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XXX

Casi había olvidado la maravillosa sensación del agua de la ducha recorriendo mi cuerpo mientras frotaba mi piel y enjuagaba mi cabello.

Llevaba días sin tomar una ducha y sin salir de aquella puta celda asquerosa, pero después de que Ian destrozara mi ropa me permitió salir. Incluso me ofreció una habitación, aunque si pensaba que encerrarme en un lugar más cómodo y limpio disimulaba el secuestro y el hecho de que era un maldito criminal, estaba muy equivocado.

Interrumpiendo mis pensamientos y mi sección de baño, apareció repentinamente Ian abriendo la cortina.

—¿Qué mierda quieres? —escupí, ceñuda, sin inmutarme por su enferma mirada escrutando todo mi cuerpo.

—¿Ya no te cubres? —preguntó, divertido—. ¿Ya te estás acostumbrando a mi mirada?

—Soy una puta que siempre anduvo felizmente desnuda —repliqué, cerrando el grifo de la ducha—. Un ridículo obseso no lo va a cambiar —añadí con una sonrisa forzada y él rodó los ojos.

—Te estoy preparando algo de comer —me informó—. Estaré en la cocina.

—¿No vas a darme ropa? —pregunté cuando tomó el picaporte para salir.

—Pensé que te gustaba andar desnuda —refutó, imitando mi sonrisa de antes y esta vez fue mi turno de torcer los ojos.

Idiota.

Finalmente desapareció, dándome mi espacio para secar mi cuerpo y mi cabello.

Ya que el muy enfermo no me dio ropa, tuve que pasearme desnuda y con el pelo ligeramente húmedo por toda la casa hasta llegar a la cocina donde él se encontraba preparando algo de comer. En el centro estaba la isla de la cocina con algunas sillas alrededor. Opté por tomar asiento en una de ellas, observando atentamente a Ian, quien me daba la espalda mientras se concentraba en lo que preparaba sobre la encimera.

—¿Qué lugar es este? —pregunté, apoyando mis codos sobre la isla después de tomar algunas uvas para comer mientras depositaba la mirada en su definida espalda desnuda. ¿Acaso no tenía camisas aquí?

—Horneé galletas —me informó, ignorando mi pregunta mientras colocaba una bandeja con galletas y otros aperitivos sobre la isla para que comiera.

—¿Son las galletas que hace tu madre? —pregunté con cierta nota de entusiasmo.

—Sí, receta secreta de la familia Hyde —dijo alegremente—. Sé que son tus favoritas... come —agregó.

Me quedé observándolo por un segundo y luego ambos tomamos una galleta para comer. Ian se veía tan relajado y distraído. El sabor de las galletas me remontó a mi infancia, a esos alegres momentos que compartí con el chico ante mí cuando éramos pequeños. Esa fue una etapa bella e inocente y, por un segundo, el Ian que estaba frente a mí hoy me pareció aquel pequeño tímido que tanto quería.

Mi mejor amigo...

—¿Marina? —llamó mi atención.

—¿Qué? —murmuré.

—Si no regresas a la realidad, me comeré todas tus galletas —su advertenvia me hizo sonreír. De pequeños siempre lo amenazaba con que me comería sus galletas.

—Estaba recordando aquellos días en que tu madre nos preparaba estas galletas. Nos reíamos tanto. Era divertido estar juntos. Teníamos una conexión especial... —comenté, nostálgica.

—Eran buenos tiempos —emitió Ian con el mismo aire de nostalgia y una leve sonrisa en el rostro.

—Ha pasado tanto tiempo...

—Y hemos cambiado mucho desde entonces... —añadió él, provocando que lo observara fijamente.

Luego me puse de pie, olvidando mi desnudez, para dirigirme hacia Ian, quien me escrutó con cautela.

