IV
Habían pasado varios días desde la muerte de Matt y, aunque duela reconocerlo, poco a poco la gente lo estaba olvidando. Estoy convencida de que la policía estaba haciendo todo lo posible, pero, hasta ahora, no había ni rastro del culpable.
—Marina, mi niña, ¿podrías ir a comprar esto, por favor? ––me pidió mi abuela, dándome una pequeña lista.
—Claro.
Ya era de noche cuando fui caminando hasta la tienda de conveniencia más cercana.
—Buenas noches, señorita ––me saludó el encargado desde atrás del mostrador de una forma un tanto... cariñosa.
—Buenas noches ––respondí por pura cortesía, ya que no había pasado por alto la forma en la que su mirada recorrió mis piernas desnudas. Incluso se mordió el labio inferior en el proceso.
La verdad es que aquel señor no era mi tipo. Aparentaba unos 40 años y parecía destrozado por el tiempo y por los vicios. Tenía una sonrisa lasciva que intentó disimular sin tener éxito.
Era repugnante.
Después de buscar todo lo que necesitaba, puse sobre el mostrador lo que me iba a llevar.
En el momento en que le ofrecí el pago rozó mi mano "sin querer" y, automáticamente, la aparté con cierta brusquedad mientras fruncía el entrecejo en señal de molestia.
No es que yo fuera estrecha o mojigata (muy por el contrario), pero me parecían asquerosos los hombres que acechaban a mujeres que se notaba a kilómetros de distancia que no querían nada con ellos.
Mi reacción lo hizo sonreír.
—Ven más a menudo a verme, linda ––canturreó cuando tomé las compras, mirándolo como el incordio que era y con intenciones de marcharme.
—Que venga a verte tu madre, asqueroso ––le espeté, olvidando el concepto de "educación" y él ensanchó su sonrisa, divertido ante mi respuesta.
Viejo baboso.
Cuando salí de la tienda había alguien que venía distraído hacia dicho establecimiento.
—Dylan ––pronuncié su nombre, un poco insegura, cuando estuvo a pocos pasos de mí.
—Marina ––murmuró, sorprendido, contemplándome con atención.
Luego sus labios me mostraron una amplia sonrisa al abalanzarse sobre mí para fundirnos en un fuerte abrazo.
—¿No sabías que había vuelto? ––pregunté, intentando saber la razón de tanta emoción.
—Sí ––se apartó un poco––, lo había escuchado por ahí.
¿Quién será "por ahí"?
—Es solo que ––prosiguió–– estoy feliz de verte ––admitió genuinamente mientras sonreía.
Dylan era un chico alto, con un rostro sumamente atractivo, penetrantes ojos azules, cabello negro azabache, sedoso y brillante. Además poseía un cuerpo esculpido por los mismísimos dioses y no era lo único que los dioses le habían esculpido… Nos conocíamos hace mucho tiempo, pero él no había cambiado demasiado, aunque los años parecían hacerlo ver cada vez mejor.
—A mí también me alegra verte ––respondí con una sonrisa.
—¿Vas ahora para tu casa?
—Sí ––contesté.
—¿Puedo acompañarte? ––se ofreció.
—Pensé que necesitabas comprar algo en la tienda.
—No, o sea sí, pero eso puede esperar… Tú eres más importante…
Arqueé una ceja, como si estuviera evaluando si era merecedor de llevarme a casa.
—Vamos ––cedí finalmente.
Él tomó la bolsa de la compra.
El chico es un caballero de sonrisa encantadora, capaz de engatusar a cualquiera, aunque el hecho de que traicionara a su novia conmigo no fue muy de caballeros, pero bueno, ese es otro tema y, además, la carne es débil.
Por otra parte, la atracción que había entre nosotros en ese entonces no surgió de la noche a la mañana. Llevábamos mucho tiempo intentando suprimir lo que sentíamos por el hecho de que él salía con otra chica, la cual era cercana a mí. Al final contenernos fue peor, es por ello que siempre hago lo que quiero. Si siento deseo por alguien, me lo follo para matar la curiosidad y listo.
