En pleno invierno, cuando parece que la tierra está más muerta y que la vida se esconde, cuando parece que solo reina la desolación en el campo; en esa estación, la estación fría y oscura con la que comienza el año, realmente hay muchas cosas.

La nieve cae, en copos irregulares de un lado y de otro, soltados al azar por unas nubes blancas y opacas que se han adueñado del cielo. El manto blanco va cubriendo poco a poco el suelo, y si las condiciones son propicias se creará una capa consistente de nieve, sobre la que se podrán apreciar las pequeñas huellas de un conejillo que, saliendo de su cobijada madriguera, explora con su naricilla el frío hielo en busca de alimento. Y también la indispensable pajarilla de las nieves, la clásica lavandera blanca reinadora del invierno, paseará tranquilamente con sus patas sobre la nieve, armonizando con sus colores blancos y grises contrastados con negros. Y sin prisa ninguna, resguardada de los copos que caen por sus cobertoras plumas, proseguirá su jornada en pos de alguna larva para su desayuno.

Los copos caen en las  ramas de los árboles desnudas, cubriendo algunas almendras olvidadas que, peladas y tostadas, harían una rica merienda o unas deliciosas marquesitas, nevadas como el paisaje. Y mientras esta nevada prosigue incansable, un estoico milano sobrevuela el cielo nuboso con tranquila majestad, impasible ante el frío, para luego perderse más allá de la bruma.

Esto es un día de invierno, entre otros muchos. Días de sol invernal, o días de grises nubes; algunos con viento, otros con lluvia, unos mejores y otros peores. Así el frío y los campos yermos recorrerán poco a poco un camino hacia la primavera.

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He aquí un relato que escribí con la inspiración de un día de nieve, al estilo de mi anterior relatillo "Los Estertores de Septiembre". Espero que os haya gustado y nos vemos en el siguiente ;33