculo: la encimera tan reluciente como siempre, los cajones cerrados, un trapo en la mesa y, en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. Sólo con verla me acuerdo de algo: es la que le regalé yo la última vez que nos vimos. Me tomo unos segundos para esperar a que se presente de nuevo aquel conocido revoloteo de mariposas en mi tripa, el que aparecía siempre que la veía o pensaba en ella, alguna señal de vida, algo. Pero lo único que hay allí dentro es, a su vez, la única forma de matar un sentimiento así: el tiempo.

Palabras: 218.