XXXI
Después de presenciar otro de sus fríos asesinatos Ian me encerró nuevamente en esa maldita celda. Llevaba demasiado tiempo ahí y estaba comenzando a desesperarme.
La sensación de terror me carcomía mientras caminaba de un lado a otro a la espera de su regreso.
Probablemente estaba deshaciéndose del cadáver y cuando volviera estaría sumamente furioso.
Había dicho que nunca me haría daño físico... pero no podía creerle, era un asesino. La ira en el fondo de sus ojos evidenció que sus supuestos sentimientos no eran lo suficientemente sólidos como para perdonar mi desobediencia. Iba a desquitarse... y de la peor manera...
—¿Extrañaste tu celda? —lo escuché decir a mis espaldas, lo cual me hizo dar un respingo.
—¿Qué hiciste con su cuerpo? —exigí saber.
—Lo llevé a un lugar donde nunca lo encontrarán —respondió sin más.
—Ese hombre tal vez tenía familia, tal vez tenía hijos... y le disparaste sin ningún tipo de remordimiento —le reproché, asqueada.
—Digamos que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado —replicó con una sonrisa torcida—. Además, fue tu culpa. Te dije que te quedaras dentro. Si no hubieses salido, ese hombre ahora estaría en casa con su familia.
—¿Cómo puedes cometer crímenes tan atroces y culpar a los demás sin ningún tipo de culpabilidad? Eres un monstruo —mascullé.
—Eso era algo que ya sabías... —refutó con expresión sombría—, y aun así te atreviste a desobedecerme, ahora pagarás por ello...
—¿Y qué piensas hacer conmigo? —pregunté, agarrando los barrotes de la celda mientras sostenía su mirada, ceñuda.
—Te noto ansiosa —se burló, aproximándose a mi rostro—. ¿Tanto te gusta lo que te hago que ya no puedes esperar...?
Su expresión de suficiencia y regodeo me irritó tanto que escupí su cara.
—Maldito psicópata —gruñí con la mandíbula apretada.
Mi acción, lejos de enfadarlo, hizo que una sonrisa torcida se extendiera por su rostro para luego limpiar con el dorso de su mano su mejilla mientras miraba el suelo.
—Ya te he mostrado muchas veces de lo que soy capaz... pero parece que sigues sin saber quién manda aquí, así que ahora lo sentirás en carne propia —anunció, sombrío.
—¿Qué harás conmigo, Ian? —pregunté con una opresión en el pecho mientras él habría la celda en silencio, ignorando mi desesperación—. ¡Responde! —me exalté.
Mis exigencias provocaron que se enojara y sacara el arma de su bolsillo trasero para apuntar directo a mi cabeza, lo cual me hizo tragar con fuerza. Estaba furioso y me estaba apuntando. Esto no pintaba bien...
—¿Vas... a matarme...? —pregunté en voz baja.
Él ladeó la cabeza, analizando mi expresión mientras continuaba apuntándome a una distancia prudencial.
—¿Me tienes miedo? —dijo finalmente.
—Prometiste que no me lastimarías... —le recordé, ceñuda—. Supongo que la palabra de un asesino no vale nada... —sentencié.
—Dijiste que te quedarías dentro... tu palabra tampoco vale nada... —contraatacó—. Sal de la celda —ordenó.
Por unos segundos me quedé congelada. Mi cuerpo no respondía porque sabía que al salir no me esperaba nada bueno.
—¡Que salgas de una puta vez! —gritó, acompañado de un disparo al techo, el cual fue tan estruendoso que me hizo dar un respingo, provocando que saliera de mi estado ensimismado.
Lentamente reaccioné y con pasos vacilantes avancé hacia la salida. Ian se apartó aún apuntándome para cederme el paso.
—No hagas nada raro —ordenó justo detrás de mí.
No podía verlo, pero sabía que continuaba apuntándome.
En breve llegamos a su sala de tortura.
—Acuéstate —gruñó a modo de mandato, posicionándose en la mesa sobre la cual descansaban todos sus instrumentos mientras colocaba su arma junto a estos.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté, temerosa, pues sabía que las personas que se acostaban en aquella mesa del centro no acababan bien.
—Haz lo que te ordeno, Marina —dictaminó, retomando su arma para apuntarme.
—Vas a matarme... —musité sin disimular mi temor, retrocediendo un par de pasos.
La puerta de la habitación estaba cerrada, así que no tenía forma de huir.
—No voy a matarte —aseguró—, pero me estás irritando y, creéme, será peor lo que te haré.
—Para ser un psicópata tus tácticas de persuación no son muy buenas —repliqué con sarcasmo a pesar de que seguía aterrada.
—Marina... acuéstate de una puta vez, no lo repetiré...
Mi entrecejo se hundió ante sus palabras.
—No quiero —dije finalmente.
—Me harté de ti —emitió y luego dio un disparo, pero esta vez no fue al aire, sino a mí.
Su precisión era muy exacta. El disparo simplemente rozó mi brazo, pero era evidente que la bala había hecho contacto pues un hilo de sangre se asomaba en mi piel.
Entre el estruendo del disparo y el ardor de la pequeña herida me distraje, lo cual le dio tiempo suficiente a Ian para llegar hasta mí.
—¡Suéltame! —chillé en medio del forcejeo.
—¡Obedece, maldita sea! —gritó mientras yo lanzaba manotazos y él intentaba detenerlos, pero uno de mis bruscos y desesperados movimientos terminó con una bofetada en su cara, lo cual hizo que agarrara finalmente mis muñecas mientras ambos sosteníamos la mirada del otro.
