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XXIV

El día siguiente fue devastador para mi familia. Y pensar que todos estaban tan alegres el día anterior por la boda y hoy nos despedimos del alma de Edwin.

Estábamos en la iglesia despidiendo a mi primo en una misa, o algo así, ya que no teníamos su cuerpo, motivo por el cual no podríamos enterrarlo.

Mi abuela cubría su boca con un pañuelo mientras observaba el suelo en un inútil intento por contener su sufrimiento. Mi abuelo estaba a su lado, intentando consolarla, pero él estaba sufriendo el mismo calvario, aunque se esforzaba por mantener la pose.

Tyler y Crystal observaban el ataúd con expresión melancólica al igual que Elle, la cual era abrazada por Ian quien intentaba evitar que todo esto le recordara a su hermano muerto.

Alix lloraba sobre el ataúd sin control mientras sus padres colocaban sus manos sobre su espalda, acariciándola mientras le daban palabras de aliento, las cuales ella ignoró.

Como en todos los anteriores entierros, el pueblo evidenciaba el pesar, el miedo y la melancolía en sus expresiones y en sus oscuras vestimentas.

Yo me mantenía apartada de la muchedumbre que colocaba coronas de flores y ofrecía sus condolencias a mi familia, observando el deprimente escenario.

—Creo que eres la primera persona que no llora por la muerte de sus familiares —comentó una voz a mis espaldas.

Dylan...

—Llorar nunca ha sido lo mío —me limité a responder.

Realmente no sentía deseos de llorar hasta deshidratarme. Lamentaba la muerte de Ed, pero mis ojos simplemente eran incapaces de fabricar lágrimas en estos momentos. Solo me sentía... vacía...

—Llorar por un chico no, pero él era tu familia —replicó con voz suave.

—Pensarás que soy una insensible —comenté con un atisbo de sonrisa entristecida, cruzada de brazos.

—Por el contrario, para mí tu sentir es inmenso —aclaró, colocando sus manos sobre mis hombros mientras establecíamos contacto visual—. Sé que últimamente hemos estado distantes... Te dije un montón de cosas horribles aquel día en el centro comercial...

—No te preocupes, eso ya está olvidado —aclaré.

—Aun así. Quería pedirte perdón. No tenía derecho a armar una escena solo porque... tú no me quieres...

—Dylan... —murmuré con la mirada en el suelo.

—Lo sé, lo sé —se apartó un poco de mí, levantando sus manos en señal de rendición—, no estás obligada a sentir algo por mí solo porque yo... estaba enamorado de ti...

—¿Estabas? —repetí.

—Decidí que lo mejor será que me olvide de ti —musitó—. No tiene sentido amar a alguien que no te corresponde.

Asentí ante sus palabras, me pareció una actitud muy sabia de su parte.

—Pero eso no quiere decir que no me importes... Es por eso que vine a saber cómo estabas.

—Tranquilo. Sé enfrentar el dolor —aseguré.

—Aun así —acunó mis rostro, avanzando un paso hacia mí—, puedes contar conmigo —colocó un mechón de pelo detrás de mi oreja—, lo sabes, ¿verdad?

Su gesto, intención y cercanía hacían que esta escena luciera muy íntima. Por unos segundos me quedé observando sus ojos azules, embobada y sin saber qué responder.

—Dylan —emitió una tercera voz, una voz femenina.

—Crystal —articuló él, apartando sus manos de mí para colocarlas en sus bolsillos traseros mientras mi amiga lo observaba, ceñuda.

—Ya el padre va a comenzar la misa —nos informó y alternó la vista entre ambos con la mandíbula tensa y el entrecejo hundido para luego dar media vuelta y dirigirse hacia donde estaban los demás.

—Yo... creo que mejor me voy —balbuceó Dylan.

—¿Te vas? ¿Por qué? —pregunté, extrañada.

—Porque... —comenzó a excusarse—. ¿Quieres que me quede? —preguntó de repente con cierto tono esperanzado.

—Haz lo que prefieras —respondí secamente. No quería que mis palabras representaran un retroceso en la meta que se había propuesto: olvidarme.

—Entonces me iré... —murmuró, bajando la cabeza.

Al verlo salir, me aproximé a donde estaban los demás porque la misa iba a iniciar.

El padre empezó su discurso, el cual me pareció tan ensayado, como si a cada muerto lo honraran de la misma forma. Es curioso como tras la muerte todos se vuelven excelentes y amadas personas mientras que en vida a nadie le importaba qué les sucediera.

