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XIX

Debido a la visita que tenía planeada Alix a su adorada amiga, tuve que despertar temprano para hacerle compañía a la turista desorientada. Algún defecto debía tener aquella chica.

Ella me guio durante el trayecto mientras íbamos conversando de cualquier tema banal. Al escucharla, me percaté de que era un poquito consentida, como una princesita. Al parecer, había vivido toda su vida en su burbuja de felicidad.

Finalmente llegamos a la casa de la famosa amiga y, afortunadamente, estaba cerca de la casa de Crystal, así que me había ahorrado una larga caminata.

Después de tocar el timbre, nos recibió en la puerta un chico de cabello castaño oscuro y desordenado que llevaba lentes y cierto toque desaliñado.

—¿Qué quieres en mi casa? —me espetó, ignorando a Alix, la cual puso una expresión de confusión.

—Hola, Steve —lo saludé, intentando ser cordial.

Él se limitó a hundir el entrecejo con fastidio. No puedo creer que siga enojado porque lo rechacé aquel día en la biblioteca.

—Eh... hola —rompió el incómodo silencio la prometida de mi primo—. ¿Está tu hermana?

—Sí —masculló Steve, mirando a Alix sin variar su expresión ceñuda y luego nos dio la espalda para ir a buscarla.

Ni siquiera nos había invitado a entrar, pero aun así lo hicimos. Contemplé la sala de estar como método de entretenimiento hasta que mi mirada recayó en un libro abierto que estaba sobre el sofá. Al parecer, a alguien le gustaba mucho leerlo porque las hojas tenían cierto desgaste e incluso alguna que otra escritura.

Debido al aburrimiento, escruté la página en que hallé abierto el libro. Alcancé a leer algo sobre el cloruro de potasio. Creo que hablaba de sus propiedades y aplicaciones, pero no podría asegurarlo porque cuando estaba escrutando el contenido alguien llegó y me arrebató bruscamente el libro de la mano.

—No toques eso —me gruñó Steve, como si mi tacto pudiese destruir su preciado libro.

—Marina, hola -saludó animadamente la chica nueva en la sala de estar.

—Nina... —nombré, extrañada, a la chica de lentes que trabajaba en el hostal de la señora Sanders, en el cual fue hallado muerto el detective Luddington—. ¿Ustedes son hermanos? —pregunté.

—Sí —afirmó y luego su mirada cayó en el libro que Steve apretaba con fuerza-. Pensé que ya lo habías devuelto hace días —le comentó a su hermano, haciendo referencia al libro.

—Este otro lo compré —masculló, mirando el suelo, avergonzado.

—Ah, es que son iguales. A mi hermano le encanta la química —emitió, sonriente y orgullosa.

—Nina —gruñó él.

—¿Qué? Déjame presumir un poco a mi hermano, el cerebrito. Sé que algún día serás un excelente ingeniero químico.

—Me largo —escupió él, indiferente a las visitas y a la palabra "educación".

Yo lo seguí con la mirada hasta que desapareció por un pasillo.

—Así que tú eres la famosa amiga y futura dama de honor de Alix —comenté en un canturreo.

—Eso parece —chilló, emocionada y después comenzaron a hablar de los planes de boda.

El tema me resultaba tan tedioso, sentía que en cualquier momento me quedaría dormida. No comprendía el entusiasmo por gastar un montón de dólares en una ceremonia que consistía en amarrarte a un hombre el resto de la vida, del cual, probablemente, te hartarías o, incluso peor, él te daría una patada en el trasero y se iría con otra. Aunque en este caso estábamos hablando de mi primo, daba igual. Un hombre es un pene desechable, sea el que sea.

De repente, mi mente viajó a Steve. ¿Seguiría enojado?

En un ataque de aburrimiento, le pedí a Nina instrucciones para ir al baño, pero, en realidad, fui a buscar algo de diversión. Rebusqué en cada puerta del pasillo hasta llegar a una que tenía un letrero que ponía "Tocar antes de entrar".

Me pareció tan "Steve" eso.

Contrariando al inútil cartel, agarré el picaporte y abrí la puerta tras la cual estaba un distraído Steve leyendo el mismo libro, pero, al escuchar que la puerta se abría, gruñó:

—Nina, ¿cuántas veces te he dicho que...?

—¿Que toque antes de entrar? —adiviné.

—¿Qué haces aquí? —masculló, ceñudo.

—Tal vez sea impresión mía, pero creo que sigues molesto por lo que pasó en la biblioteca -comenté, adentrándome en la habitación como si fuera mía.

—¿En la biblioteca? —repitió—. No sé de qué hablas, ya lo olvidé —terció, centrando su atención en el libro nuevamente.

—Que te rechacé —le recordé y él me fulminó con la mirada.

—Eso ya está olvidado. No te des tanta importancia —escupió en un inútil intento de ser hiriente porque mi objetivo no es ser el centro de la vida de nadie, sino divertirme y luego olvidar hasta el nombre de la persona que me proporcionó el momento de diversión.

—Por la forma en la que actúas me parece que aún sientes ardor en esa herida —rebatí, serena.

—¿A qué viniste? —preguntó ríspidamente al percatarse del rumbo de la conversación, el cual no parecía gustarle ni un poquito.

—Veo que te gusta mucho la química como bien dijo Nina —comenté, ignorando su pregunta mientras me acercaba a una mesa donde había tubos de ensayo, polvos, jeringuillas, un microscopio, vasos de precipitado, agitadores y otros instrumentos de laboratorio.

Realmente adoraba aquel mundo, incluso había una estantería con libros de química.

—Haces experimentos, ¿o qué? —pregunté, curiosa ante tanto artefacto, pero, cuando estaba a punto de tocar algo, él agarró mi muñeca para detenerme.

—No toques nada —dictaminó.

—¿Podría explotar la casa o qué? —emití, burlona.

—Si viniste a burlarte de mí, ya te puedes largar por donde mismo llegaste.

—A pesar de todo lo negativo que debes estar pensando de mí, no soy tan mala como piensas. No disfruto burlándome de nadie, muy por el contrario, me parecen imbéciles sin autoestima los que hacen eso.

Él me evaluó con la mirada, como si juzgara si estaba siendo sincera o no.

—Me da igual si me crees o no —aclaré ante su escrutinio—. Solo vine a pedirte disculpas por la forma en que te traté aquel día. Mi intención no era herirte, de verdad —emití genuinamente—, pero me di cuenta de que buscabas... algo más, así que lo mejor fue que te cortara las ilusiones antes de que siguieran creciendo.

—Pudiste haberlo hecho de otra forma, ¿no crees? —opinó, cediendo finalmente mientras bajaba la mirada.

—Créeme, soy la última chica de la quieres y debes enamorarte —dije, avanzando hacia él.

Él me miró, suspicaz.

—El amor no es para mí, Steve —le expliqué, palpando su pecho y luego su mejilla mientras establecía un intenso contacto visual. Pude percibir como ese simple toque lo hizo tensarse y tragar en seco.

Esa reacción sí me gustó... Esa sí era interesante y, definitivamente, era para mí. Steve no era mi tipo en lo absoluto, pero a saber cuánto tiempo se tardaría Alix conversando con Nina y como yo estaba muy aburrida, no vendría mal un poco de diversión... Además, cumpliría al menos uno de los deseos del chico ante mí.

Aquella tarde en la biblioteca me pidió que saliera con él, pero, seamos sinceros, una invitación al cine es solo una forma más discreta de decir "te quiero follar" y yo no soy una chica de rodeos. Prefiero ahorrarme el dinero de las palomitas e ir directamente al grano: follar.

Comencé a depositar suaves y pequeños besos en su cuello, percibiendo lo rígido que se puso. Era muy perceptivo este chico, hasta el más mínimo toque lo tensaba.

—Pensé que querías follarme —susurré en su oído y luego mordí el lóbulo de su oreja, sonriente.

—Sí quiero... —jadeó bajo la presión de mis besos en su cuello—. Joder, siempre lo he querido.

Al salir aquellas palabras de su boca, lo empujé con fuerza para que se desplomara sobre la cama y tomé el lugar que me correspondía sobre su pelvis bajo su atenta mirada. Después me incliné hacia delante para apoderarme de su boca mientras él acariciaba mi espalda con desesperación. Su beso era un tanto torpe, pero con el tiempo acompasamos el ritmo de nuestras lenguas.