—No estás enamorado de mí, estás obsesionado con lograr someterme, pero, ¿sabes qué? Nadie lo ha logrado y tú no serás el primero.
—Tal vez yo no lo logre, pero después de hoy a nadie más le importará hacerlo —refutó, provocando que frunciera el ceño, confundida.
¿A qué se refería?
Dicho eso, haciendo uso de su fuerza y a pesar de mi resistencia, logró tenderme sobre su mesa de tortura y me colocó esas especies de tobilleras y muñequeras anexas a la mesa para evitar que escapara.
Al terminar, miró mi cuerpo desnudo con suficiencia y una sonrisa torcida.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté, fulminándolo con la mirada.
—Ahora te mostraré... —dejó suspendida la frase, dio media vuelta y se largó.
—¿A dónde vas? ¡Ian!
Llevaba un buen tiempo mirando el techo mientras intentaba escapar, pero era imposible. Aquella mesa estaba perfectamente diseñada para que quien se acostara en ella no pudiera huir.
Mi corazón latía erráticamente, víctima de la desesperación.
¿Qué mierda hacía Ian?
Creo que hasta prefería mirar su cara de sádico antes que esperar a que volviera.
Como si el universo respondiera a mi petición, Ian regresó... y con su expresión sádica plasmada en el rostro... pero no traía solo eso. En su mano portaba una barra metálica con un mango de madera y el extremo de hierro estaba al rojo vivo.
Al ver eso, la opresión en mi pecho se agudizó.
¿Qué me iba a hacer con eso?
—Ian... ¿qué vas a hacer...?
—Ya no escucho ese tono altanero en tu voz —se burló colocando la barra de hierro sobre la otra mesa para luego tomar un cuchillo de proporciones considerables—. ¿Acaso comienzas a conocer tu lugar?
—Ian... ¿qué harás? —musité, sintiendo cómo mis ojos se tornaban vidriosos. Había visto varias veces esa mirada sádica y psicópata, pero por primera vez iba dirigida hacia mí.
—¿Tienes miedo, Marina? —emitió al subirse a la mesa, colocándose a horcajadas sobre mí.
—Ian... por favor... —murmuré, cerrando los ojos mientras él "acariciaba" mi rostro con la fría hoja del metal.
—¿"Ian, por favor"? —repitió, depositando un suave beso en mis labios mientras sentía su torso desnudo contra el mío—. ¿Ya no soy un monstruo psicópata?
—Ian... —repetí con un hilo de voz, sobreponiéndome al nudo en mi garganta y a la opresión en mi pecho.
—¿Ahora soy "Ian"? ¿Y "el enfermo"? —preguntó, succionando mis labios y luego pasó el cuchillo por el lugar que había besado—. Ahora mismo podría llenar de cortes tu hermoso rostro...
Su amenaza provocó que instantáneamente abriera los ojos.
—No... por favor... —le pedí dócilmente y eso lo hizo sonreír.
—Las personas deben estar en las circunstancias adecuadas para aprender cuál es su lugar —comenzó a decir irguiéndose sobre mí para posicionarse a horcajadas sobre la zona de mis muslos—, pero a veces es demasiado tarde para rectificar... —añadió, desplazando la fría hoja metálica sobre mi abdomen hasta detenerse en mi pubis— y esta es una de ellas.
—¿Ian...?
—No es Ian quien está sobre ti... es el maldito monstruo psicópata...
Después de escuchar eso lo siguiente que sentí fue un dolor intenso en mi vulva: Ian me estaba cortando.
—¡Ian! —chillé.
—Puedes gritar todo lo que quieras... no pienso detenerme —aclaró con su sonrisa torcida.
—¡No hagas eso, por favor! —grité, liberando un raudal de lágrimas mientras él proseguía con sus cortes.
—¿No te gusta así? —preguntó al detenerse—. Tal vez te guste más así —agregó y luego sentí cómo introducía el cuchillo lentamente en mi vagina.
No encuentro palabras para describir el grito que liberé ante aquel inefable dolor.
—¡¡¡Basta, por favor!!! —chillé desde lo más profundo de mi garganta mientras lloraba y sentía el dolor de mis muñecas y tobillos intentando escapar del metal que los retenía, pero era imposible.
Ian no solo se limitó a introducir el metal, sino que además hizo movimientos circulares con él dentro para luego entrarlo y sacarlo variando la velocidad. Parecía que me estaba masturbando, pero su acción estaba muy lejos de darme placer.
—¡¡¡IAN, BASTA!!! —proseguí gritando, pero él no se detuvo, al contrario, lo hizo con más ímpetu y en su rostro se evidenciaba que lo estaba disfrutando—. ¡¡¡IAN!!!
Ya mi garganta dolía de tanto gritar.
—Parece que eso no te gustó —emitió, deteniéndose repentinamente, lo cual fue un leve alivio.
Ian se bajó de la mesa para ir a buscar la barra de hierro al rojo vivo. Manteniéndose en el suelo la posicionó justo frente a mi entrada.
—Ian, ya basta, por favor... —imploré en medio del llanto—. No te desobedeceré otra vez, lo prometo. No te ofenderé y haré todo lo que me pidas, pero detente ya, te lo suplico...
—Ya es tarde para hacer promesas, Marina...
Dicho eso mi intimidad fue invadida una vez más y mis gritos resonaron nuevamente en toda la habitación.
Ya no podía articular súplicas siquiera. Solo lloraba y emitía gritos de dolor.
De repente escuchamos algo que para mí fue un rayo de luz en medio de un día de tormenta.
