Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

X

—Marina, querida, ¿podrías, por favor, traer el correo? —me pidió mi abuela desde la cocina con su habitual tono cariñoso y alegre.

—Claro, abuela —accedí voluntariosamente, levantándome del sofá en el cual me encontraba terriblemente ociosa fingiendo que me importaba el canal de noticias locales que mi abuelo estaba viendo y me dirigí a la salida de la casa para buscar las cartas en el buzón.

Estamos en el siglo XXI, ¿quién envía cartas todavía?

Fui directo a mi destino caminando con pereza y desgana cuando, de repente, vi algo o, mejor dicho, a alguien que transformó esta simple y aburrida acción en algo interesante: Nick. Es increíble como una persona puede volver lo más tedioso en algo muy entretenido...

Nick estaba distraído recogiendo las cartas al igual que yo, así que crucé la calle con pasos más rápidos (aunque no exageradamente obvios) para ir a saludar como buena vecina. Ya saben, sin ningún tipo de interés...

—Hola —emití cuando llegué a donde estaba.

Él se encontraba de espaldas, motivo por el cual no me había visto en todo mi trayecto hasta aquí, así que mi voz lo hizo dar un leve respingo mientras se giraba para saber quién le había hablado.

—Tranquilo, solo soy yo —dije, sonriente.

—Ah, hola, Marina —me devolvió el saludo educadamente, pero sin demasiada emoción.

No conocía a Nick de nada, pero cada vez que lo veía estaba con esa expresión triste. Había cierta calidez en sus facciones, pero también las empañaba ese aire melancólico, como si el Nick que estaba ante mí fuera la sombra de lo que alguna vez fue, como si le hubieran arrebatado las ganas de vivir. No obstante, seguía siendo muy, pero que muy atractivo, lo cual me bastaba para seguir adelante con mi objetivo. El pasado de Nick y de su familia no me importaba en lo absoluto.

—Espero que esa falta de ánimo no sea por mí —bromeé, divertida.

—Eh, no —se apresuró a decir con un atisbo de sonrisa—, claro que no. Yo soy así siempre —admitió, encogiéndose de hombros.

—Entiendo… —murmuré, asintiendo y luego se hizo el silencio.

—¿Cómo está tu hermano? —pregunté para no quedarnos callados como dos idiotas.

Si quería avanzar, debía hablarle hasta averiguar el modo de cumplir con mi propósito. La diferencia entre él y su hermano era evidentemente abismal. Tendría que mover las piezas con cuidado.

—Marina —fue casi imperceptible, pero, de repente, su tono se volvió más serio—, Luke es… complicado. Te pediría que, por favor, te mantengas lo más alejada de él posible.

Mi querido Nick, acabas de incitarme aún más. Yo amo las cosas complicadas.

—¿Por qué lo dices? —hablé en un tono bajo y dulce, haciéndome la ingenua. Algo me decía que mi estilo directo y habitual no iba a funcionar con él.

—Solo… sigue mi consejo, ¿sí? No me gustaría que te pasara nada malo.

Esbocé una sonrisa leve y tímida.

—Me alegra saber que te preocupas por mí —admití.

—No tienes por qué ensuciarte con nuestro mundo —terció con un tono ligeramente seco.

Fingí tristeza ante sus palabras.

No estaba segura de si continuaba con ese rollo de querer protegerme o simplemente deseaba apartarme porque mi presencia le molestaba.

—Quiero decir… que pareces tan buena chica… —se corrigió al ver que bajaba la mirada, "dolida"— y… no quiero que mi hermano arruine eso.

Ja.

Buena chica.

Bueno, te sorprendería ver lo buena que soy para algunas cosas…

—Sé que no me conoces, Nick, pero yo puedo defenderme —aclaré, abandonando mi expresión de chica dulce para adoptar una madura, segura y confiada mientras clavaba mis ojos azules en sus iris sumamente oscuros.

—No sé si puedas hacerlo de mi hermano —rebatió en un murmullo casi ininteligible, apartando la mirada.

Créeme, será tu hermano quien necesitará defenderse de mí.

—Realmente me halaga mucho tu preocupación —hablé, intentando direccionar la conversación al tema que realmente quería en estos momentos: él y yo. De Luke me encargaría después.

Él sonrió débilmente, desviando la mirada hacia el suelo.

Con cada segundo que pasaba mi escrutinio a sus expresiones se profundizaba, haciéndome reforzar esa idea inicial de que Nick era un chico triste, uno que aparentaba tener su vida arruinada, uno que continuaba viviendo porque no tenía otro remedio.

—Nick —me atreví a tomar su mano para llamar su atención—, yo no los conozco, no sé si tienen algún problema en sus vidas, pero quiero que sepas que pueden contar conmigo... puedes contar conmigo… —me corregí, haciendo énfasis en la palabra "tú" mientras sostenía su oscura mirada. El iris parecía negro, pero más de cerca me percaté de que era un color café muy fuerte y penetrante.

Su mano libre viajó hasta mi mejilla para acariciar mi pómulo levemente con su pulgar.

—Gracias, Marina —dijo con voz suave y un ligero brillo en sus ojos, ante el cual le regalé una pequeña sonrisa sin separar los labios. Luego, sin más que agregar, él dio media vuelta y se esfumó por la entrada de su casa.

Habitualmente, una interacción como aquella sería irrelevante para mí, ya que solía ir muchísimo más rápido con los chicos, pero algo me decía que ese simple gesto había sido un gran avance.

—Toma, abuela —le entregué las cartas una vez en casa y luego comencé a subir las escaleras para ir a mi cuarto. No seguiría viendo ese tedioso canal con mi abuelo.

—Mi niña —me llamó a medio camino.

—¿Sí? —emití al detenerme en seco mientras apoyaba una mano en el barandal de las escaleras.

—Hay una para ti —me informó.

—¿Para mí? —pregunté, completamente extrañada y con el ceño fruncido, mientras estiraba mi brazo para tomar el sobre que mi abuela me ofrecía—. ¿Quién me enviaría una carta a mí? —pregunté más para misma mientras observaba el papel con la misma expresión ceñuda de extrañeza. Aquello era demasiado insólito. Ninguno de mis conocidos utilizaba este método de comunicación.

—Será un admirador secreto —canturreó mi abuela, entre dramática y traviesa. Ella estaba enamorada del amor.

—¿Admirador? ¿Qué admirador es ese? —preguntó mi abuelo en un gruñido, separando por primera vez en todo este tiempo su atención de la televisión para mirarnos severo como una muestra de que no le hacía ni pizca de gracia la idea del "admirador".

Ante su reacción puse los ojos en blanco, sonriendo.

Mi abuelo vivía en la prehistoria.

Ignoré sus palabras y continué subiendo las escaleras.

—Esta conversación no ha terminado, jovencita —lo escuché decir cuando estaba llegando al segundo piso.

Al entrar en mi habitación, me acosté en mi cama boca arriba y comencé a escrutar el papel, analítica, como si intentara adivinar quién lo había enviado.

No tenía remitente ni sello y, de hecho, tampoco tenía dirección. Solo ponía Para Marina Brewster con una letra impresa. Sobreentiendo que la persona que la envió la puso personalmente en nuestro buzón. De lo contrario, la empresa de correos no podría hacerla llegar sin un destinatario.

De pronto, comencé a sentir una leve curiosidad por el remitente misterioso. Nunca fui una chica de cartas, pero de igual manera me apresuré a ver el contenido del sobre. Cuando lo abrí…

Nada.

La carta estaba en blanco.

Completamente en blanco.

—¿En serio? —emití para mí misma, incorporándome en la cama.

Cuando escruté la hoja con mayor detenimiento me percaté de que sí había algo en ella, pero no era tinta, eran una especie de signos con relieve. Aquello era… ¿braille?

Una carta en braille.

¿Quién me habría enviado esto?

Yo no era ciega, ¿cómo rayos esperaba que la leyera? Podría buscar a alguien que tuviese un buen dominio del braille, pero no conocía a nadie.

De repente, escuché sonar mi celular, lo cual interrumpió mis preguntas haciéndome dar un respingo.

—¿Hola? —contesté.

—¿Marina?

—Hola, Elle —saludé, un poco tensa, mientras me pasaba la mano por la frente.

—¿Te pasa algo? Te noto la voz rara. ¿Estás bien? —preguntó con tono preocupado. El tono de mi voz debía estar realmente inusual para que Elle, siendo tan distraída, se diese cuenta.

—No, nada. Todo está bien —respondí, enfocando mi serenidad y autocontrol en cada sílaba.

A pesar de que aquella nota era algo insólito, opté por no darle importancia al desocupado o desocupada que envió esto.

—¿Segura? —insistió suavemente.

—Completamente. ¿Qué pasa? —desvié el asunto para saber el motivo de su llamada.

—Esta noche llega mi padre al pueblo y mi madre quiere hacer una cena de recibimiento para él. Te llamaba para invitarte.

—De acuerdo, allí estaré.

***

La tarde transcurrió rápidamente y finalmente se hizo de noche. Yo estaba fuera de casa esperando a que Ian viniera a buscarme para ir juntos a casa de Elle.

Mi visión estaba clavada en la zona por la que habitualmente el auto de Ian aparecía cuando tuve una sensación extraña. Me quedé muy quieta, sin respirar siquiera. Otra vez me invadía esa sensación de que alguien tenía su mirada apuntando directamente hacia mi nuca. Mi corazón comenzó a acelerarse mientras tragaba grueso y apretaba la falda de mi vestido con ambas manos en tanto mis ojos desorbitados buscaban algo anormal en el vecindario que se extendía ante mí bajo el manto de la noche. Una vez más sufría la sensación que tuve aquella tarde en el río, era como si alguien me acechara desde las sombras.

Con aquellos pensamientos invadiendo mi mente, continué completamente paralizada, con los hombros rígidos y la boca seca. Mis pupilas dilatadas miraron hacia ambos lados prosiguiendo con la búsqueda de eso. Aquella calle era el lugar que me vio crecer, por lo tanto, esa frialdad que recorría mi columna vertebral estaba completamente fuera de lugar, pero me era imposible dejar de sentirla.

De repente, un escalofrío viajó por mi cuerpo cuando tuve la impresión de que alguien estaba justo detrás de mí. Quería voltearme para comprobar que estaba equivocada, pero mi rígido cuerpo no respondía. Fue entonces cuando sentí la cálida y pesada respiración de alguien en mi cuello, haciéndome abrir los ojos hasta el límite a la par que una punzada oprimía mi pecho.

Busqué valor en no sé dónde para girarme y entonces…

—¡Qué susto! —exclamé, cerrando los ojos y llevando una mano a mi pecho mientras buscaba el aire que me había faltado en estos últimos segundos que me resultaron eternos.

—¿A qué viene esa reacción? —preguntó, divertido y con las manos en los bolsillos en una pose despreocupada.

—¿Hace cuánto has estado ahí? —pregunté con tono de reproche después de haber recuperado un ritmo regular en mis latidos.

—No lo sé. Un minuto quizás —respondió con aire pensativo, encogiéndose de hombros.

Entonces nadie me observaba. Era solo él… ¿verdad?

—No vuelvas a hacer eso —le exigí, mascullando.

—¿Por qué? ¿Estabas asustada? —preguntó con una sonrisa divertida desde su pose arrogante y burlona.

—Claro que no —mentí en un bufido.

—Estabas asustada frente a tu propia casa —afirmó, burlesco.

Era un tanto infantil este chico.

—Olvidemos esto. No va a ninguna parte. —Hice un ademán con la mano, restándole importancia mientras desviaba mi atención hacia el interesante pavimento de la calle.

—Y si tenías tanto miedo de tu propia sombra, ¿por qué no entraste a tu casa? —preguntó mientras lo veía por el rabillo del ojo dar un paso que eliminó la distancia no muy prolongada que nos separaba.

Por mi parte, me crucé de brazos, ignorándolo. Yo también sabía ser infantil cuando quería, aunque no acostumbraba serlo.

—Ya sé —dijo en voz baja a centímetros de mi oído—, estabas esperando a tu noviecito —emitió en una afirmación.

Esta vez sus palabras sí llamaron mi atención, así que lo encaré con el entrecejo fruncido en señal de confusión.

¿Cuál "noviecito"?

—¿De qué hablas? Yo no tengo novio —rebatí, extrañada por su comentario.

—¿Ah, no? —fingió sorpresa, mirándome a los ojos.

—No —solté rotundamente, arqueando una ceja con cierto aire desafiante.

Al parecer, ya el jugueteo infantil se había ido.

—¿No eres la chica de Ian? —formuló la pregunta, depositando sus iris a juego con la noche en mis labios y luego en mis ojos.

—No soy la chica de nadie —respondí, imitando el recorrido de su mirada en sus atractivas facciones.

La escasa luz de la noche se reflejaba en sus pupilas dilatadas y aquel brillante aro metálico que aprisionaba sus carnosos labios los volvía aún más tentadores. No sé si inconscientemente nos fuimos aproximando, pero, cuando me fijé, nuestros alientos ya se entremezclaban. Él era más alto que yo, pero eso no servía para intimidarme y él se dio cuenta, lo cual parecía divertirle o... interesarle.

—Todavía no ha nacido el hombre que me ponga freno. Yo hago lo que quiero —añadí con el reto implícito en mis palabras, sintiendo el tacto de su pecho contra mis senos cubiertos por la fina tela del vestido.

—¿Haces lo que quieres? —emitió, entre la afirmación y la duda, mientras sus dientes atrapaban el piercing en su labio inferior para juguetear con él, acción que no pasó desapercibida para mis curiosas y voraces pupilas.

—Yo me follo a quien quiero —me corregí con una distancia ínfima entre nuestros labios, los cuales estaban a punto de rozarce.

—Marina —escuché una voz no muy contenta llamarme, interrumpiendo lo que tanto deseaba hacer desde que vi a este chico.

—Ian —emití al girarme para ver su auto, a él saliendo de este y acercándose a nosotros.

—Sube al auto —ordenó sin mirarme siquiera con una expresión dura que distorsionaba la serenidad habitual de sus facciones.

—Buenas noches al menos, ¿no? —articuló, divertido, el chico detrás de mí.

—Ya vamos tarde, Marina. Entra al auto. —Su tono severo no vaciló ni un segundo y la firme mirada hacia el chico tampoco. Al parecer, las palabras del chico (o su simple presencia) no divertían ni un poco a mi mejor amigo.

Sabía que a Ian no le agradaba y, para evitar altercados, decidí hacer lo que me pedía.

Me volteé para despedirme, poniéndome de puntillas para alcanzar su rostro y depositar un beso (más prolongado de lo necesario) en la comisura de aquellos carnosos labios que me quedé con deseos de probar.

—Nos vemos luego, Luke —murmuré cerca de su oído.

—Ya sabes dónde encontrarme —se limitó a decir con una media sonrisa en los labios.

—No sé si disimular las ganas que tengo de matarte ahora mismo —le espeté a Ian cuando llevábamos varios segundos en el auto mientras atravesaba su perfil con una mirada fulminante.

—¿Te gusta ese tipo? —masculló la pregunta mientras apretaba el volante, clavando sus ojos azules en la carretera.

—Ian, tú sabes que te adoro, pero eso no te interesa —escupí, enfoncando mi atención en el camino iluminado por los focos. Los chicos con los que estaba no era un tema que a él le incumbiera. Ni siquiera a mis mejores amigas les contaba en su totalidad acerca de ese asunto.

—Entonces te gusta —concluyó.

—¿Cuál es el problema? —inquirí.

—Después del show que montó en la cena, ¿en serio lo preguntas? ¿Acaso no prestaste atención a todo lo que le dijo a mi abuelo, a ese que pensé que querías como si fuera tu familia? —preguntó, incrédulo.

—Eso no tiene nada que ver conmigo —le resté importancia a su débil argumento con un encogiemiento de hombros indiferente.

—Joder, Marina. Nick parece un buen chico. Si al menos tu interés fuera hacia él, pero, ¿Luke? —opinó, frustrado.

Ay, querido, si supieras que los quiero a los dos...

—Ian, ya te dije una vez que no te entrometas en mi vida —le recordé, fastidiada.

—¿Incluso si sé que vas a meter la pata? Porque estoy convencido de que ese chico es un error.

—Incluso así —tercié, inamovible en mi criterio.

—Ya sabes que me da igual con quien estés, pero Luke no es de fiar.

—¿Por qué lo dices? —a modo de réplica hice la interrogante que debió iniciar esta conversación mientras hundía el entrecejo para evaluar su reacción

—¿Eh? —balbuceó.

—¿Qué sabes sobre él que es tan grave como para no acercarme? —pregunté, suspicaz. Ian era muy inteligente y racional, así que debía tener un argumento sólido para esa insistencia en que me apartara de Luke, debía ser algo más que una simple antipatía.

—¿Yo? Eh… nada… —Su anterior tono de reproche y exigencias se volvió nervioso y vacilante.

Sospechoso...

Ahora que lo pienso, Nick también me pidió que me mantuviera alejada, pero es que mientras más debo alejarme, más quiero acercarme. Lo prohibido me excita.

—No lo haré solo porque tú me lo pidas. Debes darme una buena razón —repliqué a modo de aclaración.

—¿No puedes confiar en mí y listo? —inquirió, frunciendo el entrecejo mientras apretaba el volante.

—En estos casos, no.

Se mantuvo en silencio.

—De hecho, ¿de dónde los conoces? —finalmente hice la pregunta que me carcomía desde que los vi a los tres juntos—. No llevaban una semana en el pueblo y tú ya eras íntimo de ellos. ¿Qué sabes sobre los hermanos Holland?

—No te vas a alejar, ¿verdad?

—No.

—¿Ni siquiera porque te lo pido?

—No.

—¿Ni porque son peligrosos?

¿Peligrosos...?

—No —murmuré.

De pronto el auto se detuvo. Ya habíamos llegado.

—Entonces queda zanjado el asunto. Espero que no salgas lastimada —dijo a modo de conclusión, saliendo del auto mientras daba un sonoro portazo.

La cena transcurrió tranquilamente y sin ningún suceso relevante. Lo único digno de remarcar fue que la madre de Elle dijo que Ross regresaría.

Ross…

A Ian le llegó una llamada de su hermano y tuvo que marcharse más temprano. Se ofreció a llevarme de regreso, pero yo me negué. Tenía otros planes en mente… Transcurrió un tiempo en el que estuvimos hablando y demás.

—¿Vas a irte sola? —preguntó Elle, angustiada—. Después de todo lo que ha pasado… No puedes andar por ahí tú sola a estas horas —opinó, abrazándome.

—No te preocupes, Elle. Estaré bien —le resté importancia, separándome de sus brazos enroscados a mi torso.

—No. —Esbozó una expresión sonriente, como si se le hubiera ocurrido la idea que solucionaría todos sus problemas—. Papá —se giró en dirección al susodicho—, tú puedes llevarla.

Bingo, mi querida Elle.

—Claro —dijo, encogiéndose de hombros—. Me avisas cuando quieras marcharte, Marina.

—Si no es molestia, señor Haines, quisiera irme ahora. Es un poco tarde y mi abuela debe estar preocupada.

Después de despedirme de mis amigas y de la madre de Elle fuimos hacia el auto.

El padre de mi amiga miraba la carretera concentrado mientras repiqueteaba los dedos en sus vaqueros con despreocupación.

No tenía una idea de lo que venía.

Llevábamos algunos minutos en el auto cuando rompí el silencio:

—Señor Haines.

—¿Sí? —contestó relajadamente.

—Necesito ir a un lugar.

—¿Ahora? Pensé que tu abuela estaba preocupada.

—Me pidió que fuera a la casa de una amiga suya que vive en las afueras del pueblo para buscar algo urgente —mentí con total maestría.

—De acuerdo. Guíame.

Oh, sí que lo haré.

Pasamos varios minutos en los cuales le di indicaciones hasta que llegamos a la salida del pueblo.

—No recuerdo ninguna casa en esta zona —comentó, extrañado.

Me encogí de hombros.

—¿Falta mucho para llegar? —preguntó para hacer conversación.

Me pregunto si querrá hablarme después de lo que voy a hacer.

—Deténgase aquí.

—¿Aquí? Pero si no hay…

—Detenga el auto —ordené con firmeza.

—De acuerdo —se limitó a obedecer.

Miré brevemente a los alrededores. Era una zona muy apartada por donde no vivía nadie. Ni siquiera había focos que alumbraran la calle, solo éramos iluminados por la luna y las luces del auto.

—Marina, ¿qué…? —lo escuché decir al bajarme dando un suave portazo.

Di la vuelta y abrí su puerta.

—Salga —ordené.

Él me miró descolocado y con el entrecejo hundido, pero, con movimientos cautos, hizo lo que le mandé. Su mirada de color miel viajó a los alrededores con semblante precavido.

Si esto fuera una película de terror, esta sería la parte en la que nos matarían, pero esto no era una película de miedo, era mi vida y ahora iba a ocurrir algo muy entretenido…

—¿Por qué vinimos aquí? ¿Dónde está la casa de la amiga de la señora Brewster? —formuló las interrogantes, confundido, aun mirando hacia todas partes, cauteloso.

Cuando finalmente depositó la mirada en las imágenes que mostraba mi celular, el cual sostenía a muy pocos centímetros de su cara, sus ojos se abrieron exageradamente y sus cejas salieron disparadas hacia arriba.

Su mano viajó hasta la mía en un intento por quitarme el móvil, pero lo impedí colocándolo en mi espalda y apoyándome en el lateral del capó del auto.

—¿Qué significa esto? ¿Por qué tienes tú eso? —gruñó, intentando disimular su enojo, sin éxito.

—Creo que no es usted quién debería hacer las preguntas —emití con una sonrisa perversa.

—¿Cómo conseguiste eso? ¿Quién te lo envió? Es todo un malentendido, puedo explicarlo —emitió atropelladamente.

—No se inmute, señor Haines —dije con hastío.

—Es en serio, Marina. Es un montaje. Yo… yo… no hice nada… Amo a mi esposa. Es una mentira.

—Lo que usted está diciendo sí es una mentira —afirmé, ladeando la cabeza, sonriente.

Él bajó la mirada con resignación. Sabía que sus palabras no surtirían efecto y que no tenía escapatoria.

—¿Quién te lo envió? ¿Quién es el hijo de puta que quiere destruir a mi familia? —masculló.

—Eso no es lo importante ahora —deseché sus interrogantes.

—Por favor, Marina. No puedes contárselo a nadie —me imploró—. No quiero perder a mi familia, a Ross, a Elle. No le hagas esto a ella. Es tu amiga.

—Usted fue el que se acostó con otra sin importarle su familia. No pensó en su esposa ni en sus hijos —rebatí. Su discurso barato no me haría ceder.

Ante mis palabras su expresión denotó arrepentimiento y culpabilidad.

—Fue una sola vez. Lo juro —dijo.

—Y esa es otra mentira —afirmé, totalmente convencida.

—Por favor, Marina… Te lo pido. Dame una oportunidad de ser un mejor padre para Elle. No muestres esas fotos. Ella ya no querría ni verme —murmuró, refiriéndose a su hija.

—Usted no me está entendiendo, señor Haines…

Saqué el teléfono de su escondite y se lo entregué. Él lo tomó dubitativamente mientras sus cejas se hundían en señal de desconfianza.

—No soy su enemiga, señor Haines —aseguré—. Puede borrar las fotos.

Frunció aún más el entrecejo, pero hizo lo que le sugerí y luego, al asegurarse de que no había nada que lo comprometiera, me devolvió el dispositivo.

—Gracias… por no contarlo… —murmuró sin sostenerme la mirada, denotando su vergüenza.

Awwww, qué tierno. Piensa que lo estoy ayudando.

—Creo que sigue sin entenderme, señor Haines —llamé su atención, dando un paso al frente para  eliminar la distancia que nos separaba. Seguidamente, con un brazo rodeé su cuello y con mi mano libre acaricié su mejilla.

—¿Qué estás…? —balbuceó, descolocado y sorprendido ante mi repentina proximidad.

—Yo no le mostré las fotos a su familia —lo interrumpí con delicadeza— porque no quiero verlo triste y sufriendo, señor Haines. No quiero arruinar su vida.

Él tomó mis muñecas y luego quitó mis brazos de su cuerpo, retrocediendo un par de pasos.

—Y te lo agradezco, pero creo que mejor nos vamos —opinó, haciendo un ademán para subir al auto, pero lo detuve tomando su brazo con firmeza.

—Nada en esta vida es gratis, señor Haines. Yo no arruiné su vida, pero quiero algo a cambio —le informé.

—Marina, no sé en qué problema estás metida, pero no tengo nada que ofrecerte…

—Créame, sí lo tiene —aseguré.

—Mejor nos vamos —sentenció, apartando mi mano delicadamente. Luego abrió la puerta del conductor para subir.

—Quiero que me folle —solté directamente, haciendo que se detuviera a medio camino mientras abría mucho los ojos todavía con la mano sobre la puerta abierta. Luego giró su cuello lentamente para enfocarme con los ojos aun desorbitados.

—¿Qué? —musitó después de unos segundos que me parecieron eternos.

—Lo que escuchó —dije, cerrando la puerta mientras clavaba mis ojos en los suyos.

—A ver, Marina. —Puso las manos en su sien, como si intentara comprender—. No sé qué clase de broma es esta, pero no tiene la menor gracia.

—No es una broma. Lo dije en serio. Quiero follar con usted. Aquí —toqué el capó, arqueando una ceja— y ahora.

Sus cejas se hundieron por enésima vez en los últimos diez minutos.

—¿Es…? ¿Es en serio? —balbuceó.

—Nunca hablé tan en serio en toda mi vida—afirmé, dando un paso hacia él que lo hizo retroceder.

—A ver, Marina —me sujetó por los brazos cuando di otro paso—. Esto no está bien. Eres mucho menor que yo.

Odiaba ese puto argumento. Si el amor no tiene edad, ¿por qué el sexo debe tenerlo? ¿Por qué está mal visto por la sociedad que una chica de 18 años folle con un hombre de más de 40? Creo que, mientras esté consentido por ambas partes, todo se puede. No hay límites ni restricciones, solo deseo y placer.

—La edad no es un impedimento para mí —rebatí.

—Soy un hombre casado —replicó.

—Créame, no tengo intenciones de destruir su matrimonio. Lo que haga con la insoportable de su esposa no me interesa —escupí.

Él abrió ligeramente los ojos al escucharme llamar "insoportable" a su esposa porque se suponía que me agradaba.

—Y… —miró hacia abajo— soy el padre de Elle… ¿Eso tampoco te importa? —murmuró.

—No —respondí sin dudar. Descolocado, aflojó su agarre en mis brazos hasta que me liberó del todo, poniéndose de espaldas a mí.

—Creí que eran amigas, que la querías como a una hermana.

—Y la quiero. Es la hermana que nunca tuve, pero usted no es mi padre. —Lo tomé por el hombro, haciendo que se volteara para encararme—. Es un hombre y no uno cualquiera, es el hombre al que deseo ahora.

—Marina, esto es una locura. Yo te cambié los pañales cuando eras bebé —replicó, impetuoso.

—Pero ya no soy una bebé… y ahora uso lencería… una que le va a gustar mucho si se lo permite... —dije, tomando su mano para llevarla a mi entrepierna, pero él se liberó bruscamente antes de establecer el contacto.

—Estás loca —murmuró, mirándome con espanto, como si no me reconociera.

—Por usted —repliqué con voz juguetona.

—Nos vamos de aquí ahora y olvidaremos todo esto —zanjó, ceñudo ante mis palabras. Al parecer, no le hicieron mucha gracia porque se dirigió a la puerta del piloto con firmes zancadas.

—Usted es un poco malagradecido —opiné relajadamente, recostándome en el capó.

Él me miró, precavido.

—En serio te lo agradezco, pero lo que me pides es una locura. No le haré eso a mi hija.

—Elle no tiene por qué saber nada. Si se enterara, no me perdonaría tampoco, así que no seré yo la que se lo cuente.

—Aun así. No quiero —gruñó, desviando la mirada con la mandíbula tensa.

—¿Qué pasa? ¿Anna es más atractiva que yo? —solté con voz aterciopelada. Ante la mención de su amante, la tensión en sus facciones fue más que evidente. Se suponía que yo simplemente había recibido unas cuantas fotos suyas teniendo sexo con otra mujer, pero en mi poder había más información de la que él podía imaginar.

—¿Cómo sabes su nombre? —musitó.

—Veo que sigue sin entender en qué posición se encuentra, señor Haines. Esto no es una petición. Si no hace lo que le digo ahora mismo, olvídese de sus hijos, de su matrimonio, de su imagen de buen hombre de familia. Si no me folla, mandaré su vida a la mierda.

-------

Hola, hola :D
Lo prometido es deuda :)
Aquí les traigo el otro cap.
Y bueno, qué opinan? :)
Esto se puso color de hormiga :v
Marina se vuelve un poco obsesiva je je.
Y qué creen que hará el señor Haines??
Es una decisión fuerte ._.
Y tuvimos una nueva intervención de uno de los gemelos: Nick :D
Poco a poco se entreven los detalles que caracterizan a los personajes.
Qué opinan de Nick? :D
Y todo lo que le dijo a Marina sobre Luke...
Dicen "peligro" y Marina va para allá corriendo :v
Y las amantes de Luke qué opinan? :)
Cuántas aman al chico tatuado? :)
Espero que les haya gustado el cap.
Hasta el siguiente, pequeños saltamontes.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro