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EPÍLOGO

Elle y Crystal miraban con atención y fascinación cada movimiento de aquella hermosa bebé que descansaba en la cuna.

Sus ojos azules eran enormes y expresivos, parecía que quería descubrir todo el mundo que la rodeaba en tan solo un día. Era inquieta como su madre y tenía un cabello claro muy similar al de su padre.

A las chicas les parecía increíble que un ser tan hermoso y angelical fuera fruto de algo tan... salvaje y animal...

—¿Crees que sus ojos se parecen más a los de Marina o a los de Ian? —preguntó Elle cuando la pequeña Sky la observó con una tierna sonrisa.

—No lo sé... Ambos tenían ojos azules, sería difícil saber cuál tonalidad de azul es la de Skyler —respondió Crystal sin darle muchas vueltas al asunto.

Elle acarició a la pequeña y esta agarró su dedo índice con su minúscula mano, lo cual les resultó extremadamente tierno, pero aquel bello momento fue interrumpido por los gritos procedentes de la sala de estar.

Las chicas observaron la puerta, inseguras de si debían ir a ver qué sucedía, ya que no podían dejar sola a la bebé.

—Yo la cuido —emitió la nana que habían contratado, entrando repentinamente, al parecer, huyendo de los gritos.

Crystal y Elle se apresuraron a ir a la sala de estar. En el preciso segundo que divisaron a los padres y abuelos de Marina peleando se arrepintieron de haber venido, pues era una discusión de familia.

—¡Skyler se irá con nosotros a Londres! —dictaminó Lara, la madre de Marina, rugiendo como una fiera.

—Lara, por favor, no la apartes de nosotros —suplicó la señora Brewster entre lágrimas.

—Tus lágrimas no me conmueven. ¡Mi nieta se va con nosotros y punto!

—Hijo, por favor, reconsidérenlo —pidió el señor Brewster. Su hijo se limitó a observar el suelo. Estaba de acuerdo con su esposa, Morfem no era el lugar indicado para que su nieta creciera, pero, por otra parte, no quería entristecer a sus padres.

—Lo mejor será que Skyler crezca en un lugar seguro, papá, apartada de... todo lo que pasó... —opinó el hijo de los Brewster con total ecuanimidad.

—¿La apartarás de nosotros como hicieron con Marina? —preguntó la señora Brewster, dolida.

—¡¿En serio tienes la desvergüenza de mencionar su nombre siquiera, vieja decrépita?! —chilló Lara.

—¡A mi mujer no le hables así! —dictaminó el señor Brewster en defensa de su amada—. Hijo, ¿vas a dejar que esta loca haga lo que quiera?

—Ella tiene razón, papá... —se limitó a responder.

—¡Por supuesto que la tengo! ¡¿En serio piensan que dejaré que dos viejos a los que una chica de 18 años manipulaba a su antojo críen a mi nieta?! —chilló la mujer, desquiciada—. ¡Ella no va a crecer en este pueblo maldito!

—Pueden mudarse con nosotros a Londres si quieren —ofreció el hijo de los Brewster.

—Ya estamos muy viejos para mudarnos y nos gusta esta casa —denegó la oferta el señor Brewster.

—¡Exacto! Ya están viejos. Esa criatura no puede quedarse con ustedes. Maldita la hora en que dejé que mi hija regresara con ustedes... —masculló Lara—. ¡Debí dejarla encerrada en Londres!

—Lo que pasó no fue nuestra culpa... —lloriqueó la señora Brewster.

—¡¡¡Sí fue culpa de ustedes!!! —gritó la mujer, arrojando un florero contra la pared—. ¡¡¡Sí lo fue!!! ¡Ustedes la dejaban hacer lo que le daba la gana! ¡Si la hubieran vigilado como yo, nada de esto habría pasado!

El señor Brewster enfocó el suelo mientras abrazaba a su esposa, la cual lloraba desconsolada con una de sus manos cubriendo su rostro.

—Si Marina no hubiese regresado a Morfem... no estaría... ella no... no habría... —balbuceó—. Mi Marina... —pronunció con ojos vidriosos—. ¡Por culpa de ustedes ella está muerta! —escupió en un grito desgarrador mientras sus lágrimas salían, haciendo que su perfecto maquillaje se corriera—. Está muerta... mi Marina... mi chiquita... muerta... —emitió en medio del llanto mientras sus piernas se doblaban lentamente, dejándola caer al suelo, arrodillada. Intentó sostenerse del sofá para no caer, pero de nada sirvió. Su dolor acumulado por la muerte de su hija fue mayor que su orgullo y mesura—. Mi hija... —sollozó con una mueca de tristeza mientras se cubría el rostro—. Mi hija... mi hija... —seguía repitiendo, descontrolada.

Su esposo se arrodilló a su lado y la abrazó, dejando salir silenciosas lágrimas también. Los abuelos de la difunta también lloraron desde su rincón con aquel sentimiento de culpa que los acompañaría el resto de sus días.

Crystal y Elle, quienes observaban desde un rincón, se sintieron conmovidas ante la escena, por lo que los ojos de ambas se tornaron vidriosos. Antes de que alguien se enfocara en ellas decidieron marcharse para no interrumpir.

Las chicas caminaban desganadas y con pasos vagos por la calle. Morfem se veía más desolado que nunca, ya que muchas personas habían decidido mudarse después de la tragedia.

Por otro lado, el sheriff renunció a su placa, pues después de saber que el asesino siempre estuvo bajo su techo sentía que no era merecedor de su puesto. Andrew, sin embargo, continuaba trabajando en la policía. Crystal había escuchado que lo habían ascendido, aunque no sabía si había logrado seguir adelante... La muerte de Marina lo afectó demasiado...

Elle, por su parte, estaba siendo carcomida por un solo sentimiento: culpa...

Aquella sensación la estaba llevando desde el momento en que supo que Ian era el asesino.

Elle pensó que si ella hubiera hablado, tal vez las cosas no habrían terminado así.

La chica de ojos color miel recordaba por momentos el día en que Ian la invitó al baile. Se sintió la chica más dichosa y feliz porque, finalmente, el chico del que siempre estuvo enamorada la estaba viendo como algo más que su hermanita, o eso fue lo que ella pensó hasta que Marina regresó y él le canceló para ir con ella.

Elle ocultó su amor por Ian toda su vida, o al menos hizo el intento, porque sospechaba que Ian amaba a Marina, pero sus sospechas se convirtieron en certeza aquella noche...

Elle recordaba aquella noche en la que fueron a una fiesta. Ian había bebido demasiado y a ella le preocupaba que se marchara solo, así que lo acompañó hasta su casa... y todo sucedió...

Eso que siempre había querido...

Ian y ella tuvieron sexo esa noche... y a ella le había encantado, excepto por un pequeño detalle: Ian pronunció el nombre de Marina en medio de las embestidas y esa fue la confirmación que siempre necesitó. Ian estaba enamorado de Marina, siempre lo estuvo.

Elle siempre supo del fuerte sentimiento que Ian tenía por Marina. Si hubiese hablado... si le hubiese contado a Marina, ella no estaría muerta y tal vez Ian no se habría convertido en un vil asesino.

—Crystal... —pronunció Elle.

—¿Sí, Elle? —emitió la pelinegra, observando el pavimento por el cual seguían caminando.

—¿Tú crees que... Ian y Marina llegaron a amarse? —preguntó en voz baja.

Ante la interrogante de su amiga, Crystal levantó la mirada del suelo con el entrecejo arrugado y analizó la respuesta que daría.

—Amor... —murmuró—. Cuando dices esa palabra me viene a la mente un cuento de hadas... y definitivamente Marina no era la típica princesa perfecta de cuento de hadas que necesitaba ser salvada. Ella era la maldita villana que arrasaba con todo a su paso. Ian no era más que un puto enfermo psicópata cegado por la obsesión y, definitivamente, lo que ellos tuvieron no fue amor. No encuentro una palabra para definirlo... Es que todo fue tan... enfermo y retorcido... fue un vínculo sucio y macabro... fue una especie de... relación mortal.

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