Era jueves. Un jueves de sol distante y brisa revuelta, cuando se encontró sujetando entre las manos una postal que acababa de recibir. Era una foto de Machu Picchu, Perú. No conocía a nadie allí, ninguno de sus familiares o amigos estaba o había estado nunca en Perú, mucho menos ella misma. En el reverso de la tarjeta, una única palabra:

«¿Vienes?»

Una pregunta, una invitación. Una sugerencia irrevocable. ¿De quién? ¿Por qué?

El resto del día pensó en ello, mientras caminaba por la calle, mientras iba a por café en el trabajo, mientras ordenaba papeles. Su mente estaba muy lejos de allí, volando por unas tierras que nunca había visto.

Machu Picchu.

¿Por qué, por qué...? ¿Y por qué no?

Y por qué no volar, y dejarlo todo atrás, y descubrir el mundo. Y quizá vivir.

Aquella noche le dio vueltas a la postal entre sus dedos, sin encontrar nada más que la terrible insinuación, la irresistible invitación a una aventura. Cuando empezaba a soñar despierta, cuando ya su imaginación volaba por altas cumbres, era momento de apagar la luz y dormir, quizá soñando con lo que nunca viviría. Eso había hecho tantas noches. No aquella.

Aquella noche siguió un loco impulso y se levantó de la cama. El mismo impulso que, cuando tenía nueve años, la llevó a meter una piruleta, su peluche y una muda de ropa en su mochila naranja y salir por la ventana de su casa. Fue una gran aventura, que duró hasta que sus padres la encontraron por el paseo marítimo. Esta vez, hizo lo mismo. Sacó una mochila de viaje, que había usado dos veces desde que tenía dieciocho años, y empezó a meter cosas. Una poca ropa, un libro gastado de Isaac Asimov y una libreta con un lápiz. Añadió el cepillo de dientes y una pequeña cámara compacta de 2010. Comprobó que no tenía el pasaporte caducado y se ató las botas de trekking, todo eso sin haberse quitado la camiseta de rock n' roll grande que usaba para dormir. Se puso un jersey encima, se enganchó la mochila a la espalda, regó la planta del comedor y salió del apartamento. Eran casi las tres de la madrugada y la calle estaba desierta, pero consiguió un taxi que la llevara al aeropuerto.

Perú la recibió con un aire cálido y agradable, nuevos olores, sabores y muchas ganas de explorar y descubrir. Machu Picchu la envolvió con un aire de asombro y maravilla, dejándola un poquito, irremediablemente, enamorada de aquella sensación. Hizo una foto con la cámara, la primera de muchas. Era hora de hacer sus propias postales.

Al llegar al hotel, la esperaba una carta. Esta vez era una foto de Finlandia, la tierra de los glaciares, auroras boreales, cascadas y laderas verdes.

«¿Siguiente destino?»

***

¿Síndrome de Walter Mitty? Sí.

Y esto es lo que pasa cuando me pongo a pensar por la noche y se me ocurre una idea inspirada en una prueba de portada que hice en 2019. Cosas que pasan.

Entre soñar despiertos y cumplir los sueños.