04. «El Arte de Transformar»
—¿Un programa de Teoría y Apreciación de las Artes? Qué raro. En mi antiguo colegio había un Departamento de Música que dirigía la banda escolar y otro de Drama que estaba a cargo de las obras anuales, pero nunca recibimos clases.
«Si tan solo Andrew pudiera dejar de aludir a Crestview en cada maldita oportunidad que se le presenta…»
A veces solo quisiera gritarle: ¡ya lo sé! ¡También estudié ahí, grandísimo imbécil! Más tarde recuerdo que antes de irme hice cosas terribles que preferiría que nadie más supiera y se me pasa.
Tras llegar a esta conclusión, llevo a cabo mi mayor esfuerzo para esbozar una sonrisa que parezca amable y comentarle:
—Pues aquí tenemos al señor Zhang, que es maravilloso. Puedes estar seguro de que vas a adorarlo.
Somos los últimos en incorporarnos a la clase debido a que las rampas que arriban al segundo piso toman un camino más extenso que las escaleras centrales. De todos modos, mi profesor favorito nos recibe con un cálido asentimiento de bienvenida.
—Alumnos, este año nos concentraremos en la arquitectura. Será nuestro último curso juntos y deseo que aprendan a apreciar la belleza fuera de los museos o cualquier otro espacio dedicado explícitamente al arte, quiero que sean capaces de admirarla en cada lugar en el que estén. ¿Y qué mejor herramienta que todas las edificaciones que nos rodean?
—¿Belleza? ¿En la escuela? Profe, creo que esta vez nos está pidiendo demasiado.
Un coro de risas se abre paso después de la intervención de Dean, uno de mis compañeros.
—Sé que será una tarea ardua, señor Willey; por suerte, tendremos al tiempo de nuestro lado. ¿Están de acuerdo? —Confiando en la sabiduría que nos proveerá esta lección final, todos asentimos aceptando el reto—. Pero, antes de llegar a lo ordinario, empezaremos con un grupo de clásicos. ¿Serían tan amables de acercarse al tablero?
Una numerosa serie de alucinantes fotografías ocupan una pared lateral casi por completo: la Gran Muralla China, la Basílica de San Pedro, el Coliseo Romano, la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad, el Taj Mahal y la Catedral de Notre Dame son algunos de los monumentos más destacables en una muestra que engloba el arte y la cultura universal que caracteriza a nuestra especie.
—¡Guao!
—Son hermosas.
—Me encantaría ir.
—Yo estuve allí.
Son una diminuta porción de las mezcla heterogénea de exclamaciones que circulan alrededor del salón mientras admiramos la exposición.
—Andrew Ackerman, no había tenido el gusto de conocerlo. ¡Bienvenido! —El maestro estrecha su mano en un fuerte apretón para seguidamente realizarle una invitación—: Ya que es de nuevo ingreso, le concederé un gran honor. Por favor, seleccione una imagen.
—¿Habla en serio?
—Vamos, sin miedo, escoja la que quiera. Le prometo que no se trata de un examen.
Luego de un breve repaso, Drew toma entre sus dedos una bastante llamativa: la Torre de Pisa.
—Curiosa elección.
—¿Esa no es la que se está cayendo?
—¿Quieres callarte, Dean? La estabilizaron hace años. Fui recientemente y es preciosa. Por desgracia, tuvimos que irnos pronto. Mi hermana menor estaba aterrada ante la posibilidad de que nos viniera encima.
Mis compañeros se inmiscuyen nuevamente en una grata conversación grupal en tanto yo observo la foto desde un nuevo ángulo.
—¿Tú qué ves en ella, Halley?
La voz del señor Zhang sacude mis pensamientos, pero el dibujo en mi mente no se difumina. Lo visualizo claramente como una proyección dentro de mi cabeza.
—¿Soy yo o…?
Arranco la foto de las manos de Andrew y ladeo la cabeza para corroborar que los planos coinciden. A veces me resulta francamente increíble que el resto no sea capaz de ver las cosas que veo con tanta facilidad.
—Joven Ackerman, no se asuste, ya hemos concluido que la señorita Bishop tiene la visión y creatividad de una artista nata. En lo personal, no concibo la idea de que no hayan descubierto su talento y proporcionado los instrumentos para su desarrollo con anterioridad, no obstante, me siento orgulloso de ser parte de esta revelación. Ella imagina cosas donde nadie más las puede ver.
—¿Me permite…?
El maestro sabe de primera mano que ciertamente modificaré su foto y es por ello que pido permiso.
—Toda suya.
Diez minutos más tarde y después de mancharme los dedos con un poco de tinta amarilla proveniente de uno de mis marcadores, la idea previamente visualizada cobra vida sobre la fotografía.
—¡Es el cabello de Marge Simpson!
Oír las expresiones asombradas de mis compañeros me saca una sonrisa y hago una pequeña inclinación de agradecimiento por la estampida de aplausos y ruidos de admiración que la precede.
