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XVI

Nina apoyó su espalda en la pared y lentamente descendió hasta quedar sentada con la mirada perdida, pero vidriosa y el cuerpo excesivamente quieto. Parecía que estaba en un universo paralelo en el que se negaba a creer lo que sus ojos habían acabado de contemplar.

Aparté mis ojos azules de Nina y, forzando mi cuello a girar, fijé la mirada en la horrible visión. Desde que pisé el segundo piso este siempre fue el desagradable olor que sentí: la putrefacción.

—Nina —musité—, llama a la policía —hice salir mi voz más audible. El momento no requería debilidad.

—¿Qué? —balbuceó, aún en shock y con los ojos desorbitados.

—La policía —repetí—. Tenemos que llamarla —dije. Alguna tenía que mantenerse firme y cuerda, no permitirse ser víctima del miedo.

—Oh sí —murmuró, totalmente descolocada. El pánico en su rostro era evidente.

Me acerqué a ella para ayudarla a poner en pie. Al establecer contacto con su piel, pude percibir el sudor frío que expulsaba por los poros. Su cuerpo estaba muy débil, prácticamente todo el esfuerzo para que se mantuviera sobre sus piernas tuve que hacerlo yo. Cuando me aseguré de que la impresión había pasado ligeramente y sus piernas no se doblarían allí mismo bajamos a la recepción con pasos lentos. Nina marcó el número de la comisaría con dedos temblorosos y comenzó a hablar con la voz débil. Aún tenía la expresión contraída por el miedo y la sorpresa, así que tomé su mano libre como muestra de apoyo.

Nunca fui una chica frágil y vulnerable que necesita ayuda. La fuerza y la independencia siempre me caracterizaron. Supongo que por eso todo lo que ha ocurrido en Morfem desde que empezó el verano no me ha chocado tanto como a otros, quiero decir, estoy muy preocupada, como cualquier otro ciudadano, pero no entro en shock y puedo mantenerme firme y controlada.

Además, creo que he llegado a un punto en que ver la muerte no me asusta más. Ya he visto a tantas personas sin vida: Matt, Nick, Luke y, ahora, al detective Luddington.

—Ya vienen —musitó Nina al colgar el teléfono. Ni siquiera me percaté de cuándo terminó de hablar. Estaba demasiado ensimismada, demasiado concentrada en la muerte.

—Tranquila —emití para consolarla mientras me acercaba para darle un reconfortante abrazo—. Todo saldrá bien. —Esa última frase fue parte de mi acto de aliento, pero siento que fue una de las cosas más falsas que han expulsado mis labios en toda mi vida.

***

En la trayectoria hacia la comisaría Nina continuaba nerviosa, movía su rodilla de arriba hacia abajo y retorcía sus dedos. Yo, por mi parte, pensaba en una excusa para mi presencia en el hostal, buscando al detective Luddington porque, obviamente, no podía decir que lo había contratado para investigar al padre de Elle y como pago dejé que me follara. No podía comprometerme, así que debía encontrar un pretexto rápidamente.

Al llegar a la comisaría, Nina fue conducida hacia la oficina del sheriff mientras yo me senté a esperar mi turno para declarar.

—Últimamente pasas mucho tiempo aquí —escuché decir a alguien.

Al girar el rostro, vi que era el oficial Andrew.

—Y tú no sales de aquí —comenté mientras él tomaba asiento a mi lado.

—Es mi deber estar aquí —rebatió con los codos apoyados en las rodillas, mirándome por el rabillo del ojo.

—Mucho trabajo duro, ¿eh? —comenté, despreocupada y relajada, como si no estuviera allí para dar testimonio acerca de la muerte de alguien.

—Pues sí, la verdad. Con todo lo que ha ocurrido no tengo mucho tiempo —explicó.

—¿Ni siquiera para salir con tu novia? —me atreví a preguntar.

Él sonrió.

—Yo no tengo novia —respondió.

—¿Novio, tal vez? —aventuré, arqueando una ceja.

—Lo respeto, pero no es mi caso —aclaró con serenidad.

—Entonces estás libre para salir —concluí, más para mí que para él.

—Demasiado trabajo duro, tú misma lo dijiste —me recordó, arqueando una ceja mientras intentaba contener una sonrisa torcida, haciendo contacto visual por primera vez.

—Lo que sobra en esta comisaría son oficiales. No creo que te echen en falta unas horas —tercié, sosteniéndole la mirada.

—Marina —escuché a alguien llamar.

—Es mi turno de declarar —le informé a Andrew para excusarme mientras me ponía en pie.

Él asintió ligeramente, indicando que comprendía.

—Hola, señor Hyde —saludé sin demasiado ánimo.

—Cierra la puerta, por favor. —Hice lo que me pidió y luego tomé asiento frente a él.

—Marina, ¿qué estás haciendo? —preguntó, colocando sus codos en el escritorio mientras se inclinaba hacia delante.

—¿Perdone? No entendí la pregunta —emití, confundida.

—Con todo lo que ha pasado deberías estar en tu casa y no deambulando por las calles —dijo a modo de explicación.

Genial. Un sermón.

Ian tenía a quién salir.

—Sheriff, estoy aquí para declarar, ¿recuerda? —mascullé en un intento por contenerme mientras clavaba mis uñas en mis rodillas.

Él suspiró, volviendo en sí. No estaba aquí como abuelo, sino como sheriff.

—En ese caso, comenzaré con las preguntas —articuló con desgana.

—Por favor. —Hice un ademán con la mano para que continuara.

—Nina, la recepcionista, dijo que fuiste a buscar al señor Sebastián Luddington. ¿Cuál es tu relación con él? —preguntó, inquisitivo, entrelazando los dedos sobre su escritorio en su pose autoritaria.

—Lo conocí cerca de una cafetería del pueblo hace unas semanas y… simpaticé con él. Entonces quedamos para vernos otro día y quise que ese día fuera hoy, pero… sucedió todo esto —emití sin titubeos y con total naturalidad, como si fuera verdad.

—Ese hombre tenía 33 años —replicó con el entrecejo hundido, como si ese fuera impedimento.

—Y, ¿qué? —tercié, impasible.

—Es un poco mayor para ti, ¿no crees? —agregó, entrecerrando los ojos. Se notaba su esfuerzo por evitar regañarme como abuelo y mantener la pose.

—Sheriff —hice énfasis en la palabra para recordarle cuál era su papel aquí—, ni siquiera llegué a verlo una segunda vez. Aquel día solo hablamos.

—Me dijiste que estaban en una cafetería, ¿no? ¿Cuál es el nombre de esa cafetería?

—Angie's —respondí, ecuánime. Esa era la cafetería a la que solía ir con mis amigos.

—¿Estabas sola? —indagó. Seguro sabía que las chicas e Ian acostumbran ir conmigo allí. Estaba buscando testigos para mi coartada.

—Sí —respondí. No incluiría testigos en mi mentira.

—Haré una visita a Angie's para corroborar lo que dices y revisar las cámaras de seguridad.

—En realidad estábamos cerca de la cafetería, no dentro —le recordé.

—Pero, alguien debe haberlos visto, ¿no?

—Puede ser —emití, encogiéndome de hombros.

Angie's no tiene cámaras de seguridad fuera, así que no había nada que pudiera desmentirme y dudo que alguien recordara si vio o no a una chica hablando con un hombre de 33 años.

—¿Qué día fue? —Su expresión se endureció.

—No recuerdo muy bien. Creo que el… jueves de la semana antepasada.

—¿Hora? —preguntó secamente.

—En la mañana, tal vez a las 10 —contesté, pensativa.

Ese fue el día y el horario en que realmente lo había visto.

—¿Y de qué hablaron?

—Recuerdo que me mencionó que era detective, que estaba aquí por un caso y que se marcharía cuando lo resolviera. También dijo que se estaba quedando en el hostal de la señora Sanders.

—¿Algo más? —Arqueó una ceja.

—No recuerdo nada más.

—¿Y por qué te urgía tanto hablar con él hoy? —preguntó, suspicaz.

—Quería salir con él, pero me urgía aclararle que nadie podía enterarse por la diferencia de edad que había entre ambos. Si mis abuelos se enteraran, no lo aprobarían —me excusé.

—¿Y por qué esa preocupación? Él no vivía aquí, se iría en cuanto resolviera el caso.

—No quería que mis abuelos se enojaran conmigo y me enviaran de regreso a Londres antes de que finalizara el verano —fingí tristeza y arrepentimiento por mi conducta.