¿Alguien daba su primer beso?

Justo al finalizar el beso, agarré su labio inferior entre mis dientes provocando que Steve liberara un jadeo.

—En serio, siempre me has gustado —admitió sin aliento mientras yo me restregaba contra su polla endurecida—, pero no tenía el valor de...

—Cállate —le ordené, tapando su boca con mi mano y agarrando sus lentes para que no estorbaran. La palabrería no me gustaba.

Tomando su rostro, lo hice sentarse para continuar besándolo mientras él introducía sus manos en mi blusa, explorando mi piel. Proseguí con mis movimientos lentos, sensuales y despiadados sobre su polla (que estaba dura como roca) mientras nuestras bocas se devoraban una a la otra. Sus toques y caricias eran frenéticas y desesperadas, reflejaban nerviosismo y ansiedad.

Debía tenerme muchas ganas realmente o acaso... ¿era su primera vez?

Entre besos y jadeos, comencé a buscar la cremallera de sus vaqueros porque, a pesar de la tela que nos separaba, sentía que ya estaba listo, pero, de repente, percibí cierta humedad entre ambos y yo no estaba ni siquiera cerca de correrme.

Suspiré, separándome de él, el cual miraba la cama con expresión avergonzada.

—Creo que ya hemos terminado por hoy, ¿eh, campeón? —comenté en un canturreo, poniéndome en pie para acomodar mi cabello despeinado.

—No vayas a contarle esto a nadie —gruñó desde la cama sin mirarme. No sabría decir si fue una petición o una orden.

—Relájate. Esto se me olvidará en cuanto salga por esa puerta —aclaré, señalando la zona mencionada. Era cierto que no me interesaba recordar semejante fracaso. Era la primera vez que un chico eyaculaba precozmente cuando iba a tener sexo conmigo, es decir, era la primera vez que recibía este tipo de decepción. No juzgaba a los hombres por ello. A todos les pasaba alguna vez durante su vida sexual y no era motivo para avergonzarse. Lo que me molestaba era que me dejaran con las ganas.

Al tomar el picaporte y abrir la puerta, me giré para decirle:

—Trabaja duro con el tubo de ensayo, Stevie.

Mi comentario fue recibido con un enésimo cejo fruncido por parte de aquel chico que siempre me deseó, pero nunca noté.

Desgraciadamente, cuando llegué a la sala Alix y Nina seguían parloteando como cotorras amaestradas. Parecía que su conversación no tenía fin, pero, como si fuera un regalo divino, Alix dijo:

—Marina, creo que tardaré un poco más. Aún tengo tantas cosas que hablar con Nina. Tú puedes regresar a casa, yo conozco el camino.

—¿Segura que estarás bien? —fingí preocupación.

—Sí. Si ocurre cualquier cosa, regreso con Nina.

—De acuerdo —emití con un asentimiento.

Aleluya. Me libré del puesto de niñera.

Aún no era mediodía, así que avancé con pasos lentos hasta llegar a la casa de Crystal. Ya le había avisado que necesitaba imprimir algunas fotos, esas fotos.

Al llegar, su madre me recibió cariñosamente y me ofreció algo de beber, pero denegué su oferta. Traía el estómago cerrado. Quién sabe la imagen que obtendría al salir de aquí.

Justo como la señora Blonowitz, la madre de mi amiga, me orientó subí a su habitación.

Cuando toqué la puerta escuché:

—Pasa.

Al entrar, vi a una relajada Crystal sentada frente a la computadora con un pie sobre la silla y su mano en el mouse.

—Pensé que vendrías más temprano —comentó, omitiendo los saludos.

—Surgió un imprevisto con la prometida de mi primo —expliqué, sacando el USB del pequeño bolso que traía cruzado en mi torso.

—¿Es muy molesta la noviecita de tu primo? —preguntó, sonriente y con la vista en el monitor mientras ingresaba el USB.

—No tanto —le resté importancia, tomando asiento en la cama—. Solo fue un poco inoportuna el día de hoy. De hecho, creo que es muy bonita... —opiné y Crystal se me quedó viendo entre sonriente, suspicaz y divertida.

—¿Qué? —espeté, curiosa ante su sonrisilla traviesa.

—No, nada. —Levantó las manos en señal de rendición—. Yo... no digo nada.

