Reto#8 (Sobre libres y esclavos)
RETO:
Relatar una huida en no mas de 700 palabras.
Marcus echó el brazo hacia atrás. La hoja del gladius salió del vientre de aquel romano empapada en sangre. Él lo habia hecho, él lo habia matado; un simple catamita sin destreza ni entrenamiento alguno habia acabado con la vida de un legionario. No habia sido suerte, ni mucho menos algún tipo de dormida habilidad, habia sido desesperación y ganas de vivir, un deseo feroz de dejar de ser un juguete pasado de mano en mano.
Aurelio encontró su mirada. El alto y fornido esclavo tenia las manos manchadas de sudor y sangre. Lo tomó del brazo instándole a moverse.
Cuando atravesaron las puertas de madera las dos docenas de esclavos de diferentes ocupaciones, edades y géneros, comenzó a llover. Poco más que una llovizna; insuficiente para llevarse del cuerpo las huellas de la mortandad. Antes de emprender la marcha entre el bosque que apenas se distinguia en la negrura nocturna, ellos se miraron unos a otros. Algunos se conocían, otros no. Compartían un solo motivo en común, aunque detrás hubiera otros tantos, el ansia de libertad.
Aurelio seguía arrastrando a Marcus. Este rememoraba su escueta charla días atrás. No recordaba si habia consentido a su plan con todas las letras o si solo habia asentido con temor. Estaban escondidos entre los fardos de tela que el domine habia encargado para hacer los cortinajes del aréa nueva. El plan susurrado le habia parecido una locura a Marcus pero no se iba a negar ni aunque lo llevara a la muerte. Ya no podía más, no soportaban más ni su cuerpo ni su mente. Habia asentido, antes de besar la boca de Aurelio con intensa voluptuosidad. Ahora ambos corrían entre los árboles que se agitaban con el viento que comenzaba a soplar cada vez con mas fuerza. Mojados y con un frío que parecía calarse hasta sus huesos. Aurelio llevaba los pies descalzos, cada paso que daba dejaba un rastro sanguinolento, entre la hierba húmeda, la tierra enfangada y las pequeñas ramas. Marcus tenía una herida que chorreaba rojo en uno de sus muslos. El dolor era soportable pero con el paso del tiempo sentia la herida mas caliente e inflamada.
Con una ansioso ademan Marcus le pidió a Aurelio detenerse. Debia respirar profundo por un momento. Él era mas fragil que su amante, delgado y pequeño, tambien algo mas joven. Tan diferentes entre sí como un arbusto y un sauce.
Aurelio se detuvo, es más lo sostuvo por un momento entre sus brazos. Ese gesto hizo que el tiempo dejara de correr por un momento, que la impaciencia y el afán se calmaran, que los corazones, ahora cercanos el uno del otro, se acompasaran a un ritmo normal. Sobre el hombro de Aurelio, Marcus pudo apreciar a la luna llena que se alzaba sobre todos; esclavos y libres, sin hacer distinción, sin menguar ni acrecentar su brillo, fueran lo uno o lo otro.
Marcus lo soltó cuando oyó el sonido de caballos acercándose. Negó y maldijo a sus dioses que no parecian estar de su lado.
Los que los buscaban estaban a solo unos metros. Iban a alzanzarlos. Terminarían clavados en una cruz, sus rostros picoteados por los pájaros, sus gargantas y labios resecos, ni siquiera podrían llorar lágrimas.
No sería así, Marcus no lo permitiría, despojó su mente de toda inminente fatalidad y emprendió de nuevo la marcha.
Siguieron corriendo. Esquivando en su huida troncos mohosos y resbalosos charcos.
Marcus podía sentir cada latído en sus oídos, retumbando como lo hacia el tambor en manos del druida de su pueblo.
El galope se escuchó próximo e incesante. La promesa de un río cercano espoleó las pocas fuerzas que les quedaban.
Con los restos de fortaleza deshaciéndose a cada paso dado, llegaron hasta donde una corriente agitada corría río abajo.
Se miraron a los ojos. Obligados a decidir entre la muerte ( o la cautividad que era lo mismo) y el incierto destino que eran esas aguas.
No les robarían la libertad. No ahora que la habían probado. Sabía dulce y estaba rellena de promesas que iban mas allá de la muerte.
Marcus y Aurelio se arrojaron al agua tomados de la mano.
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