—¡Detengan esta farsa! —escuché gritar a una voz femenina.

—¿Mamá? —murmuró Elle a mi lado al contemplar a su progenitora cuando todos nos giramos al escucharla.

La señora Haines lucía como una desquiciada sin control mientras daba grandes zancadas con la mandíbula tensa, los ojos muy abiertos y algunos papeles en su mano.

Todos la miraban de pie y con curiosidad mientras se aproximaba a su hija, quien estaba junto a mí.

—Mamá, ¿qué pasa? —balbuceó Elle, preocupada cuando la mujer estuvo a unos pocos pasos de nosotras.

Pensé que venía a decirle algo importante, tal vez acerca de su padre, del cual no había tenido noticias desde que dijo que ya no quería saber de Elle ni de su madre porque reconstruiría su vida con su amante; pero esa idea se esfumó de mi cabeza cuando aquella mujer estuvo frente a mí y me dio una sonora bofetada que resonó en toda la iglesia y me hizo girar el rostro de forma brusca. Los presentes contemplaban la escena, asombrados y escandalizados.

—¡Mamá, ¿qué haces?! ¡¿Por qué le hiciste eso a Marina?! —chilló Elle con ojos desorbitados.

—¡Porque se lo merece! ¡Mira lo que hizo esta zorra que se dice "tu amiga"! —bramó, estampando en la cara de Elle los papeles que traía, los cuales, en realidad, eran fotos.

No...

Mis ojos se abrieron de forma exagerada al ver el contenido de dichas imágenes cuando cayeron al suelo, ya que a Elle no le dio tiempo agarrarlas debido a la brusquedad con la que la señora Haines se las lanzó.

—¿Qué es esto? —murmuró Elle al tomar con mano temblorosa las fotografías. Sus ojos se habían tornado vidriosos.

En las imágenes salía yo con el padre de Elle...

—Elle... —musité, dando un paso hacia ella y extendiendo la mano para tocarla. Ella retrocedió automáticamente, como si yo tuviera alguna enfermedad contagiosa.

—¿Qué significa esto? —gruñó ella con la mandíbula tensa, atravesando mis ojos y mostrándome las fotos.

—Yo... —balbuceé, avergonzada. La verdad es que no sabía qué decir. Ante esas pruebas no había excusa que valiera.

—No le pidas explicaciones, Elle. ¡Esta perra no tiene derecho a defenderse siquiera! —gritó y después se abalanzó sobre mí, tirándome del cabello para luego empujarme al suelo, colocarse a horcajadas sobre mí y abofetear mi rostro una y otra y otra vez.

—¡Zorra! ¡Perra! ¡Prostituta barata! ¡Eres una puta de quinta! ¡Maldita igualada! ¡Ofrecida! ¡¡¡¿Cómo pudiste hacerle eso a tu mejor amiga?!!! —rugió en mi cara. Cada insulto fue acompañado por una bofetada. Aquella mujer pegaba fuerte. Mi rostro giraba bruscamente, pero no hice el menor intento por defenderme. Sabía que lo merecía.

—¡Señora Haines, contrólese! —se alzó la voz de Crystal mientras Ian sujetaba a aquella fiera furiosa para apartarla de mí mientras se retorcía para liberarse. Yo, por mi parte, me mantuve inerte en el suelo a la espera de un segundo ataque.

—¡Suéltame! ¡Ella es una puta asquerosa y barata! ¡Es una egoísta sin principios! ¡Prostituta! —rugió con rabia mientras Ian la retenía, Crystal me ayudaba a poner en pie y yo sentía cómo mis mejillas ardían. 

—Señora Haines, debe calmarse —dijo Ian.

—¡Ella no merece que la defiendan! ¡Es una mujerzuela! ¡¡¡Ramera!!! —gritó, iracunda y con intenciones de abalanzarse sobre mí nuevamente, pero esta vez salió en mi defensa una persona inesperada: Elle.

—No vale la pena, mamá —murmuró, cabizbaja y con la mirada perdida, dejando caer al suelo las fotografías. Parecía que su alma había abandonado su cuerpo, el cual ya no tenía fuerzas ni para sostener esas imágenes.

—Pero, hija, ella... —intentó replicar la madre.

—Solo vámonos. No quiero estar un segundo más aquí —habló en voz baja Elle.

