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Jaula blanca

*Aclaración: este relato fue escrito para ejercitar los distintos tipos de diálogo en un taller de escritura, por eso no habrá unidad de formato en ese aspecto. Van a encontrar discurso directo con raya y con comillas, discurso indirecto y discurso indirecto libre.*

Tengo frío. Sin apartarme del rincón en el que me encuentro, intento moverme un poco para sacarme de encima esa sensación de cuchillas filosas atravesando mi cuerpo. No resulta. Decido sacudirme más fuerte, tal vez de esa manera consiga que el calor regrese a mí y me alivie, al menos en parte. Al notar que eso es más efectivo, aumento la intensidad de mis movimientos. Procuro mantenerme activa.

Me alejo de la esquina y avanzo un poco. Me aburro. ¿Qué hacer? No es como si tuviera demasiadas opciones. Podría dedicarme a caminar por ahí o tararear alguna melodía. O simplemente recordar. Pensar en todo aquello que quedó afuera de esta jaula blanca, de lo que me trajo a este lugar en este momento exacto. Hay quienes se resignarían y dirían que esto es el destino. Yo no. El destino da asco. Si al menos tuviera algo con lo que mantener conciencia del paso de los días... Pero ni siquiera eso me han concedido. Solo estoy yo, conmigo misma. Nadie me presta atención. No me escuchan. Tampoco me vienen a ver.

No sé cuánto tiempo pasó desde que llegué. Al comienzo, todos estaban pendientes de mí, me buscaban, les interesaba todo lo que tuviera que ver conmigo. Pero al parecer ya no soy atrayente. Siguen alimentándome todos los días, claro. De eso no se olvidan.

Comienzo a cantar despacio e intento alejar de mí la tristeza que me abruma. Necesito aire. ¡Qué falta que me hace! Extraño la brisa en mi cuerpo y contemplar el azul del cielo y sentir el calor del sol sobre mí y oír los ruidos del mundo y ver todo lo que me rodea y poder ir adonde me plazca y hacer todo lo que me dé la gana. Pero no puedo. Esta canción es lo único que me mantiene activa, cuerda. Viva.

Mis pequeños pasos se transforman en un deambular constante por el lugar, hasta que después me dejo caer en alguna parte, no me fijo en dónde; en ningún momento dejo de cantar, la única diferencia es que el sonido se vuelve más estrangulado, al igual que los latidos de mi corazón. No sé cuánto podré sobrevivir de esta manera. Mis días se han convertido en un vaivén constante carente de sentido.

¿Cuándo acabará?

Un ruido fuera de lo habitual me aleja de mis pensamientos. Al elevar la mirada, veo que la puerta se abre, dejando frente a mí alguien a quien no creí volver a ver, un fantasma de mi pasado. Llevo semanas ansiando que viniera a buscarme, pero mis esperanzas se veían destrozadas con el paso de los días. ¿En verdad está aquí?

—¿Ale? —le pregunto, sin dar crédito a mis ojos—. ¿Viniste?

—Sí. Estoy acá.

Me levanto despacio, sin querer creerlo. Mi cuerpo tiembla, lo mismo que mis pensamientos. Igual que mi corazón. Titubeo sin atreverme a confiar en mis sentidos. Vino. Va a sacarme de acá. No sé cómo, solo sé que lo hará.

—Creí...

—¿Qué no vendría? Nunca podría dejarte tirada en este lugar. Lo sabés.

Todo lo que llevaba tanto tiempo guardando en mi interior se abre como si se tratara de una represa. Me abalanzo hacia él y lo abrazo con toda la fuerza de la que me siento capaz en estas circunstancias. Sus brazos me rodean en respuesta mientras susurra junto a mi pelo que nunca más me dejará sola. Una vez que me siento lo suficientemente repuesta para poder despegarme de él, tomo su mano y lo llevo al mismo rincón en el que me encontraba poco antes. Me dejo caer al suelo y él se acomoda a mi lado, sosteniéndome. Puedo sentir la fuerza que me transmite su presencia. ¡Cuánta falta me hacía!

Comienza a hablar de todo y de nada al mismo tiempo, llenando el aire con sus palabras y su voz, transformando los minutos en algo mucho más tolerable. Me cuenta acerca de lo lindos que están los días, que ya se siente en el aire el perfume de las flores que a mí tanto me gusta, que extraña pasear conmigo por los parques. Me habla de personas, algunos nombres me resultan familiares, otros no tanto, pero no me importa, oírlo es todo lo que necesito para que esta blancura constante que me enceguece parezca desaparecer. Con algunas palabras suyas puedo sentirme afuera, libre. En casa.

Después de un rato detiene su charla, pero nunca dejo de sentir su calor sobre mí, sus brazos envolviéndome con fuerza, transportándome a un lugar diferente, a otro tiempo. Estoy tan cómoda que mis ojos comienzan a cerrarse contra mi voluntad, me esfuerzo por evitarlo por el temor de que Ale desaparezca si me duermo, pero se hace difícil. Me obligo a hablarle, a ver si de esa forma consigo permanecer despierta. "¿Vas a llevarme a casa, no?", le pregunto. Él murmura algo en respuesta, pero no logro entenderlo. "¿Qué dijiste? Dijiste que sí, ¿no?". Sigo tratando de comprender sus palabras pero no puedo hacerlo. Su voz se vuelve más suave y lejana, y mientras mis párpados se hacen cada vez más pesados, distingo algo de lo que dice, solo una frase. "No puedo", murmura mientras yo caigo en un sueño inquieto.

Cuando abro los ojos un poco más tarde, me encuentro en mi cama. Es tan clara como el resto de la habitación. Siempre se asocia la blancura con la pureza, pero para mí ya no es así. Esa ausencia de color significa para mí morir en vida. Mi mirada se mueve alrededor de mi jaula blanca.

Intento moverme. No puedo. Me siento atrapada. Aferrada contra mi voluntad a aquella cama.

Alzo la vista y encuentro a esa mujer frente a mí. La misma de siempre. Ojos fríos. Labios fruncidos. Cejas alzadas. Y una bata. Del mismo color inmaculado que todo lo demás que me rodea.

Ya despertaste, por fin. ¿Y Ale? ¿Qué decís? ¿Dónde está Ale? ¿Estás diciendo que lo viste, que estuviste con él? Sí, estaba hablando con él pero me quedé dormida, ¿dónde está? Acá no hay nadie más que nosotras. ¡Mentira, Ale estuvo acá!, ¡¿Dónde lo llevaste, qué le hiciste?!

Empiezo a sacudirme en mi lugar, trato de mover los brazos pero no responden. Mi hermano está en peligro, tengo que salir de acá. ¡Tengo que ayudarlo!

Siento que me sujetan contra la cama con más fuerza, no veo quiénes lo hacen solo mangas blancas. Un pinchazo en mi brazo izquierdo y poco después siento que mis músculos, cansados por el esfuerzo de intentar escapar, se relajan.

Ya sabés que no me gusta tener que hacer esto, pero estás muy nerviosa, necesitás calmarte. ¡No, no, no, Ale! Ya vamos a hablar más tarde, relájate, descansá.

Al girar mi cabeza hacia ella, puedo ver las correas que sostienen mis brazos firmes sobre la cama. Los párpados me pesan otra vez, estoy cansada, y mientras me dejo llevar alcanzo a oír que le hablan a la mujer en mi habitación. Doctora, le dicen. Ella le comenta a quienquiera que esté ahí que deben cambiar la dosis, que hubo una recaída y que alguien, no sé de quién hablan, afirma haber visto a un hermano que murió hace quince años.

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