—¡Tenemos la casa rodeada!
—¿La policía...? —articuló Ian, deteniendo su tortura.
Yo, por mi parte, aún sentía un dolor indescriptible, pero ahora parecía menor debido a las nuevas circunstancias. La policía estaba aquí. Estaba salvada...
—¡Ríndase! ¡Está rodeado!
—Esa es la voz de... —musitó Ian.
El sheriff.
Por unos segundos se quedó ensimismado y evidentemente perturbado.
Su abuelo estaba afuera con un equipo dispuesto a arrestar a su propio nieto.
—¡Libere a la chica y salga con las manos en alto!
El nuevo mandato sacó a Ian de sus pensamientos, lo cual hizo que me liberara. Lenta y débilmente me puse de pie.
—¿Vas a entregarte? —pregunté, esperanzada.
—Por supuesto que no —respondió, forzándome a darle la espalda mientras apuntaba a mi sien—. Tú eres mi garantía. Camina —ordenó.
—Ian, por favor... Tal vez si te entregas tu condena sea menor —intenté razonar con él mientras caminábamos hacia la salida.
—He asesinado a mucha gente, Marina. No tendrán piedad con un asesino en serie. Además, no me interesa el perdón de la ley, solo quiero huir lejos... contigo...
—¿Qué? —murmuré justo antes de que Ian abriera la puerta.
Al salir, todos se quedaron sorprendidos al ver la escena, incluido el sheriff.
—Ian... —dijo el señor Hyde.
—No tengo intenciones de entregarme —aclaró Ian—. Solo quiero huir y si alguien intenta impedírmelo, le dispararé a Marina —aseguró, apuntándome directo a la sien mientras me retenía con su antebrazo por el cuello.
—Ian, será mejor que te entregues —sugirió Andrew, apuntándole.
El sheriff parecía estar demasiado perturbado por el choque de realidad. Su propio nieto era el asesino que tanto había buscado.
—No pienso negociar contigo, Andrew. Déjenme ir y nunca más sabrán de mí.
—Ríndete —replicó Andrew.
—Haz lo que te dicen, Ian. Entrégate, por favor —le pedí en voz baja, viendo las patrullas y a todo el equipo policial armado apuntándonos.
—Y pasar el resto de mis días en una celda... jamás —respondió.
—Me estoy desangrando... moriré si no vamos al hospital —intenté disuadirlo y, por alguna razón, mi argumento lo dejó pensando, momento que aproveché para golpear su estómago y escapar.
—¡Marina, regresa! —lo oí gritar detrás de mí y lo siguiente que escuché fue un disparo.
El estruendo me hizo detenerme bruscamente. De forma vacilante levanté la vista hacia el equipo policial. Todos ya habían bajado sus armas, como si la amenaza ya hubiera pasado. Solo uno la mantenía en alto: el señor Hyde, él había disparado.
Al girarme lentamente, observé a mi antiguo secuestrador tendido boca arriba en el suelo.
—¡Ian! —exclamé, corriendo hacia él lo más rápido que mi debilidad corporal me lo permitió.
Al llegar a él, me arrodillé a su lado y coloqué su cabeza en mi regazo desnudo. Le habían disparado en el pecho. De repente tosió y un poco de sangre fue expulsada por su boca mientras miraba a la nada. Era evidente que le quedaba poco tiempo.
—Marina... —musitó.
—Ian...
—Marina... sé que no crees... en mis sentimientos hacia ti... y es evidente... que ya no me queda tiempo... —murmuró débilmente—, pero... por favor... me gustaría... escucharte decir... que me quieres... antes de morir... Por favor...
Mis ojos se abrieron ligeramente ante su petición.
—Hasta los condenados a muerte... tienen derecho... a un último deseo... por favor... —me pidió con ojos vidriosos y ese momento fue la primera vez durante este calvario que vi en el fondo de sus claros ojos azules la cálida mirada de mi mejor amigo y, en honor a ese chico dulce que una vez fue, a ese que me cuidó incondicionalmente, decidí olvidar todo lo que había hecho y pensando solamente en mi amigo dije con una voz fría y robótica:
—Te quiero... Ian...
Ante mis palabras él simplemente sonrió, como si ya pudiera irse en paz y con la certeza de que sus pecados no lo perseguirían.
—Esa fue... la mentira más hermosa... que he escuchado... —musitó, aún con la sonrisa en el rostro mientras liberaba una lágrima solitaria.
Dicho eso, su rostro se quedó inerte contemplando el vacío. Ese fue su último aliento. Después de hacer tanto daño simplemente murió. Antes de ponerme en pie para que los oficiales se encargaran del cadáver coloqué mis dedos índice y medio en sus ojos izquierdo y derecho respectivamente, así parecía que simplemente dormía. Parecía que descansaba en paz dejando atrás su caótico e infernal pasado lleno de sangre.
—Adiós, Ian... —murmuré con cierto pesar.
Posteriormente sentí que una cálida tela cubría mi cuerpo desnudo.
—Gracias —emití.
—Debemos llevarte al hospital —dijo Andrew después de ofrecerme su chaqueta para que no estuviera desnuda bajo la atenta mirada del equipo policial. Luego me dirigí hacia el sheriff quien derramaba lágrimas de forma desconsolada al ver el cadáver de su nieto, al cual tuvo que matar para salvar mi vida.
—Lo siento tanto, señor Hyde —sollocé, pues me contagió su estado de ánimo. Ambos nos fundimos en un sólido e interminable abrazo.