La máquina comenzó a trabajar, podía escuchar los ruidos que hacía. Crystal y yo estábamos en silencio mientras yo miraba un punto fijo del suelo, intentando no pensar en lo que Byron quería que viera.

—¿Qué crees que sea? —habló Crystal por lo bajo con la mirada perdida, tocando el tema que tanto quería evitar.

—No sé... —respondí en un murmullo después de varios segundos.

—Si Byron quería mostrarte algo, ¿por qué habrá armado todo este circo? ¿Por qué tanto misterio? ¿No te parece extraño?

La verdad es que yo me estuve preguntando eso todo este tiempo, aunque intentaba no atormentar mi cabeza con ello.

—Un poco... —me limité a responder en un murmullo, evitando su mirada.

—¿Lograste descubrir qué relación hay entre las horas?

Crystal sintió mucha curiosidad hacia ese aspecto cuando le mostré las fotos y a mí también me parecía muy raro, a decir verdad.

—Pues no... —musité, fijando la vista en su colección de libros de Stephen King.

A Crystal le encantaba el misterio, el terror y la ficción. Amaba las novelas policiacas, tal vez por eso era tan astuta y observadora. Se percataba del más ínfimo detalle. Era de ese tipo de personas que veían lo que los demás no y sabían más de lo que estaban dispuestas a decir.

—¿Has pensado en ello siquiera? —terció.

—No demasiado. No quiero preocuparme innecesariamente —mentí, ya estaba preocupada. Con todo lo que había pasado tenía miedo de que Byron estuviese metido en algo turbio.

—11:07 —pronunció la hora del envío de la primera foto con la vista en la nada, torciendo la boca en un gesto pensativo.

La veía demasiado interesada en esto. No puedo creer que quiera jugar a los detectives.

—¿Qué haces normalmente a esa hora?

—Crystal, no tengo deseos de hablar de eso.

—Eso es lo que está atormentando tu cabeza ahora mismo —replicó, muy segura—. Será mejor que lo dejes salir; si no, terminarás volviéndote loca realmente.

Suspiré con derrota.

Tal vez ella tenía razón.

—Pues... no lo sé. Supongo que estar en mi habitación. —Me encogí de hombros. Realmente no había nada de especial con esa hora.

Ella asintió, pensativa, mientras hacía girar su silla aún con una pierna sobre esta.

—¿Solo eso? ¿Simplemente te quedas en tu habitación?

—Pues sí. —Volví a encogerme de hombros con indiferencia. Esto no iba a ningún lado.

—Tal vez no sea algo que esté en tu rutina nocturna. Tal vez sea la hora en la que sucede otra cosa —aventuró.

—¿Como qué? —Me quedé observándola a la espera de su brillante idea.

Creo que está leyendo demasiadas novelas policiacas.

—Mmm —emitió, pensativa—. Creo que si te envió todo esto a ti, es porque es algo que solo sabes tú. Tal vez es algo que pasó recientemente.

Menuda ayuda.

Finalmente la impresora concluyó su trabajo y en mis manos quedaron las 24 imágenes. Incluso con un tamaño mayor, seguía sin hallarles sentido.

—¿Quieres que te ayude? —se ofreció.

Ella era una persona indiferente en general, pero esto la tenía un tanto emocionada.

—Me voy a casa —fue lo que respondí.

No quería que se obsesionara con esto. Como ella misma había dicho, Byron me envió las fotos a mí, así que sentía que era algo que debía ver solo yo.

Después de despedirme de la señora Blonowitz, Crystal me acompañó a la puerta.

Cuando estábamos en el umbral me detuve para preguntar:

—¿Cómo está Elle?

—¿Tú qué crees? —respondió Crystal.

—Deberíamos ir a verla —sugerí.

—Sigue sin querer ver a nadie —terció, recostada del marco de la puerta.

La muerte de Ross nos había afectado a todos, ya que lo conocíamos desde niños. Él siempre fue como nuestro hermano mayor, aunque yo acabé viéndolo de otra forma...

Pero lo que me dejaba impresionada era la facilidad con la que Crystal ocultaba su dolor. Su expresión era una perfecta máscara de indiferencia. ¿O acaso no sentía nada? Siempre fuimos amigas desde muy pequeñas y nunca la he visto llorar. Recuerdo que cuando teníamos 9 años su perro murió y ni una mísera lágrima se desplazó por sus mejillas.

—Ella y sus padres deben estar destrozados —comenté con pesar.

—Naturalmente, aunque el señor Haines sigue sin querer hablar con ellas.

—¿Qué? —emití, estupefacta—. Pensé que solo se había ausentado al entierro.

—Elle me dijo que lo ha llamado y la manda al buzón de voz.

—No lo puedo creer... —mascullé por lo bajo—. Es increíble que no quiera hablar con su propia hija después de la muerte de su otro hijo. Elle es lo único que le queda.

—Cada quien tiene su forma de enfrentar la vida. —Se encogió de hombros—. Sus razones tendrá —añadió.

Ninguna razón justificaba el hecho de ignorar la muerte de su propio hijo. A pesar de que discutieran, el accidente de Ross superaba el resto.

Con la misma desgana que llegué, regresé a casa, pero esta vez iba pensando en Ross. Los recuerdos invadieron mi mente provocando que una solitaria lágrima surcara mi mejilla.

Voy a extrañarte mucho, Ross.

Al llegar a casa, vi a Edwin sentado en las escaleras mirando ansioso la puerta. Al percatarse de que solo era yo, su expresión ilusionada se borró.

—Siento decepcionarte —bromeé, cerrando la puerta.

—Pensé que era Alix —explicó.

—¿No ha llegado aún?

—No.

—Pues no me extraña. Ella y Nina parecían gallinas cacareando —bromeé, tomando asiento a su lado en el cuarto escalón.

—Supongo que Nina es su famosa amiga.

—Sí. ¿No te habló de ella? —pregunté, extrañada ante el "supongo".

—No. O tal vez sí lo hizo y no lo recuerdo. —Se encogió de hombros, evidenciando que no le importaba demasiado.

—Deberías prestar más atención a lo que dice tu prometida —lo regañé, juguetona.

—Tal vez debería —cedió, sonriente, contemplando el suelo.

—No puedo creer que te vas a casar —comenté, entre seria y nostálgica—. Alix logró atraparte, ¿eh? —Le di un codazo, divertida—. Debe tener sus encantos... —dejé la frase suspendida para que captara el doble sentido.

—A todos nos llega la hora —se limitó a responder con una sonrisa pintada en el rostro mientras miraba los escalones.

—No a todos —tercié. Demasiadas personas morían sin casarse.

—A ti también te llegará.

—No lo creo —opiné.

—No seas tonta. Claro que sí. Si a mí que era el más mujeriego de los adolescentes me llegó, a ti también —replicó, divertido.

Esbocé un atisbo de sonrisa.

—El problema es que yo no quiero que me llegue —aclaré, relajada.

—Eso es imposible. Todas las adolescentes sueñan con vestirse de blanco, lanzar el ramo, picar el pastel y pasar el resto de su vida junto al hombre que aman.

—El blanco es un color muy soso. Para usarlo me pongo un camisón y listo. Las flores solo me gustan en perfumes. No me gusta el pastel y definitivamente no quiero pasar el resto de mi vida junto a un idiota controlador que finalmente acabaré pateando por estrecho.

Bufó una risa y me le quedé viendo.

—Al parecer, no quieres después de todo —comentó, aún sonriendo.

—Quiero otras cosas —aclaré—. Esas que mencionaste están sobrevaloradas.

—¿Como cuáles? —preguntó, apoyando su codo en su rodilla y su puño en su sien para enfocarme.

En tan solo un segundo, cerré el espacio que nos separaba, quedando nuestros labios a un suspiro. Su sonrisa divertida se desvaneció mientras él se enderezaba.

—No puedo creer que no recuerdes las cosas que quiero, las cosas que me gustan... —comenté, arqueando una ceja. Ahora la que sonreía era yo.

—Marina, ¿qué haces? —musitó, descolocado y evidentemente nervioso mientras pegaba su espalda a la barandilla de las escaleras en un inútil intento por huir.

—No entiendo la sorpresa —dije, acercándome aun más—. Ni que fuera la primera vez que lo hago —susurré en su oído mientras mis manos reencontraban su torso, ese que una vez besé y lamí.

Él agarró con fuerza mis muñecas y las retuvo contra mi pecho, dejándome a una distancia prudencial. Sonreí ante su acto. Estaba muy equivocado si pensaba que eso iba a detenerme.

—¿Qué pasa? —me hice la inocente.

—Que no podemos hacer esto —masculló, acercando sus labios a los míos sin una pizca de gracia en el rostro mientras liberaba mis manos—. Eso pasa.

—Porque lo dice quién —rebatí, sosteniendo sus ojos azules—. No es la primera vez que hacemos esto —le recordé, llevando mis labios a su cuello mientras mis dedos surcaban sus rizos rubios y yo me sentaba sobre él, cerrando la distancia entre nuestros torsos.

Hace algún tiempo Edwin y yo tuvimos sexo en varias ocasiones. De hecho, mi primer beso fue con él. No me importaba que fuera mayor que yo ni que fuera mi primo. La sociedad critica y limita mucho sin tomar en cuenta el impulso de los individuos. Edwin y yo sentimos deseo el uno por el otro, ¿por qué no podemos follar? ¿Porque lo dice la sociedad? Que se joda la sociedad.

—Nuestros abuelos están durmiendo en el cuarto —hizo un intento de réplica bajo el ataque imparable de mi lengua sobre su cuello.

—Tienen el sueño súper pesado. No van a despertar —aseguré, atrapando el lóbulo de su oreja entre mis dientes mientras sonreía, victoriosa, porque estaba sintiendo en mi entrepierna su incipiente dureza.

Por mucho que intente negarlo sigue deseándome al igual que yo a él. La diferencia es que yo nunca niego lo que quiero.

—Marina... —jadeó mientras introducía mi mano bajo su camiseta y movía rítmica y sensualmente mis caderas sobre su polla en tanto él mantenía sus manos en mis caderas—, estoy comprometido...

Ante sus palabras mi boca se apoderó de la suya para callar sus estúpidas excusas.

¿Compromiso? Menuda justificación barata.

Su cerebro le gritaba que esto era incorrecto por disímiles razones, pero su cuerpo lo traicionaba completamente. Sus manos ya estaban en mi espalda, anulando la escasa distancia que por momentos nos separaba, su lengua se entrelazó con la mía de forma frenética y voraz y su polla ya estaba dura como concreto, lista para quitarle la nostalgia a mi palpitante entrepierna.

—No debo... —jadeó, apoyando su frente sobre la mía cuando nos separamos para tomar aire.

—Antes tampoco "debías" y lo hiciste de igual manera —rebatí sin aliento, buscando su cremallera para liberar ese notable bulto que escondía su pantalón.

—Alix podría llegar en cualquier momento —terció, alternando su mirada con expresión nerviosa entre la puerta, mi rostro y mis manos, las cuales ya habían tomado su erección mientras relamía mis labios. A pesar de su evidente preocupación, no me detuvo. En el fondo él lo deseaba tanto como yo.

—No entiendo por qué te resistas a lo que evidentemente quieres por una chica a la que ni siquiera le prestas atención cuando habla. —Me puse en pie, bajo su atenta mirada, para deslizar mis bragas hasta que cayeron al suelo mientras mi entrepierna quedaba justo a la altura de su rostro. Sus ojos viajaron de los míos hasta la imagen que estaba frente a él, lo cual provocó que mordiera su labio inferior en un intento por contenerse—. Haz lo que deseas. Yo también lo deseo —lo incité y, afortunadamente, lo conseguí porque con un veloz movimiento agarró mis nalgas para acercarme a él y luego hundir su cabeza entre mis piernas.

Ante su ataque mi espalda se arqueó mientras apoyaba una de mis manos en el barandal para no perder el equilibrio y mordí la muñeca de mi mano libre porque había dicho que mis abuelos tenían el sueño pesado, pero no era muy cierto que digamos. Los movimientos de sus labios y de su lengua sobre mi humedad provocaron que cerrara mis ojos, rebosante de placer, mientras él colocaba mi pierna derecha sobre su hombro para tener un mayor acceso y yo clavaba mis dientes en mi muñeca, haciendo un esfuerzo sobrehumano por ahogar mis constantes y sonoros gemidos. Llegó un punto en que sentí cómo los fluidos chorreaban por mi pierna y, justo en ese momento, me separé de su rostro para sentarme sobre él.

—Veo que ya no te importa, pero si Alix llega... —alcé un poco mi cuerpo para dirigir su erección a mi entrada y con suma lentitud caí sobre esta, contemplando la hermosa expresión de mi primo al cerrar su ojos, disfrutando la sensación mientras de su boca se escapaba un "joder"—, la invitamos a que se nos una a la fiesta —sugerí, sonriente.

Él sonrió ante mis palabras. Aún estaba estática, concentrándome en la sensación de su virilidad llenándome por completo mientras enroscaba mis dedos en sus rizos dorados y miraba hacia abajo para establecer contacto visual con su mirada azul cielo a la espera de su réplica.

—¿Ahora te gustan las mujeres? -inquirió con una sonrisa traviesa mientras arqueaba una ceja.

Esta vez fue mi turno de sonreír. Quedando mis pechos a la altura de su rostro, me acerqué a su oído para, a modo de aclaración, susurrarle:

—No me gustan las personas, me gustan las sensaciones. Me fascina el placer, no quien me lo proporcione.

Dicho eso, acabé con esta espera sin sentido y comencé a moverme.

—Joder —gruñó nuevamente a medida que llevaba a cabo el vaivén de mis caderas mientras Edwin clavaba sus dedos en ellas para guiar el movimiento, el cual era lento y sensual.

Las manos de mi primo ascendieron por mi espalda y una de ellas buscó mi escote mientras yo seguía subiendo y bajando. La tela de mi vestido era bastante flexible, lo cual le posibilitó liberar mis pechos para devorarlos con pasión entre succiones y mordisqueos mientras yo envolvía mis brazos alrededor de su cuello, disfrutándolo y aproximándolo.

Después coloqué mis manos en el barandal, aprisionándolo para luego tomar sus muñecas y sostenerlas firmemente contra la barandilla para dejarlo inmóvil y así evitar que me tocara mientras establecíamos contacto visual.

—Hoy estás dominante —comentó con una sonrisa torcida.

—Siempre he mandado yo —susurré cerca de sus labios—. Ni tú ni ningún otro me domina —esta vez hablé cerca de su oído—. Siempre soy yo la que hace de ustedes lo que quiera, solo que a veces les hago creer que es al revés —dejé en claro, aumentando ligeramente el ritmo de mis caderas.

—Me encanta cómo te mueves.

—Y aún no he comenzado —dije en un jadeo, acelerando completamente mis movimientos y sintiendo cómo el sudor corría por mi cuerpo y mi cabello se pegaba en mi rostro, por lo cual tuve que liberar las manos de Edwin para acomodar mi cabello.

—Nunca puse en duda tu autoridad —aclaró, contemplándome con devoción, con los labios entreabiertos y con el placer más primitivo reflejado en el rostro—. Para mí eres una diosa. Ni siquiera mi prometida me hace correrme como tú.

Un atisbo de sonrisa surcó mis labios. No negaré que sus palabras provocaron cierta satisfacción en mí, motivo por el cual enrosqué mis dedos en sus risos y lo atraje para devorar su boca, famélica.

Ambos estábamos sudados y sin aliento. Por momentos olvidaba que debía contener mis gemidos y los dejaba escapar, haciéndole saber que me encantaba cómo me follaba sin importar lo que dictaminara la sociedad.

—Me voy a venir, Marina... —me advirtió porque no estábamos usando condón, así que sin apresurarme demasiado dejé de montarlo y segundos después contemplé cómo se corría en mi ingle para luego limpiar mi piel con mis dedos y llevarlos a mis labios, chupando su sabor mientras él me miraba, complacido. Luego sostuve su rostro y lo besé con una sensual lentitud que le permitió sentir su propio sabor y, justo en el momento que nos estábamos perdiendo en el otro, escuché el sonido de la manija de la puerta bajando.

Alguien había llegado.


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Hi!!! :D
Cómo está todo? :D
Qué les pareció el cap? :)
Recuerdan a Steve? :D
Pues hoy tuvimos una nueva aparición suya.
Qué les parece el primo Edwin? :)
Espero que hayan disfrutado el cap.
Hasta el siguiente.
Chau, chau.

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