Luego de varias explicaciones y otra ronda de felicitaciones, extiendo la imagen ante Brittany, la chica que no pudo contemplar la Torre de Pisa como le gustaría por el temor de su hermanita.
—Para que tengas un mejor recuerdo de tu viaje.
—Gracias, Phoenix. Verte en acción siempre es increíble.
—Concuerdo con la señorita Cave. Señorita Bishop, tendrá que mostrarme alguno de sus cuadros próximamente.
—Algún día, señor. Se lo prometo.
«Primero debo armarme de valor para enseñárselos a mi padre.»
…
—En serio, ¿cómo se te ocurrió?
Andrew permanece en shock incluso si ya estamos en la hora del almuerzo. Continúa analizando una y otra vez el episodio en lugar de enfocarse en la pierna de pollo que debería estar comiendo.
—No lo sé. Solo vino a mi cabeza.
He renunciado a intentar explicar lo que me pasa cuando visualizo algo, simplemente… ¡sucede! En este punto prefiero prestarle toda mi atención a la porción de pizza hawaiana que sostengo entre mis manos.
—Pues te juro que fue asombroso.
Sonrío con la última pizca de amabilidad que me resta y agradezco la llegada de las mellizas Ballard a nuestro taller de arte. Otro segundo con Ackerman y no viviría para contarlo.
-Y no es nada comparado con lo que ella realmente puede hacer. Tendrías que ver su estudio en casa. Cada obra supera con creces la anterior.
No me agrada que Andrew sepa de la existencia de un sitio tan privado y especial para mí, aunque tampoco puedo matar a Maia por mencionarlo.
«Si tan solo pudiera ser honesta con ellas.»
—¿Será que podré ir algún día?
—«Jamás.»
Sus caras estupefactas me hacen dudar. «¿Lo dije en voz alta o solamente lo pensé?»
Creo que lo dije.
Intento remendarlo con la sonrisa más amplia que soy capaz de mostrar en este instante combinada con un matiz de arrepentimiento.
—Siento haber sido tan tajante. Es que se trata de un espacio muy personal para mí. Solo ellas y Luke lo han visto, porque, bueno, Gaia y Maia son mis musas y él… es especial.
Oh, Luke. Por un momento me traslado a nuestra despedida de ayer y ese tierno beso en la comisura de mis labios. Percibo una especie de placentero escozor en dicha zona y me cuesta aterrizar nuevamente en la realidad.
—Lo entiendo.
Drew no suena verdaderamente comprensivo, es más, distingo cierta hostilidad en su voz. En cambio, ya que mi humor ha mejorado notablemente gracias a ciertos recuerdos agradables, consigo hablar en tono condescendiente:
—Estarás a prueba y… ¿Quién sabe? Si te portas bien, podría darte una sorpresa.
…
Luego de fallar miserablemente en mi cuarto intento por quedarme dormida y comprobar que pasan de las doce, proclamo la presente como otra productiva noche de insomnio.
Observo mis ojos cansados en el espejo del baño y constato las bolsas que lo acompañan y atestiguan mi batalla, las mismas que son tan eficientemente disimuladas por la capa de maquillaje aplicada durante el día.
También repaso las raíces negras que comienzan a tomar fuerza bajo el falso telón rubio de mi cabellera y anoto mentalmente agendar una cita en la peluquería el próximo fin de semana.
Aunque, ¿por qué no dejarlo? Siempre amé mi pelo negro, herencia de la madre a la que nunca conocí, y a estas alturas considero imposible que Drew me reconozca.
En un inicio, me teñí para apartar los malos recuerdos que revivía al observar mi reflejo en cualquier superficie y ayudarme a afrontar el cambio. Sin embargo, no creo que siga siendo necesario.
«¿Por qué continuar escondiéndome como una fugitiva? Phoenix es mucho más que una chica rubia, es una nueva y mejorada versión de mí misma y el color de mi cabello no lo cambiará.»
Por lo pronto, concluyo que las 12:15 am no es el momento ideal para tomar este tipo de decisiones y opto por dedicarme a esa pintura en la que llevo casi una semana inmersa.
Se trata de una novedad para mí porque es la primera ocasión en la que pinto sin visualizar un resultado, dejándome llevar por cada trazo instintivo sin tener la certeza de hacia dónde me dirijo. Sin brújula o un mapa, solo mis pinceles y yo navegando en un lienzo y a la deriva. No obstante, la madrugada es joven así que hoy planeo descubrirlo.
Las finas cerdas de mi brocha acarician el óleo con gracia y delicadeza a la par que los diferentes colores llenan gradualmente de vida el vacío de un cuadro en blanco.
Mi espalda cruje en sincronía con el avance de las manecillas del reloj, mas no me rindo. ¡Hoy será el día! ¡Debo saberlo!
Horas más tarde, la luna es testigo de mi espanto y sorpresa a partes iguales cuando distingo los ojos caramelo de Andrew Ackerman mirándome a través del lienzo.
«¡Joder! ¡Maldito karma!»
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