—Yo también... Ojalá no hubiera terminado así —se lamentó.
Finalmente iba a poder cerrar este caso, pero el precio había sido alto e inesperado.
—Sheriff —llamó nuestra atención Andrew—, Marina está sangrando —advirtió y ambos miramos mi cuerpo para comprobar que, efectivamente, de mi entrepierna estaba saliendo mucha sangre.
—Tenemos que llegar urgente al hospital —ordenó el sheriff.
***
Al abrir los ojos, observé el techo blanco y escuché los ruidos que emitían las máquinas hospitalarias.
—Despertaste —dijo una enfermera—. Iré a avisar al doctor —me informó y luego desapareció mientras yo me quedaba observándola.
Unos minutos después aparecieron escurridizamente Crystal y Elle, parecía que estaban ocultándose.
—¡Marina! —chilló Elle al verme.
—Supusimos que te habías despertado cuando vimos a la enfermera ir corriendo a buscar al médico —dijo Crystal con la ecuanimidad que la caracterizaba.
—Nos alegra que hayas despertado —intervino Elle—. Y sentimos mucho todo lo que pasaste —lamentó, provocando que hundiera el entrecejo.
—Pensé que me odiaban... —puntualicé.
—Marina, nosotras no... —comenzó a decir Elle.
—Déjame hablar primero, Elle... —la interrumpí suavemente y ella cedió a mi petición, escuchándome con atención al igual que Crystal—. Todo lo que pasé por culpa de Ian... me hizo reflexionar acerca de muchas cosas... Estuve todo el tiempo pensando que moriría en cualquier momento... y que me iría sabiendo que les hice daño... —emití con sinceridad.
—Marina... —murmuró Crystal.
—Sé que ya no seremos amigas como antes, que nuestro vínculo se quebró, o bueno... yo lo rompí —me corregí con una sonrisa amarga—. Quiero pedirles perdón por todo lo que les hice. Sé que cometí muchos errores, pero me gustaría compensárselos en el futuro. Espero que acepten mis disculpas... de corazón... —aseguré con honestidad y ellas se miraron mutuamente.
—Te perdono —habló Crystal finalmente.
—Yo igual —agregó Elle con una gran sonrisa.
—Gracias... —murmuré, contemplando mis dedos, los cuales jugueteaban sobre mi regazo—. Por cierto, Elle... Aquella llamada que tu padre le hizo a tu madre no fue real. Ian lo coaccionó... —le informé al recordar que mi antiguo secuestrador me lo había confesado durante el cautiverio y ella se quedó mirando el suelo ante la mención de Ian—. Tu padre te amaba... Ian fue quien lo obligó a lastimarlas para que no lo buscaran.
—Ian... —pronunció Crystal—. Y pensar que nuestro amigo era el asesino. Siempre estuvo ahí... —murmuró.
—¡¿Qué hacen ustedes dos aquí?! —irrumpió en la habitación una voz masculina con tono de desaprobación.
—Lo sentimos, doctor —se apresuró a disculparse Elle.
—Sé que tenían muchas ganas de ver a su amiga, pero ya les dije que su condición es delicada —explicó con mucho tacto.
Junto al doctor también habían entrado mis abuelos, los cuales me observaban con ojos vidriosos. Supongo que pasaron un calvario debido a mi secuestro, así que estaban muy felices de verme con vida.
—Doctor, ya me siento bien. Quiero irme a casa —interrumpí el sermón que les estaba dando aquel señor de bata blanca a Crystal y Elle por entrar en mi habitación cuando no debían.
—En realidad, señorita Brewster —dijo, mirando unos papeles que traía—, aún no puede irse a casa. Aprovecharé que está consciente y la presencia de sus abuelos para explicarle su cuadro clínico, el cual no es nada bueno —me advirtió en un tono preocupante.
—¿Qué tiene mi nieta, doctor? —se apresuró a preguntar mi abuela con las manos unidas frente a su boca, como si rezara.
—Su nieta perdió mucha sangre, pero afortunadamente le hicimos una transfusión a tiempo, ya que su abuelo donó —explicó pausadamente y, al escuchar eso último, observé a mi abuelo con la gratitud implícita en la mirada—. Sin embargo —prosiguió el doctor—, su condición continúa siendo grave, ya que las heridas en sus órganos reproductores internos fueron severas. Su vagina y útero quedaron mutilados casi por completo, es por ello que me parece un milagro lo que descubrimos... —hizo una pausa que me resultó un tanto teatral—, Marina está embarazada.
—¡¿Qué?! —dijimos al unísono todos los presentes.
—Es realmente milagroso que con la condición de tu útero y los traumatismos tan invasivos que sufriste el embrión haya logrado sobrevivir.
—Pero... —lo interrumpí—, yo no quiero ser madre —protesté, ceñuda—. No quiero eso dentro de mí. Sáquemelo, por favor —pedí con desesperación.
—Pero, Marina, es una vida —replicó Elle, horrorizada, mirándome como si fuera una asesina.
—¡No me interesa! ¡No quiero un hijo! ¡Sáquemelo! —repetí, agudizando mi desespero mientras entraba en pánico con ojos muy abiertos.
—Marina, cálmate —me pidió mi abuela, acercándose para colocar su mano en mi hombro con delicadeza, transmitiéndome paz y seguridad.
—Incluso aunque que quisiéramos, no podemos. Como ya dije... la condición de tus órganos reproductores internos es crítica. Incluso tu vulva está mutilada. Las heridas y quemaduras son demasiado graves como para intervenir. Debes tener al bebé y debe ser por cesaria. Un parto sería demasiado arriesgado, podrías morir desangrada si las heridas no cicatrizan correctamente.
