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VIII

Finalmente el detective había llegado al pueblo.

Mis abuelos, convenientemente, habían salido a hacerle una visita a la familia Hyde y se demoraban milenios hablando con Brenda y con su amado Charles, pero dicha situación me era de gran utilidad, ya que pude aprovechar la oportunidad para citar al detective y que me entregara las pruebas. Además, también podría pagarle…

Eran alrededor de las 10 a.m. cuando había acabado de tomar una ducha, por ende, traía el cabello un poco mojado en ciertas zonas.

Me vestí solamente con un albornoz. Quería ir directo al punto y ser lo más breve posible. Algo me decía que el detective no era muy atractivo, o bueno, no había fotos suyas en el sitio oficial para el cual trabajaba y las personas no muy atractivas físicamente, por lo general, no ponen fotografías suyas en internet, ¿no? Ese es un estereotipo que tenemos, así de superficiales somos. Pero bueno, su rostro no era lo importante ahora, lo importante era la información que traía consigo. Por otra parte, yo estaría dispuesta a hacer cosas que muchos no se atreverían ni a pronunciar.

En la vida hay que asumir riesgos y llegar hasta las últimas consecuencias para cumplir con nuestro objetivo, no importa si algún peón se sacrifica en el camino. Esos son daños colaterales que a la larga tienen menos relevancia de la que las personas suelen atribuirles. Debemos llegar hasta el límite y un poco más allá. Yo haría lo que hiciera falta con quien sea necesario por obtener lo que quiero. La opinión social no me importa. Por mucho que me esfuerce por ser una jovencita ejemplar, acabaré en una tumba de igual manera.

Al llegar a la sala de estar me senté en el sofá a esperar. Le pedí que viniera a esta hora más o menos.

Finalmente escuché sonar el timbre y fui disparada como una flecha a abrir, pero antes de hacerlo me acomodé un poco el cabello y el albornoz. No podía parecer desesperada.

Al abrir había un hombre, parado de espaldas a mí, mirando los alrededores.

Carraspeé la garganta para llamar su atención.

—Buenos días ––saludó con un tono profesional al darse vuelta mientras se quitaba los oscuros lentes de sol, dejando a la vista un par de ojos verdes.

Di-os-mí-o.

—Buenos días ––le devolví cordialmente el saludo, disimulando perfectamente la impresión que me había causado.

¿Quién era aquel sexy desconocido?

—¿Es esta la casa de Marina Brewster?

—¿Quién desea hablar con ella? ––pregunté, un poco desconfiada. Sería muy atractivo, pero seguía siendo un desconocido con la fuerza y la estatura suficientes para herirme, aunque estábamos a plena luz del día y mis gritos se escucharían en el vecindario, pero era mejor no arriesgarse.

—Mucho gusto ––me extendió la mano y se la estreché––, soy el detective Luddington ––se presentó, mostrando su identificación––. Ella me contrató para hacer una investigación ––explicó brevemente sin ser muy específico, lo cual me demostró su profesionalismo y discreción.

—Está hablando con ella. Yo soy Marina Brewster. ––Hubo una ligera nota de sorpresa en su rostro, pero la disimuló rápidamente.

Evidentemente no se esperaba que Marina Brewster fuera una "niña" y, definitivamente, yo no esperaba que él estuviese tan bueno, pero era mejor así, haría más fácil esto.

—Adelante ––dije, haciendo un ademán con el brazo para que pasara.

—Con permiso ––emitió al entrar.

Mientras se desplazaba por la habitación, me permití echarle una ojeada. Aparentaba poco más de 30 años. Era alto, tenía el cabello castaño perfectamente peinado, piel bronceada y espalda ancha. Si me acercara a él, seguramente me vería sumamente minúscula, como un delicada muñequita. Tan solo con su andar demostraba seguridad y desprendía cierto aire de misterio y peligro, luciendo esos vaqueros y aquella cazadora que cubría su fornido torso. Tenía el porte de esos profesores sexys con los que las adolescentes fantasean, esos que son calientes, pero inalcanzables o, al menos, eso pensaba yo hasta que logré follar con uno que otro. Muchos criticarían esa actitud y la tildarían de antiética, pero yo no porque más grande que los principios humanos es el deseo animal que llevamos dentro, ese que la sociedad se empeña en que reprimamos.

Mientras yo lo observaba, él se permitió explorar discretamente con la mirada la sala de estar. Luego se quitó una carpeta que traía cruzada en su torso y de esta sacó un sobre. Sobreentiendo que ahí estaban mis pruebas. Estaba ansiosa por saber si mis suposiciones habían sido correctas.

—Entonces, ¿encontró algo acerca del tema que le pedí investigar? —pregunté, calmada. Nunca manifiestes el interés total que tienes en alguien. El control debes tenerlo tú y si no es así, debe parecerlo.

—Sí ––afirmó, ofreciéndome el sobre.

Lo abrí y saqué lentamente lo que en él había.

Fotos.

Y, justo como esperaba, el padre de Elle sí tenía una amante.

En todas las fotografías aparecía con la misma mujer: en una estaban en una cafetería al aire libre tomados de la mano, en otra conversaban animados y sonrientes, en otra se daban un casto beso y en las restantes… estaba la prueba definitiva de su traición.

Qué salvaje parecía en las imágenes. Me pregunto si enojado lo será más.

Debía reconocer que la tal Anna era muy bonita. Lucía joven, pero madura y elegante con su pelo y maquillaje perfectos. Cualquiera caería en la tentación y el que pecó una vez puede hacerlo de nuevo...

También había un USB en el fondo, la revisaría luego.

—Espero que haya quedado satisfecha con mi trabajo ––comentó, llamando mi atención.

Estaba cruzado de brazos con una expresión suspicaz en el rostro. Probablemente sospechaba que aquel hombre no era mi padre como le había dicho, es decir, ¿qué hija estaría feliz de que su padre traicionara a su madre? Pero estaba segura de que no haría preguntas al respecto. Parecía profesional y competente, por ende, merecía un excelente pago...

—¿Cuánto le debo? ––indagué para caer directo en lo que quería. Él tenía cara de querer hablar del tema, pero de no encontrar las palaras para hacerlo.

—Pues… ––sacó una pequeña agenda y anotó con su bolígrafo el precio de sus servicios––…esto. ––Me mostró.

Era una cantidad considerable que obviamente no tenía, así que recé mentalmente, esperando que funcionara lo que quería hacer.

—¿Puede acompañarme arriba? ––le pedí. Él hundió un poco el entrecejo, confundido––. Para pagarle ––le expliqué.

Subimos hasta llegar a mi habitación.

Cuando estuvimos frente a esta abrí la puerta.

—Por favor. ––Hice un ademán para que entrara. Me miró desconfiado, pero hizo lo que le pedí y luego lo seguí, cerrando a mi espalda.

Él se quedó con los pies clavados a escasos centímetros de la puerta mientras que yo caminaba hasta ponerme frente a él.

El detective seguía con esa expresión de suspicacia. No sé si ser desconfiado era obligatorio en su profesión o simplemente yo era demasiado obvia.

—¿Entonces? ––emitió, arqueando una ceja.

—Pues… ––di un paso hacia él–– quería saber si acepta otros métodos de pago ––insinué, pasando mis dedos por su pecho.

Él me agarró con fuerza de la muñeca, mirándome severamente.

—¿Qué haces? ––me espetó con el entrecejo hundido, aun apretando mi muñeca.

—Seré clara. No tengo dinero para pagarle ––solté, sosteniéndole la mirada.

—¿Qué? —preguntó, incrédulo.

—Es por eso que quiero pagarle de otra forma… a no ser que quiera dejármelo gratis, aunque para ser sincera eso no me gustaría...

—Eres muy atrevida, muchachita ––comentó con los ojos entrecerrados y una pequeña sonrisa ladeada.

—¿Eso significa que acepta? ––Arqueé una ceja, ligeramente sonriente.

—Eres menor de edad ––terció, liberando mi mano.

—Ya tengo 18 ––aclaré, rebatiendo.

—Aun así. Eres muy joven para mí —terció—. Además, es antiético. No puedo enredarme con mis clientes.

—La ética está sobrevalorada —farfullé—. Además, quedará entre nosotros. Créeme, no tengo ningún interés en dañar tu reputación y mucho menos en que mi familia se entere de que me prostituí por información —aclaré, tuteándolo con la intención de que sintiera más confianza porque era sincera cuando decía que mi intención no era causarle problemas.

Asintió un poco mientras torcía ligeramente el gesto, como si analizara mi punto de vista y se diera cuenta de que yo no ganaba nada perjudicándolo.

—Sigues siendo demasiado joven ––rebatió con el mismo argumento del siglo antepasado.

Quise poner los ojos en blanco, pero se vería como un gesto infantil y, justo ahora, lo último que quería era verme más "niña" ante sus ojos.

—A mí no me interesa nuestra diferencia de edad —dejé en claro.

—¿Vives sola? Tus padres podrían llegar ––dijo de pronto.

—¿Vas a dejarme el trabajo gratis? ––pregunté, entre incrédula e indignada, sosteniendo su verde mirada. Tenía ojos muy bonitos y penetrantes. Sus iris esmeraldas no eran para mirar, eran para atravesar hasta el pensamiento.

—Estoy considerando la posibilidad… ––admitió, pensativo.

—Y estás tan reacio porque soy muy joven… ––repliqué, más para mí que para él.

Él se quedó en silencio, como si pensara que mi comentario me había hecho darme cuenta de la situación y fuera a rendirme en mi propósito. Pero no lo haría porque esto iba más allá de pagarle a un empleado eficiente. Esto se trataba de mis deseos de follarme a aquel hombre.

Me detuve a pensar un segundo: en su mirada había cierto interés, estaba sorprendido de que fuera joven y seguramente le preocupaba perder su empleo; pero la forma en la que me miraba ya no era la de un profesional, sino la de un hombre. Además, yo no sostenía un arma contra su frente, era libre de dar media vuelta y dejarme hablando sola. Si realmente no quisiera nada, ya se habría largado.

¿Por qué sigue aquí, detective Luddington?

Retrocedí un paso, sosteniendo su confundida mirada, desaté el nudo de mi albornoz y llevé las manos a mis hombros haciendo resbalar la prenda por mis brazos hasta caer en el piso, quedándome totalmente denuda frente a la mirada felina de aquel tipo sexy, la cual escrutó cada centímetro de mi tersa piel. En ella ya no quedaba un rastro de duda o confusión, brillaba un deseo animal.

Sosteniendo en todo momento ese brillo que me era tan familiar, avancé un paso hasta quedar justo a un suspiro de él y lentamente me arrodillé, quedando mi rostro a la altura de su cremallera. Sin titubear ni un solo segundo, desabroché su botón y bajé su zíper. Dudaba que me hubiese equivocado al juzgar sus intenciones porque sabía cuando un hombre tenía deseos de follarme, pero aún así lo miré por un instante para comprobar su reacción. Su expresión era justo la que esperaba. Tenía una ceja arqueada, expectante, como si dijera "¿qué harás ahora, muchachita?".

La muchachita tiene más experiencia de la que imagina, detective Luddington...

Saqué su miembro de su escondite. La dureza de este no era muy notable, pero eso estaba a punto de cambiar. Agarrando la base con una mano, lenta y sensualmente pasé la punta de mi lengua por su glande mientras buscaba su mirada. Su mandíbula se había tensado como si intentara contener la sensación que mi boca en su polla le estaba provocando. Chupé suavemente trazando círculos en la punta, concentrada en mi tarea mientras estimulaba esa zona tan sensible. Volví a clavar mis ojos en los suyos. Esta vez no me miraba como a una "muchachita", se había percatado de que no era nueva en esto. Esta vez su expresión contraída en un gesto de excitación lo delataba y lo duro que se había puesto, también.

Ya no soy tan joven, ¿eh, detective Luddington?

Me separé un segundo y pude contemplar la dureza que albergaba mi boca. Las venas sobresalían en su polla, haciéndome morder mi labio inferior mientras miraba su excitante dimensión. Sin vacilar ni un segundo más, la introduje en mi boca de una sola vez, llevándola hasta al fondo de mi garganta.

En un inicio chupé con suavidad. Iba despacio, pero el movimiento de mi boca no le era nada indiferente.

Entrando y saliendo…

Mirándolo a los ojos todo el tiempo.

Él fruncía su entrecejo en una expresión de satisfacción mientras entreabría sus labios. Comencé a acelerar el ritmo, haciéndolo emitir gruñidos de placer mientras su respiración se aceleraba y apoyaba una mano en la pared para no perder el equilibrio.

No conforme con mi ritmo, agarró fuertemente mi cabello en una firme coleta con su mano libre, podía sentir el dolor de mis rojas hebras al ser capturadas por su fuerza despiadada, pero no me importaba, de hecho, me excitaba aún más. Él impuso su propio ritmo, llevando al máximo la velocidad de mis labios sobre su gruesa erección, la cual llenaba completamente mi boca.

Desde mi sumisa posición lo escuchaba emitir guturales gemidos en medio de su jadeante respiración.

Alcé la vista.

Él capturaba fuertemente su labio inferior con sus dientes de forma esporádica mientras cerraba sus ojos, presa del placer.

Me encantaba esa expresión.

Saber que soy el motivo de su descontrol me hacía sentir sexy, deseada y poderosa.

De pronto interrumpió a mi boca, alzándome con brusquedad por el cabello. Tiraba de este sin compasión alguna, sin tomar en cuenta el dolor que sentiría, pero, como ya dije, eso solo me calentaba más y más.

—Eres realmente atrevida, muchachita ––dijo con la voz ronca a centímetros de mis labios sujetando con firmeza la coleta improvisada entre su mano, obligándome a sostenerle la mirada.

Sonreí ligeramente.

—¿Sigo pareciéndote una niñita inexperta? ––pregunté con la ceja arqueada, regodeándome.

—Ya veo que no te importa lo que te hagan.

—Mientras esté bien hecho... ––lo incité, rozando muy ligeramente su boca.

Interrumpiendo el suave toque de mis labios sobre los suyos, sin previo aviso introdujo sus dedos en mi entrepierna. Mordí mi labio inferior, intentando contener los gemidos que me provocaban sus expertos movimientos. Mis piernas estaban muy débiles, como si estuvieran a punto de doblarse en cualquier momento. En busca de soporte coloqué mis manos en sus hombros mientras depositaba la mirada en el suelo en medio de aquel torrente de placer. Podía sentir la firmeza de su torso debajo de las yemas de mis dedos. Una vez más le dio un fuerte tirón a mi cabello, obligándome a sostenerle la mirada y a separar mis manos de su cuerpo mientras sus dedos trazaban círculos y exploraban mi interior, llevándome al clímax.

En este preciso instante lo único que me impedía caer al suelo era su fuerte agarre.

—Te necesito muy mojada para lo que quiero hacerte ––dijo con voz grave y seductora.

Y, muy obediente, mi entrepierna lubricó aún más con sus palabras.

Mis piernas no aguantaban más y, cuando pensé que flaquearían, él me dio un fuerte empujón que me hizo rebotar sobre el colchón. Antes de que tuviera tiempo de pensar siquiera él ya estaba arrodillado sobre la cama, entre mis piernas.

Bajó un poco más su pantalón.

Me encantaba su polla: grande y vigorosa…

Me hubiese gustado sentir cómo se corría en mi boca, pero, al parecer, él tenía otros planes, unos que seguramente me iban a encantar.

En un segundo de cordura un nítido pensamiento invadió mi mente.

—Un condón —articulé.

Ante mis palabras rebuscó en su bolsillo trasero, de este sacó su billetera y de esta última, un preservativo; el cual me mostró acompañado de una media sonrisa de satisfacción que hizo aparecer otra en mis labios.

—Así me gusta, detective Luddington, que venga preparado ––canturré, mordiendo mi labio inferior mientras lo observaba deslizar el preservativo sobre su erección.

Mis palabras hicieron que ensanchara su media sonrisa.

—Ahora lo único que quiero escuchar salir de esa boca —me haló sorpresivamente por los tobillos, arrastrando mi cuerpo hasta posicionarme justo donde quería— son tus gritos pidiendo más ––admitió, colocando mis pies sobre sus hombros.

Me parecía tan erótico que él continuara vestido mientras yo estaba completamente expuesta ante sus voraces ojos que me recorrían sin pudor.

—Entonces hazme pedir más ––lo incité con mis iris azules anclados a los suyos verdes. Un atisbo de sonrisa reapareció en sus labios como si dijera "si eso quieres, muchachita, eso tendrás".

Con sus manos aferradas a mis caderas se introdujo impetuosamente, provocando un jadeo de mi parte. A penas comenzó a embestir fue fuerte y despiadado. Era obvio que no era un hombre de sexo romántico y eso me encantaba. Esta vez no intenté reprimir mis gemidos, me dejé llevar, aferrándome a las sábanas con fuerza.

Los guturales gemidos que aquel hombre liberaba con cada penetración profunda retumbaban por toda mi habitación mientras una fina capa de sudor comenzaba a cubrir mi cuerpo en tanto mi respiración se tornaba completamente irregular.

—Más… más... ––jadeé y una sonrisa de suficiencia surcó sus labios.

Sus manos abandonaron mis caderas para agarrar mis tobillos en sus hombros y obligarme a flexionar las piernas, haciendo presión contra mis pechos. Con la nueva postura que me impuso continuó entrando y saliendo de mi entrepierna de forma vehemente y desenfrenada mientras entreabría los labios, al igual que yo. A medida que aceleraba sus frenéticos movimientos nuestras respiraciones se volvían un desastre. Algunos mechones de su cabello se pegaban a su frente debido al sudor. Su rostro teñido de placer me parecía tan sexy, follar con un desconocido me resultaba tan excitante, él era sexy y excitante. Víctima de la presión de sus manos en mis tobillos y la que estos ejercían sobre mis pechos, contemplé el momento exacto en que su rostro reflejó que había explotado en un orgasmo que, segundos después, fue acompañado por el mío.

Con una lentitud que hizo un enorme contraste con lo que me había mostrado recién, abandonó mi interior haciéndome echar en falta esa parte de él. Se bajó de la cama cerrando su cremallera y acomodando un poco su desordenado cabello.

—Entonces, ¿estuvo bien el pago, detective Luddington? ––pregunté, apoyándome en mis codos y cruzando las piernas para mirarlo.

—¿Quedaste satisfecha con el trabajo? ––Arqueó una ceja, sonriente.

—No tengo quejas ––emití, orgullosa, haciéndolo ensanchar su sonrisa.

No iba admitirlo, pero follaba muy bien este hombre.

—Entonces me retiro.

—¿Te irás del pueblo? ––pregunté, entre curiosa, expectante e ilusionada.

No estaría mal repetir esto.

Él se tomó unos segundos para pensarlo.

—No ––respondió finalmente––. Estaré unos días por aquí. Me estoy quedando en esta dirección ––me ofreció una tarjeta––, si quieres pasarte por allí cualquier día de estos… ––dejó suspendida la frase, pero yo sabía lo que iba a continuación: "para darte otra follada, muchachita atrevida".

—Tal vez me pase por allí… ––respondí, aun en la cama.

Él hizo un ademán para marcharse.

—¿No vas a acompañarme a la salida?

—Llegaste aquí y te follaste a la dueña de la casa sin conocerla, ¿aún te consideras visita? Puedes ir solito hasta la salida, pero ten cuidado de que nadie te vea.

Él frunció ligeramente el ceño en un asentimiento, pero luego su gesto se suavizó.

—Así que estas son las reglas de tu juego… ––comentó, divertido.

—Espero que tenga una satisfactoria estancia en Morfem, detective Luddington.

—No sé qué me espere aquí, pero empezamos bien.

Ante sus palabras asentí, sonriendo. Luego él se marchó.

Estuve unos segundos acostada pensando en lo que había pasado, después me levanté y recogí el preservativo que había dejado en el suelo para desecharlo en el baño. Más tarde tomé una ducha y cubrí mi cuerpo con un albornoz nuevamente. Fui hasta la sala en busca del sobre para observar las fotos con mayor detenimiento, sentada en las escaleras. Me pregunto qué habrá en el USB.

En las fotografías el señor Haines lucía muy… apasionado y si es así, todo esto habrá valido la pena.

Minutos después escuché que tocaban el timbre. Guardé las imágenes en su sobre y lo dejé encima del sofá.

—¿Qué tanto haces que te demoras tanto para abrir la puerta? ––bromeó Ian al entrar sin que le dijera algo siquiera.

—¿Qué haces aquí tan temprano? ––pregunté, sonando más descortés de lo que pretendía mientras me cruzaba de brazos.

—Sé que te levantas a las 2 de la tarde ––dijo, volteándose hacia mí––, pero pensé que con suerte estarías despierta y así fue ––comentó, entre alegre y despreocupado.

Él siempre era así. Hubo momentos a lo largo de nuestra amistad en que no lo traté como merecía y aun así no estuvo enojado conmigo por un largo período de tiempo. Somos inseparables y simplemente no podemos enojarnos el uno con el otro.

—Aunque parece que te levantaste hace poco ––puntualizó, mirando mi vestimenta.

—¿Y para qué querías verme? ––solté, acercándome discretamente al sofá para tomar el sobre.

—Pues ––se inclinó, apoyando los codos en el espaldar del sofá mientras miraba la pared frente a él–– mi madre está ansiosa por verte. Tus abuelos fueron hoy a casa y no los acompañaste. Mi madre se está quejando porque no has ido a visitarla y… ––Su mirada cayó en el sobre.

Mierda.

—¿Qué es esto? ––preguntó, tomándolo.

—Nada ––mascullé, haciendo un ademán en un intento por quitárselo, pero fue inútil porque lo levantó por encima de su cabeza y yo ni en tacones llegaría a esa altura.

—¿Qué hiciste, Marina? ––preguntó con expresión desconfiada.

—Nada ––contesté rápidamente.

La llegada de su entrecejo hundido me dio a entender que no se lo había creído.

Mierda. ¿Por qué me tiene que conocer tan bien?

—Devuélvemelo ––le ordené, alzando el brazo para alcanzar el sobre, pero Ian agarró mi muñeca, severo, impidiendo que cumpliera mi propósito.

—Si no me dices, me enteraré de otra forma. Lo sabes, ¿verdad? ––emitió, clavando su mirada en la mía.

Yo tensé la mandíbula. Odiaba cuando se hacía el hermano mayor.

—Eres mi mejor amigo, no mi padre ––le espeté ríspidamente, liberando mi muñeca de un tirón––. No puedes decirme lo que debo o no hacer.

—Entonces sí hiciste algo ––concluyó.

—¡No! Solo dame el maldito sobre —exigí y él me ignoró completamente, dándome la espalda para ver lo que contenía el sobre.

—¡No, Ian! ¡Devuélvemelo! —chillé, apresurándome para quedar frente a él y forcejear con el objetivo de quitárselo, pero lo único que conseguí fue impedir que lograse abrirlo. Hundí con fuerza mis dedos entre sus costillas, provocando una expresión de dolor por su parte y que se distrajera por unos segundos, los cuales aproveché para arrebatarle de una vez el dichoso sobre. Lo llevé a mi espalda para evitar que se apoderara de él nuevamente. Ian hizo un ademán para quitármelo, pero se detuvo muy, muy cerca de mí, contemplándome desde su altitud con expresión tensa.

—Déjame ver lo que contiene ese sobre, Marina. ––Su voz sonaba firme y su postura era inamovible.

—No.

Oculté el sobre detras de mí entre el sofá y mi espalda como si mi vida dependiera de ello. Si Ian veía aquellas fotos, estaba perdida. Ian adoraba a Elle.

—Dámelo, Marina ––masculló.

—No lo haré. Es algo personal y no tengo por qué darte explicaciones. No eres quién para pedírmelas ––escupí, hosca.

Él abandonó su postura impasible para forcejear en busca del puto sobre en plan "si no es por las buenas, será por las malas".

—¡Ian, basta! ––chillé.

A este paso se enteraría de lo que hice. Él se detuvo colocando sus brazos sobre el sofá, arrinconándome contra este mientras acercaba mucho su rostro al mío. Su respiración estaba agitada y su mirada soltaba chispas, pero me mantuve firme en mi posición, sosteniendo sus azules e iracundos ojos.

—Dámelo ––gruñó.

—Ya te dije que no —repliqué.

—Si realmente no tienes nada que esconder, muéstrame.

—Ya te dije que no lo haré. Es algo personal y tú no tienes por qué enterarte de toda mi vida.

—Te conozco, Marina. Sé que hiciste algo que pronto explotará. Solo quiero evitar que ese momento ocurra.

Lo peor es que su desconfianza tenía fundamento. En otras ocasiones hice cosas que causaron problemas y perjudicaron a otros. Fue Ian el que me ayudó a limpiar mis desastres.

—No te preocupes. Yo sé defenderme muy bien sola —tercié.

Él exhaló con fuerza en busca de paciencia.

—Muéstrame el maldito sobre, Marina.

—Ya te dije que no.

—¡Muéstramelo! ––rugió, dándole un puñetazo al espaldar detrás de mí con la respiración acelerada.

Su acción me hizo tragar en seco, no porque tuviera miedo, sino porque acababa de darme cuenta de lo cerca que estábamos uno del otro. Nuestros labios se encontraban tan cerca que nuestros alientos se mezclaban. Me quedé observando por unos segundos los labios de Ian. Él se dio cuenta y contempló mi expresión de una forma que no supe interpretar. Extrañado, ¿quizás?

Sus labios se veían tan apetitosos, rosados y carnosos.

Por un segundo me dieron ganas de…

Un simple ademán y…

—Hola, chicos ––saludó mi abuela al llegar, interrumpiendo el momento.

Ian se apartó de mí, rascando su nuca en un gesto nervioso. Por mi parte, me quedé observando el suelo por un instante, pensativa.

Había acabado de… ¿sentir deseos de besar a Ian?

No, no, no. Marina, ¿qué está pasando por tu cabeza?

—Hola, abuela. ¿Y mi abuelo? —saludé, fingiendo que ese pensamiento no había pasado por mi cabeza.

—Llegará más tarde. Ian, cariño, ¿te quedarás a almorzar? —preguntó, amorosa.

—Eh… pues… yo… Creo que mejor me voy ––balbuceó con torpeza.

—¿Por qué? ––preguntó mi abuela.

—Pues…

—Ian tiene cosas que hacer, abuela ––me apresuré a decir para sacarlo del apuro.

—Es una pena ––lamentó mi abuela––, pero podrías venir a cenar esta noche.

—Es que… mi madre dará una cena y no puedo faltar. Lo siento.

Cierto, él mencionó que Brenda quería verme. Seguro vino a invitarme a esa cena.

—Descuida, hijo. Otro día será ––le restó importancia mi abuela, sonriente, dirigiéndose a la cocina y dejándonos solos en un sepulcral e incómodo silencio.

—Me voy… ––emitió Ian finalmente.

Con pasos vacilantes lo acompañé a la puerta.

—Ian, ¿quieres que vaya a la cena? —indagué.

Él lo pensó un momento.

—Claro, mi madre quiere verte.

Sentí que su respuesta fue forzada.

—De acuerdo.

Y la mía también lo fue.

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Holiwisss!!
Qué tal? Cómo han estado? :D
Qué les pareció este cap?
Algunos pagan en efectivo, otros con cheques, otros con tarjeta y luego está Marina :v xd
Al final el señor Haines sí estaba traicionando a su esposa :(
Qué harás con esa información, Marina? :)
Tú qué crees, mi querida Daia?
Ay mi madre :)
Y WTF con el final? O_o
Con Ian??? What????
Explica mejor eso, Marina!!
...
Y ahora te vas!!!!
XD
Quién los shippea? xD
Ya veremos qué sucede.
Hasta el siguiente cap.
Sayonara.

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