—¿Te irás sin más? —preguntó la señora Haines, escéptica—. Pues yo no se lo pienso dejar tan fácil. ¡Quiero que todo el pueblo se entere de lo que hiciste! ¡Ahora todos sabrán el demonio que es Marina Brewster!

—¡Mamá, ya basta! —rugió Elle. Creo que nunca la vi tan enojada en todo el tiempo que la conozco—. Ya pasamos suficiente vergüenza —gruñó—, así que deja este show patético —le pidió, sujetando su antebrazo con mirada suplicante.

Su madre alternó la mirada entre Elle y yo, meditando cuál opción era mejor: complacer a su hija o dejarme en evidencia.

—Lo haré solo por ti, hija —cedió finalmente—. En cuanto a ti... —se dirigió a mí— el destino se encargará de castigarte por todo el mal que has hecho. Vamos, hija. —Rodeó a Elle de los brazos, conduciéndola a la salida de la iglesia.

—Elle... —murmuré con la esperanza de que girara para escucharme.

—No, Marina. Ahora mismo... no quiero ver tu cara —masculló de espaldas a mí, deteniéndose un segundo para luego proseguir con su marcha.

Ante su respuesta, la melancolía y la culpa tiñó mis facciones. Al girarme en dirección a Crystal e Ian, me percaté de que ella había recogido las fotos del suelo y las estaba mirando una por una junto a mi mejor amigo. Ambos tenían los ojos muy abiertos en una clara y total expresión de espanto.

—Chicos... —musité, avanzando de forma vacilante hacia ellos.

—No abras la boca —masculló Crystal, severa—. Esta vez sí te pasaste. Quema esa porquería —ordenó, ofreciéndome las imágenes de mala forma para luego avanzar hacia la salida con paso firme.

Busqué la mirada de Ian, pero su entrecejo hundido y su mandíbula tensa, unidos a la forma en que negó ligeramente con la cabeza, evidenciaban su decepción absoluta.

—Chicos, por favor... —emití con voz suplicante al perseguirlos hasta la salida de la iglesia.

—¿Por favor, qué, Marina? —gruñó la chica de ojos verdes.

—Crystal, yo no quería lastimar a Elle. Te lo juro... Mi intención nunca fue que se enterara. Esto para mí estaba olvidado —alegué en mi defensa.

—Marina, ¿te estás escuchando? Tú te follaste al padre de Elle —me reprochó—. Las intenciones que tenías no interesan, el punto es que lo que hiciste es asqueroso.

—Está bien. Me equivoqué. No debí hacerlo —cedí porque lo último que necesitaba era discutir.

—Al menos reconoces tu error —dijo Crystal, cruzándose de brazos.

—Crystal, no necesito que me sermonees ahora. Solo quiero que Elle me perdone.

—No cuentes conmigo —zanjó ella.

—Ian... —intenté buscar su ayuda, pero él se limitó a desviar la mirada.

—Esta vez no intercederé a tu favor —dijo posteriormente—. Iré a ver a Elle... Intentaré consolarla, debe estar muriéndose...

—Te acompañaré —añadió Crystal.

—Elle perdió a su padre y a su hermano. ¿En serio quieren que pierda también a una de sus mejores amigas? —repliqué.

—Ella siempre nos tendrá a nosotros —aseguró Ian.

—Además, una mejor amiga no hace lo que tú hiciste —refutó Crystal.

—Sabes perfectamente cuán sensible es Elle. Odiarme no le hará ningún bien. Además, sabes perfectamente que quiero a Elle y siempre la he apoyado.

Ellos se quedaron en silencio porque sabían que tenía razón. Luego se miraron.

—Tal vez tienes razón... —cedió Crystal.

—¿Entonces me van a ayudar?

Se miraron nuevamente.

—No te prometo nada —dijo Crystal—. Veré qué podemos hacer.

—¡Gracias, chicos! —exclamé, dándoles un fuerte abrazo.

—Ya, Marina. Tampoco es para tanto —me apartó la pelinegra tan ríspida como acostumbraba y la obedecí porque no quería abusar.

—En serio estoy muy arrepentida —aseguré.

—Eso será Elle quien lo juzgue —concluyó justo antes de darse la vuelta para marcharse con Ian rumbo a casa de la chica más sensible que he conocido.

Elle tenía un corazón de oro y eso me daba esperanzas de que su perdón fuera posible.

Sé que no debí hacer lo que hice, pero juro por mi vida que mi intención nunca fue herir a Elle. Jamás pretendí que se enterara.

Mi mirada viajó a las fotografías que mis manos sujetaban.

Recuerdo que era de noche y estábamos en un lugar muy apartado.

¿Quién rayos había tomado aquellas fotos?

Y encima se las enviaban a la familia de Elle para que ella se enterara.

No había dudas.

Había alguien en ese pueblo que me quería destruir.

***

Vagué sin rumbo durante no sé cuánto tiempo. Rompí las fotos y las arrojé en el primer cesto de basura que vi.

No quería regresar a casa porque sabía que allí estarían mis abuelos para exigirme explicaciones, ya que no se habían enterado detalladamente de la situación, pues simplemente estuvieron como dos espectadores más.

Mis pies me llevaron sin darme cuenta a la casa de alguien que me ayudaría mucho en este momento.

Toqué el timbre y una hermosa y sonriente joven me permitió entrar, ya que me conocía. Bajo sus indicaciones subí las escaleras y toqué la puerta de la habitación de la persona que quería ver.

—No quiero comer nada —se alzó la voz al otro lado de la puerta.

Toqué nuevamente.

—Ann, ya te dije que no... —emitió gruñonamente mientras abría la puerta—. Marina... —murmuró al verme.

—Tu hermana me dejó subir —expliqué brevemente ante su escrutinio.

—Pasa... —musitó, permitiéndome entrar a su habitación.

Su cama estaba destendida y su laptop estaba sobre su mesita de noche. Al parecer, estaba acostado viendo algo. Él, por su parte, no traía zapatos ni camisa. Solo lo cubrían sus bóxers... para el deleite de mi mirada...

—No quiero ser grosero —habló de pronto—, pero... ¿qué haces aquí?

—Si quieres, me voy.

—No, no es eso. No me malinterpretes, no quiero que te vayas —aclaró—. Es solo que... no me esperaba tu visita...

—Fuiste tú el que me dijo que podía contar contigo, Dylan —le recordé.

—Pues, no esperaba que me necesitaras tan pronto —bromeó, rascándose la nuca y desviando la mirada.

—A decir verdad, yo tampoco —admití con un atisbo de sonrisa—. Cuando te fuiste de la iglesia... pasó algo...

—¿Qué ocurrió? Cuéntame —me pidió, avanzando hacia mí, preocupado.

—No quiero hablar de eso —desvié el asunto—. Solo... abrázame —dije, rodeándolo con los brazos.

Percibí la forma en la que su musculosa espalda se tensó ante mi tacto.

—¿Estás bien? Nunca te vi tan... —emitió, acariciando y oliendo mi cabello.

—¿Vulnerable?

—Pues... sí. No es propio de ti. Te conozco desde hace mucho y nunca te había visto así —puntualizó.

—No digas nada, Dylan. No vine buscando palabras —aclaré, besando su cuello.

En el preciso instante que mis labios hicieron contacto con su piel retrocedió como si mi tacto quemara.

—No —masculló.

—¿Por qué no? —pregunté, confundida. Nunca esperé esa reacción de él.

—Ya te expliqué en la iglesia... —musitó—. Yo... no puedo...

—¿No puedes o no quieres?

Él solo me miró.

—Sabes perfectamente que no es eso... —replicó.

—Entonces, ¿qué es? —pregunté, dando un paso hacia él, acorralándolo contra el armario mientras colocaba mis manos en sus pectorales.

—Ya te dije que no puedo —repitió—. Justo cuando me propongo olvidarte, llegas así... —se quejó.

—Puedes olvidarme cuando me vaya —rebatí con simpleza.

—Para ti es muy fácil decirlo. No llevas años enamorada de alguien que juega con tus sentimientos como le da la gana.

—Dylan, yo...

—No intentes justificarte. Eso ya pasó. Ahora soy un chico nuevo. Decidí dejarte atrás porque...

—Dylan —lo interrumpí—, solo esta última vez —le pedí—. Sé que lo quieres, tu corazón está acelerado.

Él tragó en seco, nervioso.

—Nunca quise que te enamoraras de mí, Dylan. Desde un inicio te dije que para mí era solo sexo —le recordé.

—Ya, pero cuando tu solo pensabas en follar... —me tomó de las muñecas, haciendo una pausa mientras me sostenía la mirada—, yo sentía que estábamos haciendo algo especial. Tú para mí eras especial —admitió, rodeándome para colocarse a mis espaldas.