Al decir eso, me entregó unas fotos, las cuales fui viendo de una en una.
—Son imágenes de tu interior. Las tomamos mientras interveníamos durante tu etapa de inconciencia para contener la hemorragia. Como podrás ver, tu condición es muy grave —explicó mientras veía las imágenes, liberando una lágrima solitaria.
Dios... Estaba destrozada. El médico no exageraba en lo que decía.
—No podemos someterte a una interrupción ni a un parto convencional —prosiguió mientras yo derramaba nuevas lágrimas en silencio—. Tienes muy pocas semanas, pero debes comenzar a cuidarte desde ahora. Tu embarazo es de riesgo. Tienes que comprender que están en riesgo la vida de tu bebé y la tuya —siguió hablando mientras yo proseguía con mi llanto silencioso, mirando las fotos en mi regazo—. Una cosa más, Marina —emitió, llamando mi atención—, no puedes tener sexo.
—¿Qué? —musité, impactada, liberando una enésima lágrima.
—Por todo lo que te acabo de explicar... tu interior no está preparado para ser invadido en ningún sentido...
—Entonces... —murmuré—, ¿no podré tener sexo... nunca más? —pregunté con un hilo de voz.
—Realmente eso dependerá de la evolución de la cicatrización de tus heridas, pero siendo sincero... mi pronóstico no es bueno —confesó.
Al oír eso, por ambas mejillas corrieron mis lágrimas.
No solo debía tener algo que no deseaba, sino que además me quitaban lo que más quería.
***
En estos días de hospitalización recibí demasiadas visitas, pero ninguna logró subirme el ánimo.
Por allí desfilaron mis vecinos, mis amigos e incluso mis enemigos, lamentando lo que había pasado y alegrándose de que estuviera viva, aunque con cierta sorpresa, ya que había sido la única sobreviviente, pero, siendo sincera, no me sentía viva.
A veces me cuestionaba si habría sido mejor morir...
—Marina... —interrumpió mis turbios pensamientos una voz conocida.
—Señor Hyde... —murmuré al verlo vestido como civil y no con su habitual uniforme.
—¿Cómo estás?
—Ansiosa por largarme de este maldito lugar —respondí, malhumorada.
—Veo que no has perdido tu esencia —comentó con una ligera sonrisa.
Oh, sheriff... si usted supiera...
—Algunos dicen que debo estar agradecida de seguir con vida —repliqué, encogiéndome de hombros con cierto tono de indiferencia.
—Y me alegro de que así sea... —emitió—. Día tras día morían jóvenes inocentes sin que yo pudiera evitarlo. Todas las esperanzas del pueblo estaban puestas en mí y yo no podía hacer nada para proteger a mi gente... porque tenía al asesino bajo mi propio techo —masculló, bajando la mirada, avergonzado—. Siento mucho lo que Ian te hizo pasar y siento aun más no haber llegado antes. Te buscamos, pero no logramos hallarte hasta que un cazador de la zona fue a hacer una denuncia. Un amigo suyo había sido asesinado mientras cazaban. Él se ocultó para evitar que lo mataran también y fue directo a la estación a hacer la denuncia. Nos dijo que había una chica pelirroja secuestrada pidiendo ayuda y de inmediato supe que eras tú, pero lo que no pude imaginar fue... que... Ian... mi propio nieto... —se le quebró la voz mientras comenzaba a derramar lágrimas de dolor, desilusión y decepción. Me compadecí de su estado, así que me aproximé, aún sentada en la cama, para alentarlo con un abrazo.
—Ya todo terminó, sheriff... —dije en voz baja—. Ya todo terminó...
***
Finalmente me habían dado el alta. Estaba harta de la comida del hospital y de recibir visitas molestas. No necesitaba la lástima de ninguna de las personas de este pueblo.
A pesar de que ya era libre de la vigilancia de los doctores, ahora me trataban como a una incapacitada por causa de esta cosa que llevaba dentro. Me tenían vigilada las 24 malditas horas del día y no me permitían hacer nada, pero a pesar de todo eso, había logrado escapar hoy.
—Gracias por llevarme. Mis abuelos no habrían estado de acuerdo si iba sola —emití.
—De nada —dijo con amabilidad y una dulce sonrisa—. Aunque, si te soy sincero, no entiendo por qué quieres que este sea el primer lugar que visitas después de tu alta —comentó, provocando que depositara la mirada en los árboles que íbamos dejando atrás a medida que su coche avanzaba. Opté por no responder.
La visita que quería hacer solo podía entenderla yo.
Finalmente habíamos llegado al lugar. Cuando el auto se detuvo él inmediatamente se bajó para abrir la puerta del copiloto. Normalmente pensaría que era caballerosidad, pero cualquier gesto de amabilidad últimamente me molestaba porque me hacía recordar mi estado de salud.
Él me extendió la mano para ayudarme a bajar, pero simplemente lo ignoré y salí del auto por mi cuenta. Probablemente pensó que esa acción fue descortés de mi parte, pero me daba monumentalmente igual. En este momento solo quería completar mi visita.
—Entraré contigo —se ofreció.
—No —me apresuré a responder—. Quiero ir sola —agregué y él se limitó a asentir con la cabeza.
Con pasos desganados entré al cementerio y fui avanzando mientras observaba el lúgubre lugar que tanto había visitado este verano. Después de una breve caminata llegué a mi lugar de destino.
