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XIV


En la comisaría…

La señora Holland estaba completamente destrozada. Las lágrimas no paraban de descender por su rostro. Su marido estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por contener su dolor y aparentar fuerza ante un momento tan delicado como aquel: la policía los acababa de llamar para reconocer los cadáveres de sus hijos.

¿Por qué debían vivir aquella horrible experiencia?

Deberían ser los hijos los que vean partir a los padres, ¿no?

—Señora Holland… sé que es muy difícil para ustedes —emitió el sheriff, intentando ser comprensivo ante la aflicción de una madre que acababa de perder a sus dos hijos de una forma tan sórdida—. Si quiere, pueden venir a declarar otro día —les ofreció.

—No —se apresuró a decir la señora Holland, alejándose de los brazos de su marido—. Quiero que encuentren a los malditos que mataron a mis hijos —masculló con rabia, olvidándose de la palabra educación— y si nuestras declaraciones le serán de utilidad, entonces declararemos hoy —agregó con determinación, secando sus lágrimas con el dorso de su mano.

—Usted… ¿dijo los? —emitió el sheriff, asegurándose de haber escuchado bien.

—Sí —respondió ella con firmeza.

—¿Por qué asume que son varios asesinos? —preguntó, suspicaz.

—Le contaré la verdad, sheriff —articuló la señora Holland con un hilo de voz y la mirada fija en la gran mesa frente a ella.

El señor Charles se reacomodó en el asiento, inclinándose hacia adelante, interesado en lo que se avecinaba.

—La escucho —la animó a hablar.

—Supongo que usted sabrá que nosotros nos mudamos hace poco...

El sheriff asintió.

—En la ciudad en la que solíamos vivir… mi hijo mayor, Nick… tuvo una relación con una chica… y… mi otro hijo… también se involucró con ella… —logró confesar entre balbuceos la señora Holland, rememorando aquella desagradable situación que se había esforzado tanto en olvidar, la razón por la que sus hijos no se soportaban. Ella detestaba decirlo en voz alta, pero estaba segura de que Nick y Luke se odiaban.

El sheriff seguía atentamente la declaración de la testigo, asintiendo esporádicamente.

—Continúe —le pidió el señor Charles ante la pausa tan prolongada que hizo la afligida madre.

—La chica era menor de edad, tenía unos 16 años. Mis hijos tendrían 19 por aquel entonces —explicó la señora Holland.

¿Acaso aquella chica estaba involucrada en el asesinato?

¿Acaso estaba conectada con todos los demás casos?

—Ella era oficialmente novia de Nick, pero Luke… se deslumbró con esa niña. Ella jugó con mis hijos —se lamentó, intentando no llorar mientras recordaba todas las discusiones, todos los golpes que sus hijos intercambiaron por aquella chica que al final no quiso a ninguno de los dos—. Un día fueron a una fiesta o algo así, bebieron y… se drogaron.

El sheriff asintió una vez más. Entendía la situación que había vivido aquella familia. No era la primera vez que dos hermanos se enemistaban por una mujer. Y que los jóvenes bebieran y se drogaran en fiestas tampoco era algo nuevo.

—Esa noche… Luke condujo ebrio… y tuvieron un accidente… donde la chica murió. Mis hijos salieron prácticamente ilesos, pero ella… no tuvo la misma suerte. Su familia nos demandó. Fueron tiempos difíciles para nosotros. Ella era una menor, estaba ebria, drogada. Ellos culparon a mis hijos… Esa gente no conocía a la hija que tenían… Finalmente nuestro abogado logró librarnos de la demanda, pero ellos no se conformaron. Un día mis hijos fueron terriblemente golpeados por dos tipos con pasamontañas. Les desfiguraron la cara. Sufrieron fracturas, sheriff. Nick aseguró que fueron los hermanos de ella… de Allison.

—¿Allison? —repitió el señor Charles.

—Allison Earles —reiteró con mayor firmeza—. Ese era su nombre.

—Entones, ¿ustedes piensan que la familia de la fallecida Allison Earles son los asesinos de sus hijos? —resumió la teoría de la madre.

—Fueron ellos, sheriff. Estoy 100% segura.

—Nadie más tenía motivos para dañar a nuestros hijos, sheriff —puntualizó el señor Holland, interviniendo por primera vez, pero su expresión evidenciaba que estaba totalmente de acuerdo con su esposa.

—Tiene que encontrarlos, sheriff. Yo misma los llevaré hasta su casa. Recuerdo donde viven.

—Si es que no han huido —gruñó el padre.

—Tiene que encontrar a esa gente. Tiene que encontrar a esa familia de asesinos. —Las lágrimas había vuelto a los ojos de la señora Holland.

—Tranquila, señora Holland. Si fueron ellos, los vamos a encontrar.

***

Marina.

Habían pasado un par de días y aquella imagen no salía de mi cabeza.

Al rodear el árbol, los vi a ambos sentados en el suelo y recostados del tronco con sus brazos lánguidos a ambos lados de sus inertes cuerpos. Estaban descalzos, sin camisa y con los ojos muy abiertos. Sus cabezas estaban apoyadas contra el grueso tronco, dejando expuestos sus pálidos cuellos, los cuales se encontraban atados el uno al otro con alambre de púas, el cual daba varias vueltas alrededor de sus cuellos y, al parecer, se encontraba a gran profundidad regalando una tenebrosa imagen en la que la piel y el metal se entremezclaban como si fueran uno. Las espinas penetraban en ellos, provocándoles una visible hemorragia. Sus desorbitados ojos y sus bocas entreabiertas parecían haber sido testigos del dolor sobrehumano que sufrieron mientras les enrollaban aquel alambrado en sus respectivos cuellos hasta encajarles el frío y punzante metal y provocarles la muerte.

Por otra parte, sus muñecas estaban notablemente marcadas como si los hubieran tenido fuertemente atados por mucho tiempo y no fueron simples ataduras, pues incluso se veía la piel lastimada y ensangrentada debido a la profundidad con que los ataron. Además, las plantas de sus pies tenían numerosos cortes y, por ende, estaban totalmente ensangrentados. Ambos estaban desaliñados, sucios y despeinados, creo que incluso estaban más delgados. Las uñas de sus pies y manos tenían una mezcla de sangre y tierra y solo traían unos viejos y desgastados pantalones.

A toda aquella terrorífica imagen debía sumarle el hecho de que Luke había sido despiadadamente torturado. Los lóbulos de sus orejas, en los que solían estar sus aretes, y la porción de piel donde estaba el piercing de su ceja habían sido arrancados. El lado izquierdo de su labio inferior también había sido amputado, al parecer, de forma brusca. Toda la piel que había sido víctima de ese loco del bisturí no había sanado en lo absoluto, de hecho, había sufrido una severa infección. A lo largo de la piel de sus brazos, la que solía estar cubierta por tatuajes, tenía graves quemaduras de tercer grado. Ambos tenían moretones a lo largo de su torso, pero evidentemente Luke se había llevado la peor parte porque tenía numerosos y enormes hematomas en su estómago, pecho y costillas, de hecho, del lado izquierdo de estas últimas sobresalía algo: creo que tenía una costilla fracturada.

Fue una visión horrible que me dejó paralizada y con el estómago revuelto.

¿Quién era capaz de hacer semejante atrocidad?

—¡Marina!

—¿Qué? —balbuceé, regresando a la realidad.

—Llevo tres horas llamándote —me reclamó.

—Lo siento, Crystal. Estaba… pensando.

—Estabas… ¿pensando en ellos? —murmuró.

—Sí.

—Deja de torturar tu mente con eso —me pidió tomando mis manos y sentándose frente a mí en la cama.

—No puedo —admití, poniéndome en pie, totalmente frustrada—. Es horrible encontrar el cuerpo de alguien. Especialmente el de alguien a quien conocías.

—Me gustaría tener algo que decir para hacerte sentir mejor —se lamentó y luego compartimos una mirada triste y cómplice a la vez—. Te gustaban mucho, ¿verdad?

—Tuve que trabajar bastante para llegar a donde quería con ellos —fue mi respuesta.

—Lo siento mucho, Marina, pero estoy segura de que la policía encontrará al culpable —opinó para calmarme.

—Llevan todo el verano diciendo eso —me quejé— y me duele reconocerlo, pero estoy comenzando a dudar… —bajé un poco la voz al pronunciar la última frase.

Crystal se quedó en silencio porque en el fondo sabía que tenía razón.

El caso de los hermanos Holland era el tercer caso de asesinato en lo que iba de verano y era innegable que había sido el más sangriento de los tres. Lo que más me indignaba era que la policía no tenía ninguna pista o, al menos, en las noticias no decían nada que me tranquilizara.

—¿Qué es esto? —emitió Crystal, sacándome de mi ensimismamiento una vez más.

Contemplé con el ceño fruncido lo que sostenía entre sus manos: una hoja de papel que estaba en un libro sobre mi mesita de noche.

—¿Quién fue el cursi que te escribió una carta? —preguntó, divertida, esbozando una expresión que contrastaba con nuestra conversación inicial.

—Ni idea —respondí, torciendo los ojos y olvidando por un rato toda esta situación.

Ella sacó el papel del sobre, curiosa y, al igual que yo la primera vez que lo abrí, hundió el entrecejo, pero luego sonrió ligeramente.

—Qué original. Una declaración de amor en braille —comentó, divertida e interesada.

Yo me encogí de hombros sin prestarle mucha atención. De hecho, no sabía por qué no la había tirado a la basura.

—¿No te gustaría saber qué pone? —preguntó.

—Me da igual —contesté, encogiéndome de hombros. Luego fruncí el ceño al ver lo que Crystal hizo: colocó la hoja sobre el libro, el cual puso en su regazo, luego cerró sus ojos y comenzó a palpar el papel.

Estaba… ¿leyendo?

—¿Tú sabes braille? —indagué, asombrada.

—Shhh, cállate. Necesito silencio para concentrarme. Hace mucho tiempo que no hago esto.

La observé con atención mientras ella fruncía el ceño aún más, sumamente concentrada. Tomé asiento junto a ella porque, de repente, me interesaba esa habilidad que tenía Crystal, la cual desconocía.

De pronto, abrió los ojos exageradamente. Lucía… ¿asustada?

—¿Y? ¿Qué pone? —pregunté, curiosa por su reacción.

—¿Quién te envió esto? —ignoró mi interrogante con el entrecejo aún más hundido.

—Ya te dije que no sé —repliqué.

Ella volvió a mirar el papel, como si eso le fuera a dar la respuesta.

—¿Y? Crystal, ya me tienes ansiosa. ¿Qué decía?

—Yo… —murmuró—. Creo que deberías buscar a alguien que domine bien esto. Yo… no recuerdo muy bien —respondió, evasiva.

—¿Por qué? ¿Qué fue lo que entendiste? —insistí.

—Nada... —balbuceó.

—Estás mintiendo —afirmé.

—En la biblioteca del pueblo hay una trabajadora que es ciega. Búscala —me entregó la carta—, ella te aclarará lo que dice. Yo… entendí mal. Debo haberlo hecho —murmuró la última frase, mirando el suelo.

—Ok —articulé a modo de conclusión, contemplando la nota cuyo contenido desconocía, pero, de repente, me intrigaba demasiado. Crystal era un chica fuerte, impasible y estoica, así que el hecho de que aquel escrito hubiera sobrepasado su impenetrable armadura, dejándola perturbada y pensativa, era cuanto menos inquietante. 

¿Qué rayos dirá este pedazo de papel?

—Marina…

—¿Sí?

—¿Cuándo te enviaron eso? —murmuró.

—No lo sé. —Intenté recordar la fecha exacta—. Hace más de una semana, creo —supuse.

Ante mi respuesta, se quedó pensativa, como si analizara algo.

De pronto, mi móvil sonó.

—Hola, Elle —saludé al tomar la llamada.

—¡Marina! Hola, ¿cómo estás?

—He estado mejor —contesté con desgana.

—¿Crystal está contigo? —preguntó ella.

—Sí, está aquí.

—Quería preguntarles si vendrán a cenar por la llegada de Ross.

Mierda, Ross.

Con todos los acontecimientos recientes lo había olvidado.

Llegaba hoy en la mañana y por la noche su madre celebraría su llegada con una cena. A esa señora le encantaba celebrar cenas para ostentar la vida que no tenía. Era la madre de Elle, pero era un poquito irritante, aunque nunca se había metido conmigo, así que no podía quejarme.

—Sé que estás conmocionada por lo de Nick y Luke —habló de repente ante mi silencio—, pero pensé que tal vez ver a Ross te animaría —añadió con su característico y dulce tono de voz.

Ross es el hermano mayor de Elle. Está en la universidad estudiando derecho. No viene mucho a casa, ni siquiera en vacaciones, es por ello que sus visitas son un acontecimiento. A pesar de que nos lleva 3 años, siempre se ha llevado muy bien con nosotras y nos ha cuidado como un hermano mayor. También es un gran amigo de Ian y Tyler.

—Supongo que sí —musité—. Nos vemos esta noche —dije con mayor determinación esta vez.

***

Ross continuaba tan guapo y atlético como siempre. Sus ojos eran de color miel, al igual que los de su hermana menor a la cual sobreprotegía y celaba mucho. Su brillante cabello era castaño oscuro, casi negro. La última vez que lo vi tenía 18 años y lo llevaba desordenado todo el tiempo, pero ahora lo llevaba un poco más peinado. Sus rasgos parecían más maduros y viriles, propios de alguien de su edad. Aunque suene raro pensarlo, ya Ross era un hombre. En poco tiempo se graduaría y sería totalmente independiente.

Al vernos, se alegró mucho y nos abrazó con esa enorme sonrisa que lo caracterizaba. La calidez que siempre me ha trasmitido me llegó en las miradas, en las palabras, en las sonrisas, en las bromas, en fin, en toda la velada.

Elle tenía razón. Ver a Ross me ayudó mucho. No pensé en todo el caos que había en este pueblo en ningún momento de la noche.

Solo había una cosa que me tenía un poco intranquila, pero que logré disimular y que nadie notó: el señor Haines.

Me estaba mirando extraño, incómodo, incluso me atrevería a asegurar que se retorcía ligeramente en la silla.

Viejo inútil.

Ni siquiera sabe disimular.

A este paso todos se darían cuenta.
En cierto punto de la noche estábamos en la sala conversando animadamente cuando de repente el sonido de un celular nos interrumpió:

—¿Hola? —contestó Tyler, alejándose del resto para hablar más cómodamente.

Proseguimos con nuestros temas banales en lo que Tyler hablaba con quien sea que lo hubiese llamado.

Me pregunto si sería alguna chica.

Tyler tiene su atractivo. Tiene una personalidad fresca y encantadora por no hablar de su cuerpo que tampoco está nada mal, pero es de este tipo de personas que no toman nada en serio, siempre está bromeando. Además de que es un caliente de mierda. El chico le daría a un poste si hiciera falta, pero es una excelente persona. Creo que merece a una chica que lo haga feliz.

—Chicos —habló de pronto el blanco de mis pensamientos. Sus atractivos rasgos denotaban preocupación—. Tengo que irme. Mi abuela sufrió un accidente.

—¿Qué? —exclamamos Elle y yo al unísono.

—¿Fue muy grave? —preguntó Crystal. Incluso en los momentos de pánico se mantenía impasible y ecuánime.

—Fue una caída, pero a su edad… —su voz se apagó.

—Te llevaré al hospital —se ofreció Ian.

—Gracias, amigo —murmuró Tyler, decaído.

Luego Ian se volteó en mi dirección.

—Vendré a buscarte en cuanto pueda.

—No hace falta —emitió una voz masculina, haciéndome observarlo con una ligera sorpresa—. Yo la llevaré.

—De acuerdo.

Tyler e Ian se despidieron rápidamente. El ambiente no estaba para animadas despedidas.

En pocos minutos me dieron ganas de marcharme. Efectivamente no estábamos de humor para seguir bromeando, en especial cuando se había ido el alma de la fiesta, aunque una pequeña parte de mí quería irse por otra razón, una un poquito más egoísta e interesante.

Le informé a Ross que me quería ir y luego me despedí de los restantes. El señor Haines no dejó de fulminarme con la mirada en todo el rato.

Elle nos acompañó a la puerta. Como persona y como anfitriona era sumamente considerada.

—¿Y esto? —emitió Ross, mirando el suelo cuando estábamos en el umbral. Se agachó y tomó un sobre.

—Qué raro —emitió Elle cuando su hermano le entregó el sobre—. Es para mamá —dijo al ver el destinatario.

—Bueno, nosotros nos vamos —dijo Ross.

—Hasta mañana, Elle —me despedí, dándole un abrazo.

—Nos vemos, Marina.

Ross y yo fuimos en silencio hasta su auto, el cual estaba aparcado muy cerca de la casa en una zona no muy iluminada.

Cuando subimos al vehículo el silencio continuó, pero no era incómodo en lo absoluto, de hecho, en el momento en que lo miré de reojo, me percaté de que tenía las manos en el volante y una pequeña sonrisa asomaba en la comisura de sus labios.

—¿Qué es lo que te hace gracia? —pregunté, girando el cuello para mirarlo mejor.

—Nada. Solo… nosotros, aquí.

—Bueno, no estábamos aquí. En realidad estábamos allá atrás —señalé el asiento trasero.

Su sonrisa se ensanchó. Realmente tenía una sonrisa preciosa.

—Cierto —reconoció.

—¿Acaso fue por eso que te ofreciste a traerme? —pregunté, fingidamente escandalizada.

—Creo que estás olvidando que la idea en aquel entonces no fue mía —me recordó, arqueando una ceja. Esta vez fue mi turno de sonreír y de admitir:

—Cierto, pero he de recalcar que tú no pusiste mucha resistencia —repliqué pícaramente.

—No es mi culpa que con 13 años ya estuvieras ardiente y deliciosa.

Sonreí, satisfecha, sosteniéndole la mirada.

Ross fue mi crush durante la infancia. Me parecía tan lindo y asombroso, pero no me atrevía a decirle nada hasta que comencé a crecer. Empecé a desarrollarme muy pequeña y muchos niños me miraban y todos elogiaban mi belleza y llegó un punto en que creí todo lo que me decían. Contemplaba mi reflejo en el espejo y me percataba de que todos tenían razón. Aquella niña un tanto tímida se estaba transformando en una bella adolescente y nadie se estaba quedando indiferente a eso… ni siquiera Ross. Lo vi mirarme varias veces y decidí arriesgarme.

Algunos meses después de haber cumplido 16 aprobó su examen de conducir. Un día le pedí que me llevara a encontrame con un chico, pero no había cita alguna. Esa noche le conté lo que sentía por él. Se mostró muy sorprendido y un tanto reticente al inicio, pero yo tenía una vena persuasiva y un tanto manipuladora que no tuve reparo en usar a partir de ese día.

Finalmente admitió que él también se sentía atraído y sucedió lo que tanto ansiaba. Fue mi primera vez y, aunque no fue perfecta porque tenía cierta incomodidad, nervios, dolió; pero me gustó y mucho. Pensé que no pudo ser con alguien mejor. Yo quería que fuera con él. Cuando terminamos él aclaró que no quería una relación conmigo porque era muy joven, era la mejor amiga de su hermana y, además, tenía sentimientos por una chica de su clase y en ese momento me di cuenta de que no sentí dolor por su confesión. Me dio igual. Me sentía satisfecha por lo que habíamos hecho, pero no quería irme a llorar porque mi primera vez no me acababa de profesar amor eterno. Me sentía bien conmigo misma y con lo que él sentía también. Fue como si… todo hubiese sido un capricho y después de cumplirlo, todo se esfumara.

A medida que fueron pasando los años, esa idea se fue reforzando. Solo lograba encapricharme con los hombres. Solo quería sexo y sentirme satisfecha. Lo demás no me importaba y hasta hoy sigue siendo así.

—Entonces, ¿te ofreciste a traerme por pura generosidad? —Arqueé una ceja, incrédula y a la vez divertida.

Tragó saliva.

—Sí —forzó la respuesta.

—Mentiroso —dije, sonriente.

—En ese momento te dije que solo sería esa vez, que yo no podía…

Me acerqué apresuradamente hasta quedar a milímetros de sus labios.

—No puedes, pero lo deseas —aseguré y él volvió a tragar saliva.

—No... —musitó.

Con un rápido y ágil movimiento me coloqué a horcajadas sobre él. Ross se mantenía muy quieto, mirándome sorprendido, pero expectante.

Comencé a atacar su cuello dejando un rastro de húmedos y suaves besos sobre su piel. Se mantenía tenso, pero su respiración se estaba volviendo pesada y entre mis piernas estaba comenzando a sentir que mi cercanía no lo dejaba tan indiferente como se esforzaba en aparentar.

—¿En serio negarás que me deseas? —susurré en su oído, mordiendo el lóbulo de su oreja.

Mi respiración cercana a su cuello provocó que clavara sus dedos en mis caderas para alejarme un poco.

—Niégalo —lo reté.

Sus pupilas dilatadas sostenían las mías. Su mirada era salvaje y sus labios estaban ligeramente entreabiertos mientras contemplaba los míos. Sentí unos deseos incontenibles de morderlo, de pasar mi lengua por cada centímetro de su piel.

—No lo haré.

Después de decir eso agarró mi nuca y me acercó para estampar su boca contra la mía en un beso demandante y voraz, lleno de deseo y pasión. Sus manos se introdujeron bajo mi blusa, recorriendo mi espalda con sus palmas abiertas mientras eliminaba la distancia entre nuestros torsos. Mis dedos se enroscaron en su oscuro y despeinado cabello, acercándolo a mí con necesidad.

Tomé su labio inferior entre mis dientes y lo mordí con suavidad. Luego proseguimos con los movimientos feroces de nuestras bocas sobre la del otro y de un momento a otro nuestras lenguas se colaron en la boca del otro, enroscándose entre ellas. Todo el tiempo moví mis caderas sobre su entrepierna la cual estaba dura como concreto.

Nos separamos ligeramente para recuperar el aliento. Sus labios estaban hinchados y su mirada se clavaba en la mía con un brillo salvaje. Me imagino que yo estaba hecha un desastre también, pero quería sumergirme en este caos tan delicioso.

—Te deseo, Marina. Joder, te deseo con locura —gruñó, excitado.

Volví a tomar sus labios. No quería escucharlo hablar, quería que gimiera y que me hiciera gemir también.

—Nunca una chica me ha excitado como tú lo haces —jadeó entre besos.

—Para de hablar —le pedí en un jadeo.

—Voltéate —me ordenó, complaciendo mis deseos.

Sonreí ligeramente al ver ese destello animal en sus ojos e hice lo que me pidió, pegando mi espalda a su torso firme.

Introdujo una de sus manos bajo mi blusa y recorrió mi abdomen hasta llegar a mis pechos para acariciarlos y juguetear con mis pezones endurecidos.

—Abre las piernas —ordenó en un susurro justo en mi oído, haciéndome erizar.

Las abrí encantada.

Su mano libre se deslizó por mi muslo y apartó mi falda hasta llegar a la parte de mis bragas que cubría mi entrepierna. Esta dolía un poco, esperando ansiosa lo que sus ágiles y largos dedos le harían. Jugueteó unos segundos con la tela, el muy cabrón, y luego tocó superficialmente esa zona de mi cuerpo húmeda y necesitada.

—Ross… —gemí.

¿Por qué no acababa de hacerlo?

—¿Sí? —susurró, mordiendo mi oreja mientras acariciaba mis senos y toqueteaba mi entrepierna esporádicamente.

El muy maldito delicioso quería que le suplicara.

—Hazlo —gemí y uno de sus dedos se introdujo.

—¿Esto? —preguntó, juguetón.

—Sí —jadeé cuando introdujo un segundo dedo, moviéndolos a un ritmo que me volvía loca, justo como la primera vez. Ante su toque mi espalda se arqueó en busca de más.

—¿Te gusta?

—Sí —jadeé con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, entregada completamente a la sensación eléctrica que enviaba a mi cuerpo desde mi lubricada entrepierna.

—La primera vez estabas igual de mojada.

Me sostuve de la ventanilla y del asiento, recostando mi cabeza en su hombro. Estaba cerca…

—Nunca vas a cambiar, ¿eh?

—¿Acaso… quieres que cambie? —logré preguntar no sé cómo.

—No. Me encantas así… bien dispuesta. Por eso quiero follarte otra vez. Contigo una vez no es suficiente… nunca lo será.

Y entre sus hábiles movimientos y sus sinceras palabras me corrí, liberando un gemido que retumbó dentro del auto.

Después buscó el borde de mis bragas con premura y yo alcé mi cuerpo para que se deshiciera de ellas.

—¿Estás ansioso, Ross? —me burlé, mirándolo por encima del hombro cuando me hizo avanzar para quedar sentada sobre sus rodillas y buscó desesperadamente el botón de sus vaqueros para bajar su cremallera. La tela de mezclilla estaba a punto de reventar, pero luego de bajarla ligeramente ya no sería un problema porque dejó expuesta la parte de él que más me deseaba.

—Quiero follarte… lo necesito —dijo con voz ronca. Su mirada estaba oscura de deseo y eso me hizo relamerme los labios.

Yo también lo deseaba.

—Hazme lo que quieras.

Ante mi jadeante petición él tomó mis caderas de forma autoritaria y las guio hasta su hinchada erección para luego hacerme descender sobre ella lentamente, provocándonos un exquisito deleite a causa de la fricción.

Apoyé mi peso sobre mis manos, colocándolas sobre sus rodillas y luego comencé a moverme. En un inicio despacio, torturándolo mientras me mordía los labios con malicia y sintiendo sus dedos clavados en mi piel.

—Joder… —gruñó.

El agarre de sus dedos se intensificó y él intentó acelerar el proceso. Me eché hacia atrás, pegando mi espalda a su torso y recostando mi cabeza en su hombro mientras enroscaba mi mano en su sedoso cabello.

—¿Quieres follarme más rápido, Ross? —canturreé, girando el rostro para verlo.

Él me agarró de la nuca y luego se apoderó de mis labios. El beso fue ligeramente torpe debido a la incómoda postura, pero no lo hizo menos húmedo y excitante, por el contrario. Cada roce delataba la lujuria que nos carcomía en aquellos instantes.

—Joder, sí. ¿Acaso olvidaste lo que te hice esa noche? —susurró en mi oído—. Tú gritaste mi nombre, jadeaste por más, me dijiste que te gustaba cómo te lo hacía, que te gustaba duro.

Sonreí ante el recuerdo.

—Si quieres más —comencé a moverme con mayor velocidad—, te daré más…

Fui acelerando mientras él acariciaba mis pechos, mi pelvis, mis muslos… Sus manos estaban por todas partes y nuestros sonidos de satisfacción también. Cerré los ojos, concentrada en el placer, mientras entreabría los labios, anhelando más.

Entre frenéticos movimientos, sudor, besos y jadeos me volví a correr, pero esta vez fui acompañada por Ross, el cual jadeó en mi oído, recordándome lo mucho que me deseaba y lo mucho que lo deseaba también.

Me quedé recostada de su pecho firme, recuperándome de un acontecimiento que definitivamente quería repetir. Muy despacio salió de mí, haciéndome echarlo en falta. Con el ímpetu que un cuerpo agotado, pero satisfecho, podía tener me volteé para observarlo.

—Fue mejor de lo que recordaba —admitió con una leve sonrisa mientras su pulgar acariciaba mi labio inferior y mis manos, su cabello despeinado.

Me acerqué a su rostro para besarlo. Al principio fue lento e incluso tierno, pero luego se transformó en la expresión de la pasión de dos personas que quieren sentir sus cuerpos desnudos otra vez.

—Me encanta cuando me follas así —susurré en su oído.

Él tomó mi barbilla, haciéndome besarlo otra vez.

Ok, no estamos para palabrerías. Vamos a por lo importante.

Sus manos invadieron la zona bajo mi blusa otra vez, recorriendo mi espalda y acercándome aún más. Yo, por mi parte, lo besaba correspondiendo a su deseo animal.

De pronto, sentí que agarraban mi brazo y que me daban un fuerte tirón que me sobresaltó totalmente.

—¿Qué haces con esta…? —dejó suspendida la frase, mejor dicho, el rugido.

Yo estaba completamente despeinada, descalza, con la ropa echa un desastre, sin bragas bajo la falda y con una expresión de sorpresa y desconcierto totales mientras intentaba liberarme del furioso agarre del señor Haines, el cual miraba a su hijo, severo; no, molesto, irritado, enojado.

—Yo estoy con quien me dé la gana, papá —dictaminó Ross, saliendo del auto para enfrentar a su padre después de haberse acomodado la ropa y demás.

—Puedes estar con quien quieras, pero no con ella —me zarandeó como si fuera una muñeca de trapo.

—Señor Haines, suélteme —intenté liberarme de su agarre.

—¡¡¡Tú, cállate!!! —bramó, sorprendiéndome. Nunca lo había visto así de furioso—. Realmente tú no conoces límites —gruñó, atravesándome con la mirada. Aquellos ojos me reprendían, me juzgaban. Parecía que intentaba decirme: ¿En serio? ¿Primero yo y ahora mi hijo?

—Papá, ¡suéltala! La estás lastimando —ordenó Ross, haciendo un ademán para separarme de su padre.

—¡No te atrevas a tocarla! —dictaminó el señor Haines, colérico, mientras me apartaba del alcance de su hijo con un tirón en el que pareció no hacer ni el más mínimo esfuerzo—. ¡Esta chica es una perra! ¡No vale nada! ¡No te quiero cerca de ella!

—¡Es mi vida y me follo a quien me dé la gana! —Ross perdió los estribos también. Yo me sentía como una simple espectadora que no tenía voz ni control sobre nada.

El señor Haines inhaló sonoramente, parecía que contaba hasta mil para no perder totalmente la paciencia. Luego tiró de mí hasta llevarme a la puerta del copiloto y me obligó a sentarme casi de un empujón.

—No te pares de ahí —gruñó y pensé que lo más sensato sería obedecer.

—¿A dónde la vas a llevar? —exigió saber Ross, caminado tras su padre mientras este daba la vuelta para subir al asiento del conductor.

—No te interesa —escupió el señor Haines.

—Claro que sí. Ella es mi chica. No eres quién para meterte en mis relaciones.

¿Su chica?

Podría haberme detenido a pensar en eso, pero estaban alzando el tono y no era momento para pensar en cursilerías. Debía prepararme para intervenir si fuera necesario.

—¿Cómo que no? —Se giró el señor Haines bruscamente para encarar a su hijo—. ¡Soy tu padre y harás lo que yo diga!

—Esa etapa pasó hace mucho, papá —se burló Ross, enfatizando el sarcasmo en la palabra papá.

—Sabes que yo nunca me he metido en tu vida… —comenzó a replicar el señor Haines.

—Ni yo en la tuya —interrumpió Ross—, haces y deshaces como te da la gana y, ¡yo nunca he dicho una puta palabra a nadie!

¿Qué significaba aquello?

¿Acaso…? ¿Acaso Ross sabía de las andanzas de su padre y no había dicho nada? ¿Le había ocultado a su familia que su padre tenía una amante?

—¡Pero no puedes estar con ella! Hay un montón de chicas en este pueblo, ¡fóllate a la que te dé la gana, pero no a esta! —replicó el señor Haines en un rugido.

—¡Ya te dije que me follo a quien quiera! —bramó Ross de vuelta.

—Esa chica no sirve, hijo —esta vez el señor Haines se limitó a gruñir sus palabras.

—No hables así de ella —le advirtió Ross, acercando su rostro al de su padre.

—No tiene ningún tipo de escrúpulos —terció el señor Haines.

—¿Tú qué sabes? Tú no la conoces —rebatió Ross.

—¿Y la conoces tú? —terció su padre—. Llevas años sin verla —agregó.

—Crecimos juntos —dijo Ross, frunciendo el ceño como si el argumento de su padre no tuviese ningún sentido.

—Pero yo sé lo suficiente. Esta chica es muy hermosa, sí; pero no vale absolutamente nada. Acabarás mal estando cerca de ella.

—Ya te dije que no hables así de ella —masculló Ross.

—¿Y qué harás? ¿Golpearás a tu padre por una perra como ella?

Y ante esa interrogante Ross perdió los estribos:

—¡Perra es esa a la que le estás pagando para dejar que la folles!

Al salir esas palabras de la boca de Ross, el puño de su padre viajó por el aire directamente hasta su pómulo y el impacto fue tan grande que lo hizo caer al suelo mientras se llevaba la mano a la mejilla golpeada con una mueca de dolor.

—¡No hables de lo que no sabes! ¡Ella vale mucho más que tu querida Marina, a la cual ni conoces! ¡Esa niñita con la jugabas no existe más! ¡Se transformó en una víbora que no siente el menor remordimiento por nada! ¡Marina Brewster solo trae desgracias! Créeme, hijo, esto es por tu bien, por el bien de nuestra familia.

Después de escupir eso se apresuró a subir al auto y acelerar sin esperar a que me abrochara el cinturón siquiera. Por el espejo retrovisor pude ver cómo Ross se ponía en pie y se quedaba mirando el auto alejándose.



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Jeloouuuuuu, cómo anda la vida, mis nefronitas? :D
Como que esto se calentó un poquito :)
Vamos por partes: ya conocimos un poquito más acerca del pasado de mis adorados gemelos, aunque ya no están más :'(
Me encantaría saber qué piensan sobre la descripción de la escena que vio Marina, tanto en lo que aporta a la trama como en lo direccionado a la escritura.
Ross y Marina... :))))))
Qué piensan de Ross? Los leo.
Y al señor Haines le dio fuerte :v
A dónde habrá llevado a Marina? :)
Lo sabremos en el siguiente cap.
Hasta entonces, cuídense mucho y caminen por la sombra.
Chau, chau :D

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