Medité unos segundos su confesión. Era evidente que aún no me olvidaba, así que me arriesgaba a remover sus sentimientos con lo que estaba a punto de proponerle.

Lentamente me giré. Dylan seguía dándome la espalda. Aprovechando su estado ajeno, comencé a despojarme de mi ropa hasta quedarme totalmente desnuda, luego apoyé mis pechos en su espalda mientras mis manos acariciaban sus pectorales.

—Te encanta aprovecharte de los sentimientos de los demás —dijo, girándose rápidamente para agarrar mis muñecas y detenerme.

—Solo quiero despedirme... y... hoy no quiero solo follar... Hoy podría ser de esa forma especial que dices...

Él hundió el entrecejo, confundido.

—¿Qué quieres decir?

—Hoy no te deseo, te necesito —dije a centímetros de sus labios mientras mis uñas recorrían su torso hasta llegar al borde de sus bóxers para introducirse en ellos.

—Marina, ya te dije que no puedo. En serio, esta vez...

—Shhh —siseé—. Será la última vez, lo prometo —aseguré para tranquilizarlo.

—No juegues así conmigo —me pidió al sentir lo que mis manos le hacían su polla endurecida.

—No puedes negar lo que le provoco a tu cuerpo —susurré en su oído.

—A mi cuerpo y a mi alma... —aclaró con voz suave, depositando su rostro en mi cuello.

No me gustaban nada ese tipo de comentarios. Solo quería follar. Ojalá tuviera un interruptor para apagar sus sentimientos, pero no lo tenía, así que debía avanzar a pesar de lo que Dylan sentía.

—Solo fóllame, Dylan —le pedí en un susurro a centímetros de sus labios.

—Yo no quiero "solo follarte". ¿No lo entiendes todavía? —emitió, rozando mi nariz con la suya.

—Solo puedo pedir eso porque es lo único que conozco.

—Hoy te enseñaré algo nuevo...

Dicho eso, sus labios buscaron los míos. Su toque fue suave, paciente, sensual. Mi mano se mantuvo en su miembro, estimulándolo, mientras yo intentaba acostumbrarme a su beso pausado y sin prisa.

—Marina, espera... —se detuvo repentinamente—. Antes de hacer cualquier cosa... yo... debo decirte algo...

—No quiero palabras, Dylan —lo interrumpí, tomando su rostro entre mis manos—. Quiero actos.

Al salir esas palabras de mi boca, hice impactar mis labios contra los suyos. Cualquier cosa que tuviera que decir no me interesaba en lo más mínimo. Yo sabía perfectamente que estaba ahí para ser follada porque eso era lo que quería. No me interesaba escuchar declaraciones cursis. Demasiadas habían tolerado mis oídos hasta ahora.

Esta vez lo besé como acostumbrada: impetuosa y apasionada, fuerte y demandante. Rodeé su cuello mientras una de mis manos tiraba de su oscuro cabello. Él, por su parte, sostuvo mi cintura y luego sus manos se deslizaron hasta mis nalgas para manosearlas con deseo y fervor, clavando sus dedos en ellas.

—Marina, en serio... debo decirte... —logró decir entre besos.

—No me interesa, Dylan —repliqué, empujándolo a la cama.

Lo despojé de su bóxer, dejando a la luz su dureza indisimulable. Luego me alcé sobre él mientras sus ojos azules me veneraban.

—Esto es lo que quiero... —dije, agarrando su polla con una de mis manos para masturbarlo.

Luego me posicioné sobre él de forma tal que mi rostro quedara frente a su miembro y mis piernas a ambos lados de su cabeza. Dylan agarró con ímpetu mis caderas para aproximarlas y comenzar a lamer mi feminidad mientras yo introducía su erección en mi boca. Sentía el placer recorrer mis venas bajo las lamidas y succiones de aquel chico, pero aun así no detuve mis movimientos sobre su pene, el cual llevaba hasta el fondo de mi garganta esporádicamente, deleitándome con su dureza y con la satisfacción de saber que le causo placer. De vez en cuando sus dedos aumentaban su presión en mi piel mientras él me acercaba aun más a su rostro, como si me quisiera comer... más de lo que lo estaba haciendo... Sentía que estaba mojada, muy mojada.