Me quedé de pie con los brazos lánguidos a mi lado mientras mis ojos azules enfocaban una sepultura en específico: la de Ian Hyde.
—No te traje flores —escupí y luego me senté sobre la tumba, apoyando los codos en mis rodillas—. Escuché que casi nadie vino a tu entierro... —comenté con voz neutra mientras observaba un árbol cercano—, obviamente no lo merecías. ¿Quién diría que el rey del baile masacraría a medio instituto? —dije con sarcasmo—. La vida da muchas vueltas, Ian... ¿Quién diría que yo sería forzada a ser madre? Fuiste un maldito desgraciado hasta el último momento. No me asesinaste, pero me hiciste algo peor —gruñí—. Me quitaste lo único que me motivaba en esta vida... Después de todo lograste vengarte...
Dicho eso me puse de pie y volví a observar la sepultura.
—Tu abuelo está destrozado y en Morfem las personas siguen con miedo, pero sé que algún día olvidarán el mísero hecho de que exististe. No sé si puedas oírme, pero de ser así... espero que ardas en el maldito infierno —gruñí con todo el odio que sentía y luego escupí sobre la tumba—. Hasta nunca, Ian —dije y di media vuelta para largarme, pero a unos pocos pasos me detuve—. Aunque quién sabe... tal vez vaya a hacerte compañía... —murmuré y finalmente me alejé.
—Tardaste —dijo Andrew cuando entré al coche.
—Me demoré lo necesario —repliqué—. Debía... despedirme —musité, depositando la mirada en mi regazo.
—Marina —llamó mi atención al tomar mi mano—, sé que todo lo que pasó con Ian fue un impacto muy fuerte para ti, pero debes seguir adelante. Dentro de poco una vida dependerá de ti.
Una vida que no deseaba.
—Y sé que será difícil, por eso quiero que sepas... que puedes contar conmigo. No dejaré que les falte nada.
—¿Por qué harías eso? —repliqué.
—¿No es obvio? Porque me gustas. Siempre me has gustado, pero estaba demasiado enfocado en el caso, pero ya todo se acabó... Ya puedo enfocarme en lo que me importa de verdad —dijo, dando un ligero apretón a mi mano—. Quiero estar contigo, Marina. Quiero ayudarte a criar a tu bebé. Quiero darle mi apellido y cuidarlo como si fuera mío.
—¿Estás seguro? —pregunté, hundiendo el entrecejo y él sonrió.
—Nunca comprendiste los sentimientos de quienes te querían porque nunca sentiste nada real por nadie. Yo estoy dispuesto a enseñarte todo lo que te perdiste hasta hoy, Marina —emitió, colocando su mano en mi mejilla—. Es cierto que eres una chica muy atractiva... pero también mereces ser amada —opinó a centímetros de mi rostro—. Si me dejas, te mostraré cómo se siente el amor.
Al decir eso, se quedó observando mis labios y yo, los suyos; lo cual interpretó como una invitación a aproximarse aun más hasta depositar sus suaves labios sobre los míos, moviéndolos dulce y gentilmente. Su beso desprendía ternura mientras sus manos acunaban mi rostro. Como la dulzura no era lo mío profundicé el beso, dándole un giro más apasionado que Andrew siguió perfectamente.
—¿Entonces? ¿Me darás una oportunidad? —preguntó al separarse para tomar aire mientras apoyaba su frente sobre la mía.
Me tomé unos segundos para pensármelo y finalmente murmuré:
—Sí... lo haré...
***
Los meses iban pasando y los cuidados de mis abuelos se agudizaban. Incluso me habían trasladado a una habitación del primer piso para evitar que hiciera esfuerzos. Elle y Crystal también me visitaban regularmente, aunque no me animaban demasiado porque también me trataban como a una enferma.
La única presencia que no me molestaba del todo era la de Andrew. Mis abuelos estaban eufóricos con la idea de que Andrew fuera el padre de la criatura, incluso la pesada de mi madre se alegró a su manera de que ya no fuera una perdida que va de verga en verga. Lo único positivo que sacaba de mi condición era que no iba a ver su cara hasta que la criatura naciera, ya que el médico dijo que debía guardar reposo y no someterme a estrés y mi madre era una cuestión estresante para mí, así que le dije que se quedara en Londres.
No quería verla y realmente era lo mejor para mi salud.
Ocasionalmente llamaba, pero siempre eran mis abuelos los que hablaban con ella. Yo no tenía deseos de escuchar sus regaños y sus críticas.
—Mira lo que te he traído —emitió Andrew al entrar a mi nueva habitación. Yo miré sin demasiado interés la bolsa que cargaba.
—¿Qué es? —pregunté, forzando el tono animado.
—Son libros acerca de los recién nacidos. Hay muchos consejos acerca de cómo cuidarlos —explicó alegremente mientras tomaba asiento junto a mí, recostándose en el cabecero de la cama.
—Oh —me limité a responder—. Gracias... —dije cuando me ofreció uno de los libros, intentando disimular mi desinterés para no desilusionarlo. Su entusiasmo era el de un padre verdadero.
—¿Ya has pensado en cómo le vas a poner a nuestra hija? —preguntó, esperanzado. Su alegría fue indescriptible cuando nos dijeron que sería una niña. A mí sinceramente me daba igual si era niño o niña. Lo que sentía no cambiaría.
—No realmente... —admití con la mirada perdida.
—¿Quieres que pensemos juntos en un nombre para ella? —indagó, acariciando el gigantesco vientre que albergaba a su niña, al cual luego le dio un tierno y prolongado beso.