—Me niego a creer eso —repliqué con suavidad cuando lo tuve enfrente mientras que él se recostaba de la isla—. ¿En serio no queda nada de ese niño? ¿De verdad el Ian al que quería desapareció? —pregunté, teniendo la osadía de colocar mi mano sobre su mejilla, buscando en el fondo de sus ojos azules a mi amigo.

Él bajó la mirada, avergonzado y esquivo.

—Devuélveme a mi amigo, por favor —le pedí, acunando su rostro con ambas manos mientras sentía cómo él recorría mis antebrazos con sus dedos hasta llegar al dorso de mis manos, palpándolas sobre su rostro con una expresión de paz.

Luego, de repente, su agarre se concentró firmemente en mis muñecas para apartar mis manos de su rostro.

—Maldita perra manipuladora —gruñó, estampándome contra el refrigerador—. ¿Cuántas veces debo repetirte que ya no soy ese niñito que creía todo lo que le decías? De tu amiguito Ian no queda nada —aclaró entre dientes mientras me zarandeaba. 

—Ian, por favor, recapacita. No estoy intentando manipularte, de verdad. Estoy dispuesta a olvidar todo lo que hiciste e incluso a perdonarte. Simplemente quiero a mi amigo de vuelta —musité al final.

—Qué gran actriz eres —me elogió con una sonrisa torcida.

—No estoy actuando. Estoy siendo sincera —aseguré, sosteniendo su mirada.

—¿Cuándo vas a entender que tu perdón no me interesa? —masculló—. Ya te dejé muy claro lo que quiero de ti... —Se aproximó a mi rostro, entremezclando nuestros alientos—. Cuando lo obtenga tal vez podamos negociar...

—No puedo darte lo que quieres, Ian —expliqué, hundiendo el entrecejo, pero mis palabras lo hicieron enojar, ya que con un brusco movimiento agarró mi cuello mientras sentía su aliento en mi rostro.

—Sí puedes... y lo harás... —dictaminó.

—¿Quién va a obligarme? ¿Tú? —lo desafié, arqueando una ceja con altanería.

Mis palabras provocaron que Ian frunciera el ceño y nuevamente con una velocidad increíble me obligó a adoptar una nueva posición: tomando mis muñecas me forzó a darle la espalda y luego me acomodó bruscamente sobre la isla de la cocina mientras mi pecho podía sentir el frío material con el que estaba hecha. Por otra parte, mis manos estaban retenidas por una de las suyas en la parte baja de mi espalda y mi trasero quedaba totalmemte expuesto. Luego Ian agarró mi cabello con su mano libre, dándole un fuerte tirón para dejar mi cuello expuesto a su aliento.

La situación me hizo tragar con fuerza mientras sentía mis latidos irregulares debido a su cercanía... Mi espalda percibía el calor de su pecho desnudo y bien trabajado. La tela de sus vaqueros era un muro entre mi trasero y él... pero eso no evitaba que pudiera sentirlo...

Concentrarme en su firmeza solo provocó que tragara saliva nuevamente. Quería pensar que lo que sentía era miedo, que la forma en que me sometía me aterraba, pero sería engañarme a mí misma.

Sabía que estaba mal, que no era un chico cualquiera, era un cruel asesino; pero lo que hacía me estaba excitando.

No, no, no, no, no...

—Lo único que nos separa... —comenzó a hablar, llevando la mano que agarraba mi cabello a la parte anterior de mi cuello, apretándolo, mientras la otra proseguía reteniendo mis muñecas— son mis vaqueros... —me dijo al oído, restregándose contra mi trasero.

Se sentía tan bien...

¡NO!

—Si quisiera, podría obligarte... —emitió, dándole un mordisco a mi oreja y provocando que cerrara los ojos mientras mi piel se erizaba.

No, Marina... ¡No!

—Pero no lo voy a hacer. —Se separó de repente y yo me quedé con el torso tendido sobre la isla. Su lejanía fue... decepcionante...

No pienses eso, Marina...

Lentamente me repuse, acomodando mi cabello mientras él me observaba con las manos en los bolsillos y una expresión neutra. Sin decir palabra alguna se alejó caminando hacia la salida, pero de pronto frenó en seco.