—¿Y por qué fuiste a verlo justo hoy y no antes? Había pasado más de una semana. ¿Por qué no quedaron antes?

—El día que lo conocí me dijo que estaba ocupado con el caso y que no podía salir inmediatamente. Yo también he estado muy ocupada en los últimos días, ha sido muy difícil y traumático todo lo que ha ocurrido.

—Entiendo —dijo, asintiendo, pensativo, cuando finalicé—. ¿Entonces no sabes nada más de este hombre?

—No.

—Ni siquiera lo que vino a investigar.

—No tengo la menor idea.

—Ya te puedes retirar —dijo después de un prolongado silencio.

Asentí ligeramente, poniéndome en pie.

—Marina… —me llamó—, si recuerdas algún detalle…

—Le informaré, sheriff —completé por él y sonrió levemente a modo de afirmación—. Con permiso —me excusé y luego salí.

Una vez fuera vi a Andrew revisando unos papeles.

Mientras me acercaba a él le eché una ojeada a su figura de espalda. Ese uniforme…

—Entonces, ¿cuál será tu respuesta? —pregunté cerca de su oído y él cerró el informe que estaba revisando a la velocidad de la luz. Seguramente era algo confidencial que una civil como yo no podía ni imaginar que existía.

—¿Ya declaraste?

—No evada mi pregunta con otra pregunta, oficial Andrew. Pensé que a ustedes les enseñaban a darle el pecho a las cosas —rebatí, juguetona.

—No te estoy evadiendo.

—¿Entonces?

—Mira, Marina…

—Uuuyy, empezamos mal —emití un poco en broma porque esa era la típica forma de empezar a rechazar a alguien.

—Estoy muy ocupado, en serio.

—Eso es un "no" —concluí.

—Lo siento.

—Realmente no estoy acostumbrada al rechazo —pensé en voz alta.

—Si las circunstancias fueran otras, no dudaría en salir contigo.

—¿Vas a dejar que tu trabajo se interponga en tu vida? —tercié, arqueando una ceja.

—Mi trabajo es mi vida —fue su respuesta.

—Si las circunstancias fueran otras, diría que eres un trabajador admirable.

—Tal vez cuando capturemos al asesino…

—Tal vez ese día ya no esté interesada… —dejé suspendida la frase y di media vuelta para marcharme. En mi camino a la salida vi a dos oficiales conversando en una mesa tranquilamente. Luego vi a otro entreabrir la puerta de su oficina y observarlos en plan los pillé perdiendo el tiempo.

—Creo que el jefe abrió la puerta —le informó uno de los oficiales al otro en voz baja y temerosa.

—Que se joda la puerta —replicó el otro tan relajado como antes.

Y en ese momento recordé…

—¡Sheriff! —entré desbocada a su oficina sin tocar siquiera.

—Marina, ¿qué pasa? —preguntó, preocupado, alzando rápidamente la vista de los papeles que hojeaba.

—Recordé algo.

—¿Sobre el caso Luddington? —preguntó, interesado.

—No, sobre Matt Ryder —aclaré.

—¿El chico asesinado la noche del baile del instituto? —preguntó para asegurarse.

—El mismo.

—Toma asiento, por favor. —Así lo hice—. ¿Qué recordaste?

—Bueno, usted recuerda que en mi declaración le conté que él y yo…

—Sí, me acuerdo —me interrumpió con una expresión incómoda.

Sí, sheriff. Su niñita ya folla.

—Pues… mientras… lo hacíamos… él dijo que creía que habían abierto la puerta del baño y que, por ende, nos habían visto. Tal vez no sea importante, pero lo recordé ahora mismo y quería añadirlo a mi declaración.

—Todo es importante, Marina. El más mínimo detalle puede ser crucial —puntualizó.

Había algo que martilleaba mi cabeza y ya que había ampliado mi declaración decidí que debía contarlo todo.

—Y... hay algo más que… supongo que ya saben porque ustedes revisaron el cadáver —comencé a decir con la mirada clavada en mi regazo.

—Dime. Tal vez lo pasamos por alto —me animó a continuar.

—Pues… él se quedó con mis bragas cuando terminamos —solté atropelladamente, evitando el contacto visual a toda costa.

—Oh… —articuló.

—Pues sí, las conservó como... un recuerdo.

