La habitación
La habitación
Te despertabas sobresaltada, jadeando y palpitando suavemente. Deslizas tus manos caliente por tu bello y sensual escote. Estas sudando. Te estorban las sábanas enrolladas por sus piernas, le estorba todo que pueda quitar su comodidad. Sin intención, como un acto inconsciente de sensaciones , empiezas a acariciar tus muslos en un intento de relajarte, y olvidar el calor que, como un intruso se ha introducido en ti. Tu piel suave te invita a seguir, seguir y no puede parar con esta emoción. Te mueves suavemente, jadeas de nuevo y te estremece como una felina que necesita que le den lindos cariños. Sin más, empiezas a ejercitar tus músculos genitales interiores. Sabes que eso no fallará. Empiezas, y con cada apretón vaginal, siente cómo los demás músculos de esa zona se estimulan. Curva su espalda, mojada de sudor y deseo. Cuando nota que la curva de la montaña rusa está a punto de llegar, se prepara lentamente, deseando que ese momento se eternice y llegue al climax. Agarras su sábana negra. Abres sus suaves, húmedos y tersos muslos y los pasas entre ellos. Muerde la punta y, con la mano tira hacia atrás, dejando que su clítoris sea rozado a placer y lujuria, sin olvidar, algún que otro gemido de gozo, y asi notas la excitación, tu clítoris palpita y cada vez más, se va hundiendo en el placer y en el ferviente deseo. Es irresistible la sensación del placer, y los dedos de las manos, se van introduciendo en tu cueva. Oscura, suave, húmeda, y muy hermosa. Solloza de placer. Su mente viaja libre, curiosa y ansiosa de encontrar su deseado paraíso. Y ahí estás tu a lo lejos con tu belleza y sensual desnudez. A cámara lenta te estas moviendo y me gritas con exaltación: “Aquí me tienes, preparada para ti. Házmelo”. Me agarras firmemente del cuello y nuestras lenguas chocan con tanta intensidad que allí mismo se estaba corriendo . Pero tu conoces muy bien y sabe que habrá más, mucho más siempre y cuando podamos disfrutar de esas apasionadas noches.
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