Me daba náuseas verlo hacer eso. Era incapaz de comprender su cariño hacia esa criatura que ni siquiera había nacido. Toda mi familia y mis amigas se comportaban de la misma forma, pero yo no lo entendía. No podía compartir el sentimiento... a pesar de que estaba dentro de mí...
—Si así lo quieres... —murmuré.
Luego él comenzó a citar nombres aleatorios que se le iban ocurriendo mientras yo me encogía de hombros, ya que no me importaba el nombre que tuviera.
—Deja de hacer eso, Marina —me regañó al percatarse de mi desinterés—. Pareciera que no te importara tu propia hija.
—Yo no pedí esto, Andrew —repliqué, desviando la mirada, pero no avergonzada, sino hastiada.
—Sé que no querías esto... pero ella no tiene culpa —suavizó la voz, acariciando nuevamente mi vientre—. Cuando la conozcas vas a amarla, ya lo verás. Es una parte de ti.
Esa mierda dicen todos.
—¿Y si la nombras tú? —esquivé su sentimentalismo barato que estaba a punto de provocarme arcadas—. Tú eres su padre —añadí para conmoverlo y tuvo el efecto deseado, ya que sus ojos se tornaron vidriosos de la emoción, pues nunca lo había nombrado de ese modo.
—Pues... Skyler... Me gusta ese nombre —comentó.
—Entonces así se llamará —concluí sin darle mayor relevancia al asunto.
***
El tiempo continuaba imparablemente y yo estaba cada día más harta de llevar este peso (literalmente).
Mi vientre estaba enorme, pues más de 8 meses habían pasado ya y en todo ese tiempo no había salido de casa. Parecía una prisionera. Me sentía secuestrada dentro de mi propio cuerpo, aunque ya mi aspecto no era el de antes. Los cambios que había sufrido eran notables.
Después de ducharme fui a vestirme a la habitación en la que estaba transitando el embarazo.
Mi ropa estaba sobre la cama junto a la cual estaba el espejo en el que solía admirarme. Hace mucho tiempo no me miraba. Me sentía horrible, pero esta noche decidí reencontrarme con mi reflejo.
Estaba horrorosa.
Mis pechos habían crecido y había aumentado de peso también. Además estaba ese maldito vientre sumamente antiestético. Estaba ansiosa por dar a luz, pero no para conocerla, sino para que no estuviera dentro de mí.
Dios...
Mi cuerpo quedaría espantoso cuando naciera...
—¿Qué me has hecho...? —mascullé en voz alta, contemplando mi reflejo—. Ya quiero que salgas de una maldita vez... pero no esperes nada de mí... yo no pedí tenerte, así que no esperes que te quiera... —comencé a hablarle por primera vez en todos estos meses—, pero si te sirve de consuelo, tampoco te odio. Solo no quiero que estés cerca de mí...
Al decir eso, le di la espalda al espejo para colocarme un vestido holgado y cubrir mi desagradable aspecto.
—Todo es tu culpa —gruñí, refiriéndome a mi cuerpo—. Estás acabando conmigo desde adentro. Me has convertido en esta cosa horrorosa —dije con desprecio—. Y me has quitado lo único que me motivaba en esta vida... —apreté mi mano en un puño—. Por tu culpa tengo que estar encerrada como si fuera una maldita criminal cuando se supone que soy la víctima. Tuve que renunciar a mi vida por ti cuando ni siquiera me importas. ¿Te parece justo? A mí no, pero, ¿sabes qué? Estoy harta.
Dicho eso, me dirigí hacia la puerta y la abrí con determinación.
—Hola, mi niña. Andrew ya se fue a hacer su turno en la comisaría. ¿Tienes hambre? La cena ya está lista —me informó mi abuela, secándose las manos con un pañuelo, pero la ignoré para dirigirme a la puerta.
—¿A dónde vas, Marina? Deberías estar descansando —me reprochó mi abuelo desde el sofá.
—Descansaré cuando esté muerta, abuelo. Ahora me largo.
—¡¿Qué?! —exclamaron al unísono.
—Lo que escucharon. —Me giré para encararlos—. ¡Estoy harta de estar encerrada en esta maldita casa! —me quejé, señalando el lugar con mis brazos—. ¡Estoy harta de que me traten como a una enferma!
—Lo hacemos por tu bien, mi niña —aclaró mi abuela con voz suave mientras mi abuelo se ponía de pie para estar a su lado.
—Me da igual, abuela. A estas alturas todo me da igual... —murmuré.
—No digas eso, Marina —me regañó mi abuelo—. Esa pequeña viene en camino y necesita de ti.
—¡Esa niña no me importa! ¡No la quiero! ¡Es la causa de mis desgracias, ella y su maldito padre que espero que esté ardiendo en el quinto de los infiernos! ¡Los dos me arrebataron mi vida y mi libertad! ¡Ahora tengo que vivir atada a ella cuando desde un inicio nunca la quise!
—Marina, qué horror... No digas esas cosas... —se escandalizó mi abuela, llevando sus manos a la boca con expresión sorprendida.
—Críenla ustedes... porque yo no quiero tenerla cerca —concluí y luego tomé el picaporte y salí dando grandes zancadas sin cerrar la puerta siquiera.
—¡Marina, regresa aquí! —escuché gritar a mi abuelo, pero no miré atrás—. ¡¡¡Marina!!!
Sus gritos no me detuvieron, seguí avanzando sin rumbo fijo. Sentir la brisa batir contra mi rostro me daba cierto aire de libertad y, poco a poco, la calma estaba retornando a mi cerebro.