—Espera, ¿él guardó tus bragas en su bolsillo o algo así? —se apresuró a preguntar, abandonando la incomodidad que flotaba en el aire.

—Supongo que lo hizo —respondí—. Me fui antes de que las guardara, así que no sabría decirle con seguridad.

—Entiendo —murmuró, pensativo.

—Bueno, eso era todo. Me retiro —anuncié mientras me ponía en pie—. Si recuerdo algo más, se lo haré saber.

—Por favor —me pidió.

Una vez más asentí como despedida y, al salir, ahí estaba plantado Andrew.

—No estabas escuchando detrás de la puerta, ¿verdad? —pregunté, divertida, arqueando una ceja.

—Claro que no —se apresuró a responder—. Solo quería ofrecerme a llevarte a casa.

Arqueé una ceja, suspicaz.

—No te preocupes, no tengo malas intenciones. Soy un buen ciudadano —dijo en broma mientras levantaba las manos como si fuera totalmente inocente.

—De acuerdo —accedí finalmente.

Definitivamente odio la palabra "no".

—¿Y por qué te ofreciste a llevarme? —pregunté, cruzada de brazos, cuando estuvimos en la patrulla.

—Me sentí en la obligación de llevarte —contestó después de encender el auto y comenzar a conducir.

—Detesto que las cosas sean hechas por obligación. Además, puedo caminar —repliqué porque sabía que me estaba mintiendo.

—De acuerdo… —El tono de su voz cambió, se tornó más gentil, aunque su mirada continuaba fija en la carretera—. Yo… quería disculparme de nuevo.

—Sigues mintiendo —afirmé, muy convencida y concentrada en su perfil.

Mi intuición me decía que él sentía atracción, pero había algo detrás, algo que era mayor que su deseo hacia mí y ese algo le impedía aceptarme. Ese algo lo había traído hasta aquí.

—No miento, ¿por qué mentiría? —rebatió, ofendido.

—No te ofreciste a traerme porque eres un ser humano altruista ni un joven arrepentido que quiere agradar a la chica que desea. No estás aquí como hombre, sino como oficial. ¿Qué es eso que me quieres preguntar?

—Wow —emitió, sorprendido, después de unos segundos de silencio—, serías una gran policía —reconoció.

—Eso quiere decir que tengo razón, ¿qué quiere saber, oficial? —resalté la última palabra para recordarme que no íbamos a follar, sino a introducirnos en un interrogatorio, aunque fuera extraoficial. No tenía junto a mí a Andrew, tenía al oficial.

—¿Estabas relacionada con el hombre que murió en el hostal? —soltó sin titubear.

—Ya mi tiempo de hacer declaraciones pasó —escupí sin que su pregunta me resultara chocante o incómoda, pero el hecho de que supiera que iba a interrogarme no quería decir que iba a obtener respuestas.

—Respóndeme, por favor —pidió con el entrecejo hundido y aún sin mirarme. No había establecido contacto visual en toda la trayectoria. ¿Acaso le bastaba mi voz para saber si estaba diciendo la verdad?

—Cuando dices "relacionada", ¿te refieres a…? —dejé suspendida la pregunta en un vago intento por cooperar.

—Como pareja —especificó.

—Qué más da —me limité a responder—. Si así fuera, ya está muerto dejándole el camino libre a los que vienen —intenté desviar el asunto con una leve sonrisa dibujándose en mis rosados labios.

—Estoy hablando en serio —replicó, ceñudo.

—Yo también —aclaré aún con mi sonrisa.

—Esto no es una declaración oficial, así que supongo que no vas a hacer honesta conmigo y ni siquiera te lo vas a tomar en serio, ¿no es así? —concluyó, estableciendo contacto visual finalmente. Qué mirada tan bonita...

—Supones bien —dije con un leve asentimiento, perdida en sus ojos azulados verdes.

Él apartó la vista y se quedó pensativo uno segundos, como si analizara algo muy grande en su mente.

—Te llevo a casa entonces —dijo finalmente.

—No —dije con firmeza.

—¿A dónde quieres ir? —preguntó, confundido.

—Necesito ir a la farmacia.

—¿Te sientes mal? ¿Necesitas algún medicamento? —Su voz reflejó una ligera preocupación.

—Digamos que voy a buscar algo que me hará sentir mejor.

***

—Ya estoy en casa —anuncié al llegar.

No había rastro de mi abuelo y mi abuela estaba hablando por teléfono, así que opté por no ser inoportuna y subir a mi habitación, pero cuando estaba a punto de subir las escaleras:

—Ya llegó —anunció mi abuela a la persona que estaba al otro lado de la línea—. Es Lara —me informó, cubriendo el teléfono con su mano.

Yo torcí los ojos automática e inevitablemente. ¿Qué querrá ahora esa mujer?

—Hola, mamá —saludé con desgana cuando mi abuela me ofreció el teléfono y se escabulló hacia la cocina. Mi abuela era un amor de persona, pero la relación con su nuera era pura diplomacia. Obviamente la culpa era de mi madre por ser una grandísima...

—¿Dónde estabas? —escupió ríspidamente sin saludar siquiera. Con razón mi abuelo la detestaba y mi abuela la trataba solo por mí y mi padre y porque su amabilidad no le permitía que fuera de otra manera.

—Estoy bien, gracias —respondí con sarcasmo. Sabía que lo odiaba, así que lo hice por el simple placer de molestarla, aunque fuera a kilómetros de distancia. El arte de irritar a Lara nunca pierde la magia.

—No te hagas la graciosa, Marina —masculló. Incluso podía visualizarla en su inútil intento por contenerse.

—Estás gruñendo como de costumbre, así que sobreentiendo que estás bien. ¿Y mi papá? ¿Cómo está? ¿Está cerca? Quiero hablar con él.

Eso de que los hijos quieren a sus padres por igual eran puras patrañas para mí. Quería muchísimo más a mi padre a pesar de que trabajaba mucho y no nos veíamos tanto como nos gustaría, aunque no me quejo. Si llevábamos una vida confortable era gracias a él, aunque la culpa de nuestra mudanza a Londres fue de su trabajo... no, espera... la culpa fue de la pesada de mi madre. Otro motivo para adorarla con todo mi corazón (sarcasmo, por si alguien no cayó).

—Estamos bien —se limitó a responder, ignorando mi petición—. Ahora responde, ¿dónde estabas? He estado todo el día llamando y tu abuela no supo decirme dónde estabas.

—Salí con mis amigas —respondí lo primero que me vino a la mente solo para que se callara—. No tienes por qué exaltarte —tercié.

—Sí tengo motivos para exaltarme y tú sabes perfectamente cuáles son. ¿Dónde fuiste con esas amiguitas tuyas? —preguntó despectivamente. A ella nunca le agradaron mis amistades.

—Se llaman Elle y Crystal —repliqué.

—Ahhhh, sí —emitió con burla, como si fingiera recordar—, son esas que encubren todas las porquerías que haces, ¿verdad?

—No seas paranoica. Yo no he hecho nada —rebatí, indignada, torciendo los ojos.

—Eso yo no lo sé —terció—. No estoy ahí para vigilarte...

—Mamá, no empieces —le pedí. Odiaba los sermones—. Pensé que confiarías más en mí.

—En serio, Marina, no entiendo cómo tienes el cinismo de pedirme que confíe en ti después de todo lo que hiciste...

Sabía a qué se refería y sentía que mi sangre comenzaba a ebullir porque habíamos quedado en que ella no me lo recordaría, sin embargo, me lo echa en cara a cada instante. Ese es su argumento maestro.

—¡¡Y yo no puedo creer que después de haberme encerrado tres putos años en ese maldito internado pienses que tienes el derecho a exigirme algo!! —di rienda suelta a mi ira.

—¡¡A mí no me levantes la voz, niña!! ¡Soy tu madre y me respetas! —bramó.

—¡Te hablo como me da la gana! ¡¿Qué clase de madre encierra a su hija en un puto internado en contra de su voluntad?! ¡Ser madre no es solo abrir las piernas!

—¡Sabes muy bien por qué lo hice! ¡No finjas ser la víctima inocente! No iba a dejar que siguieras haciendo lo que te diera la gana, Marina.

—Voy a colgar —le avisé. Ya me asqueaba el simple hecho de oír su voz.

—Vas a regresar a Londres —dictaminó.

—¿Qué? —musité—. No puedes hacer eso.

—Sí que puedo. Soy tu madre —rebatió como si ese fuera un argumento válido o racional. "Ser madre" no es un poder divino.