—Ten —llamó mi atención al lanzarme algo rojo vivo que sacó de su bolsillo.

Cuando lo recibí en el aire pude apreciar mejor lo que era: una de las bragas que había perdido. Obviamente había sido él quien había robado mi ropa interior, a saber lo que estuvo haciendo con ella...

Luego se dio la vuelta, pero antes de salir volvió a detenerse, aunque esta vez no se giró, solo dijo:

—Esta casa fue un regalo de mi padre. Pensaba que todo su dinero compensaría el hecho de que nos abandonó a mí y a Zach cuando se divorció de mi madre. —Se giró de pronto—. No intentes escapar... —me advirtió—. Si lo haces, me enojaré... Y ya has visto lo que soy capaz de hacer cuando estoy enojado... —dejó suspendida la frase y luego se marchó, dejándome con una firme opresión en el pecho.

***

Habían pasado dos días desde la explícita amenaza de Ian y la incertidumbre me estaba consumiendo, pero el miedo a perder la vida me acompañó desde que fui testigo presencial de toda la crueldad que Ian albergaba en su cuerpo. Ahora una nueva sensación se apoderaba de mí: la confusión.

Desde aquel día en la cocina la forma en la que Ian me trató, mejor dicho, me sometió... no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. Conocía muy bien mi cuerpo y lo que me gustaba, no podía negar el hecho de que me excitó su actitud.

Dios... Nunca pensé que Ian, mi mejor amigo, podría llegar a hacerme sentir de esta forma.

Por otra parte, las situaciones de tensión sexual se habían repetido, aunque más discretamente, como si el karma se encargara de no dejarme olvidar esta sensación que me provoca Ian. Ya sus palabras, roces y miradas no me molestaban.

Y lo peor de todo era que siempre vi a Ian como mi mejor amigo, como un ser asexuado e intocable, pero ahora lo estaba comenzando a ver como hombre... pero la cuestión no era precisamente esa, sino que es un asesino que me tiene secuestrada y el más mínino error podría costarme la vida, por eso debía huir a toda costa.

Ian me había dejado claras sus intenciones de mantenerme cautiva y no podía contar con la policía porque no tenía ni la más remota idea de dónde estábamos, así que debía escapar.

Durante estos dos días estuve buscando discretamente las salidas de la casa, pero todas estaban cerradas. La casa incluso tenía cámaras de seguridad. No sería tan sencillo como pensaba. Al menos ahora podía mirar el lugar a través de las ventanas: estábamos en medio de un bosque.

En la casa no había ningún teléfono, así que no tenía forma de comunicarme. Estaba atrapada.

La única forma de salir sería obtener las llaves que Ian tenía, pero para eso debía ganarme su confianza y para lograrlo debía hacer lo que él quería...

Mis maquiavélicos pensamientos fueron interrumpidos por la música procedente de la sala. Ian solía escuchar a su grupo favorito a menudo. Era una de las pocas cosas que conservaba mi viejo amigo. Normalmente permanecía en mi habitación, pero hoy decidí salir a escuchar música con él y, de esa forma, crear cierta confianza, dando inicio a mi plan.

El sonido de su banda favorita se hacía más claro a cada paso de mis pies descalzos hacia la sala de estar. Cuando llegué allí me detuve en seco al ver lo que estaba haciendo Ian.

En la sala de estar había numerosos y cómodos sillones, además de un gran sofá, pues la casa en general era bastante lujosa. Ian contemplaba desde uno de los asientos (el cual estaba de espaldas a mí, razón por la que no se había percatado de mi presencia) el gigantesco televisor.

Al escrutar lo que veía, tragué con fuerza: me estaba viendo... bueno, un video de mí... masturbándome... en mi habitación en la casa de mis abuelos.

Se había colado en mi habitación, había puesto cámaras y, evidentemente, conservaba las grabaciones.