De repente, Dylan se detuvo y agarró uno de mis muslos, provocando que me quitara de encima de él, tirándome a su lado en la cama con un sonoro impacto. Luego con un rápido movimiento se sentó para obligarme a ponerme boca abajo, dándome una fuerte nalgada en el proceso que me hizo sonreír. Me gustaba que hiciera eso. El chico de ojos azules buscó un condón en su mesita de noche, se lo puso y finalmente se posicionó sobre mí.

—Esta vez será diferente... —jadeó en mi oído mientras introducía su polla en mi lubricada entrepierna, provocando que cerrara los ojos, deseosa por el contacto.

Él colocó sus manos a ambos lados de mi cuerpo para apoyar su peso mientras que sus rodillas estaban a ambos lados de mis piernas ligeramente abiertas. Sus caderas se pegaban y seperaban de mi trasero al ritmo de sus penetraciones, las cuales eran lentas y sensuales.

Entraba y salía, pausado, con calma.

Mis ojos permanecieron cerrados mientras mordía mis labios, disfrutando. Sus movimientos no eran los usuales, pero aun así me encantaban, era como si fuera más consciente del roce de su polla dentro de mi vagina.

—¿Te gusta? —me sacó de mi mundo de sensaciones.

—Sí —admití.

No podía verlo, pero juraría que mi respuesta lo hizo sonreír.

De pronto, percibí cómo tomaba mis caderas con firmeza para reacomodarme de forma tal que mi peso recayera en mis rodillas y en mis codos mientras arqueaba mi espalda, dejando expuesto mi trasero, quedando ligeramente sorprendida, pues no esperaba el brusco cambio de postura. Sus embestidas se aceleraron sin previo aviso de modo que escuché resonar sus caderas contra mi trasero mientras yo recibía el salvaje impacto. Esta vez mis gemidos eran mucho más sonoros, ya que sus penetraciones se tornaron intensas y despiadadas.

—Pero esto te gusta mucho más —lo escuché decir mientras tiraba de mi cabello y me propinaba una fuerte nalgada, provocando que liberara un gemido y luego sonriera debido a su cambio de actitud.

Cómo me conocía el condenado.

Para impedir cualquier tipo de movimiento de mi parte, sus manos se aferraron a mi cintura mientras recibía, gustosa, sus violentas penetraciones. Una de mis manos apretó el borde de la cama mientras yo mordía el dedo índice de mi otra mano, ya que recordé que su hermana estaba en la casa.

—No hagas eso... —jadeó—. Te quiero escuchar...

Si a él no le importa su hermana; pues a mí, menos.

Con todo gusto complací su petición, permitiendo que sus oídos se deleitaran con los gemidos que su deliciosa forma de follarme me provocaban. Para evitar que volviera a hacer el intento de reprimirme Dylan tomó fuertemente mis muñecas y las retuvo en la zona baja de mi espalda con una de sus enormes manos mientras la otra se aferraba a mis caderas, dejándome inmóvil y a su merced mientras arqueaba la espalda.

Mi cuerpo estaba sudoroso y cansado, pues Dylan no me estaba dando descanso alguno, pero eso me gustaba. Prefería que me follara como perra en celo que escuchar sus declaraciones baratas que no me conmovían en lo absoluto. Pocos segundos después el chico a mis espaldas gimió enterándome de lo que ya sabía: se había venido y, poco después, yo también lo hice.

Cuando Dylan salió de mí me desparramé en la cama, totalmente exhausta, cerrando los ojos en busca de descanso.

—Así es cómo te gusta, ¿o no? —lo escuché decir desde el baño, seguramente había ido a desechar el preservativo—. Amas que te follen duro —susurró en mi oído de repente, mordiéndome y provocando que mi cuerpo se erizara y que yo sonriera, asintiendo a modo de respuesta.

—Sabes perfectamente que no me gustan las declaraciones baratas —contesté, sentándome y contemplándolo de pie ante mí, totalmente desnudo. Su entrecejo se hundió ante mis palabras.

—No son declaraciones baratas —replicó—. Lo que siento por ti es sincero... —aclaró, dolido.

—Y aquí vamos otra vez —me burlé, torciendo los ojos para luego ponerme en pie y comenzar a vestirme.

—¿Ya te vas? —preguntó a mis espaldas mientras me ponía las bragas.

—Sí, ya obtuve lo que quería —respondí, regalándole una sonrisa de suficiencia. Una vez más su expresión se tornó dolida.

—O sea, que solo me utilizaste... otra vez —concluyó después de unos segundos de silencio—. Y yo caí como un idiota...

—Otra vez —completé por él, observando cómo sus ojos azules se tornaban vidriosos.

Lo que me faltaba: tener que consolar al caballero enamorado.

—Sí, otra vez... —reconoció—. ¿No te cansas de usar así a los hombres?

—Qué pregunta tan ridícula. Por suepuesto que no —respondí, sonriente—. Los hombres están para darme lo que me gusta y aquellos que no puedan hacerlo, no los quiero en mi vida. Así de simple —me limité a decir con un encogimiento de hombros.

—Marina... ¿alguna vez algún chico te lastimó? ¿Quién te transformó en esto? —preguntó, mirándome de arriba abajo—. Porque... —avanzó para acunar mi rostro y colocar un mechón de cabello detrás de mi oreja—...yo entendería si fueras así porque alguien te hirió y por eso ves el mundo de forma equivocada —planteó con voz suave mientras acariciaba mi rostro.

—El simple hecho de que pienses eso me ofende —gruñí, apartando sus manos de un manotazo—. ¿Qué clase de rídicula piensas que soy para deberle mi personalidad a un idiota? Soy así porque me encanta la forma en la que vivo. No necesito nada más de los hombres porque solo me sirven para follar, como si fueran penes desechables —expliqué tranquilamente—. Para mí, tú eres uno más, Dylan. Follas bien, lo reconozco. Por eso estoy aquí, pero si no puedes entender eso, tienes un grave problema.

—¿En serio no sientes absolutamente nada? —preguntó, escéptico ante mi tono indiferente.

—¿Por ti? No, obviamente. Dylan, entérate de una puta vez: no acepté tus sentimientos por mí cuando traicionaste a Victoria conmigo ni cuando regresé al pueblo, no los acepto ahora y nunca los aceptaré porque simplemente no me importan, porque no te quiero para algo que no sea follar, porque lo que sientes para mí no vale nada —respondí secamente, sosteniéndole la mirada mientras él tensaba la mandíbula en un intento por contenerse, pero ante mis cortantes palabras, una lágrima rebelde descendió por su mejilla y él la limpió bruscamente con el dorso de su mano.

—Es lo mejor para ti —dije mientras él miraba el suelo.

—No tienes que consolarme —gruñó, alzando su mano frente a mi rostro para detener el discurso que estaba a punto de pronunciar—. Ahórrate tus palabras vacías —me pidió, caminando hasta la puerta de su dormitorio para abrirla—. Ya tienes la follada que querías, ya te puedes ir —dijo, sujetando la manija mientras miraba el pasillo.

—Dylan...

—Largo de mi habitación —alzó ligeramente la voz.

Suspiré con derrota. Seguramente estaba dolido y resentido. Lo mejor sería que me fuera.

—No tienes que echarme. Ya me voy —aclaré con voz suave a su lado mientras él miraba con rabia un punto fijo y tensaba la mandíbula.

—Buena suerte follándote a todo Morfem —emitió cuando salí y, cuando me volteé para responderle, cerró con un sonoro portazo justo en mi cara.

***

—Marina, mi niña, al fin llegas. Estábamos muy preocupados —dijo mi abuela cuando atravesé la puerta de la casa, dándome un fuerte abrazo.

—Te fuiste sin decirnos nada —se quejó mi abuelo en un gruñido, ceñudo—. Y justo cuando íbamos a despedir a tu primo —añadió, intentando no quebrarse.

—Lo siento, abuelo —murmuré, bajando la cabeza.

—Pero, cuéntanos qué pasó, mi niña —me pidió mi abuela—. Nos dejaste angustiados. ¿De qué hablaba la madre de Elle?

Mierda.

—Lo qué pasó fue que Elle y yo tuvimos una pelea y ella se enteró —mentí—. Esa mujer se vuelve una fiera cuando se trata de defender a su hija.

—Qué extraño. La conozco hace tanto y nunca la había visto así, ni siquiera cuando alguien se metía con Elle en el colegio —replicó ella.

Mierda. No es momento para ser escéptica, abuela.

—Esa mujer es una falsa —emitió mi abuelo gruñonamente—. Siempre se ha creído mejor que el resto con su cara con dos kilos de maquillaje. Seguramente nunca ha querido a nuestra Marina. Lo mejor es que te alejes de esa gente —opinó mi abuelo, dirigiéndose al sofá para ver televisión, indicando que para él el asunto estaba cerrado.

—Walter, no hables así. Es verdad que la señora Haines es complicada... —admitió mi abuela en un intento por no sonar tan ofensiva.

—¿Complicada? —repitió mi abuelo entre incrédulo y burlón—. Es una histérica, una loca desquiciada. No me extraña que el marido la haya dejado.

—¡Walter! —lo reprendió mi abuela—. No escuches las sandeces de tu abuelo.

—No son sandeces —la interrumpió, observando su programa—. Escuchen lo que les digo, esa mujer no es buena.

—Para ti nadie es bueno —refutó ella—. Pero aquí lo importante es que Elle es tu amiga, mi niña —me recordó, sujetando mis hombros—. Debes reconciliarte con ella.

—Lo haré, abuela. No te preocupes —aseguré.

***

Al llegar a mi habitación, tomé un largo baño para relajarme. Este día había dado demasiado de qué hablar. Ni siquiera pude llorar tranquilamente a Edwin.

Alix y sus padres se quedarían unos pocos días para recuperarse un poco del fuerte impacto.

Después de secarme salí totalmente desnuda y comencé a peinar mi cabello mojado frente al espejo, tal como acostumbraba.

De repente escuché mi tono de llamada resonar desde la cama.

¿Quién rayos llamaba ahora?

Si era alguien jodiendo para dar el pésame, lo mandaría a la mierda. Ni respetar el luto saben en este pueblo.

—Diga —dije sin mucha cortesía al atender sin mirar la pantalla siquiera.

Nadie respondió.

—¿Hola? —emití después de mirar el celular, ceñuda.

Número privado.

Silencio...

—¿Vas a hablar o no, idiota? —mandé a la mierda la poquita paciencia que tenía.

Una vez más se hizo el silencio, así que colgué.

—Imbécil —mascullé, arrojando el teléfono a la cama.

Aunque no sentía deseos de llorar por la muerte de mi primo, mi paciencia no estaba para aguantar bromas pesadas.

Pero, de repente, frené en seco mis maldiciones internas.

¿Y si no era una broma pesada?

Esta no era la primera vez que me sucedía esto. Llevaba tiempo sin ocurrir, pero ya había pasado y no solo eso. También estaban los mensajes extraños esos.

Mañana será un gran día.

Recordé la nota que recibí justo el día antes de que Edwin fuera asesinado. Era como si... como si me estuvieran avisando que moriría.

He estado todo este tiempo ajena a lo que me rodea, ignorando deliberadamente lo que alguien intentaba que supiera, pero yo me negaba a ver.

Muchas de las notas que me fueron enviadas eran incomprensibles. Tal vez estaban en clave o eran algún tipo de acertijo. No entiendo por qué si alguien quiere avisarme no lo hace directamente para que así pueda prevenir a las víctimas, a menos que... la intención del remitente no sea que yo evite las muertes... Tal vez quien envía las notas es... es...

Ante la simple idea mi respiración se tornó agitada y mis ojos se desorbitaron mientras contemplaba en el espejo el movimiento de mis clavículas al hiperventilar. Debido al pánico sentí que mis piernas estaban a punto de doblarse, así que rápidamente me apoyé en la mesita de noche para luego tomar asiento en la cama, intentando ralentizar mi respiración mientras cerraba los ojos.

Todo este tiempo estuvo frente a mí, pero estaba muy ocupada con mi vida como para tomarme la molestia de ver.

No entendía qué pretendía con esto, no entendía por qué quería que supiera que alguien iba a morir, no entendía qué quería que hiciera.

¿Acaso su objetivo era asustarme?

Sabe quién soy...

Sabe dónde vivo...

El punto es qué está dispuesto a hacer con esa información.

Acaso... ¿yo soy... la siguiente...?

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Weeeeenass, familia!! :D
Cómo anda la vida?
Qué les pareció el cap? :)
Intenso a mi parecer :)
Iba a agregar otro suceso, pero quedaría demasiado largo, así que será en el siguiente cap :D
Elle se enteró de lo que pasó, pobrecita, ella no merece sufrir así :"(
Y Dylan me dio pena. Marina fue muy dura con él :c
Y el final je je :)
Quién será? Quién será? :)
Pronto, pronto lo sabremos ;)
Hasta las próximas aventuras.
(^.^)/

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