A pesar de que nuestra intención no era lastimar a Victoria, lo hicimos. Yo por satisfacerme y él por… pues…
La verdad es que me pidió salir con él, decía que tenía sentimientos por mí, pero nunca me ha importado toda esa cursilería, así que lo rechacé, pero quedamos como amigos afortunadamente.
—¿Cuándo volverás? ––me sacó de mis pensamientos mientras caminábamos lentamente rumbo a la casa de mis abuelos.
—Estoy aquí, ¿o no? —repliqué, divertida y relajada.
—Me refiero a cuándo volverás para quedarte —se corrigió.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres tenerme cerca? ––pregunté, sonriendo y arqueando una ceja, juguetona.
—Nunca te tomas nada en serio, ¿verdad? —habló con un fastidio fingido.
Me encogí de hombros sonriendo, despreocupada e indiferente.
—La gente se toma todo demasiado en serio. Hay que disfrutar la vida sin estresarse exageradamente por cualquier cosa ––comenté sin darle demasiada importancia al asunto.
—No me estreso por cualquier cosa ––replicó, sujetando mi brazo delicadamente haciendo que me detuviera––, yo me preocupo por ti… por nosotros ––corrigió.
—Dylan… ––murmuré, desviando la mirada porque ya sabía por donde iba.
No me gustaba ese tema.
—¿Conociste a alguien? ––preguntó, preocupado ante mi respuesta esquiva.
Suspiré con derrota.
Estábamos en plena calle, pero, afortunadamente, no había nadie además de nosotros. Debido a la muerte reciente muchas personas estaban siendo más cuidadosas con respecto a sus horarios nocturnos, después de todo, la noche era la aliada perfecta para la muerte.
—Sí, he conocido a muchos y todos han sido exactamente lo mismo para mí: sexo —respondí hoscamente, sin tomar en cuenta lo que él podría sentir ante mis palabras.
—Así como yo lo fui… ––conluyó, desilusionado, pero certero. El amor no era lo mío y no quería que se confundiera.
Al ver su semblante triste, acaricié su mejilla con delicadeza y cariño porque, a pesar de que no buscábamos lo mismo, yo le tenía mucho afecto y no deseaba lastimarlo, él no lo merecía.
—Dylan, creo que fui muy clara hace tres años —le recordé, intentando hablar con mayor tacto esta vez.
—Lo fuiste ––reconoció con amargura.
—Entonces lo mejor será que no mezclemos las cosas y que continuemos como amigos. Estamos muy bien así —opiné, tratando de ser razonable y a la vez delicada.
—Habla por ti ––me interrumpió con la voz seca, girando el rostro para finalizar mi caricia en su mejilla y dándome la espalda.
Se había enojado.
—Dylan… —intenté llamar su atención con voz suave.
—¿En serio no quieres una relación? ¿No necesitas a alguien a tu lado, alguien que te quiera y te proteja? —preguntó, escéptico y frustrado, girándose repentinamente para encararme.
—No ––respondí, directa y concisa––. Dylan, no entiendo por qué haces todo este drama. Tú sabes perfectamente cómo soy, así que no compliques tu vida y tampoco la mía ––le pedí sin rodeos.
—Está bien. Si lo quieres así… —zanjó, tensando la mandíbula.
Yo asentí a modo de aprobación. Que olvidara ese tema era la mejor decisión para todos.
Reanudamos nuestra caminata en un espeso silencio.
Cuando llegamos al porche de mi casa, me entregó las compras y hundió sus manos en los bolsillos.
—Nos vemos ––se despidió secamente, haciendo un ademán para marcharse.
—Espera ––sujeté su brazo––, ¿estás molesto?
—¿Tú qué crees? ––me espetó.
—Creo que te ves más atractivo cuando sonríes ––opiné, coqueta, acercando mi rostro al suyo.
—¿Estás intentando usar tus encantos femeninos conmigo? ––preguntó, divertido, mientras arqueaba una ceja.
—Sí ––respondí descaradamente.
—Pues debo reconocer que funciona ––comentó con una media sonrisa.
—Si funcionó una vez, funcionará siempre ––aseguré con voz seductora. Luego tomé su rostro y deposité un beso suave, pero prolongado en la comisura de sus labios.
Él se quedó muy quieto. Evidentemente no se lo esperaba.
Hace treinta segundos le aseguré que no quería nada con él y ahora me le insinúo, pero bueno, así soy yo. Me gusta jugar un poco con ellos, pero Dylan es listo y sabe a qué atenerse.
—Buenas noches ––me despedí con mis labios muy cerca de los suyos y mi mano libre sobre su pecho. El tacto bajo la tela se sintió firme e inamovible.
Por un segundo sentí deseos de despojarlo de su camisa y clavarle mis uñas mientras lamía sus trabajados pectorales... pero no, así que me dispuse a entrar, ignorando la tentadora idea de mi subconsciente.
—¿No me invitas a entrar? ––preguntó, agarrando mi brazo cuando me volteé en dirección a la puerta.
—Lo último que quiero y necesito es que mis abuelos se preocupen por el tema "chicos" —hice un gesto de comillas en la última palabra.
—Si ellos supieran… —canturreó.
—Pero no lo saben ––lo interrumpí, acercándome nuevamente a su rostro–– y no serás tú quién les cuente, ¿verdad? ––agregué con voz aterciopelada, acariciando su labio inferior lentamente mientras establecíamos un intenso contacto visual.
—¿A qué juegas, Marina? ––Agarró con fuerza mis brazos, interrumpiendo mi jugueteo con sus labios para pegar nuestros torsos y mantenerme quieta porque si continuaba, probablemente él acabaría más atormentado de lo que ya lo estaba dejando. Su cuerpo y expresiones lo delataban.
—Contigo, a nada. ––Acerqué mis labios a los suyos––. No juego dos veces con el mismo ––susurré, burlona. Luego me aparté de él mostrándole una sonrisa que evidenciaba que nuestra cercanía no me afectaba en lo absoluto y que el único en desventaja era él.
Para mi sorpresa y satisfacción, él sonrió con malicia.
—Ya nos veremos, Dylan ––finalicé nuestra entretenida conversación y luego entré.
Cuando se ponía sentimental y romántico era muy intenso, pero el resto del tiempo era genial.
Si no fuera como soy, incluso podría enamorarme de él.
Le entregué las compras a mi abuela, pero antes saqué algo que había comprado para mí y que bajo ningún concepto ellos podían saber que estaba en mi poder: preservativos.
Para mis abuelos continuaba siendo una chica pura y virgen.
Lo mejor sería que se mantuvieran en su mundo de fantasías donde las mujeres perdían la virginidad a los 25.
Les di las buenas noches a mis abuelos, los cuales se encontraban viendo televisión y me fui a mi dormitorio alegando que tenía mucho sueño, pero en realidad quería guardar de una vez esto.
Abrí la puerta de mi habitación y:
—¡Qué susto! ––exclamé, llevando mi mano al pecho.
Él se rio, acostado cómodamente en mi cama, mirándome con el regodeo brillando en sus ojos azules.
—¿Serás idiota? ¿Cómo entraste aquí? ––le espeté, ceñuda.
—Deberías cerrar la ventana. Alguien podría entrar y hacerte cosas ––respondió, divertido, mientras se ponía en pie, acercándose a mí.
—Ajá. ¿Y eres tú quien me va a hacer algo? ––lo desafié, cruzándome de brazos, incrédula.
—¿Acaso dudas de mis capacidades? ––Acercó sus labios a los míos, siguiéndome el juego.
—No, es solo que estoy muy segura de las mías. —Proseguí cerrando la distancia que nos separaba mientras arqueaba una ceja, jactándome.
Si pensaba que su cercanía me iba a intimidar, estaba muy equivocado.
—Este es mi turno de decir "ajá". —Estábamos a un suspiro él uno del otro... y ninguno se estaba quedando indiferente.
—Dylan, fue muy bella tu visita ––di un paso hacia atrás para mantener una distancia prudencial porque si esto seguía por donde iba...––, pero ya te puedes largar. Ya te dije que esto no me interesa…
Él se abalanzó sobre mí, estampándome contra la pared y haciendo caer la pequeña bolsa de plástico que llevaba en la mano mientras agarraba con fuerza mi mandíbula, obligándome a sostenerle la mirada.
—Repite lo que dijiste ––ordenó en voz baja con su boca a escasos centímetros de la mía.
Mordí mi labio inferior con suavidad, gesto que para él no pasó desapercibido.
—Dije que me importan una mierda los sentimientos y el compromiso —alegué con un atisbo de sonrisa.
—Pero no es eso lo que quiero ahora mismo ––susurró en mi oído.
—¿Y qué es lo que quieres? ––pregunté en voz baja y seductora, sintiendo cómo su nariz rozaba mi cuello haciendo que mi piel se erizara.
—Lo mismo que tú…
—Tú no tienes ni puta idea de lo que quiero.
—Quieres que te folle ––respondió, seguro de sí mismo, volviendo a clavar sus ojos en los míos.
—Entonces, compláceme ––le pedí, enroscando mis dedos en su cabello.
Al escuchar mis palabras Dylan se apoderó con vehemencia de mis labios, arrinconándome aún más contra la pared y dejándose llevar por ese impulso que lo carcomía desde que me vio. Había desesperación en su beso, como si estos tres años hubiesen sido un suplicio para él.
—Mis abuelos… siguen despiertos ––le recordé, jadeante, cuando nos separamos para coger aire.
—¿Y desde cuándo eso te importa? —preguntó con una media sonrisa, arqueando una ceja.
Su respuesta me hizo sonreír. Él era una de las personas que mejor me conocía.
Volví a acercarme para introducir mi lengua en su boca porque prefería moverla contra la suya que estar hablando sobre cosas que no eran importantes en este momento.
Dylan acarició mis pechos con nostalgia mientras exploraba mis labios efusivamente. Introdujo sus manos bajo mi blusa recorriendo mi espalda para acercarme completamente a su torso mientras yo rodeaba su cuello, eliminando hasta el más mínimo centímetro. La distancia entre nosotros era innecesaria e incluso tortuosa.
Una de sus manos viajó a mi nuca, agarrando mi cabello posesivamente en tanto la otra amasó descaradamente mi trasero, como si fuera de su propiedad, pero lejos de molestarme, su invasión despertó lo poco que quedaba dormida de esa bestia que vive en nuestro ser: la lujuria.
Entre las caricias salvajes y los lengüetazos feroces, sentí la dureza que albergaba su pantalón. Entre nosotros no había lugar para la distancia, pero tampoco para la indiferencia porque el tiempo solo había logrado acrecentar el deseo que nos mostramos en ese baño en aquel baile de instituto.
Dylan introdujo su mano bajo mi falda, llevando su mano a mi entrepierna en busca de la confirmación de que estaba tan excitada como él... y así era.
—Qué mojada estás ––dijo sin aliento.
—Fóllame ––dije de igual manera, mirándolo directamente a los ojos. Sus pupilas estaban dilatadas y su mirada establecía una conexión con la mía, una que reflejaba un deseo en común: entregarnos hasta quedar sin sentido.
Mi petición provocó que me agarrara de los brazos, girándome bruscamente mientras tomaba con firmeza el cabello de mi nuca para hacer que me inclinara sobre el ventanal de forma tal que mis antebrazos me sirvieran de apoyo sobre este, dejando mi trasero expuesto y a su total disposición.
—¿Condón?
—En el suelo ––respondí con la mirada puesta en la calle desierta mientras me mordía el labio inferior, anticipándome a lo que venía.
Estaba ansiosa y expectante, pero escuchar cómo rompía la envoltura plástica del preservativo solo acrecentó mis ganas.
De pronto, sentí que apartaba la tela que cubría mi entrepierna y palpaba mi humedad, haciéndome cerrar los ojos y dejarme llevar por la sensación.
¿A qué esperaba para follarme de una vez?
Luego levantó mi falda y con una lentitud infinita hizo descender mis bragas, haciéndome esperar porque sabía que odiaba que me castigaran así, pero lo conocía y sabía que le gustaba cobrar venganza y esta era la mejor forma de desquitarse por haberle negado lo que tanto anhelaba.
Pero todo tiene que acabar y cuando la espera infernal lo hizo, lo sentí: su polla estaba justo en mi entrada.
La espera era inquietante, pero a la vez, estimulante.
De pronto sentí sus dedos clavados en mis caderas como una forma de sostenerme con firmeza, dejándome inamovible y adaptada a sus preferencias. Luego acabó con mi castigo, penetrándome profundamente y haciéndome liberar un gemido de sorpresa y satisfacción.
Al inicio entraba y salía despacio, disfrutando la exquisita sensación de roce. Después comenzó a acelerar, estimulando las pareces de mi vagina con vigorosas embestidas que me hicieron gemir como una perra en celo mientras me aferraba al ventanal en busca de soporte porque sentía que mis piernas no iban a aguantar mucho más.
—Me encanta escucharte gemir, preciosa, pero no queremos que tus abuelos nos escuchen ––comentó, jadeante––. O mejor sí, gime para que se enteren de lo ninfómana que es su nieta.
Eso me hizo sonreír ligeramente.
Ninfómana, ¿yo?
Prefería "amante del sexo".
Una de sus manos jugueteó con mis pechos los cuales se balanceaban al compás de sus vigorosos movimientos mientras entraba y salía, impactando con ímpetu contra mis caderas, enloqueciéndome, acalorándome, llevándome al clímax.
Él liberó un gutural gemido al concluir el proceso, víctima del desenfreno al igual que yo.
Después de quedar completamente sudados, extasiados y jadeantes se desplomó en la cama, intentando recuperar el aliento mientras yo me colocaba de frente a él, recostándome en el ventanal porque casi no sentía las piernas.
Dylan era un chico sumamente atractivo, pero su mayor cualidad era su polla y lo que sabía hacer con ella.
—Cómo extrañé esto ––admitió desde la cama, sonriente y con la respiración un poco agitada todavía.
—Pues yo no pensé que podría extrañarlo tanto ––confesé, orgullosa.
Él se sentó en el borde de la cama, apoyando las manos en sus rodillas mientras me miraba de forma depredadora con una sonrisa torcida y ladina.
—¿Lo ves? Después de todo sí me quieres ––se regodeó ante mi comentario. El muy simpático prefirió ignorar el aire de menosprecio en mis palabras.
—Quiero a tu polla, es diferente ––le solté, divertida.
—Auch ––se llevó la mano al corazón––, tú sí que sabes llevar del cielo al infierno en segundos.
—Es mi misión en este mundo ––señalé, encogiéndome de hombros mientras fingía una inocencia angelical que estaba muy lejos de caracterizarme.
Con un rápido movimiento se puso en pie, invadiendo mi espacio personal de forma peligrosa mientras tomaba mi barbilla para alzar mi rostro.
—Y la mía es complacerte —alegó, muy convencido de que así era.
—No te entusiasmes, esto no volverá a pasar ––aseguré, apartando su mano de mi cara y retrocediendo para evitar que se entusiasmara otra vez. Eso no le convenía a nadie...
—Eso dijiste no hace ni una hora ––me recordó, socarrón.
—Esta vez sí lo digo en serio ––afirmé.
—Mhmm ––emitió, arqueando una ceja, burlesco e incrédulo.
Por cosas como esta era mejor no darle alas. Se lo empezaba a creer demasiado rápido.
—Piensa lo que quieras. ––Puse los ojos en blanco, poniéndome de espaldas a él y de frente a la ventana mientras me cruzaba de brazos, contemplando la solitaria luna llena en la oscuridad de la noche.
—Te encanta hacerte de rogar ––susurró, besando mi cuello mientras acercaba su torso a mi espalda con sus brazos enredando mi cintura.
—Acábate de ir, ¿quieres? ––Me alejé de él. Si seguía por donde iba, esto solo acabaría de una manera…
—No, no quiero ––dijo con las manos en la espalda––. Quiero quedarme contigo.
—Adiós, Dylan.
—Después de todo lo que hice por ti o, mejor dicho, de todo lo que te hice, ¿así me pagas? ––Su voz reflejaba un tono teatral y exagerado mientras llevaba su mano a su pecho, fingiendo dolor.
—Dylan, deja el drama y lárgate de una vez.
—De acuerdo, me iré, pero solo si me prometes que nos veremos de nuevo —intentó negociar.
—Vivimos en el mismo pueblo, estoy segura de que nos veremos por ahí —me hice la desentendida.
—Sabes a qué me refiero ––terció, acercándose nuevamente.
—No lo sé, Dylan… ––puse mi mano en su pecho para evitar que eliminara la escasa distancia que nos separaba––. Tal vez ––accedí y él sonrió, victorioso––. Ahora vete.
—Nos vemos. ––Retrocedió unos pasos, aun mirándome y luego se dirigió a la puerta.
—Hey ––llamé su atención––. ¿A dónde vas?
—¿No querías que me fuera? ––se mostró confundido—. ¿O acaso cambiaste de idea? —Avanzó hacia mí, entre la esperanza y el regodeo.
—No cambié de idea, así que no te hagas ilusiones. Quiero que te largues, pero no te irás por ahí. Entraste por la ventana y te irás por la ventana ––repliqué con suficiencia y burla, cruzada de brazos.
—No me jodas.
Hice un ademán, señalando la ventana mientras colocaba la mano en su espalda para conducirlo a "la salida".
Él se puso a horcajadas sobre el ventanal y me miró con fastidio.
—No olvidaré esto ––me espetó, ceñudo.
—Piénsalo dos veces la próxima vez que te metas a mi habitación —rebatí, divertida ante su expresión.
—Todavía no entiendo cómo me gustas ––pensó en voz alta––, eres de lo peor.
—Que tengas dulces sueños, Dyl ––puse una voz suave y dulce, fingiendo la bondad que no había en mí en estos momentos y luego comencé a cerrar la ventana, obligándolo a apresurarse.
Cuando finalmente llegó al suelo me lanzó un beso, olvidando que lo había acabado de echar de mi habitación.
Me limité a sonreír sin despegar los labios. Era un amor ese chico, pero, por fortuna o por desgracia, yo era inmune a eso.
Él hizo un corazón con las manos y se lo llevó al pecho.
—Acábate de ir ––grité en un susurro, fingiendo perder la paciencia.
Mi actuación lo hizo sonreír y su reacción provocó que yo sonriera también.
—Buenas noches, Marina.
—Buenas noches, Dylan.
Y finalmente se alejó caminando bajo el manto de la noche por el solitario vecindario.
El sonido de las notificaciones emitido por mi celular me hizo desviar la atención del chico que se alejaba en el horizonte.
Cuando hallé el dispositivo, leí en la pantalla un mensaje:
Mañana iremos al río. ¿Te apuntas?
Era Elle.
Inmediatamente le respondí:
Allí estaré.
---------
Qué tal todo, mis estimad@s lector@s?!!
Cómo está la vida?
Qué les pareció este cap?
La policía aún no ha podido resolver el caso :c
Pero todo a su tiempo...
Y Marina no pierde el suyo :)
Ya tenemos un nuevo personaje! :D
Dylan...
Más adelante seguiremos conociendo sobre la historia de esta chica y su forma de afrontar la vida :)
Espero que hayan disfrutado el cap.
Saludos y cuídense por ahí.
(^.^)/
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