Recordaba esa ocasión... Me había provocado un orgasmo increíble y mi placer era bastante notorio en mis expresiones y contorsiones, lo cual parecía gustarle bastante a Ian, ya que mientras me veía a través de esa pantalla se estaba tocando también.

Justo cuando pensé en largarme Ian me vio a través de la pantalla, lo cual lo desconcentró...

—¿Qué haces ahí? —preguntó, observándome a través del televisor.

—Nada... yo... ya me iba —balbuceé.

—No, quédate —emitió, poniéndose de pie. Parecía más una orden que una petición. Ian permanecía de espaldas sin camisa y con uno de sus característicos vaqueros.

—No quiero interrumpir —repliqué con sarcasmo, depositando la mirada en cualquier lugar menos en él.

—¿Estás nerviosa? —preguntó con burla—. Has follado con tantos hombres y, ¿resulta que yo te pongo nerviosa? —dijo con suficiencia, caminando hacia mí.

—No seas absurdo —rebatí, evadiendo su mirada.

—¿Entonces por qué no me miras? —cuestionó con una sonrisa plasmada en su rostro mientras se posicionaba justo delante de mí.

La cercanía era tanta que pude sentir sus pies descalzos tocar los míos y, además, algo más había hecho contacto con mi piel desnuda (solo estaba usando las bragas rojas que me lanzó aquel día en la cocina). Una parte en específico de él estaba tocando mi abdomen, lo cual me hizo tragar grueso nuevamente.

Hace unos segundos se estaba tocando, así que era lógico que aún estuviera... emocionado.

—No quiero que te hagas una idea equivocada —respondí finalmente, disimulando lo perturbada que me ponía tener su miembro erecto al descubierto restregándose contra mi abdomen.

—¿Y qué idea debería hacerme entonces...? —Dio otro paso, el cual me hizo retroceder—. ¿Qué quieres que piense cuando te tengo semidesnuda frente a mí y estoy así... por tu causa...?

Sus palabras provocaron que lo mirara. Su mirada era tan profunda, intensa y salvaje.

—Me habría gustado verte mientras te tocabas de esa manera —comentó a un suspiro de mis labios—. No tienes idea de cuántas veces me he tocado yo viendo ese video —dijo en mi oído, dando un leve mordisco que me hizo cerrar los ojos, presa de sus hipnóticas palabras.

De repente se alejó lo suficiente para escrutar mi rostro y fugazmente mi mirada recayó en su erección, por lo que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no morder mis labios y apartar la vista debido a lo mucho que me había gustado lo que vi.

Luego enfoqué su rostro y estaba sonriendo el maldito desgraciado.

—Yo te deseo hace mucho... solo necesito que tú me desees de la misma forma —emitió con un tono de voz que me resultó sumamente seductor.

Ya te deseo...

¡Mierda!

¿A quién pretendo engañar? Me lo quiero follar y seguramente mi cara me delata. Esto me resultaba tan complicado. Jamás me contuve con ningún chico. Lo veía, me gustaba, le hablaba y me lo follaba, listo; pero ahora era diferente, ahora estaba hablando de un asesino.

De pronto mi confusión fue interrumpida por la canción favorita de Ian: Animals de Maroon 5.

A mi memoria arribó una ocasión en la que ambos íbamos en su auto y él puso esa canción. ¿Acaso fue otro mensaje oculto?

La letra era demasiado sugerente. Encajaba tan bien con la situación. Ian me miraba como si me fuera a atravesar. La intensidad de su mirada daba la sensación de que me quería transmitir lo que sonaba en el fondo. 

You're like a drug that's killing me...

Comenzó a dar pequeños pasos, pero esta vez no retrocedí. No quería alejarme... lo quería dentro de mí.

Simultáneamente al estallido del coro de la canción Ian se abalanzó sobre mí para estampar sus labios contra los míos, haciéndome impactar violentamente contra la pared.

Uno de mis brazos automáticamente rodeó su cuello mientras el otro lo aproximaba al máximo, clavando mis uñas en su espalda desnuda.

Nuestras lenguas no tardaron en introducirse en la boca del otro, reflejando la necesidad y el deseo que ambos sentíamos.

Repentinamente Ian interrumpió las succiones y mordidas de nuestros labios, alejándose de mi rostro para agarrar mi brazo y obligarme a girar, dándole la espalda mientras pegaba mi torso a la pared.

Una de sus manos me retuvo por la parte delantera del cuello mientras la otra recorría mi espalda con suavidad hasta llegar a mi trasero, el cual amasó con total descaro para luego deslizar sus dedos por mis bragas hasta llegar a mi entrepierna.

Mordí mis labios a la espera de sus habilidades, las cuales no tardó en mostrarme, ya que colocó sus dedos frente a mis labios para que los succionara y así lo hice, arqueando una ceja mientras lo miraba juguetona y expectante. Luego se dirigió nuevamente a su objetivo, apartando la parte de mis bragas que cubría mi intimidad y comenzó a juguetear con ella.

Apreté mis puños a ambos lados de mi cara, mordiendo mi labio inferior y cerrando mis ojos mientras él agudizaba su agarre en mi cuello y los exquisitos movimientos de sus dedos, los cuales me introdujo eventualmente.

—Me encanta tu expresión... —susurró en mi oído, haciéndome enloquecer de placer con su forma de masturbarme. 

De un momento a otro mis piernas comenzaron a fallar mientras yo gemía sin control alguno, totalmente mojada.

—Tengo tantas ganas de follarte... —susurró en mi oído, acercándose a mí de forma tal que pudiera sentir su evidente dureza—. Vamos, córrete...

Entre el placer desbordante que me consumía y sus palabras, no me quedó otra que hacer lo que me pedía: me corrí... entre gemidos y temblores.

Ian no me dio tiempo a reponerme, pues de un solo tirón agarró mis bragas y las rajó, sobresaltándome. Luego aprovechando el hecho de que retenía mi cuello, me forzó a caminar hasta el cercano sofá mientras pegaba su erección a mi espalda.

—No sabes cuánto esperé por este momento... —dijo y luego me estampó contra el apoyabrazos, quedando mi zona pélvica sobre este; mi trasero desnudo, expuesto y yo, ansiosa por ser follada...—. Y sé que en este momento... tú lo quieres también —emitió con seguridad, restregando suavemente su pene contra mi entrada mientras clavaba sus dedos en mis caderas. Yo, por mi parte, apretaba los cojines mientras lo miraba por el rabillo del ojo—. ¿Me equivoco, Marina? ¿Quieres que te folle aquí y ahora? —preguntó, arqueando una ceja.

—Ya sabes la respuesta... ¿Para qué preguntas? —repliqué, moviendo suavemente mis caderas de forma sensual y juguetona—. Acaso... ¿quieres escucharme pedírtelo...? —añadí, convencida de que la respuesta sería afirmativa.

No respondió, simplemente apretó su agarre en mis caderas.

—Sí quiero... —respondí finalmente—. Quiero que me folles... ahora... Hazlo.

Por el rabillo del ojo pude ver su sonrisa de satisfacción, ya que finalmente había alcanzado su maldito y caprichoso objetivo.

Sus ansias por reclamar lo que creía suyo en su mente enferma no tardaron en manifestarse, pues segundos después de que le dijera lo que quería escuchar se introdujo lentamente, provocando que un gemido me abandonara a la par que mis ojos se cerraban.

—Me encanta cómo se siente —gemí.

—Y a mí... —gruñó él, llenándome...

Luego tomó mis muñecas y con una de sus manos las retuvo mientras la otra continuaba adherida a mis caderas.

—Y se va a sentir mejor... —anunció y después comenzó a acelerar el ritmo, provocando que mordiera mi labio inferior en un intento por contenerme.

Cada embestida era más salvaje e intensa que la anterior, motivo por el cual clavé mis uñas en la palma de mi mano mientras apretaba aun más mis dientes en mi labio inferior.

De repente, me sobresalté y liberé un gemido al sentir una fuerte y sonora nalgada.

—No te reprimas. Quiero escucharte —dictaminó y eso me hizo sonreír.

Luego agarró repentinamente mi cabello y lo enrolló en su mano, alzándome lo suficiente como para separar mi torso del sofá. Mis piernas estaban cada vez más débiles debido a la intensidad de sus penetraciones y lo único que me sostenía era su agarre en mi cabello y en mis muñecas.  

Mis sentidos estaban siendo absorbidos por la pasión animal de ese chico que siempre me pareció solo un amigo a pesar de su evidente atractivo. La capa de sudor que cubría mi piel y mis sonoros gemidos eran prueba del poder que Ian tenía sobre mi cuerpo.

Mientras mis oídos eran llenados por el ruido que hacían sus caderas al impactar contra las mías Ian agarró la parte delantera de mi cuello con la mano que antes estaba enrollada en mi cabello. Su agarre en mis muñecas se mantuvo demostrando cuánto le gustaba someterme, dominarme... y a mí también me gustaba mucho...

Mis ojos proseguían cerrados y mis labios, entreabiertos; liberando los gemidos que manifestaban mi desbordante excitación, la cual me consumía cada vez más. La intensidad de mis sensaciones se acrecentaba ante el firme y ardiente contacto de Ian quien repentinamente liberó su agarre y mi torso dejó de estar suspendido en el aire para caer directo al sofá. Luego clavó sus dedos en mis caderas y me embistió sin ningún tipo de piedad ante lo cual me aferré a los cojines mientras gemía, descontrolada.

—Más... —jadeé.

—¿Te gusta? —preguntó con cierto tono de regodeo, inclinándose hacia delante para agarrar mi cuello, inmovilizándome contra el sofá mientras su otra mano sujetaba mis caderas.

—Sí... —respondí en un jadeo—. No pares... —pedí y por el rabillo del ojo pude ver su sonrisa de suficiencia.

—No lo haré. Follar así contigo me gusta tanto como a ti...

Su confesión me hizo reprimir una sonrisa.

Dicho eso, Ian retomó su ritmo rudo y despiadado. Eventualmente sentí los espasmos y la intensidad que anunciaban un nuevo orgasmo y poco tiempo después lo escuché gruñir:

—Me vengo...

Inmediatamente después salió de mí y sentí algo cálido caer sobre mi trasero.

Luego se inclinó sobre mi torso hasta llegar a mi oído para susurrar:

—Te dije que caerías, Marina...

Y sí, caí...

Tuve sexo con él y encima me gustó.

Oh, Dios.

Ian me había dado dos orgasmos sensacionales.

No...

Un asesino lo había hecho...

***

Me gustaría decir que solo cedí ante la tentación esa vez, que mi voluntad fue más fuerte y me negué a complacer los caprichos de un vil asesino; pero no, cedí no una ni dos veces, en estos pocos días fueron tantas que perdí la cuenta...

También me gustaría decir que fue parte de mi plan para ganarme su confianza, pero no. A mí también me había gustado... y me gustó demasiado, tanto que llegó un punto en que mi objetivo se desdibujó en mi cabeza.

En estos momentos me encontraba en la cama de Ian después de repetir lo de aquel día...

No tenía idea de lo que me estaba perdiendo con él...

Pero es un asesino.

—¿Estás bien? —interrumpió mis pensamientos el chico de ojos azules a mi lado.

—¿Qué? —musité, confundida—. No... nada... Solo... tengo hambre —dije para desviar la atención de mi dilema mental, recostada de lado mientras apoyaba mi cabeza en la palma de mi mano.

—Prepararé algo para los dos —me informó, poniéndose de pie, totalmente desnudo; pero cuando se bajó de la cama dio media vuelta y se abalanzó sobre mí para darme un intenso beso que me dejó descolocada.

Al separarse, me miró con una sonrisa de suficiencia y luego se marchó. Desde que tuvimos sexo Ian lucía... diferente. Parecía alegre, ilusionado... ¿enamorado...?

No, no, no.

Yo era su puta obsesión enferma y no importa lo bien que folle ni cuántos putos orgamos me haya dado. Me tenía que largar de aquí antes de que todo se saliera de control. Ese Ian ilusionado y feliz era solo una ilusión que duraría poco. Lo que realmente quiere no se lo puedo dar. No puedo amarlo... porque es un asesino y, aunque no lo fuera, tampoco creo que podría. No nací para eso. El amor no es para mí.

De un momento a otro Ian llegó y estuvimos conversando y riendo mientras comíamos, como en los viejos tiempos; pero de pronto Ian se tensó.

—¿Qué pasa? —pregunté, enfocándolo con preocupación.

—Guarda silencio —ordenó mientras se asomaba por la ventana.

—¿Qué...? —murmuré, confundida; pero cuando dirigí la mirada hacia la ventana todo cobró sentido: había alguien ahí. Parecía un cazador perdido.

—¿Qué hace ese aquí? —masculló Ian, poniéndose unos vaqueros—. Esto es un zona privada —siguió parloteando mientras se dirigía a la puerta, seguramente para salir y echar al intruso.

Ian se iba con pasos firmes y decididos, pero antes de salir se dio media vuelta con el entrecejo fruncido para enfrentarme.

—Quédate aquí —me ordenó—. Si sales, habrá consecuencias...

Al escuchar eso, asentí suave y obedientemente y luego él se marchó.

No podía quedarme aquí. Tal vez esta sería mi única oportunidad para escapar. Debía salir.

Sigilosamente me acerqué a la puerta por la cual Ian había salido, ya que esta seguía abierta. A lo lejos podía escuchar sus voces, pero no entendía bien qué decían. Me escondí detrás de las cortinas con un jarrón en las manos y esperé pacientemente.

Cuando finalmente Ian entró ni siquiera esperé a que cerrara completamente la puerta y estampé el jarrón con toda mi fuerza sobre su cabeza, dejándolo visiblemente aturdido. No me detuve a esperar su reacción, lo aparté de la entrada y salí corriendo en busca del cazador.

—¡Ayuda! —grité cuando lo vi a unos pocos metros de la casa.

El señor se giró y, al verme, sus ojos se salieron de las órbitas, pues yo seguía completamente desnuda.

—¡Ayúdeme, por favor! Me tienen secuestrada. Ayúdeme, necesito escapar —supliqué al llegar a él.

Su expresión se transformó de una de asombro a otra de preocupación.

—Calma, muchacha —me pidió—. Llamaré a la policía —dijo, buscando torpemente el teléfono en su bolsillo.

—Oh, no lo harás —escuché decir a una voz que hizo erizar mi piel y no precisamente de placer.

Lo siguiente que escuché fue el estruendoso e inconfundible sonido de un disparo y, como si lo que escuché no fuera suficiente, también vi el agujero en el entrecejo del pobre hombre que tenía delante cuando la bala que salió del arma de Ian lo atravesó. Su puntería era simplemente magistral, pero la usaba para delitos horribles.

Mis ojos se tornaron vidriosos al verlo caer lentamente al suelo repleto de hojas secas. Su cuerpo estaba boca abajo, sus ojos se mantenían abiertos y continuaba con expresión descolocada.

—¡¿Qué hiciste?! —reclamé al girarme, furiosa; pero mi ira fue rápidamente remplazada por pánico, ya que cuando me di la vuelta Ian estaba justo detrás de mí, apuntando con su arma directo a mi cabeza.

—Te dije que habría consecuencias, Marina... Te vas a arrepentir de haberme desobedecido... —dijo entre dientes con expresión sombría—. Haré que te arrepientas...

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