Ya me sentía cansada, pero aun así continué caminando bajo el manto de la noche por aquella larga carretera.
Me había alejado tanto que no lograba divisar mi vecindario, pero sí pude ver cómo el cielo oscuro se había nublado.
Genial, ahora comenzó a llover. Lo que faltaba.
O no...
No era eso lo que faltaba...
Lo que faltaba era lo que me había acabado de suceder: la fuente se había roto.
De un momento a otro las desgracias se acumularon: la lejanía de los vecindarios, no traía móvil, mi cansancio, la maldita lluvia de primavera y las putas contracciones que aparecieron tiempo después.
Intenté regresar, pero no pude, pues estaba descalza y el suelo mojado me dificultaba la marcha. Además, sentía que las contracciones se volvían más dolorosas. Intenté cambiar de posiciones para disminuir el dolor, pero no encontraba alivio alguno.
—Maldita sea —gruñí con expresión de dolor, acostándome en la orilla de la carretera en posición fetal, posición en la cual hallé un mínimo de alivio.
No sé cuánto tiempo estuve allí, sintiendo cómo la lluvia me empapaba y cómo la esperanza escapaba de mi cuerpo.
—¿Este es nuestro final, Skyler...? —gruñí con una mueca de dolor, pero de repente un rayo de luz iluminó mi oscura noche, ya que vi los focos de un auto acercarse a mí.
Tan rápido como pude me puse de pie y comencé a hacer señas con una mano mientras sostenía mi vientre con la otra, percatándome de que estaba perdiendo sangre.
—¡Ayuda! —llamé la atención del conductor quien rápidamente se detuvo y bajó. Era una mujer.
—Estás empapada, muchacha —comentó, quitándose su chaqueta para cubrirme de la lluvia—. Dios, estás sangrando —agregó, observando mi entrepierna.
—Lléveme al hospital —fue lo primero que solté, sobreponiéndome a mi débil condición—. Voy a dar a luz.
Al decir eso, la mujer se apresuró a subirme al asiento trasero de su coche y luego lo encendió para ir rumbo al hospital.
—Aguanta, muchacha —dijo al escuchar mis quejidos de dolor, los cuales iban acompañados de mis contorsiones.
Mi cara estaba arrugada en muecas de dolor mientras intentaba, sin éxito, evitar que mis quejidos continuaran escapándose mientras seguía perdiendo sangre.
—Pronto llegaremos —me informó, acelerando.
—Creo que no voy a aguantar... —murmuré.
—Debes aguantar, muchacha —replicó—. Hazlo por tu bebé.
No lo haré por ella... lo haré por mí.
Tengo que aguantar.
Finalmente llegamos al maldito hospital. A partir de ahí la situación se tornó agitada y confusa. Los paramédicos trajeron una silla de ruedas en la que me ayudaron a sentarme.
—Está perdiendo mucha sangre —comentó uno—. Debemos llevarla a urgencias.
Luego me condujeron por los pasillos apresuradamente.
—¿Marina? —escuché decir a una voz familiar: era el doctor que estaba llevando mi caso.
Al ver mi estado, orientó a los paramédicos que me llevaran a una sala de parto inmediatamente y así lo hicieron. En todo el trayecto las contracciones y el dolor no cesaron. Posteriormente me tendieron en una camilla a la espera del personal que atendería mi parto, los cuales llegaron con urgencia.
—Dios, se está desangrando —escuché decir a una mujer mientras yo miraba el techo con muecas de dolor.
—Vamos a comenzar —dijo el doctor.
***
Durante el proceso de cesárea recibí anestesia, pero no me quedé inconsciente. Me pareció sumamente largo, pero finalmente escuché el llanto de una criatura.
Era irritante.
Sentí deseos de cubrir mis oídos para minimizar el impacto de sus gritos insoportables.
—Bienvenida —dijo alegremente la doctora que la sostenía después de cortar su cordón umbilical y limpiar la sangre que la cubría—. Ve con tu madre —agregó, ofreciéndomela para que la cargara.
—Aleja eso de mí —murmuré con desprecio, desviando el rostro para no tener que verla.
—¿Qué? —musitó, confundida.
—Que. Alejes. Eso. De. Mí —mascullé cada palabra.
—Pero es tu hija —replicó, pero simplemente la ignoré mientras sentía mis ojos pesados.
De repente la sala se tornó agitada otra vez mientras escuchaba el sonido de las máquinas hospitalarias dispararse.
—Hay que contener la hemorragia —escuché decir a alguien, pero la voz se escuchaba lejana—. Llévate a la bebé.
Mis ojos se sentían cada vez más pesados, pero pude ver de forma borrosa cómo la doctora se alejaba con ella...
Sobrevive, Skyler...
Fue lo último que pensé justo antes de que mis ojos se cerraran por completo.
--------
Hola, hola, apreciadas nefronitas de mi riñón :)<3
Ya llegamos al final :")
Qué les pareció? :D
En breve subiré el epílogo.
ACLARO: el cuadro clínico de Marina es inventado, no sé cuáles serían las consecuencias exactas ni en qué condiciones se vería una mujer con la situación de Marina, su cuadro se desenvolvió de esa manera debido a las necesidades de la historia.
Sin más que añadir, voy subiendo el epílogo :D
Chau, chau.
Nos vemos en las próximas aventuras.
(^.^)/
P.D: Pronto comenzaré a publicar una nueva historia. Es una comedia romántica llamada "Bélgica" para los que gusten leerla :D
Ahora sí, me fui, chao :v
Ig: daia_marlin
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro