Lucifer
Me llamo Lucía Fernanda y vivo en una vieja casucha en una calle de Barcelona. Me gusta salir a pasear sin rumbo fijo, así como también me gusta quedarme metida en mi casa sin hacer nada, durmiendo y retozando, o subir a la buhardilla desde cuya ventana me puedo pasar horas mirando a la calle, a la gente, y a la nada.
Antes he dicho que mi nombre era Lucía Fernanda, pero este nombre que me pusieron no me gusta. Me llaman Lucifer. Mi aspecto es el de cualquier gata de pelaje negro azabache y ojos color ámbar en buenas condiciones.
Aquí, en el barrio, hay otros de mi especie. Algunos viven en casas con humanos, otros son libres callejeros. Unos están mejor cuidados y bien alimentados y otros tienen un aspecto más miserable.
Yo vivo en una casa con una vieja que me cuida y me da de comer, pero que siempre me da la libertad de salir a mi antojo.
Todos los gatos del barrio, entre medio domésticos y callejeros, tenemos un cierto orden jerárquico. Son comunes las riñas entre dos o más gatos, por un motivo o por otro; ya sea por comida, por una gata o por un sitio.
A mí normalmente me tienen respeto, y puedo hacer lo que me venga en gana como una reina. Pero siempre hay alguno con valor suficiente como para retarme. Entonces todo mi cuerpo se pone en tensión, se me eriza el lomo, preparo mis garras y mis ojos ambarinos relampaguean mirando fijamente a mi adversario. Nos enseñamos los dientes y nos amenazamos con una mezcla de gruñidos, maullidos y bufidos. Tras esta primera guardia amenazante se sucede el primer ataque rápido como un relámpago, luego el contraataque y una nueva pero breve pausa, seguida de la verdadera lucha de uñas y dientes, que termina en un gato victorioso y otro vencido. Todo sucede rápidamente y sin daños excesivamente graves, aunque hay muchos gatos marcados. En cuanto a mí, suelo ser la vencedora.
También ha habido muchos gatos peleándose por mí, para hacerme la corte. Nunca he prestado demasiada atención a los cortejos, pero hubo una vez un gato que salió victorioso de una de estas peleas para venir a mí, que sí consiguió llamar mi atención.
Se llamaba Tom, o Don Tomás. Era un gato gris atigrado, y recuerdo que tenía una marca en la oreja derecha, producto de alguna reyerta.
Se acercó a mí y empezamos a olfatearnos, yo manteniendo una posición orgullosa y desinteresada, mientras que él poco a poco se me iba acercando en actitud embaucadora. Al final consiguió romper mi altanería y ambos nos fuimos por las callejas hasta subir a los tejados, comenzando un juego que duraría días.
Al principio no era más que eso, un juego; uno perseguía al otro, correteabamos, nos revolcábamos y nos mordíamos levemente, o nos echábamos uno al lado del otro entre caricias, lametones y masajes. Estuve ausente de mi casa varios días, en los que no me separé de él, durmiendo y buscando la comida juntos.
Supongo que éramos felices. Atendíamos a instintos animales, y yo me dejé hacer por él. Luego, él desapareció y nunca más lo volví a ver.
Retorné a mi casa, junto a mi señora, y me quedé en mi buhardilla con ánimo misántropo. Después lo pasé, y aunque no lo olvidé por completo, volví a mi vida normal.
La vida de Lucifer, la gata negra de barrio que tan pronto dispone de su casa como de la calle, y que se hace respetar por todos.
Lucifer; La Gata Negra de Barcelona. ¿Qué os parece este pequeño relato de la vida gatuna? Como muchas cosas de las que termino escribiendo, empezó por ser más nada que algo, pero como siempre se me termina ocurriendo una idea espontánea. Votad y comentad vuestra opinión :).
Puede que no sea la última vez que veais a Lucifer.
Psd: Wattpad no me quiere y no me deja poner la imagen en la cabecera del capítulo ;-;
Psd2: 666 palabras UwU.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro