Mis párpados se sentían muy pesados, pero con mucho esfuerzo conseguí abrir los ojos.

¿Cuánto tiempo llevaba inconsciente?

Estaba acostada en el suelo.

Mis muñecas y tobillos dolían.

Estaba atada.

Moverme era muy trabajoso, puesto que mis manos estaban fuertemente amarradas a mi espalda. Mi tobillo derecho estaba retenido por una gruesa y pesada cadena de hierro que salía de la pared.

Todo mi cuerpo estaba adolorido.

Aquel lugar olía horrible.

No había nada en la habitación, solo algunos periódicos sobre los cuales estaba tendida.

Al observar con detenimiento, me percaté de que había una reja.

Aquello era un prisión.

¿Cómo había llegado hasta allí?

De repente, escuché un fuerte estruendo.

Alguien pasaba frente a la reja oxidada haciendo chocar algún objeto metálico contra ella.

Cuando abrió la reja y entró, me quedé atónita.

No podía ser.

Era imposible.

—Tú... —fue lo único que salió de mi boca al ver la figura que se alzaba frente a mí.