—Eres mi madre cuando te conviene —le reproché—. El trato era que me ibas a dejar hasta que terminara el verano. Lo prometiste —le recordé.

—No, el trato era que si te comportabas, te dejaría todo el verano.

—¡Y me estoy comportando! —chillé, desesperada. No quería regresar a ver su cara, lo cual resultaba irónico porque físicamente nos parecíamos mucho.

—Sí, claro —emitió, incrédula—. Y llamo, no estás, no contestas mis mensajes ni mis llamadas. Tus abuelos nunca saben dónde estás metida ni lo que andas haciendo.

—Mamá, no he hecho nada. Te lo juro. Siempre estoy con mis amigos. No me envíes a Londres... por favor... —agregué con voz débil, aspirante a que algún ápice de humanidad en ella cumpliera mi deseo. Se mantuvo algunos segundos en silencio, lo cual me llevó a pensar que estaba meditanto la opción, pero de repente dijo:

—Tu abuela me contó que… —su voz sonó débil— han asesinado chicos en Morfem...

Mierda, abuela, ¿por qué hablaste?

—La policía está trabajando en ello —intenté hacer que la situación sonara menos grave de lo que realmente era.

—Lo que hagan esos incompetentes no me interesa. —La severidad y la desaprobación habituales retornaron a su voz—. Mi hija está en un lugar donde están matando gente. ¿Qué clase de madre sería si te dejo ahí?

Ni que te preocuparas tanto por mí, Lara...

—Por favor, mamá… solo hasta que termine el verano —intenté razonar con ella.

—Pon a tu abuela al teléfono —ordenó.

—Mamá, por favor… —Ya me daba igual si sonaba suplicante.

—Ponla, Marina.

Hice lo que me mandó. Después de entregarle el teléfono a mi abuela subí a mi habitación dando grandes zancadas, llena de rabia.

Si esta era mi última noche en Morfem, no la iba a desaprovechar.

Busqué en los contactos de mi móvil el número de alguien muy especial.

—Hasta que al fin —fue lo primero que dijo cuando contestó.

***

—Abuela —me acerqué a ella cuando estaba lavando los platos después de la cena—, ¿qué fue lo que te dijo mi madre? —pregunté, preparada para las pésimas noticias.

—Tranquila, mi niña. Logré convencerla. No te irás a Londres.

—¿En serio? —pregunté, genuinamente sorprendida y, a la vez, entusiasmada.

—Sí —aseguró con una sonrisa.

—Gracias, abuela —emití, dándole un abrazo con alegría y gratitud—. Eres la mejor abuela del mundo —dije, llenándola de besos a cada palabra que salía de mi boca.

—De nada, mi niña.

—Ve a la sala con mi abuelo. Relájate. Yo terminaré con esto —le pedí, empujándola suavemente para que se marchara.

—No hace falta —replicó, sonriente.

—Yo insisto.

—De acuerdo, de acuerdo. No dejes caer ningún plato.

—Descuide, mi señora.

Cuando finalmente logré hacer que se fuera, terminé con la loza y luego les preparé a ambos su jugo favorito.

En medio del proceso recibí un mensaje.

Hey, ¿se mantiene lo de esta noche?

Me apresuré a responder:

.

Luego miré hacia la sala. Mis abuelos seguían viendo la televisión.

Saqué de mi bolsillo lo que había comprado en la farmacia cuando Andrew me llevó antes de llegar a casa esta tarde: sedantes.

Mis abuelos no solían ir a dormir temprano, pero me urgía que se quedaran dormidos lo antes posible, así que eché en la bebida la cantidad justa para que se quedaran inconscientes unas horas, pero no fue demasiada como para ponerlos en peligro.

—Abuela, abuelo, miren lo que les preparé —anuncié animadamente, colocando la bandeja en la mesita frente a ambos.

—Mi niña, no tenías que molestarte —dijo mi abuela.

—Después de convencer a mi madre, esto es lo mínimo que merecen —le resté importancia.

—Lo hice porque te amo y quiero pasar más tiempo contigo. Tu madre te ha apartado mucho tiempo de nosotros.

—Abuela… yo también los amo —respondí, conmovida, dándoles un abrazo.

—Y yo —comenzó a hablar mi abuelo— no lo digo mucho, pero... yo también… pues eso…

—Yo también te amo, abuelo —dije, sonriente. A mi abuelo le costaba un poco poner su cariño en palabras.

—Ojalá pudieras quedarte más tiempo con nosotros —lamentó él con tristeza.

—Lo sé, también me gustaría, pero mi madre no quiere.

—Esa madre tuya… —gruñó mi abuelo.

—Walter —lo regañó mi abuela antes de que pronunciara algo indebido.

—No te preocupes, abuela, lo entiendo. Mi madre es muy… controladora… Es una intensa.

—Exacto, no sé quién piensa que es... —masculló mi abuelo, indignado.

—¡Walter! —lo reprendió mi abuela una vez más—. No pongas a la niña contra su propia madre.

—Pero si fue ella quien le dijo intensa a la estirada de tu nuera —replicó él.

—¡Walter!

Sonreí ante la situación. No entiendo cómo han podido estar tanto tiempo casados. Supongo que algunas personas son afortunadas y encuentran el amor, pero, por suerte o por desgracia, yo no soy una de ellas. Ese sentimiento no fue hecho para mí.

—¿Y si vemos televisión juntos un rato? —les sugerí.

—Siéntate aquí —me pidió mi abuela, haciéndome espacio entre ambos en el sofá.

—¿A qué hora se irán a dormir? —pregunté, fingiendo ser casual mientras alternaba la vista entre el reloj en la pared y los vasos sobre la mesa.

—Yo aún no tengo sueño —respondió mi abuelo.

—¿Y a su edad no es dañino dormirse tan tarde? ¿El médico no les dice nada acerca de eso?

—¿El médico? El médico es otro…

—Walter —gruñó mi abuela a modo de advertencia mientras yo contemplaba los jugos intactos en la bandeja.

—Bueno, entonces beban esto. Los hice con mucho cariño —les pedí, ofreciéndoles los recipientes.

—¿No trajiste para ti, querida?

—Ya bebí en la cocina, abuela —me apresuré a responder.

—Está muy bueno —reconoció mi abuelo al dar el primer sorbo.

—Es cierto —coincidió mi abuela.

—Pero bébanselo todo —les pedí—, si no, voy a pensar que lo dicen para quedar bien.

Y, poco a poco, ambos bebieron todo el jugo para luego colocar los vasos en la bandeja nuevamente.

—Llevaré esto a la cocina.

—No, abuela. Yo lo hago.

Al regresar, me senté entre ambos de nuevo.

Estaba nerviosa y desesperada. Habían pasado varios minutos y eso no acababa de hacer efecto, pero, de pronto, sentí la cabeza de mi abuela en mi hombro y a los pocos segundos la de mi abuelo.

Se habían quedado inconscientes.

Finalmente.

Comprobé que realmente estaban inconscientes y, al ver que era así, me puse en pie lentamente y luego los acomodé en el sofá para que durmieran plácidamente. Después apagué la televisión y corrí a mi cuarto a alistarme.

Busqué arduamente un conjunto de ropa interior que quería usar para la ocasión, pero, por más que me esforcé, no logré hallar las bragas.

¿Dónde rayos las habré dejado?

Yo soy muy organizada con mis cosas.

Acaso… ¿habrán sido esas bragas las que le obsequié a Luke aquella noche?

No... ¿o sí?

Tal vez mi abuela entró a acomodar mi cuarto y las puso en otro lugar. Mañana tendría que aclararle (una vez más) que no entrara a mi habitación.

Finalmente me decanté por otro conjunto, ya que, por el motivo que fuera, no encontré el que realmente deseaba usar.

Pasados unos 10 minutos sonó el timbre...

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Jelou, jelou, pipol!!! :D
Cómo los trata esta vida? :D
Qué les pareció el cap??
Muy fuerte lo del detective Luddington (*-*)
Y qué se traerá el oficial Andrew? :)
Habrá caído en los encantos de nuestra Marina o será algo más? Ahí lo dejo :)
Y qué opinan de Larita? :v
Y la señora Brewster es tan buena :')
Marina se pasó esta vez con lo que les hizo a sus abuelos (*-*)
A quién habrá llamado?
Ustedes qué creen?
Los leo.
Espero que hayan disfrutado este cap.
Hasta el próximo!!
Gutbai :D

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